Todo es una burda mentira. Todo lo que te contaron de chico es una farsa. Que las chicas «buenas» tienen que llegar vírgenes al matrimonio. Que los hombres «buenos» no te montan los cuernos. Que las mujeres de “su” casa son mejores que las que son de la calle. Que los adultos saben la mayoría de las respuestas «precisamente» porque son adultos y deben saberlas todas. Que la vida es larga y que los errores son irreparables. Que la universidad es el centro del conocimiento humano. Que tu vida se basa en la conjunción de una mujer, unos niños, una casa, un perro y una camioneta. Que la economía mundial importa demasiado y está basada en la oferta y en la demanda. Que los bancos te ayudan a guardar tu dinero. Que dios existe y te va a sanar. Que Papa Noel se desliza por las chimeneas…
Papa Noel nunca se deslizó por mi chimenea, porque no tengo una. Y además soy un adulto y no me sé todas las respuestas. Es más, me relaciono con adultos todo el tiempo y me doy cuenta que están más perdidos que el Minotauro en su laberinto o que Marco buscando a su mamá. Los adultos tenemos, quizás, hasta más dudas que los niños. Nos hemos vuelto inseguros y dubitativos porque, sencilla y llanamente, la vida nos ha enseñado a tener miedo. Y créanme: Tenemos miedo. Miedo de decidir, miedo de afrontar, miedo de estar tomando la decisión correcta, miedo de estar o no con la persona ideal, miedo de un futuro incierto, miedo de un pasado mejor, miedo a la muerte, miedo a la vejez, miedo a la economía, miedo a no saber lo que ha de venir y por último: Miedo a la vida misma . Y ¿saben qué? Está bien tener miedo. Solo que hay que saber filtrarlo. No le podemos tener miedo a todo ni a todos. Nuestra vida se convertiría en una película de terror en la que se tiene que “actuar” lo más rápido posible sin a descansar para, siquiera, tomarnos el tiempo de evaluar nuestra «actuación» y en la que no se pueden hacer segundas tomas….
Engañamos a los niños. No hablamos de infidelidades frente a ellos. No hablamos de dolor. No hablamos de mentiras y no hablamos de dudas. No les contamos que, sencilla y llanamente, sabemos mucho menos de lo que ellos creen que sabemos. Y no les confesamos que ellos, muchas veces, tienen la sabiduría emocional de la humanidad en la punta de la lengua. Quizás nuestra sabiduría primigenia se ha perdido en algún instante y ha dado paso al saber monótono de la rutina y del día a día. Ha dado lugar al saber implantado por las convenciones sociales. Al saber que se nos ha «regalado» en colegios mojigatos y en universidades retrogradas.
Otro secreto: La mayoría de adultos son niños. Niños con miedo a hacer el ridículo y fracasar, con terror a afrontar la vida, con temor al qué dirán. Niños que han abandonado el ser simpaticón que un día fueron años atrás, para pasar a ser niñatos de traje y corbata que trabajan en una oficina triste y fría. Engendrillos perdidos en un mar de bienestar y consumo. Críos que han dejado de jugar.
Tenemos miedo. Miedo de romper los esquemas e intentar entender un poco mejor lo que somos. Miedo a saber si lo que estamos haciendo, lo estamos haciendo realmente bien o si el vecino lo está haciendo mejor porque tiene un carro más grande o come en un mejor sitio.
Me da lástima pensar que la mayoría de nosotros estamos embadurnados de miedo a movernos, de miedo a decidir qué hacer con nuestras vidas, de miedo a cambiar el rumbo y de paso: El mundo. Y tenemos esa grandiosa capacidad de dubitación porque sencillamente nos la han insertado cuando éramos pequeños y pensábamos que los adultos sabían todo. Y bueno, como muchos de ustedes sabrán hoy en día: los adultos sabemos muy poco. Prácticamente nada.
¿Estás dispuesto a superar alguno de tus miedos?