Vivir en Israel es una experiencia. Es una experiencia en si misma. Es demostrarte a ti mismo que no necesitas demasiado espacio para hacerte un lugar en el mundo. Quizás solo 22,500 km cuadrados. Vivir en Israel es escuchar por lo menos una vez al año una alarma que te avisa con estridencia sobre un ataque de misiles y sonreír mientras algunas personas corren a los refugios y otras se dedican a sacar los teléfonos para tomar las mejores fotos de todo el rollo. Vivir en Israel es irte unas cuantas veces al año al ejército y empuñar un fusil e irte a combatir y después de eso devolverte a casa como si nada hubiese pasado y ponerte a escribir boludeces en tu computadora comentando acerca de tus experiencias aunque a nadie le importen un carajo. Vivir en Israel es comer rico y condimentado, comer mezclas de comida árabe y polaca, mezclas de comida yemení y marroquí. Vivir en Israel es hablar un idioma ininteligible que al escucharlo se parece al holandés pero que tiene raíces en el arameo. Vivir en Israel es vivir al máximo tratando de sacarle el jugo al día porque aquí la gente sabe que en cualquier momento se termina la función. Vivir en Israel es moverte como loco y hacer deporte y correr maratones con cuarenta mil personas al mismo tiempo. Es muy raro juntar cuarenta mil almas en un solo evento deportivo cuando la población son solo siete millones de gatos. Vivir en Israel es pasar, en una hora, del pasado histórico de Jerusalén al futuro radiante y cibernético de Tel Aviv. Es saltar de sepúlcros y rezos a tetas y bikinis, es surcar de lo místico a lo pagano en menos de lo que se demora un bus de la estación central de Jerusalén a la de Tel Aviv. Vivir en Israel es haber peleado en tres guerras y esperar todos los días la cuarta. Vivir en Israel es ver el mar de Galilea, el mar muerto y el río Jordán y prestarles menos atención que al camello o cabra que se te está cruzando en la carretera en este preciso momento. Vivir en Israel es hacer amigos para toda la vida. El sentido de camaradería es increíble. Más aun con aquellos con los que has sudado y sangrado a muerte. Vivir en Israel es vivir explotado por los impuestos y por los alquileres. Los costos son exageradísimos contando que en cualquier momento te pueden borrar del mapa. Vivir en Israel es pasear, es hacer trekkings, es viajar, es tener pasión por el movimiento y odio por la inactividad. Vivir en Israel es desafiar las leyes de la política y de la gravitación universal. No se puede entender como la relatividad del tiempo permitió que un país que hace sesenta años era un desierto, se convirtiese en la potencia que es hoy en día. Vivir en Israel es ver chicas bonitas, chicas que no se ven en cualquier esquina en ninguna parte del mundo. Vivir en Israel es salir en las noches en Tel Aviv y sentirte que eres el más occidental del planeta tomando cervezas boutique y viendo como la gente a tu alrededor se viste con marcas de diseñadores italianos y al día siguiente estás a cincuenta kilómetros de ahí en una trinchera disparando al frente y cuidando que no te flanqueen. Vivir en Israel es hornearse en un verano salvaje y disfrutar de un invierno delicioso. Vivir en Israel es vivir rodeado por la religión, la mística, el fanatismo por un lado y las tetas, los bikinis, las minifaldas y los paisajes increíbles por el otro. Vivir en Israel es saber que todo va a estar bien. Vivir en Israel es al fin y al cabo, solo eso: Vivir.