Viajar para mí es vivir. Es respirar aire de otros lados. Enmarañarse en otras lenguas. Embadurnarse de colores nunca antes vistos. Es conocerte a ti mismo de nuevo. Es ir ligero. Sin mucho apuro. Sin mucho estrés. Es ver el mar azul de una isla griega rozándome los dedos de los pies. Es ir por el sencillo placer de estar ahí. Viajar para mí es abrumarte de cosas nuevas. Es rellenar el corazón y la mente de los mejores recuerdos. Es sentirte hijo del planeta. Sintiendo que eres parte del mundo en algún campo helado de Alemania a las seis de la mañana. Viajar para mí es olvidarte de las tonterías que te han enseñado. No es comprar recuerdos ni alocarte en el Duty Free. Es tomarte un café espresso en Roma al lado del Coliseo por un Euro. Es huir de la rutina del año. Escapar de la vorágine de nuestra sociedad. Es ir y leer al mundo como si de un buen libro se tratase. Es probar la mejor ensalada de frutas del mundo en una playa de Ecuador. Es ir a la aventura en una época en la que ya todo es conocido. Viajar para mí es regresar a nuestro estado primigenio puro. Al hecho de ser un nómada imparable e incansable. Es correr peligro a veces. Es enamorarte de lugares mágicos a orillas del mediterráneo. Es ver lo que nunca has visto. Escuchar lo que nunca antes has oído y saborear lo que jamás has probado. Viajar para mí es cumplir sueños de infancia. Ver ruinas en Jordania de las que Indiana Jones peleó y ganó. Es ser yo mismo. Es la más simple de las necesidades que tenemos todos los hombres. Que al fin y al cabo, aquí y ahora, estamos solamente de paso.
Mes: agosto 2013
Empacando
Y aquí estamos. A puertas de un nuevo bombardeo. Más gentes muertas. Más intereses satisfechos. Ya lo expliqué antes. La guerra no tiene nada de gracioso. Nada de educador. Nada de humano. Es nuestra peor cara. La que no deberíamos mostrar nunca.
Espero que las cosas no se deterioren a un nivel insostenible y que no caigamos en una espiral conflictiva al nivel de Irak y Afganistán. Espero de todo corazón que no se dispare un solo cohete ni una sola bala. Sé que eso no va a pasar y que se van a masacrar hasta el hartazgo. Que si el occidente. Que si los árabes fanáticos. Que si los Israelíes. Que si los rusos. Que si el petroleo. Que si los intereses económicos son los que realmente valen más que unos miles de vidas…
Voy a empacar mi uniforme.
Reciclando
¿Reciclar?
Somos cazadores-recolectores. Es lo que hemos sido por más de un millón de años. La tecnología nos ha dado un portazo en la cara y estamos aquí: Sentados. Sedentarios. Bajo el neón en la oficina. Frente a la computadora llenando tablas de excell. Suplicando porque termine el día. Llorando para montarnos en el auto y atascarnos en el tráfico de regreso a casa. Somos monos nucleares. Somos macacos que pueden recitar Shakespeare. La evolución de los últimos cien mil años nos ha empujado demasiado rápido a construir una sociedad tecnológica en la que hemos «enterrado» nuestra esencia.
Estamos hechos para correr. Diseñados para el movimiento. Nuestro cuerpo se enferma cuando no lo movemos. Nuestra mente se daña cuando estamos estáticos. Así que: ¿Por qué demonios no lo hacemos casi nunca? Somos el resultado de un fallo evolutivo. Deberíamos estar corriendo atrás de nuestra comida. Rascando manzanos. O asaltando parras. Deberíamos estar moviéndonos de un sitio para otro. Tomando agua de un riachuelo. Mirando el campo a nuestros pies. Oliendo las flores y respirando el diáfano aire con olor a eucalipto. Quizás matándonos de cuando en cuando. Pero viviendo. Secándonos al sol. Comiendo gusanos y fresas. Escalando alguna colina. Despertándonos con el sol rascándonos los ojos. Durmiéndonos después de preguntarnos de que está hecha la luna y de contar estrellas. Viendo los arcoiris y tratando de encontrar su principio y su fin. Persiguiendo a algún antílope. Siendo perseguidos por una jauría hambrienta de lobos que van a terminar haciéndose amigos nuestros. Bajando por algún valle a gran velocidad para aventarnos en algún río limpio. Gastando gran parte de nuestro tiempo y nuestra vida haciendo lo que los animales suelen hacer bastante bien: Dormir y jugar. Haciendo el amor con todo el mundo. Queriéndonos como un clan. Como una familia.
Pero no. Estamos aquí sin saber como. Después de dos guerras mundiales. Con armas que pueden borrarnos del mapa a todos nosotros y todos los seres vivos del planeta. Tirándonos gases químicos los unos a los otros. Ensuciando el planeta sin pensar en nuestros hijos. Haciendo mierda el mañana. Devastando las selvas. Chorreando mierda en los lagos. Ríos. Mares. «Plastificando» nuestra vida. Succionando las últimas reservas ecológicas. Derritiendo el ártico y el antártico. Matando de hambruna a los débiles. Comprando. Comprando. Comprando. Agotando todas las esperanzas de las próximas generaciones por tener una vida «normal» en un mundo «habitable. Creciendo en número. No respetando al resto de entes vivos. No entendiendo que no somos nada más que uno de ellos con un poco más de buena (o mala) suerte. No viéndonos a nosotros mismo mientras vemos a algún animal a los ojos. Jugando a ser dioses en el mundo que hemos «creado». El mismo mundo que nos va a ver desparecer por nuestra ignorancia y nuestra estupidez.
¿Reciclar? ¿Esa es su solución?
No me jodan.
Realidad Virtual
Mi esposa sentada en el sofá riéndose sola mientras sostiene el teléfono. Riéndose a carcajadas. Luego teclea algo en la pantalla táctil del mismo. Se escuchan los pequeños «tic tic tic» del nacer de las letras en el tablero virtual del iphone. Yo quedo de lado mientras me miro las pelotas y pienso en el puto día en el que se invento la puta realidad virtual. Mi perro hace un ruido triste. Yo hago un ruido triste. Ella no presta atención.
Mi jefe me invita un espresso doble y cremoso. Cien por ciento café arábica. Estamos sentados en una mesa en algún café de la zona más ricachona de Israel. Me habla del Líbano y del coche bomba de la semana pasada. Me habla de Siria y de las armas químicas. Me habla de… Un mensaje de texto aparece en su teléfono. Deja la conversación de lado y procede a contestar el mensaje después de haberlo leído tres veces. Se demora cinco minutos contestando. Me pide «disculpas». Vuelve a hacer algún comentario inteligente y otro mensaje aterriza. Lo vuelve a leer y se olvida de mi. Me tomo el puto espresso y le digo que regreso a la oficina. Se queda sentado respondiendo su SMS sin prestar la más mínima atención a lo que acabo de decir.
Estoy en un trek. En el campo. Un amigo me acompaña. No está en muy buena forma y debe descansar cada pocos kilómetros. Cada vez que para en vez de apreciar las bellas vistas que están frente a él. Está checkeando la puta bolsa de valores o leyendo alguna idiotez que dijo algún antisemita en twitter o en alguna red social. Se enoja y sigue andando con muy mal humor.
Mi mujer me invita a comer a algún sitio. Estamos sentados esperando que nos traigan la comida. Yo siempre con mi medio litro de Paulaner. Volteo a la derecha y veo a una pareja de novios o esposos o algo. Ella concentrada en la pantalla de su teléfono. Él concentrado en el suyo. No se miran. No se hablan. Volteo a mi izquierda. Hay cuatro tipos en una mesa. Ninguno abre la boca. Cada uno de ellos recibe en la parte de abajo de su cara la tenue luz de los teléfonos en los que están sumergidos. Los restaurantes y pubs se están volviendo cada vez más silenciosos.
El hecho de estar conectados nos está desconectando. Estamos tan dentro de la realidad virtual que nos estamos perdiendo la realidad. Hablé del hecho de saber desconectarse en «des-conexión». Luis Fernando de «Alguienmedijo» escribió un post bastante interesante sobre el tema. Aunque las voces que hablan de que le conexión total es realmente nociva aún son mínimas. Estamos aumentando en número. Intento convencer a la gente que me rodea de la nocividad de la hiperconectividad en la que estamos metidos. Hablo con las personas del trabajo y les pido que no me llamen después de las cinco de la tarde. Unos piensan que estoy loco. Otros que soy un «extremista» al pedir la poca tranquilidad que hasta hace diez años atrás era parte de nuestra vida.
El problema reside en que las leyes del juego están cambiando. Tu jefe espera de ti que le respondas todas sus llamadas. O que le contestes los SMS lo más rápido posible y no importa si estás en tu casa haciéndote una paja o estás de vacaciones en el Tibet. Para ser competitivo debes ser productivo y hoy por hoy el ser productivo está basado en tu capacidad de estar conectado. Lo mismo sucede con tus amigos. Esperan que contestes a sus mensajes en facebook. Que les repliques en twitter. Que los jodas por what’s app. Sino eres un paria. Ya no eres lo que solías ser.
Bueno como lo he escrito antes. Me cago en la leche de mi jefe. No contesto el teléfono después de las cinco de la tarde. Sé que en determinadas circunstancias esto me puede costar caro. Pero prefiero correr el riesgo a estar pendiente del iphone veinticuatro horas al día siete días a la semana. Me cago en la leche de mis «amigos». La verdad es que no tengo muchos amigos. Fuera de mi perro no mucha gente suele entenderme. Los pocos que tengo son buenos. Realmente buenos amigos y los puedo contar con los dedos de una mano. No necesito redes sociales para «comunicarme» con ellos. Necesito verlos a la cara y punto.
Entiende que el deseo que tienes por estar hiperconectado es una adicción. Es una adicción a sentirte importante. Sentirte querido. Sentirte aceptado. No quieres perderte nada de lo que pasa «ahí afuera». Lo que está «ahí afuera» te parece más «interesante» de lo que está frente a ti. Así sea un paisaje hermoso. Una persona mirándote con ternura o un perro esperando una caricia. Como toda adicción está también es tratable. Solo me queda decirte estimado lector: «Piensa luego chatea…»
Francotirador Recon 3
Con esta entrada voy a terminar esta trilogía de lo que es ser un Francotirador de reconocimiento en el ejercito de Israel.
En las películas sueles ver a los francotiradores como «tipos duros»que tiran del gatillo y no les tiembla la mano nunca jamás. Bueno a mi me ha temblado y me tiembla la mano cada vez que he tenido a alguien en la mira y siempre me he preguntado si en vez de disparárle un 7.62 o un 0.5 en la cabeza hay alguna otra forma de «arreglar» las cosas. Me lo he preguntado más de mil veces en el campo con la mira en el ojo derecho y embadurnado de camuflaje. Me lo he preguntado y me lo sigo preguntando en la tranquilidad de mi casa. En el regazo de mi esposa. Rozando el hocico de mi perro. No soy un tipo duro. No soy más que un tipo entrenado en el manejo de determinado aparato. Soy un maquinista. No hay nada especial en ser un buen soldado. Los buenos soldados siempre mueren. Los que no somos tan buenos vivimos para contar lo que vimos. Unos nos excitamos contando lo que «vimos». Otros nos avergonzamos de lo que hemos visto. Yo personalmente vivo uno mezcla de ambas corrientes surcándome el pecho. Estoy aquí vivo y «entero» después de 8 años en el IDF (entre activo y reserva) y lo único que me queda decir después de todo lo «visto» y «vivido» es que no hay nada «bueno» en la guerra. La guerra es algo que no debería suceder. En la guerra no hay «buenos» ni «malos». Es la puta crueldad humana en su máxima expresión. Si puedes sacar alguna enseñanza de tanta mierda. Es que al menos te «conoces». Realmente te «conoces» a fondo para bien o para mal. Descubres los límites de tu humanidad. Te das cuenta a ciencia cierta si eres «de noble corazón» o no.
No le deseo la guerra a nadie. La gente que endiosa la guerra es siempre la gente que no ha estado en una. La guerra no es «Call of Duty». La guerra no debería «estar» pero está. Gran parte de nuestra naturaleza humana se basa en el sencillo instinto de querer lo que el resto tiene. Por ende si lo pedimos de buena manera y no nos lo dan vamos a pelear por ello. Las guerras van a continuar por siempre. Los hombres que las peleamos vamos a seguir haciéndolo hasta que la humanidad desaparezca. No soy tan «inocente» para pensar lo contrario. Aunque me gustaría que más gente tuviera un apreciación más fidedigna de lo que es «la guerra».
Un mortero te vuela en pedazos o se lleva un par de miembros tuyos. Eso es la guerra.
El olor inconfundible a «carne quemada» que te encuentras después de un bombardeo. Eso es la guerra.
Las vidas que quitaste. Eso es la guerra.
Los amigos que no van a volver o los que volvieron destrozados. Eso es la guerra.
El simple hecho de que nunca vas a volver a ver la vida de la misma manera. Eso es la guerra.
El cagarte de miedo y de no saber si todo va a terminar para ti. Eso es la guerra.
Jugar a ser dios con los que se cruzan en tu mira. Eso es la guerra.
Darte de cuenta de que eres más malo y cruel de lo que pensabas. Eso es la guerra.
Ser empujado a matar o hacer cosas que nunca hubieses hecho en ninguna otra situación. Eso es la guerra.
Un humvee explotado con cuerpos agonizantes desperdigados por el piso rogando por agua. Eso es la guerra.
El enemigo suplicando por su vida. Eso es la guerra.
El caos en el que se sumerge toda la maquinaria inmensa a la que llamamos ejercito. Eso es la guerra.
Dormir una hora por día y alucinar que todo lo que ves en un determinado instante no es más que una pesadilla. Eso es la guerra.
Oler los eucaliptos quemados. El olor de la pólvora. Y el diáfano aire nocturno. Todo en el mismo instante. Eso es la guerra.
La guerra es una putada y no sirve para nada. Eso es para mi ser un francotirador de reconocimiento en el ejercito de Israel. Después de cientos de operaciones. Puedo decir con certeza de que voy a seguir haciendo lo que suelo hacer. Pero lo voy a hacer pensando que podría haberse hecho de otra manera.
Espero no tocar el tema del ejercito un buen rato.
Francotirador Recon 2

A veces la vida es así. A veces se olvidan de ti. Los olvidos duelen. Hay unos que duelen un poco más. Hay unos que duelen un poco menos. A veces la chica que te gusta te manda para el demonio y al no llamarte un par de meses te das cuenta que se ha olvidado de ti. A veces te de despiertas en una duna junto a tu compañero bajo la brisa de Octubre con el silencio del amanecer y el azulado del cielo que muta a celeste. Y te das cuenta que el ejercito en el cual sirves se ha olvidado de ti. Como dije antes los olvidos duelen y más si son en la Franja de Gaza.
Has ido al entrenamiento básico en la mejor unidad del ejercito. Has ido a la escuela de ejercicios avanzados de las unidades de infantería. Has ido a la escuela de paracaidismo de combate. Has superado el curso LOTAR (guerra antiterrorista). Has ido a la escuela de francotiro y has terminado primero de tu clase. Has combatido en la guerra del Libano del dos mil seis. El ejercito ha invertido en ti y en tu instrucción casi un millón de shekels (trescientos mil dólares). Eres un «Ferrari» rojo y brillante con su escudito amarillo y su caballito negro. Y estás abandonado en una duna dentro de la franja de Gaza junto a un «Lamborgini Diablo». La vida es así a veces.
Gajes del oficio del francotirador.
Una noche antes nos informaron que debíamos abrir un punto de observación dentro de la Franja. Nos adentraríamos tres kilómetros después de la frontera. Nuestro equipo estaba compuesto de siete soldados. Uno de ellos un oficial. Yo iba como Segundo al mando y Primer francotirador. Venía conmigo Dima el segundo francotirador (mi pareja). Los otros cuatro soldados eran los encargados de portar. Ensamblar y activar la máquina de visión térmica con la que se harían las observaciones. A las dos de la mañana estábamos en posición. Siete soldados israelíes «observando» al enemigo dentro de su territorio. Hacía algo de frío pero estaba bien. Dentro de nuestras miras de visión nocturna se veía el mundo y la ciudad de Khan Yunis de un color verde radioactivo. Le informe al oficial que mi compañero y yo nos deslizaríamos a otra duna donde podríamos tener más rango de acción. El oficial aceptó. Nos alejamos de nuestro grupo unos cincuenta metros con dirección al sur. Abrimos nuestro puesto de francotiro y comenzamos con las mediciones. A la primera mezquita que veíamos teníamos 410 metros. Al «arco del triunfo» 500 metros. Trazamos las medidas a diversos puntos y esperamos. Cuando quise comunicarme con el oficial me dí cuenta que algo no andaba bien con mi radio. Así que regresé a la primera duna y le informé de mi problema radial. Me dijo de que en caso tuviera algo importante que decirme mandaría a algún soldado o él mismo iría a informarme. Regresé a la segunda duna con Dima. Puse mi ojo en la mira de mi M-24 y no me moví. Después de no se cuanto tiempo abrí los ojos. Me dí cuenta que estaba aclarando. Dima estaba con el ojo (cerrado) en su propia M-24. Lo desperté. Se le chorreó algo de baba de entre los labios. Le dije que nos habíamos quedado dormidos y que ya eran casi las cinco de la mañana. Dima me pidió que vaya a buscar al oficial para que nos informe de las ordenes. Conocíamos que nuestra frontera temporal para salir de Gaza era a las cinco de la mañana. Mi reloj me informaba que eran las cuatro y cincuenta y siete. Me arrastré hacia la duna donde deberían estar mis compañeros. Lo que vi me horrorizo e hizo que casi me cague encima. El oficial y los otros cuatro soldados no estaban.
Lo primero que pensé fue en que los habían secuestrado. Pensé en que una patrulla de Hamas nos había visto acercándonos y nos habían hecho una emboscada. Pero luego se me ocurrió que si eso se hubiese dado al menos alguno de los cinco soldados o alguno de los terroristas debía por lo menos haber disparado un par de tiros. No podía ser posible de que me haya quedado tan dormido hasta límite de no haber escuchado un puto combate a cincuenta metros de mí. Regresé donde Dima. Le conté la situación. Le informe que no quedaba nada de la Kita (pequeña unidad de combate del ejercito de Israel) Dima me pregunto que demonios haríamos. Yo no supe que responder.
Lo único que sabía era que con cada minuto que pasaba el cielo se tornaba más celeste. Había más luz y nos estábamos convirtiendo en blancos demasiado fáciles de ver. No importaba que estuviésemos envueltos en Ghillie Suits. Los de Hamas no son tan estúpidos como para no reconocer dos bultos que se mueven de cuando en cuando e interpretar que se trata de dos soldados israelíes. Probé la radio de nuevo. No conseguí hacer contacto con nadie. Le pedí a Dima que guardemos las M-24 en sus respectivos envoltorios y que nos movamos solo con las M-4 rumbo hacia la verja electrónica que separa Israel de Gaza. La entrada por la que habíamos entrado ayer estaba a tres kilómetros de nosotros. Nos quedaba correr entre las dunas lo más rápido que pudiéramos. Le pedí a Dima que no se separé más de diez metros de mí. Y empezamos a correr rumbo este. Rumbo a Israel. Correr en la arena cansa y correr con un ghillie suit te sobre calienta de manera inusual. Suma a eso los veinticinco kilos de equipo que tienes sobre tu cuerpo. Al cabo de un «K» estábamos más que fatigados. Pero la luz del alba nos aterrorizaba y nos subía de manera inconsciente la adrenalina hasta los limites. Seguimos corriendo. De pronto a lo lejos divisamos la verja. Otra cosa que se me cruzo por la mente fue que quizás el ejercito pensaría que eramos dos terroristas suicidas que nos estábamos acercando a la frontera con tal de hacer un atentado y que algún retardado de la orden a algún tanque de volarnos en pedazos. No podía usar la radio para informar que eramos nosotros. El Ferrari y el Lamborgini que tanto le habían costado al ejercito. A quinientos metros de la compuerta de entrada o de salida divisé un movimiento inusual de soldados israelíes a lo lejos. Observé cinco que ingresaban en territorio de la franja y corrían desesperádamente en nuestra dirección. Doscientos metros después comprobé que se trataba de nuestra Kita. La misma que con la que habíamos entrado en Gaza en la noche. ¡¡¡¡No los habían secuestrado!!!!. Se les veía bien corriendo en nuestra dirección. Entonces ¿Qué demonios había pasado?
Lo primero que hizo el oficial fue preguntarnos si estábamos bien. Le respondimos que sí. Juntos salimos hacia la compuerta y entramos en territorio israelí. Le dije que pensé que los habían secuestrado. El me dijo que pensó lo mismo de nosotros. Me dijo que se habían quedado dormidos y se despertaron a las cuatro y treinta. Él mismo fue a buscarnos a nuestra duna y no nos encontró. Le dije que las cuatro y treinta yo estaba en mi puta duna durmiendo. Él me dijo que se desespero al no encontrarnos. Estaba muy oscuro y nosotros con los Ghillie suits habíamos perdido cualquier vestigio de forma humana. Llamó por radio al comando. Le dijeron que regrese a Israel. Que si en caso nos movíamos. Las cámaras térmicas nos verían. Cuando él cruzo la frontera le informaron que habían dos seres humanos que se acercaban a la frontera. Venían del cuadrante donde se había establecido el punto de observación. Era casi cien por ciento seguro que eran los dos francotiradores perdidos.
Dima y yo habíamos pasado treinta minutos completamente solos en la franja de Gaza. Uno de los sitios más peligrosos del mundo para cualquier soldado occidental y en particular para un soldado israelí. En caso de haber sido capturados se hubiesen dado un buen festín con nosotros. Sentimos alivio a le vernos entre amigos de nuevo. Pero sentimos algo de desazón también. Porque a veces se cometen errores infantiles que pueden costarte la vida. El problema reside en que en un ejercito con tantas misiones por día ese tipo de errores suele cometerse muy a menudo.
Continuara…
Francotirador de Recon
A la mayoría de gente la frase «francotirador de reconocimiento» les suena sexy. Al menos interesante. Cuando le cuento a alguien a lo que me dediqué en el ejercito me pide que le cuente detalles. Pormenores. Truquitos e historias interesantes de lo que es ser un «francotirador de reconocimiento» en un país embadurnado de guerra como lo es Israel.
Hay dos tipos de personas en el mundo. A los que le gustan las películas de guerra por ende les encantan mis historias. Y hay los que suelen ser pacifistas y que repudian y hacen puchero cada vez que sale un veterano contando alguna cosa que vio o hizo en la guerra. Si eres un pacifista y haces pucheros cuando escuchas a hablar a alguien de bombas y sangre. Para aquí. Y léeme en otro post o no me leas nunca más. En verdad preferiría que no me leas más. No soy muy participe del pacifismo ya que sé que nunca vamos a vivir en paz así lo intentemos. Siempre «alguien» va a intentar meterle el dedo al resto. Así que si sigues leyendo esta historia estás corriendo tus propios riesgos.
Después de la pequeña advertencia de arriba voy a ir al grano de este post. Una historia de guerra. En Israel a las historias de guerra se les llama Morak. Este es un Morak acerca de ser un francotirador de reconocimiento.
Ser un francotirador de reconocimiento no es sexy. Es más bien. En el mejor de los casos: Bastante tedioso. Sueles ir con la compañía de reconocimiento cargado de equipo. Llevas dos sistemas de armas. El sniper system M-24 o M-40 dentro de una mochila larga como un ataúd. Más tu fusil automático M4 (Obviamente súmenle a eso la munición idónea para cada tipo de arma. Más la comida. Más el agua) Ellos se encargan de «sembrarte» en cierto punto. A partir de ahí tú y tu pareja pasan al estado de autonomía. El estado de autonomía significa que tienes que caminar por lo menos unos diez kilómetros en territorio enemigo sin ser visto (Se hace usualmente de noche. Despacio. Dando prioridad al silencio que a la velocidad de llegada) hasta un punto marcado en el mapa (preferiblemente una cima si es en campo abierto o un edificio si es en terreno urbano) En ese punto debes esperar por ordenes. Las ordenes pueden llegar dos minutos después de nuestro arribo hasta setenta y dos horas después del mismo. Nuestra autonomía no puede durar más de setenta y dos horas. Por la cantidad de comida y agua que traemos con nosotros. Luego de asegurar el perímetro (En campo abierto es mucho más fácil porque prácticamente no te sueles encontrar a civiles subiendo a las laderas de las montañas. Salvo pastores de ovejas y cabras. En cambio en terreno urbano. Si llegas a un edificio y eliges uno de los departamentos. Tienes que neutralizar a los que viven o trabajan ahí. Neutralizar se presta a muchas interpretaciones. Pero lo que solemos hacer es poner a toda la gente en un cuarto. Amarrarles las manos y los pies. Cerrarles la puerta y comenzamos a hacer nuestro trabajo. Una vez terminado. Los soltamos y les damos las gracias por su cooperación). El trabajo comienza cuando empezamos con las mediciones de diversos puntos hacia los cuales podríamos disparar si se diera el caso. Inventamos un lenguaje común para nosotros. Al edificio de color rosado lo llamamos «rosa». Al árbol en medio de la plaza los llamamos «solitario». Al mercado de fruta lo llamamos «plátano». Y así sucesivamente. Así tenemos que después de unos minutos sabemos que desde nuestra posición a la «rosa» hay cuatrocientos setenta metros. Al «solitario» trescientos cincuenta. Al «plátano» ciento veinte. Sabemos también la velocidad y la dirección del viento en ese determinado instante. Así que si recibimos la orden. Equilibramos un poquito las miras en lo que a nuestro objetivo se refiere. Poso la mira telescópica en su cabeza o en su pecho (depende de la distancia a la que se encuentre el objetivo. Después de cuatrocientos metros es difícil pegarle a alguien en la cabeza si es que se está moviendo. Si quieres «asegurar« el disparo debes apuntarle al pecho que es el lugar donde más «blanco» te ofrece) y esperamos la orden. Una vez recibida la orden. Mi compañero comprueba por última vez las medidas. Me dice que esta «encima». Yo le respondo que estoy «encima» también. El comienza la cuenta regresiva: 3, 2, 1, fuego. Yo presiono el gatillo. La física se encarga del resto si nuestros cálculos son correctos y no me he movido nada en el momento del disparo. Setenta y dos por ciento de probabilidad que mi bala pegue en la cabeza del objetivo a los cuatrocientos cincuenta metros. Un segundo después observo la pequeña figura caer. Luego moverse un poco en el piso. Luego dejar de hacerlo. Luego silencio. La gente suele salir disparada después de escuchar un disparo y ver morir a alguien cerca suyo. Éxito. El trabajo hecho. La compañía de reconocimiento «aparece» de pronto en la aldea o en el campo para recogernos. Entramos a uno de los Humvee. Salimos volando del lugar antes de que empiece la fiesta y los malos se despierten. Hasta este punto es como se ve en las películas o más o menos lo que la gente suele imaginar.
El problema está en las cosas que no sueles imaginarte (osea las que no salen en las pelis). Por ejemplo: Las tediosas horas de espera en las que hablas con susurros o algo tan simple como el evacuar: Has estado setenta horas esperando una orden. No puedes dejar solo a tu compañero ni un minuto ni él te puede dejar a ti. ¿Entonces se imaginan lo que es cagar y mear en una situación así? En terreno abierto. Como en todo. Las cosas son más fáciles. Te arrimas hacia un lado con tu traje camuflado y echado en el piso meas. La tierra sedienta absorbe los meados rápidamente. Cagar es otro cuento. Debes esperar a la noche o cagarte en los pantalones. Sueles esperar a la noche. Sacas una bolsa de nylon. Con ella forras la parte interior de tu casco. Te sientas sobre el y renuncias a todas tus miserias. Luego cierras la bolsa con un buen nudo y la dejas a tu lado expectante. Al fin de la misión te la llevaras contigo en tu mochila. En terreno urbano la cosa se complica. Debes mear en el cuarto en el que has abierto el puesto de francotiro. Este no suele ser un baño. Ya que en los baños no hay muy buenas ventanas. Así que meas en una botella de Nestea sabor durazno. Gran parte de tu pipi se chorrea al piso y más tarde va a oler a Satanás. A veces se acaban las botellas vacías y debes mear en el piso. Después de casi tres días ese sitio huele al demonio. Cagar es lo mismo que en terreno abierto. Tienes unas bolsas de nylon y cagas dentro del casco con ellas puestas. Tu compañero suele taparse la nariz y mirar hacia otro lado en los momento en que pujas y orquestas tu pequeña sinfonía de pedos. Nop. Eso no nos enseñan en las películas. Como tampoco que hacer cuando el ejercito en su inmensa e infalible sabiduría se olvida de ti en territorio enemigo. Digamos en la Franja de Gaza.
Continuará…