Nos dieron la orden de formar una unidad de voluntarios que saliera cada noche a matar perros. Cuando escuché aquella orden por primera vez me dí cuenta de que todo se había ido al garete. No es que me importen demasiado los animales. Es más. No me gustan nada. El problema para mí fue que tenía que matar a los perros para que ellos no me maten a mí. Me sentí en una película de ciencia ficción. De esas en la que el ser humano prácticamente no existe y los animales han vuelto a tomar el control de todo. Jaurías de perros asesinos. Sí. Eso era el Sarajevo del noventa y cuatro. A finales del siglo veinte combatimos contra peligros del siglo tres.
El nombre Sarajevo no te inspiraba más que terror o aburrimiento. Una capa de niebla invadía la ciudad prácticamente todo el año. Mis compañeros de la legión extranjera y yo estábamos instalados en una pequeña aldea entre Zenica y Sarajevo a veinte kilómetros al norte de esta última. Te voy a decir una cosa Tete. Esos bosnios. Croatas. Serbios y albanos estaban demasiado enredados entre si mismos. Cada uno lleno de ira contra las otra etnias. Que si unos musulmanes. Que si otros cristianos ortodoxos. Que si aquellos católicos. Todos estaban entrelazados por las iras del odio étnico y racista y del fanatismo. Si me preguntas a mi como Yugoslavia los mantuvo unidos los unos a los otros sin que se maten. Te voy a responder que no tengo la más puta idea. Esos tipos si que se odiaban. Y nos odiaban a nosotros los cascos azules. No les importaba mucho que fueras americano. Francés. Filipino o inglés. Debías morir por meterte en su conflicto sin sentido. Una vez que nos cargamos a muchos bosnios y serbios en Sarajevo y gran parte de la población civil había huido hacia el campo. Nos quedo lidiar con los francotiradores de los dos bandos. Ellos se mataban entre ellos y entre ellos se dedicaban a matarnos a nosotros. Quedaron los francotiradores y quedaron los perros. Que al fin y al cabo les importaba una mierda que sus dueños hayan sido Croatas o serbios o bosnios o albaneses o cualquier otra cosa. Ellos solo querían comer. Y te lo cuento a ti tete. No se lo cuento a mucha gente. Pero esos perros del demonio se comían a la gente que salía de sus casas en las noches a buscar comida. O invadían una que otra casa y se comían a los niños pequeños. En el mejor de los casos se comían los cadáveres de bosnios o croatas o serbios muertos. A esos perros se les veía grabado en los ojos su retorno al salvajismo. No eran más domésticos ni lo serían jamás. Los perros daban más miedo que los francotiradores bosnios o serbios. No tenían nacionalidad y no les importaba una mierda la tuya. Así que los tuvimos que matar a todos.
Salimos de redadas mataperro todas las noches. A veces a la una a veces a las tres de la madrugada. Les dejábamos pedazos de carne envenenada para que los más tontos al menos mueran rápido. Al día siguiente encontrábamos casi siempre unos cinco perros muertos. Lo de la carne no funcionó por mucho tiempo. Los perros no son estúpidos. Son más inteligentes que los lobos. Han vivido demasiado tiempo con nosotros y nos conocen bastante bien. A la semana dejaron de comer las carnes envenenadas. Así que: Salimos a cazar. Los cazamos como en los viejos tiempos. Con francotiradores y miras telescópicas. Les disparábamos directamente en la cabeza para que no sufrieran. Ellos no tenían la culpa de que sus dueños bosnios hayan matado a sus dueños serbios y que sus dueños croatas hayan explotado a todos juntos después. Ellos solo tenían hambre y les habíamos enseñado demasiadas cosas de humanos. Así que les volábamos las cabezas lo mejor que podíamos. Casi sin dolor. Al cabo de un mes Habíamos matado unos cientos. Quedaba una pequeña jauría comandada por un pastor alemán de cuarenta kilos. Mucha gente en las aldeas de alrededor decían que era un lobo que comandaba a los perros. Yo no les creía porque sabía la verdad. Su dueño había sido un bosnio dueño de una cadena de tiendas de repuestos automotrices. Los croatas mataron a toda su familia pero antes de eso violaron a su mujer y a sus dos hijas delante de su cara. No le quedo más remedio que tomar si pistola Colt de nueve milímetros. Metérsela a la boca y volarse la cabeza. Nunca critiques a los suicidas tete. Uno nunca sabe cuando se puede encontrar una buena razón para pegarse un buen tiro. Este tipo tenía una linda casa con un lindo jardín y unas lindas begonias. En aquel jardín vivía el pastor alemán que meses más tarde los pobladores confundirían con un lobo y del cual contaban historias. Decían que medía un metro sesenta parado en cuatro patas y que en su hocico podía albergar un cráneo humano. Era un pastor alemán común y corriente tete. Te lo digo yo que lo vi con mis propios ojos el día en que pasó a mejor vida o a peor. Nadie sabe que nos depara la pelona. Así que era un pastor alemán algo flaco y desgarbado. Pero inteligente como un ingeniero de sistemas de Microsoft. Nos tomó dos meses volarle la cabeza. Al final lo hice y sonreí al verlo ahí terminado. La guerra te hace mierda tete. Llegué de veintitrés años a Sarajevo. Regresé a Francia a los veinticuatro. Había matado bosnios. Serbios. Croatas y a un pastor alemán inteligente.