
Cualquier actividad que me alejara más de medio metro del suelo me daba miedo. Subir al tronco de un árbol, subir a una escalera plegable, subir a un techo a buscar una pelota perdida, mirar hacia abajo luego de haber subido un par de minutos por una pequeña montaña, cruzar por un puente colgante en el zoológico y un largo etcétera. Creo que ya entendieron el punto.
No solo me daba miedo. Me daba un terror físico que me paralizaba por completo. Las piernas me temblaban, el bajo vientre me dolía; apenas veía el vacío, los huevos se me subían de prisa hacia el abdomen, sudaba frío y en resumen: Me enfermaba. A ese terror sin motivo a las alturas se le denomina Acrofobia y según Wikipedia: » Se denomina acrofobia (del griego ἄκρος alto, elevado y φόβος miedo) al miedo irracional e irreprimible a las alturas. Por ejemplo no atreverse a practicar juegos extremos o de alturas, como lo serían la tirolesa, el paracaídas o el parapente.1 Al igual que otras fobias, la acrofobia genera fuertes niveles de ansiedad en los individuos que la presentan, lo que induce una conducta de evitación de la situación temida.2 En este caso, las situaciones con una altura notable, como asomarse a un balcón, encontrarse al borde de un precipicio o estar en un mirador elevado, son típicas de este tipo de fobia.»
En muchos momentos, mientras era un niño, me sentí un cobarde. Veía como los otros mocosos se trepaban en los postes de teléfono, en los árboles, en los pasamanos y disfrutaban mucho haciéndolo. Yo los veía desde abajo, siempre temeroso, aunque no lo daba a entender e inventaba todo tipo de escusas para no treparme a ningún lado. Cuando entré a la marina en Perú, en las primeras semanas, todos los miércoles me hacían saltar de un pequeño muelle que estaba aproximadamente dos metros sobre la superficie del mar. El sencillo hecho que sabía saltaría del muelle me jodía el día. Desde las 5:30 am en que nos levantaban, me ponía nervioso por los malditos 200 cm que tendría que superar para poder respirar tranquilo dentro de las heladas aguas del pacífico sur. Nunca supere el miedo. Nunca deje de ponerme menos nervioso y nunca pero nunca traté de vencerlo. Siempre me decía a mi mismo: «Eres bueno con los pies en el piso. Quédate en él.» (La verdad es que no era muy bueno con los pies en el piso tampoco, pero eso ya es otra historia…)
Como muchos otros miedos, fobias y demás cosas que me impedían hacer cosas. Mi acrofobia falleció el día que entré en el ejercito de Israel. La historia es algo complicada, pero la voy a resumir por el bien del relato y porque no quiero aburrirlos estimados lectores y lectoras: Estaba yo en el ejercito unos meses ya. Habíamos pasado por un pequeño entrenamiento y se abrieron los cupos para hacer las pruebas para la unidad de paracaidistas del ejercito (unidad de operaciones especiales). Los solados que hacían ese examen se venían preparando con uno o dos años de anticipación. Yo con tres meses en el ejercito me dije a mi mismo que no tenía ninguna posibilidad de pasar la prueba y me presente al examen con la intención de terminarlo (contaban leyendas urbanas acerca de lo difícil e inhumano de la prueba en el aspecto mental y físico). Empecé el examen un martes de verano y lo termine un viernes, tres días y medio después. Extenuado como nunca lo había estado en mi vida. Muchos de los postulantes habían renunciado a lo largo de los días y de los que habíamos terminado harían aún una selección basada en el IQ y en un examen psicológico. Menos de la mitad de los que habíamos finalizado la prueba entraríamos a la «Unidad».
Dos semanas después me comunicaron que me habían aceptado en la unidad de paracaidismo del ejercito de Israel. Un segundo después pensé: «Y ahora que mierda hago…» De solo pensar que subiría a un avión y saltaría de él me mareé. Muchos otros soldados que estaban conmigo en el momento en el que me notificaron se alegraron por mi y me abrazaron y me hicieron hurras y hasta me levantaron y me aventaron por los aires: Ellos no sabían que me cagaba de miedo de solo pensar en como carajo iba a hacer dentro de una unidad de operaciones especiales que se dedica a saltar de aviones para caer en territorio enemigo…
Un Domingo llegaron los autobues a buscar a los seleccionados. Hacía mucho calor en Israel en aquel verano. Nos llevaron en dirección al sur, rumbo al desierto. Viajamos callados y semidormidos. De pronto llegamos a una base espectacular. Inmensa, con una torre altísima pintada con los colores de la unidad. Rojo y blanco. Vi la torre y me dieron nauseas. Cuando baje del bus me gritaron que me dirija hacia algún lado. Hice caso y dejé de lado el recuerdo de la torre. Pasarían aún cuatro meses antes de que mi cuerpo salga eyectado de un avión por primera vez.
En la próxima entrada voy a contar acerca del curso y en como un pobre tipo que se meaba de miedo cada vez que subía sobre una mesa saltó diecinueve veces de un avión con el mar mediterráneo de fondo y con las arenas del desierto esperándolo con los brazos abiertos abajo…