Bluebird

Quisiera volver a escribir con la fluidez que lo hacía antes.

Hace algunos años podía teclear 500 palabras en menos de 10 minutos sin demasiado esfuerzo.

Quizás, en este último tiempo, no he escrito porque no tengo mucho que decir. Y lo poco que tengo que decir, no creo que sea de gran valor.

Lo que he aprendido con el paso de los años, es lo que no sé.

No sé casi nada.

Y es increíble, porque al final de mis 30s pensaba que lo sabía casi todo.

Tengo 40 años y no tengo nada resuelto. Creo que nadie en este mundo lo tiene. Nunca resolvemos el misterio que nos rodea hasta que moramos y pienso, a veces, que nos vamos de este mundo sin resolverlo jamás.

Hemingway se metió una escopeta en la boca y se pegó un tiro. Su cerebro y su salud estaban mellados por el alcohol y la depresión que lo invadía después de entender que no volvería a escribir nada que valiese la pena… Su vida terminó a los 61 años. Era el mejor escritor de su generación y estaba completamente destruido.

Yo en 21 años tendré la edad de Hemingway al final de su vida. Y nunca he rozado ni la uña del pie de su capacidad creativa. He vivido una vida plena de aventuras. He visto la guerra. He visto la muerte. He visto la belleza de amar y la de los amaneceres. Aún así nunca podré escribir nada que valga la pena. Al menos no, al nivel que me gustaría. Solo me quedan estas palabras, disparadas al espacio por medio de un blog que nadie lee.

Escribo esto como terapia. Quizás solo para ordenar un poco los pensamientos que tengo sobre el envejecer y el sentir del paso del tiempo.

Quizás he escrito esta introducción tan larga para tener una excusa para compartir un poema de Charles Bukowski. Es uno mis poemas preferidos y es el que más me gusta de él. Refleja todo lo que los hombres duros sentimos. Porque realmente sentimos. Yo siento… Y mucho.

Bluebird by Charles Bukowski:

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I pour whiskey on him and inhale
cigarette smoke
and the whores and the bartenders
and the grocery clerks
never know that
he’s
in there.

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I’m too tough for him,
I say,
stay down, do you want to mess
me up?
you want to screw up the
works?
you want to blow my book sales in
Europe?

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I’m too clever, I only let him out
at night sometimes
when everybody’s asleep.
I say, I know that you’re there,
so don’t be
sad.

then I put him back,
but he’s singing a little
in there, I haven’t quite let him
die
and we sleep together like
that
with our
secret pact
and it’s nice enough to
make a man
weep, but I don’t
weep, do
you?

Y con eso, lo dejo aquí.

Con una fotografía de uno de mis últimos atardeceres en el ejército y un poema.

Lo que siempre he sido

Hoy es mi último día con 39 años. Mejor dicho, estoy viviendo las últimas horas de mis 30s.

Hace algunos cientos de años, los hombres de 40 éramos los ancianos del grupo. Éramos los sabios. Los eruditos. Los que sabían como atrapar los salmones y las truchas mejor que nadie. Los que contaban las historias frente a la fogata. Los que habían peleado en innumerables combates con lanzas y palos, arcos y flechas y habían sobrevivido para contarlo. Los que habían tenido una prodigiosa descendencia con algunas de las féminas del grupo. Los que ya estaban listos en cuerpo y alma para dejar este mundo. Ya lo habían visto todo. Ya lo habían saboreado todo. Ya lo habían vivido todo.

Hoy, en mi último día en de mis 30s, no me siento ni de lejos, cerca del final. Aún no le cuento a nadie historias frente al fuego, las escucho. No me siento un sabio de nada, me siento un aprendiz. No sé atrapar un salmón. No se cazar un jabalí. Lo que si sé, es que el tiempo pasa. Y mientras más pasan los años, más rápido pasan (teoría de la relatividad). Así qué, esta década que viene, si es que me toca vivirla completa, voy a tratar de aprovechar mi tiempo más de lo que lo he solido hacer hasta hoy.

Tengo un compromiso con el Everest. Lo voy a subir algún día. Para eso debo construir una cadena de producción que me permita construir peldaño a peldaño el sueño de llegar a su cima. Debo de reorganizar un poco mi vida y mi cuerpo. Debo de volver a la montaña. Debo retornar a respirar el aire ligero de la altura. Como en los buenos tiempos de mi primera juventud. Cuando podía subir al Pastoruri o a la laguna 69 en Huaraz sin demasiado esfuerzo, solo bebiendo mate de coca para el soroche (mal de altura).

Supongo que la nostalgia nos hace mirarnos más seguido en el espejo del pasado. A veces, mirando al pasado vemos lo que realmente somos. Yo siempre he sido un aventurero. Lo era en mi adolescencia. Caminando por Markauasi o Kalapala sin brújulas y sin mapas. En mi juventud. Yéndome a vivir a otros países, cada vez más lejanos. O en mi adultez, buscando el desafío en Nepal, en los pirineos, en los dolomitas o en Zokopane. Siempre he buscado empujarme hacia adelante y nunca me he sentido más vivo que cuando lo he hecho. Pienso en esta década que se inicia mañana y quiero redirigir mis energías nuevamente a lo que yo era y de alguna u otra manera, he seguido siendo a tiempo parcial. Un hombre al que la montaña lo llama. He sido marino y odio el mar. He sido soldado y odio la guerra. He sido montañero y nunca he odiado la montaña. La he amado con locura. La he extrañado siempre. La he visto de cuando en cuando. Y la añoro casi todos los días de mi vida mientras viajo en el tráfico de Tel Aviv.

Hoy es mi último día con 39 años. Mañana tendré 40. La vida que siempre he querido vivir me espera aún al otro lado de la esquina, en algún glaciar semiderretido que quizás mi hijo no conozca nunca. Llegó el momento de rehacerme o reconstruirme a mí mismo y botar un poco lo citadino que se me ha ido pegando con el paso de los años. Botar la comodidad intrascendente de la vida en la ciudad. Sus ruidos. Sus olores. La sensación de que todo lo que puedas imaginar, lo puedes encontrar en la tienda de la esquina.

Le doy gracias a mis 30s. Me han intentado matar de varias formas pero solo me han hecho más fuerte. Me he enfermado gravemente. He viajado mucho, a veces a lugares lejanos y no muy salubres. He pasado una que otra cosa extrema en el ejercito de Israel. He sido padre. He escrito. He leído. He perdido un hermano. He amado. Me he equivocado. He pasado una pandemia. He visto amigos morir. He sido bueno en algunas cosas y malo en otras. Siempre he intentado hacer lo mejor. No siempre con éxito. He aprendido a pelear mejor. He aprendido a calmarme. He aprendido a fotografiar. He aprendido a escuchar. He aprendido italiano y he aprendido a aceptarme un poco más. Tengo mucho que mejorar y mucha montaña vital que subir aún.

Mañana, con el primer día de una nueva década quizás, para mí, será un nuevo comienzo o un retorno. A lo que era. A lo que soy. A lo que siempre he sido.

Susurro

Barletto estaba boca abajo. El frío aire de la madrugada hacía que las orejas le doliesen.

Pese a que sus manos tenían guantes, se enfriaban sosteniendo el Remington 700. El dedo de la mano que presionaría el gatillo, no tenía protección alguna y estaba fuera del guante, congelándose solitario.

Unas horas antes, habían subido a la montaña con dificultad por una senda de cabras. Cargados de equipo. Veinte kilos de más en cada una de sus espaldas. Luego, se habían deslizado por una ladera hasta encontrar una posición cómoda y adecuada. Apenas llegaron y sin decir una sola palabra, se quitaron los cascos. Dima se puso en posición con su telescopio Akila y empezó a hacer las medidas: Distancia, viento, inclinación. Todo lo escribió en su libreta mientras que Barletto dibujaba un esquema del terreno en la parte de atrás de un mapa.

El frío dolía como suele doler solo en el ejercito y solo en el campo. Dima trabajaba meticulosamente. Venia de Letonia y era propenso a un orden esquemático. Barletto, por su parte, venía de Sudamérica. No era la persona más ordenada del mundo pero había sido militar en otro país. Había estudiado un par de cursos de ingeniería y quizás por eso se le daba fácil resolver las ecuaciones de distancia y velocidad que en el arte del disparo a distancia, son tan necesarias.

Sin decir una palabra, Dima le informó que las variables estaban listas. Barletto le respondió, solo con señas, que el esquema estaba terminado. Se pusieron en posición de tiro. Ahora solo les tocaría esperar.

Su extracción estaba programada para las 4:30 de la mañana. Eran la una. Les esperaría una larga noche en esa zona montañosa. Al frente y debajo de ellos se extendía un wadi profundo, lleno de vegetación. A través de los dispositivos de visión nocturna toda esa vegetación dentro del wadi parecía un río. Pasando el wadi estaba su objetivo: El conteiner, donde según algún informe de inteligencia, se hacían escuchas clandestinas de parte de militantes de Hezbolla. Su misión consistía en recaudar información sobre el movimiento en el container. Si se diese el caso que un militante armado entrara o saliera del mismo, su misión era neutralizarlo.

Dima y Barletto se comunicaban en un hebreo simple mezclado con ingles. Los dos llevaban poco tiempo en el país. Los dos tenían muchos más años de los 18, en los que los israelíes nacidos en Israel, van al ejercito. Barletto tenía 28 y Dima 27. Eran francotiradores mayores, serios y profesionales. Por eso los elegían para este tipo de misiones casi siempre.

A las tres de la mañana a Barletto le dolían demasiado las orejas y el ojo derecho le quemaba por el hecho de observar sin parar a través del telescopio de visión nocturna adherido a su Remington. En ese momento Dima lo golpeó con un codo y le susurro que escuchaba ruido atrás de ellos entre los arbustos.

La peor pesadilla que se le puede pasar a un par de francotiradores es que los flanqueen en territorio enemigo, sin siquiera haberse dado cuenta. Unos instantes de terror dejaron a Barletto sin capacidad de reacción y sin saber que decir ni que hacer. Dima tomó su carabina M-4 y comenzó a apuntar hacia el lugar del ruido. Barletto dejó el Remington y tomo su carabina también, intentando hacer el menor ruido posible.

De pronto algo marrón, inmenso y caliente, haciendo el ruido de un camión salió de entre los arbustos. Dima apuntó y dijo en un susurro: Jabalí.

Romeo y Julieta

El calor me quemaba. Me quemaba hasta los cojones. Los calzoncillos Reebok que había comprado en Estados Unidos hechos con material sintético no me ayudaban demasiado. No estaban diseñados para el horno insufrible que es Wadi Rum en verano.

Mi guía, un beduino medio regordete me contó que en el verano casi nadie llega por Wadi Rum. Al saber que yo venía desde Israel, me dijo que le había hecho un paseo a una familia de israelíes algunos meses atrás y que la hija, de unos 15 años, se había quedado prendada de él y que le mandaba fotos eróticas desde Israel a Jordania por medio del chat de Facebook.

La historia me pareció inverosímil porque los israelíes y los jordanos no son los mejores amigos del mundo y es poco probable que una chica judía se enamore perdidamente de un beduino jordano gordo en en menos de dos días. Pero siguiéndole el juego, le pregunté si podía ver las fotos. Me dijo que no. Que por respeto a su novia, no podía enseñárselas a otro hombre.

-Ok- le dije- Pero tú eres un poco grande para una chica israelí de quince años no?

Me dijo que para el amor no importaban las edades ni las fronteras y presionándolo para saber cuantos años tenía, terminó por decirme que tenía treinta y uno recién cumplidos.

Fuck, pensé. Si la historia es cierta, el tipo es un pervertido. Y si la historia es falsa, el tipo es un tarado y está contando historias que lo hacen quedar como un pervertido.

En ese momento me enseñó una planta que crece en el desierto. Después de triturarla con una piedra y con un poco de agua, hizo una solución jabonosa. Te podías lavar las manos con aquel jabón natural y te quedaban las manos con olor a lavanda.

Luego subimos a la camioneta y remontamos hacia el campamento que estaba a unos 15 km de distancia. Eran las cinco de la tarde pero hacia calor como a las 12 del medio día en el verano de Mogadishu. El beduino manejó por las dunas y por los valles desérticos. A lo lejos se extendían todas las formaciones rocosas que te puedas imaginar. Las mismas que se pueden ver en la película de Matt Damon: The Martian.

Realmente en Wadi Rum uno se siente en Marte.

El beduino me dejó en mi campamento. Intenté dormir. No pude. El calor me sofocaba. Lo calzoncillos Reebok no me ayudaban en nada y sentía que la entrepierna se me fundía. Salí de la carpa y caminé al medio del campamento y me eché en la arena sobre una sabana. Miré hacia el cielo y vi millones de estrellas. Hacía años que no veía un cielo tan estrellado. Quizás desde las noches de campamentos en los andes. El calor no me dejó dormir ahí tampoco. Así que pensé en la chica de 15 años y en el beduino gordo de 31. Pensé en ellos y me los imaginé como Romeo y Julieta. Como un par de novios prohibidos. Cuales Montescos y Capuletos medio orientales en el siglo XXI. Me reí un poco imaginándome al beduino intentando encontrarse con su amor en Israel y siendo ultrajado por los servicios de seguridad israelíes. Gritando que para el amor no hay edades ni hay fronteras…

En ese momento me dormí. Eran las cuatro de la mañana.

En la mañana llego la camioneta a buscarme. Eran las 8 y en el campamento me habían ofrecido un desayuno con muchos huevos fritos. Cuando me acerqué a la camioneta, me dí con la sorpresa de que el beduino gordo no manejaba y era otro beduino bastante delgado el que lo hacía. Le pregunté por el gordo y me contesto que era su primo y que él lo estaba reemplazando. El beduino gordo había tenido una complicación cardiaca y estaba rumbo al hospital.

Antes de subir, le dije al beduino flaco que le iba a tomar una foto. Me dijo que no había problema y le saqué esta foto.

Después de un rato de viaje y dos cafés, le conté que su primo me había contado que tenía una novia Israelí. El beduino se mató de la risa y me dijo que su primo le cuenta esa historia a todos los hombres que ve. La cuenta desde que tenía 15 años cuando se enamoró perdidamente de una chica israelí y al parecer ella también de él.

La familia de ella vivían como diplomáticos en Jordania, en Aman y cada cuantos meses venían a Wadi Rum donde ellos se encontraban y conversaban por horas. Después de que ella y su familia habían vuelto a Israel, no se habían vuelto a ver. Habían pasado más de 15 años desde esa época.

-Pobre Nayim- me dijo- . No se ha casado hasta hoy porque piensa en ella. Y solo en ella.

-¡Que historia!.., le dije.

-Una historia que nos causa problemas a todos y a nuestro negocio. A veces la gente no entiende que Nayim está medio loco.

-Yo no entendí eso tampoco- le dije.

-A veces la gente se vuelve loca por amor.

-Lo sé- le dije.

Una semana con mamá

Mi familia es el ejemplo exacto de lo que la globalización le ha hecho al mundo y a la gente.

Hace unas semanas viaje a Carolina del Norte en los Estados Unidos para visitar a mi familia. Mi mamá vive ahí. Mi hermano pasó por Carolina viniendo desde Hawaii rumbo a Qatar. Mi tía, dio el salto desde Lima. Yo, por mi parte, volé desde Tel Aviv vía Munich. Así que creamos una especie de encuentro internacional en un pueblito llamado Concord.

De derecha a izquierda: Mi tía, mi mamá y mi hermano

Mi hermano es militar en los eeuu. Mi tía es tecnóloga médica en Lima. Yo me dedico a la seguridad en Israel. Mi mamá es asistente de personas con discapacidad. La vida nos ha puesto en derroteros bastante diferentes a cada uno. Hemos evolucionado en una realidad distinta los últimos veinte años. Somos un micro experimento evolutivo Darwiniano. Pones a un ser vivo en un ambiente específico y este moldeara su conducta y sus genes de una u otra forma con la intención de adaptarse para sobrevivir.

Después de cuatro días juntos. Riéndonos y dando vueltas por todos lados, mi hermano se fue rumbo a Texas donde comenzaría su periplo rumbo a Qatar. Quedamos en la casa mi madre, mi tía y yo.

Después de cuatro días juntos, mi hermano se fue. Es un hombre, en muchos aspectos, desconocido para mí. En mucho otros, es mi hermano menor, el mismo con el que hacíamos travesuras, peleábamos y jugábamos fútbol por horas. El mismo con el cual pasamos infinitas noches de niñez y adolescencia en Magdalena del Mar viendo «Función Estelar»

Mi tía es y ha sido como una segunda madre para mí. A ella le debo gran parte de lo que soy. A ella le debo todo lo bueno que hay en mí. Pero, estar con dos mamás al mismo tiempo, puede ser frustrante. Más, cuando ya tienes casi 40 años y ellas te tratan como si tuvieses 10.

Hijito toma tu jugo... (tía)

Hijito, no te has bañado hoy día… (mamá)

Hijito que fea esa barba… (tía)

Hijito no debes hablar así de las personas… (Dije que Arafat era un hijo de puta) (mamá)

Hijito ¿hiciste tu caca? (tía)

Mi tía Lucia: Mi segunda madre.

Después de pasarla juntos comiendo y dando vueltas por Walmart y comprar todo tipo de cosas que la gente te pide porque en estados unidos todo es más barato…Mi tía. Mi queridísima tía Lucia, se fue a Lima llena de regalos. Con sobrepeso en el aeropuerto. Un cuasi ekeko regalón. Nos despedimos entre lágrimas, besos, sonrisas, esperando siempre (al menos por mi parte) que esta no sea la última vez que nos veamos.

Y así sin querer queriendo, por primera vez en muchos años, me quedé una semana solo con mi madre.

Como dije hace un rato. Nosotros cambiamos. Con el tiempo y la distancia la gente se empieza a desdibujar. Mi mamá no es la misma mujer que dejé en Lima allá por el 2003. Ni yo soy ese jovenzuelo lleno de ilusiones y alucinaciones que fui por aquellos años. La vida nos ha pasado a los dos por encima y nos ha cambiado. Nos ha cuarteado. Nos ha mejorado y nos ha empeorado.

Pero, si hay un vinculo que es indestructible, que no se cuartea, que no se raja y no importa si no has visto a tu mamá desde el día que naciste, ese es el vinculo materno. Nosotros hemos cambiado. Nuestra unión no.

Después de estar solos un rato, volvimos a ser lo que fuimos. Dejando de lado las evoluciones y los años que nos han pasado por encima, nos reconocimos muy dentro de nosotros como lo que realmente somos: Una madre y un hijo.

Me sentí orgulloso de ver a mi madre trabajar en un trabajo duro mientras mantenía el optimismo y otorgaba cariño y preocupación por sus pacientes.

Nunca antes la había visto en esa faceta trabajadora. Tuvimos la suerte que de niños y jóvenes, nuestra mamá siempre estuvo en casa.

Y para mí, tener la oportunidad de verla trabajar. De poder documentar algunos de sus días. De verla llegar a descansar a casa. De sentir sus dudas y sus aciertos. De compartir momentos juntos caminando por Concord. De ir buscando el café ideal por todos lados; no ha sido, ni más ni menos, que un experiencia vital intensa. Quizás una de las más intensas que he tenido en este último tiempo.

Harold

Harold tuvo una meningitis aguda y grave a los 12 años. Hoy no puede hablar. Camina con dificultad y su motórica fina está bastante dañada. De cuando en cuando tiene convulsiones. Harold necesita el cuidado de otra persona las 24 horas del día. La mayoría del tiempo está rodeado de su familia: Madre y hermanos. En los momentos en los que todos están trabajando, mi mamá está con él.

A mi madre la vi levantarse todos los días. Preparar el desayuno. Irse temprano a ver un paciente. Regresar cuatro horas después. Salir conmigo a ver a Harold. Lidiar con Harold con delicadeza y cariño. Regresar a la casa conmigo. Preparar el almuerzo. Irnos a dar alguna vuelta por el mall. Y por último regresar a dormir para empezar al día siguiente temprano con lo mismo.

Personalmente, no he lidiado con gente con problemas físicos tan complejos como a los que se enfrenta Harold. Ver a mi mamá lidiar con los problemas de una manera tan profesional me impresionó por decirlo menos.

El trabajo de asistente médico abarca un amplio abanico de quehaceres. Desde cuidar de que el paciente no se haga daño a sí mismo, pasando por su limpieza y acicalamiento hasta generarle actividades que lo ayuden en su desarrollo.

Todas las veces que vi a Harold. Lo vi disfrutar de la compañía de mi madre. Lo vi expresar cariño a su manera y lo vi satisfecho con su compañía.

A veces mi mamá quiere perfumar cualquier cosa. Aquí Harold siendo «perfumado».

Esa semana, visité a Harold cuatro veces. Las cuatro veces me impresionó su resistencia. Su fuerza para lidiar con cosas tan difíciles para él como son fáciles para el resto de humanos: Pararse, caminar, usar los dedos de las manos, comunicarse. Es impresionante como la gente que parece más frágil, si la miras realmente, te das cuenta que son los más fuertes. Porque lidian con la dificultad de su fragilidad y se enfrentan con ella al mundo. Un mundo que es igual de duro para todos.

Mi mamá por su parte me demostró la misma resistencia y fuerza mental y física para lidiar con los problemas de Harold. Mientras estaba con él siempre fue cariñosa, alegre y fuerte.

Mi mamá ayudando a Harold a levantarse.

Ver la dinámica de los dos me hizo sentirme privilegiado en muchos aspectos. Aprendí de los dos, cosas que no conocía de cerca. De mi mamá, una faceta que no había visto en ella jamás y de Harold, el aguante.

Las tardes juntos al final nos llevaron a encontrar un café decente. En eeuu encontrar un café decente es casi tan imposible como ganarte la lotería. Soy un adicto al café pero no puedo ir a Starbucks. Me da asco. Encontrar un café en el centro de Concord nos hizo bien a los dos (más a ella que se queda viviendo ahí). Tomamos unos espressos y charlamos. Caminamos por el pequeño centro del pueblo adornado por Halloween y discutimos de la vida. De nuestras relaciones de familia. De como hemos terminado tan diseminados por el mundo. De que quizás nos llevamos bien de lejos y que quizás es mejor estar lejos que llevarnos mal. Hablamos de nuestros errores y de nuestros aciertos como cabezas de familia. Como padres. Como hijos. Como hermanos.

Fue una catarsis. Quizás más para mí que para ella. Es una catarsis aún, escribir estas lineas un par de semanas después de que la dejé con lágrimas en los ojos en el estacionamiento del aeropuerto de Charlotte.

Nos ha pasado tanto. En el tiempo. Y en lo que nos hace el tiempo. Nuestra familia no es ya, la misma de antes. ¿Es eso necesariamente malo?… No lo creo. Creo, más bien que las familias evolucionan al estilo Darwiniano. Se hacen más fuertes o se desmoronan. Pese a la distancia, nosotros estamos juntos. Nos preocupamos el uno por el otro y nos queremos a nuestra manera. Somos una familia que ha estirado los límites de la distancia al máximo y nos hemos mantenido unidos.

Muchas veces observé a mi madre sin que se diese cuenta. Verla lidiar con la vida completamente sola hizo que me diera cuenta cuan fuerte es.

Y así, terminando estas lineas, cierro un capítulo vital más. Un encuentro más. Esta vez en Concord, NC. El del 2018 fue en Honolulu, Hawaii. El del 2020 donde será? Si será?

Espero ver a mi madre pronto. Espero ver a mi hermano pronto. Espero ver a mi tía pronto. Espero que la vida nos lo permita una vez más. Porque al fin y al cabo, ¿Para qué necesitas el tiempo, si no es para compartirlo con tu familia?

Hoy me levanté hecho polvo

Hoy me levanté hecho polvo y me han dado ganas de volver a correr.

Es a causa del jet lag y es a causa de los años. Son todas las enfermedades y lesiones que me han pasado por encima. Son todos los problemas que aparecen cuando eres adulto. Son los dilemas. Son los sueños rotos. Es el ser papá. Es, en otras palabras: La vida misma la que te hace polvo. Como dicen en un libro al que alguna gente le da demasiada importancia: Del polvo vienes y al polvo volverás.

Hace unos años fui un polvo y un orgasmo. Hace casi cuarenta. A mediados de Junio de 1980. Ahora me estoy convirtiendo en un polvo diferente. Literalmente me estoy haciendo arena. Mis articulaciones me duelen. Y siento que me deben dar el turno preferencial al abordar un avión… ¿Para que esperan a que estés en una silla de ruedas o que tengas un bastón para hacerte subir con los de primera clase? Deberían preguntar: ¿Quién se siente una mierda hoy? ¿A quien le duele el cuerpo mucho o el alma o lo que sea? Hoy día yo alzaria la mano sin roche.

Cuando era adolescente o muy joven y me sentía bajoneado. Lloraba y buscaba sentirme peor bebiendo la mayor cantidad de ron o cerveza posible o peleándome en la calle aunque siempre me pegasen. Ahora que soy un adulto mayor, corro.

Cuando realmente quiero hacerme mierda: Corro. Hoy salí a correr por primera vez en lo que va del año y corrí 10 km. Los últimos dos km con mucho dolor en una pierna que al parecer ya no funciona tan bien. Cada paso de esos últimos dos Km fue un suplicio. Pero los di como si estuviera peregrinando a la meca de rodillas: Con coraje y convicción.

Cuando terminé mi actividad auto destructiva sentí que mi pierna izquierda era prestada. El resto de mi cuerpo estaba bien pero ella no tanto y por mucho.

Mientras estiraba intentando no despedazar algún tendón pensé en esos corredores sin piernas o con una sola pierna. Eso me hizo sacar una sonrisa y me hizo darme cuenta que mis problemas atléticos no son tan graves. Hay gente que corre sin piernas y hay hombres que tienen sexo sin pene. Por el momento tengo pene y mi pierna esta pegada aún a mi cadera así que no tengo porque llorar tanto.

Pese al daño físico que me he causado (Peso 85 kg. En los últimos cuatro años he corrido una sola vez y hoy corrí 10 km) me siento bastante mejor. Menos problemas surcan mi mente. Me siento más relajado. Quizás sea el dolor lo que me mantiene concentrado y pensando en una sola cosa.

Sea como sea. Me han dado ganas de volver a correr como corría antes. Hablo de maratones y demás porquerías que hacía antaño. Cuando tenía 28 años y era un jovencito resuelto a comerse el mundo…

Hasta quemar la última lagartija.

Tengo casi 39 años.

En perspectiva de los ancianos, todavía soy un niño.

Biológicamente soy un hombre maduro que está entrando en su decadencia física. Mis ancestros eran considerados viejos a mi edad. Y según el promedio de vida mundial de hace menos de 100 años, me quedarían unos tres años de vida más.

Hoy, me desperté muy adolorido. Tengo un esguince en el hombro derecho. Un dolor profundo dentro de la rodilla derecha. El pulgar de mi mano izquierda está rígido. Mi cadera izquierda me duele hace más de un mes. Me levanto y me voy a mear. Mientras meo siento que me arde la uretra. Me voy a lavar la cara y veo en el espejo un hombre que casi no reconozco. Un pseudo yo cansado y ojeroso. Adolorido. Me lavo los dientes y las encías me sangran copiosamente. Decadencia.

Shit. Me digo a mi mismo. Esto de envejecer no tiene nada de gracioso ni de glorioso. No me siento un abuelo heroico como Francisco Bolgnesi.

Me voy a la cocina arrastrando todos mis dolores. Mi hijo de dos años quiere hacer café conmigo y me duele levantarlo para que vea el procedimiento. Por eso le bajo la Machinetta al suelo para que lo preparemos ahí.

Los dos juntos llenamos el filtro. Los dos juntos ponemos la Machinetta al fuego. Durante todo el tiempo en el que el café se prepara, estoy medio dormido. Gabriel me pide atención. Le presto la misma atención que le prestaba a los polinomios en la secundaria. Necesito que algo suceda para salir de este limbo sensorial de dolor y cansancio.

De pronto: Suena la Machinetta. El Café sale chorreando con una presión barométrica de 12 PSI. Gabriel salta de emoción porque le gusta el ruido de la ollita a presión que es la cafetera de Bialleti. Me levanto de la silla y me siento un convaleciente. Sirvo el café en una taza especial para café. Dejo que enfríe unos veinte segundos y bebo.

De pronto, mi mundo se vuelve luz y color.

De pronto los ruiseñores vuelan a mi alrededor. Me siento blancanieves corriendo por el bosque mientras los animales me hacen mimos por aquí y por allá. De pronto mi hijo no me parece más un duende asesino. Mi mente se vuelve afilada y siento que me puedo tragar el día a pedazos.

El problema es que el efecto de la cafeína pasa.

Y la sensación de ser un miembro de algún club geriátrico vuelve a mí.

¿ Realmente esto es envejecer?

¿Realmente así se sienten los primeros achaques del decaimiento?

¿ O quizás lo único que siento son los efectos secundarios de 4 entrenamientos de Jiu Jitsu brasileño y MMA a la semana más 5 o 6 entrenamientos de acondicionamiento semanales más la crianza de un niño de dos años y de un pastor alemán de nueve, más un trabajo a tiempo completo?

Cojo a mi hijo. Lo pongo en el auto y manejo rumbo al jardín de infantes. Voy por las pistas como un muerto viviente. Mover el timón hacia la izquierda me duele. Moverlo hacia la derecha me duele más. Llego al jardín. Al sacar a Gabriel de su asiento me duele la espalda baja y digo shit! Gabriel repite: chit. Lo dejo a cargo de una de las profesoras del jardín de infantes y vuelvo al auto. En Spotify me aparece Bill Withers y su Lovely Day.

No, Bill Withers, este día está fucking far far far away de ser un Lovely Day. Manejo de vuelta a mi departamento. Abro la puerta y el pastor alemán me espera con impaciencia. Quiere salir. Quiere cagar y mear. Sé que es un convenido pero igual lo quiero. Me ha dado momentos felices. Aunque me ha dado los momentos más estresantes de mi vida también. Se comporta a veces como un adolescente cocainómano y él lo sabe.

Prendo el aire acondicionado y pongo 18 grados centígrados. Busco una colcha y me acurruco en la cama invitando al sueño. El sueño no llega. Sé que solo tengo veinte minutos para una siesta antes de tener que meterme en la ducha. Luego tendré que ir a la oficina a soportar un soporífero día de trabajo.

Cierro los ojos y mis intentos de dormir hacen que me sea más difícil hacerlo. Pasan diez minutos y dejo de intentarlo. Me levanto de la cama y me siento desgastado, cansado, derrotado y dilapidado por el tiempo. Algo así como Alán García en su último día en este mundo. No sé porque demonios pienso en Alan. No importa realmente él ni nada relacionado con él. Salvo la porquería de leche ENCI que tomaba por su culpa… Dejo ir ese pensamiento y voy a hacer más café.

Mientras la segunda tanda de café se cocina, continuo pensando en la decadencia de mi cuerpo. Decido, de pronto, hacer lo que he hecho todos los días los últimos once años de mi vida. Me tiro al piso y empiezo a hacer lagartijas.

20.

Me levanto y me siento algo mejor. La sangre ha fluido a mi cerebro. Mi corazón ha bombeado un poco más. Me he agitado algo. Vuelvo a tirarme al piso. Vuelvo a hacer lagartijas.

20.

Me siento mejor aún. El café ya esta listo. Me tomo un espresso doble. Hago más lagartijas.

60.

Completo las cien. El mundo es un mejor sitio de pronto y me siento más fuerte y vivo.

Miro mi reloj y me quedan 10 minutos más antes de la ducha.

Me tomo otro espresso y me voy a la barra que tengo en el baño. Hago 10 barras. Luego 10 más. Luego 10 más. Sigo hasta las 50 que hago todos los días. Me quedan tres minutos antes de bañarme. Tomo mi Kettelbell de 20 kg. Hago Squats. Tres series de 10 cada una. Una serie por minuto. De pronto la sensación de estar desarmándome desaparece. Me siento, de pronto, indestructible. Me he vencido a mí mismo una vez más. Sé que se soy un cabrón ocioso. Y otra vez me he ganado. Fuck you mariconcito ocioso, te di otra vez por el culo, me digo a mí mismo mirándome al espejo antes de entrar en la ducha.

Me voy a trabajar radiante de energía pensando en como voy a dislocarle un hombro a alguien en el entrenamiento de Jiu Jitsu que me espera hoy en la noche. Me siento Hugh Hefner en los 60s.

Sé que mañana me despertaré con el esguince en el hombro derecho, el dolor en la rodilla derecha. Y todos los dolores que me aquejan desde hace un buen tiempo. Algunos van a ir pasando. Otros se van a ir quedando una larga temporada y aparecerán otros nuevos. Mañana, al despertarme, igual me sentiré viejo y adolorido. Y mañana lucharé nuevamente contra esa fuerza inercial que me empuja a no hacer nada y a descansar y dormir un poquito más. Voy a luchar contra ese impulso ocioso que nace de mis profundidades más remotas (en las que soy todavía ese adolescente nerd y blandito que jugaba juegos de computadora y leía insaciablemente) y pese a la ardua lucha, estoy más que seguro que me voy a ganar nuevamente a mí mismo.

Y creo que mi día a día va regido con un Moto que nace de esa frase que un geriátrico y peruanísimo Coronel Francisco Bolognesi le dijo a su contraparte chilena cuando le pidieron que se rinda antes de la batalla de Arica: Con todo el respeto Mayor De la Cruz, Tengo deberes sagrados que cumplir y No me rendiré hasta quemar el último cartucho.… Yo, en cambio, no tengo deberes tan sagrados pero sé, que de todas formas, no me rendiré hasta quemar la última lagartija.

Que lo denominen pulpo

Sam Smith se acaba de declarar No Binario

Cuando era chico habían solo dos géneros: Masculino y Femenino.

Habían también (como a lo largo de la historia de la humanidad) Homosexuales. Los homosexuales no eran muy bien aceptados en el lugar en el que nací. Hace solo 30 años, vivíamos en el Perú en la edad media en lo que a «gays» se refiere. A los hombres homosexuales se les denominaba maricones, mariquitas, rosquetes, mostaceros, cabros…etc. Se les discriminaba sin recatos y nos burlábamos de ellos. A veces les pegábamos o los insultábamos en las calles por que sí. A las mujeres homosexuales se les denominaba lesbianas, tortilleras, machonas….También se les discriminaba aunque quizás un poco menos que a los hombres. Siempre se esperaba que un hombre «sea» un hombre y si un hombre es un «marica»…. Pues algo malo hiciste como padre. Quizás no le rezaste a dios lo suficiente. Quizás te han maldecido de alguna u otra forma….Siempre se escuchaba esa frasesita: «Prefiero un hijo muerto que un hijo maricón…»

Muchos hombres y mujeres realmente sufrieron violencia y muchos otros murieron por ello también.

En aquellas épocas, la mayoría de gente (y yo entre ellos) «no podíamos aceptar ni entender» que a alguien le pudiese gustar tener sexo con otra persona del mismo sexo.

Pero paso el tiempo y las épocas cambian. En los últimos veinte años hemos evolucionado, social y tecnológicamente, más de lo que lo hemos hecho en toda la historia de la humanidad. Yo, por mi parte, después de madurar durante estos veinte años y de aceptar que a cada quién le puede gustar cualquier cosa (sin incluir animales ni a niños) y que cada quien puede hacer con sus genitales lo que le de la reverenda gana y meterlos donde quiera, he llegado a la conclusión de que en mi adolescencia fui un idiota intransigente y primitivo.

¿Quién soy yo para decidir qué se mete quién por el culo o por la boca?

Nadie. No soy nadie. Soy solo polvo de estrellas.

Hace unos años, llegué a la conclusión de que cuestiones de culo y genitales, son cuestiones privadas, que a nadie, que no sea a los involucrados, le deberían importar un rábano.

Ok, ¿entonces?

¿Soy un ciudadano cosmopolita y de mente abierta del siglo XXI entonces?

No. Al parecer no lo soy.

Porque cada vez que abro «Google», además de los clásicos Masculino y Femenino, me encuentro con un «Género» nuevo. Géneros que ya ni siquiera sé que significan.

Hoy leí que el cantante Sam Smith se convirtió en NO BINARIO. Ya no es ni hombre ni mujer. Sino, NO BINARIO.

¿Que qué coño es eso?

Un ejemplo de Wikipedia:

«Género fluido»
Artículo principal: Género fluido
Género fluido es una identidad en la que se pueden ubicar otras identidades como la identidad binarias, bigénero y la identidad trigénero, concentrándose en la identidad tanto binaria como nula. El género fluido establece periodos de transición imprecisos y variables en los que se identifica como un género y otros periodos en los que se identifica como otro. El género fluido no es determinado por la presencia de determinadas características sexuales o por la orientación sexual, sino por una búsqueda constante de conformidad en la identidad de género. Se le llama género fluido como una analogía a las características de los fluidos de permanecer en constante movimiento….»

¿Qué mierda significa eso?

Me tomaron más de 10 años de mi vida dejar de ser el chuncho mente cerrada que era y aceptar que la gente es libre de hacer con su ano lo que quiera, ¿Para encontrarme con qué?. ¿Con esta mierda de género Neutral, Fluido, no Binario, Pangénero o Agénero?

No me jodan.

Me faltarían diez vidas para asimilar toda esa información sobre los nuevos multigéneros y que cada individuo inconforme, quiere que lo denominen como él o ella quiere. Y no siguiendo el determinante biológico que si tienes una verga y un par de huevos eres hombre. Y si tienes vagina y un par de ovarios, eres mujer.

Cada vez que leo cosas como la de «Sam Smith no siendo Binario» me siento viejo. Siento que le estoy perdiendo el ritmo al avance. Que las cosas corren más rápido de lo que deberían.

Quizás cuando mi hijo sea grande vaya a querer ser un pulpo. O quizás solo quiera que lo denominen pulpo. Y dime querido lector, ¿Qué voy a poder hacer yo al respecto?

La mejor arma

Soy un ocioso y siempre lo he sido. Desde que me acuerdo siempre he preferido lo fácil. Lo cómodo. Lo suavecito. Siempre me ha gustado esa delicada sensación de adormecimiento que hay en una cama king size con unas buenas sábanas. Me encanta ver Netflix y comer porquerías. Odio hacer ejercicio. Odio sudar y agotarme. Odio levantarme temprano y comer sano. Las cosas más ricas son las más malas y odio esa contradicción. Soy un adicto al chocolate. Me gusta una buena siesta española. Me gusta una Coca Cola bien helada. Me gustan los bollos rellenos de crema. Me encantan las papas fritas. Me encanta llenarme de comida y tomar un buen vino y luego dormir 12 horas seguidas.

La vida sería espléndida si es que hiciera todo lo que me gusta y si me dejara llevar por mi ociosidad nata. Pero… Como decían en el Apolo XIII: Houston Tenemos un problema. Y ese problema es que:

Odio ser así.

Odio ser débil y ocioso. Odio ser blandito y ceboso. Odio ser gordito y lento. Odio perder el tiempo. Odio no ser productivo. Me odio a mí mismo por no dar de mí lo que sé que puedo dar. Odio verme mal frente al espejo. Odio sentir que la vida se me escapa entre los dedos. Odio no hacer cosas grandiosas y difíciles. Odio no ponerme a prueba. Odio no enfrentarme a mis miedos más grandes. Odio ser como soy: Un ocioso nato.

Por eso peleo.

Y para ello, uso mi arma preferida: La disciplina.

Porque a la disciplina no le importa que yo este motivado o no para hacer algo. Lo tengo que hacer porque sí. Porque debe ser hecho y no hay vueltas que darle al asunto. La disciplina me libera de mis ataduras. De mis ganas de no hacer . De mis ganas de comer mierda y de dormir hasta tarde. De mis ganas de no hacer ejercicio y de quedarme tirado en el sofá.

La disciplina es esa buena amiga que te dice las cosas a la cara. La que te dice: Párate del sofá cerdo inmundo y haz cien planchas y cien barras ahora. O las haces o pronto serás un viejo escuálido. Una sombra de lo que fuiste en tus mejores años. ¿No quieres ser así? ¡Pues Levántate ya!. Siguiendo lo que te pido, vas a luchar contra la decadencia. Contra el status quo. Contra la gravedad. Contra ti mismo y siempre pero siempre vas a salir ganando...

Siempre que escucho la voz compungida y gritona de la disciplina, sufro. Pero siempre le hago caso: Todos los días.

Todos los días me despierto temprano.

Todos los días entreno.

Todos los días observo que como. Si un día como de más. El día siguiente como de menos o ayuno.

Todos los días leo un libro.

Todos los días escribo algo.

Sin excepciones. Sin excusas. Sin negociaciones.

Antes leía, entrenaba, escribía, etc… cuando me sentía motivado. Y cuando me sentía desmotivado, pues, no lo hacía. La disciplina me ha quitado ese voto de confianza en mí mismo. Ya no confío en mí mismo porque se que soy débil. Soy ese gordito fofo que se hace pajas viendo Netflix mientras come doritos. La disciplina no me deja ser así. La disciplina me empuja a correr cada vez más rápido. Ser cada vez más fuerte. Ser mejor (o al menos, no ser peor) cada día.

El tiempo hace lo suyo. A nosotros no nos queda otra que meterle un bazucaso de disciplina. La disciplina es el arma última para enfrentar la vida y salir parado lo mejor posible de ella.

Ahora, me voy a hacer planchas…

Presionas un poco más

El sudor. Las lágrimas que se desbordan y rozan tu nariz golpeada. La boca saboreando el gusto metálico de la sangre. El pulso alto. Los oídos tapados. El ruido de tu respiración cabalgante. El ardor de tus pulmones que parecen encendidos. Ahí, frente a ti, tu contrincante buscando la manera de golpearte. De hacerte un take down. De buscar el clinch y darte un Uppercut que te destroce la mandíbula. Ahí está esperando tu próximo movimiento. Rezando por tu próxima equivocación. Ahí donde los deseos de los dos se entrelazan con la sal del sudor y de la sangre. Ahí donde lo hombres se conocen a sí mismos y se dan cuenta de la materia con la qué están hechos.

Ahí en el ring o en la jaula te has conocido a ti mismo como en las épocas de la guerra. Porque pegarte con otro hombre que sabe pelear, es una especie de guerra. Una micro guerra mundial y atómica. Sales a matar (esta vez sin querer realmente hacerlo) y das todo de ti. O matas o mueres.

Y sabes que pensar a través del cansancio es algo prácticamente parecido a una alucinación. La cara te arde. Las orejas te duelen. Y el tiempo se congela. La adrenalina te invade. Te cagas de miedo pero vas para adelante. Y el dolor del golpe en tu rostro activa tú pensamiento estratégico de ir por la single leg. Y das el paso y asaltas la pierna izquierda. Tu enemigo se desestabiliza. Mueves el cuerpo y lo haces caer. Cae como un costal de papas. No le sueltas la pierna porque sabes que si lo haces se parará rápido y perderás el terreno ganado. No sueltas la pierna y te subes encima metiendo presión y terminas sentado en su barriga en mount position y golpeas. Golpeas a su cara la mayor cantidad de veces posibles, mientas él violentamente, intenta sacarte de encima. A nadie le gusta que le peguen en la cara y entonces instintivamente él se empieza a voltear y eso es lo que tú quieres. Su hermosa y musculosa espalda blanca. Ves su nuca. Metes el brazo con fuerza entre el mentón y el cuello. Tu brazo empieza a presionar las carótidas con todas tus fuerzas. Él lucha por su vida y por lo poco de aire que puede absorber aún. No le das chance. Sigues presionando mientras escuchas ruidos de muerte saliendo de su garganta y sientes la tensión de su cuerpo mientras todo acaba para él y para ti. Sabes que lo tienes y que solo es cuestión de tiempo para que el referee detenga la pelea o para que él se rinda dando palmaditas.

Es el tercer round y presionas un poco más…