Estamos yendo por mal camino. Lo sé, lo sabes, lo sabemos todos. No quiero dar una cháchara ecologista sobre lo que le estamos haciendo al planeta y obviamente, tampoco quiero dar una discurso pro vegetariano contándoles lo que les estamos haciendo a los animales que nos comemos. No lo voy a hacer porque uno: No soy el reciclador más asiduo del mundo y dos: como carne (y me encanta) y ,por lo tanto, creo que no soy la persona más indicada para hacerlo.
Hace unos días mientras me comía un buen lomito mi perro me miró a los ojos. Entonces me detuve a pensar en él. Relacioné la carne que masticaba con algún ser que en algún momento debió estar vivo, que respiró, que caminó, que cagó, que se sintió feliz, que tuvo miedo, y que pudo haberme mirado directamente a los ojos con la profundidad e inteligencia con la que mi pastor alemán me miró en ese instante. Pensé entonces en el mundo que le estamos dejando a nuestros hijos y a los hijos de ellos. Es quizás muy difícil de entender y aceptar que no les estamos legando el lugar más habitable, ni el aire más sano, ni la comida menos manipulada, ni la cantidad ingente de especies animales y vegetales en peligro de extinción, ni una selva amazónica que está perdiendo un aproximado a 10,000 km cuadrados por año debido a la deforestación. Es más difícil de aceptar inclusive, que les estamos dejando un mundo amputado de muchas cosas que nosotros hemos visto, olido, tocado, comido, respirado y sentido y que ellos no verán, olerán, tocarán, comerán, respirarán y sentirán en absoluto.
Es obvio que no pienso y no quiero que todo el mundo se ponga a cuidar plantas y deje de comer carne para detener el consumo abusivo de especies animales que nada más son criadas para llenarte el refrigerador de milanesas y de lomitos. No. Me refiero, sencilla y llanamente, a que de cuando en cuando «pensemos». Pensemos en lo que nos estamos llevando a la boca, en la cantidad de cosas que usamos sin tomar en cuenta la cantidad de contaminación que causamos. Pensemos en una o dos pequeñas cosas que podríamos hacer para contaminar un poquito menos, en lo que estamos haciendo por nuestro mañana, por el mañana de nuestros hijos, por el mañana de nuestros nietos.
Tenemos que ser conscientes que nuestro deseo de consumo esta generando un déficit en la relación necesidad real/recursos naturales. Debemos tomar algo de consciencia sobre la cantidad de desperdicios que descargamos en el tacho de basura día a día. Debemos de tomar conciencia porque somos suficientemente inteligentes para hacerlo. Desde que razonamos un poco mejor que el resto de animales, nos hemos considerado con derecho sobre ellos, con derecho sobre su vida y con derecho sobre su muerte. Cientos de miles de años después nos seguimos considerando, como siempre, seres con derecho a consumir todo lo que la “providencia nos otorga” sin siquiera tomarnos en cuenta a nosotros mismos ni a nuestra propia descendencia. Gracias a la ventaja abismal que hemos abierto con el resto de especies y a nuestros increíbles avances tecnológicos, hemos llegado a entender precisamente que somos solo una muestra animal más. Que nuestras ventajas intelectuales están basadas en una evolución que tienen en lo aleatorio uno de sus más grandes pilares. «Somos lo que somos por suerte». “Dominamos” el mundo por una mera variación en el coeficiente de incertidumbre hace seis millones de años. Gracias a lo «inteligentes que somos» nos hemos venido a dar cuenta que no somos más que primates con una diferencia mínima de un 2% en nuestros genomas, con respecto a nuestros primos, los chimpancés. La tecnología de hoy en día nos ha hecho entender que quizás la vida o la muerte del resto de seres vivos no es un “derecho”. No es más que una práctica algo salvaje con respecto a nuestros “semejantes”.
Nuestra vida moderna está diseñada para nuestra comodidad. Nuestra comodidad está supeditada a nuestro nivel de consumo (calidad y cantidad). En realidad todos nosotros podemos consumir un poco menos y sentirnos igual de cómodos. Podemos consumir un poco menos de carne, un poco menos de gasolina, un poco menos de electricidad, un poco menos de madera, un poco menos de papel sin siquiera hacerle un rasguño a nuestra “comodidad”. Como dije un poco más arriba. Esto no es una cháchara ecologista ni mucho menos. Intento hacer que al menos por un instante «pienses» querido lector en todas esas pequeñas cosas en las que muchos de nosotros no solemos pensar. Quizás puedas cambiar el mundo por el solo hecho de «darte cuenta» que no vamos por buen camino y que solo depende de nosotros nuestro propio futuro, nuestra propia existencia, la de los seres vivos que nos acompañan día a día, desde la del pinguino gracioso en la Antártida a la del solitario oso polar en los hielos casi desechos del polo norte. Quizás reciclando un par de botellas a la semana salves a alguno de los dos o a ambos…
¿Vas a hacer un esfuerzo?