Realidad Virtual

Mi esposa sentada en el sofá riéndose sola mientras sostiene el teléfono. Riéndose a carcajadas. Luego teclea algo en la pantalla táctil del mismo. Se escuchan los pequeños «tic tic tic» del nacer de las letras en el tablero virtual del iphone. Yo quedo de lado mientras me miro las pelotas y pienso en el puto día en el que se invento la puta realidad virtual. Mi perro hace un ruido triste. Yo hago un ruido triste. Ella no presta atención.

Mi jefe me invita un espresso doble y cremoso. Cien por ciento café arábica. Estamos sentados en una mesa en algún café de la zona más ricachona de Israel. Me habla del Líbano y del coche bomba de la semana pasada. Me habla de Siria y de las armas químicas. Me habla de…     Un mensaje de texto aparece en su teléfono. Deja la conversación de lado y procede a contestar el mensaje después de haberlo leído tres veces. Se demora cinco minutos contestando. Me pide «disculpas». Vuelve a hacer algún comentario inteligente y otro mensaje aterriza. Lo vuelve a leer y se olvida de mi. Me tomo el puto espresso y le digo que regreso a la oficina. Se queda sentado respondiendo su SMS sin prestar la más mínima atención a lo que acabo de decir.

Estoy en un trek. En el campo. Un amigo me acompaña. No está en muy buena forma y debe descansar cada pocos kilómetros. Cada vez que para en vez de apreciar las bellas vistas que están frente a él. Está checkeando la puta bolsa de valores o leyendo alguna idiotez que dijo algún antisemita en twitter o en alguna red social. Se enoja y sigue andando con muy mal humor.

Mi mujer me invita a comer a algún sitio. Estamos sentados esperando que nos traigan la comida. Yo siempre con mi medio litro de Paulaner. Volteo a la derecha y veo a una pareja de novios o esposos o algo. Ella concentrada en la pantalla de su teléfono. Él concentrado en el suyo. No se miran. No se hablan. Volteo a mi izquierda. Hay cuatro tipos en una mesa. Ninguno abre la boca. Cada uno de ellos recibe en la parte de abajo de su cara la tenue luz de los teléfonos en los que están sumergidos. Los restaurantes y pubs se están volviendo cada vez más silenciosos.

El hecho de estar conectados nos está desconectando. Estamos tan dentro de la realidad  virtual que nos estamos perdiendo la realidad. Hablé del hecho de saber desconectarse en «des-conexión». Luis Fernando de «Alguienmedijo» escribió un post bastante interesante sobre el tema. Aunque las voces que hablan de que le conexión total es realmente nociva aún son mínimas. Estamos aumentando en número. Intento convencer a la gente que me rodea de la nocividad de la hiperconectividad en la que estamos metidos. Hablo con las personas del trabajo y les pido que no me llamen después de las cinco de la tarde. Unos piensan que estoy loco. Otros que soy un «extremista» al pedir la poca tranquilidad que hasta hace diez años atrás era parte de nuestra vida.

El problema reside en que las leyes del juego están cambiando. Tu jefe espera de ti que le respondas todas sus llamadas. O que le contestes los SMS lo más rápido posible y no importa si estás en tu casa haciéndote una paja o estás de vacaciones en el Tibet. Para ser competitivo debes ser productivo y hoy por hoy el ser productivo está basado en tu capacidad de estar conectado. Lo mismo sucede con tus amigos. Esperan que contestes a sus mensajes en facebook. Que les repliques en twitter. Que los jodas por what’s app. Sino eres un paria. Ya no eres lo que solías ser.

Bueno como lo he escrito antes. Me cago en la leche de mi jefe. No contesto el teléfono después de las cinco de la tarde. Sé que en determinadas circunstancias esto me puede costar caro. Pero prefiero correr el riesgo a estar pendiente del iphone veinticuatro horas al día siete días a la semana. Me cago en la leche de mis «amigos». La verdad es que no tengo muchos amigos. Fuera de mi perro no mucha gente suele entenderme. Los pocos que tengo son buenos. Realmente buenos amigos y los puedo contar con los dedos de una mano. No necesito redes sociales para «comunicarme» con ellos. Necesito verlos a la cara y punto.

Entiende que el deseo que tienes por estar hiperconectado es una adicción. Es una adicción a sentirte importante. Sentirte querido. Sentirte aceptado. No quieres perderte nada de lo que pasa «ahí afuera». Lo que está «ahí afuera» te parece más «interesante» de lo que está frente a ti. Así sea un paisaje hermoso. Una persona mirándote con ternura o un perro esperando una caricia. Como toda adicción está también es tratable. Solo me queda decirte estimado lector: «Piensa luego chatea…»

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