Evolución

Hace nueve años comencé el entrenamiento básico en una unidad de élite del ejercito. He aprendido muchas cosas en el tiempo que ha pasado desde aquel agosto del dos mil cinco. El clásico aprendizaje militar de élite que te conlleva a saber como volar una puerta. Navegar y orientarte. Camuflaje y supervivencia. Paracaidismo. Aguantar el peso. Descolgarte de un helicóptero. Volarle la cabeza a una mosca a ochocientos metros de distancia.  Aguantar los kilómetros bajo tus pies. Tácticas de guerra urbana. Tácticas de guerra en campo abierto. Contra terrorismo. El uso de una amplia gama de armamento. A esperar y esperar. A entender que dudar es más peligroso que una unidad terrorista en tu flanco.

He aprendido eso pero eso no es lo único que he aprendido. Las tonteras y juguetes del ejercito las puede dominar hasta el más boludo con tal de que tenga un poco de aguante. Esas son las cosas más fáciles de aprender y las que todos, al fin de un entrenamiento de un año y medio, salen sabiendo.

Gran parte de mi amor por lo simple y de mi satisfacción por lo poco se lo debo a los años que vinieron después de aquel entrenamiento. Los años en los que me tocó pasar por dos guerras. Por el hecho de haber perdido  unos amigos y ver otros tantos heridos.  Puedo decir que lo más valioso que he sacado del ejercito lo aprendí después. Sencilla y llanamente la perspectiva que usé toda mi vida para observarme a mi mismo y saber si soy «exitoso» o un «fracasado» o mejor dicho la perspectiva que me inculcaron mis padres, mi familia y la sociedad sobre lo que es ser una persona exitosa o no. Bueno esa perspectiva murió en algún lugar del medio oriente. Y dio paso a mi actual «manera de pensar».

No me gusta lo simple porque está de moda. No me gusta lo simple porque haya leído del tema en algún diario, revista o blog. No. Me identifico con la simplicidad porque he «evolucionado» hasta ella. Después de lo que he visto con mis propios ojos he llegado a entender que todo este juego de ir al centro comercial a comprar ropa nueva o comprar un auto con turbo o competir en las charlas banales con tus amigos: Que si viajaste aquí o allá. Que si estuviste en el Luvre o no. Que si tu empresa se ha dado cuenta que eres el nuevo niño prodigio. Que si tus hijos son cuasi perfectos. Que si tu vida es de puta madre y mucho mejor que la del resto…Ustedes me entienden. Ese juego no lo quiero jugar más. Me gusta lo simple porque realmente he descubierto la belleza en las cosas simples de la vida.

Cuando estaba en medio del bullicio y el desorden del combate en lo único que pensaba era en vivir. Solo quería vivir. No quería un Ferrari rojo o un millón de dolares en mi cuenta bancaria. Solo quería ver otro día más. Y cuando tenía tiempo para desear más en medio de los tiroteos. Solo quería abrazar a mi mujer. Verla a la cara una vez más. Aunque sea una vez más. Tocarle el cabello. Decirle cuanto la amo. Lo demás. Las cosas. La plata. Las socialmente aceptadas medidas del éxito me resultaron tan infantiles e inútiles que me daba risa como me podía haber estado preocupando por ellas los primeros veintiocho años de mi vida.

Eso es lo que aprendí del ejercito. Del combate. De la guerra. Que la vida es putamente y dolorosamente efímera. Que los vivos pasan a estar muertos en nada de tiempo. Que no quiero gastar mi pequeña vida compitiendo con el resto. Que las caricias. Los abrazos. Los «te amo» valen demasiado y te hacen rico. Que el sencillo hecho de que llegues al día siguiente, es ya, un logro. Que cada uno debe vivir como quiere y como le sienta bien porque la vida es algo que se escurre entre los dedos más rápido de lo que creemos.

Yo he elegido vivir simple porque he entendido que lo más importante para mí es lo que ya tengo. Estoy vivo. Estoy sano. Amo a mi esposa. Amo mi vida.

Creo que ya lo escribí en algún lado. No todos tienen que pasar por lo que yo he pasado para simplificar. Yo he llegado a lo simple por el camino difícil. Por haber demolido  todo lo que creía y haber encontrado que los escombros son lo más hermoso de la tierra. No todos son cabezas de chorlito como yo. A algunos solo les falta mirar a los lados y entender que su vida es de la puta madre y que no hay que ir por ahí desesperados por más.

He evolucionado hasta lo simple. Y me siento bien.

Comparaciones

Las cosas NO necesariamente te hacen feliz. Quizás debería decir que NO te hacen feliz nunca. Al comprar algo nuevo sueles sentir algunos momentos de satisfacción. Es verdad. Aunque también es verdad que esa satisfacción se desvanece bastante rápido.

Las cosas no te hacen feliz porque la FELICIDAD NO ESTA EN LAS COSAS ni en ningún lado. La felicidad es una utopía inalcanzable. Podemos sentirnos felices pero no podemos ALCANZAR LA FELICIDAD.

Nuestra cultura y el sistema de consumo en el que vivimos nos empujan a la adquisición de bienes supuestamente necesarios, que nos van a hacer la vida más útil, que nos van a sacar una sonrisa de los labios, que nos va a hacer los mejores y más productivos seres humanos.

Quieres viajar más rápido, compra Honda.

Quieres correr más rápido, usa Nike.

La publicidad funciona de una manera extremadamente básica y usa la necesidad que tenemos de compararnos con el resto para introducir sus propuestas de hacerte más feliz, productivo, guapo, interesante, elegante, sexy, rápido, saludable que los demás.

Consumimos porque nos comparamos con los demás y no nos queremos quedar atrás mientras el resto consume.

¿Qué pasaría si todos están a la moda y tú no?

¿Qué pasaría si todos tienen ya el último artilugio tecnológico y tú no?

¿Qué pasaría si todos comen en sitios de moda y tú lo haces en casa?

Pues la respuesta es NADA. Las modas pasan. Existen para que compres cada cuatro meses una nueva colección de ropa. La tecnología avanza cada día. No puedes mantenerte al día siempre con ella. Ademas un iphone 4 funciona igual de bien que un 5S. Si no comes en un sitio de moda lo único que sucede es que ahorras dinero. Nada malo pasa si el resto hace cosas y tú no las haces.

El primer paso para minimalizar nuestras conductas nocivas es:

DEJAR DE COMPARARNOS CON EL RESTO.

Hablando desde mi experiencia personal. Desde que he dejado de compararme con lo demás (aunque a veces recaigo) . Me siento mucho mejor. Menos estresado. Me he quitado el gran peso de encima que «alguien»(la educación, los padres, la sociedad) puso en mí en la infancia. Soy más libre y más sereno. Soy una versión light de mi mismo. Por ende consumo menos, porque la gran presión por consumir se ha ido extinguiendo de a pocos.

Veo mi casa y como poco a poco se va vaciando de cosas inútiles. De adornos sin sentido. De recuerdos de viajes pasados. Y en cambio veo espacio. Orden (aunque tengo que trabajar mucho en este punto aún) y simpleza.

Vale la pena.

 

 

 

 

 

Yo puedo

Puedo subirme a un avión y saltar de él.

Puedo cruzar los Himalayas a pié.

Puedo ejercitarme a diario.

Puedo escribir.

Puedo hablar.

Puedo expresarme.

Puedo dar sin dolor.

Puedo cambiar.

Puedo afrontar a la muerte sin miedo.

Puedo amar sin vergüenza.

Puedo decir lo que pienso.

Puedo alegrarme con lo poco.

Puedo sentir mucho.

Puedo ser mejor.

Puedo ser amigo.

Puedo ser hermano.

Puedo ser familia.

Puedo entender la vida en su inmensa belleza.

Puedo sonreír corriendo frente al mar mientras la brisa me roza la cara. Mientras las gotas de agua salada me salpican los poros. Mientras el sol cae. Mientras el cielo se torna naranja y me hace entender que tengo suerte de ver lo que veo. Oír lo que oigo. Sentir lo que siento. Amar lo que amo y poder lo que puedo.

Simplificando:

YO PUEDO.

Yo siempre tengo la razón

Si empiezo un proceso de minimalismo en mi vida debo llevarlo a todos los rincones de la misma. No puedo simplificar las cosas físicas que me rodean solamente. Deshacerme de lo sobrante y de lo superfluo que ronda por mi casa y mi oficina está bien pero no es solo eso.

Gran parte de minimalizar se basa en reducir comportamientos. Hábitos. Actitudes que nos causan daño a nosotros o al resto. Estos los podemos remplazar por nuevos comportamientos. Hábitos o actitudes diferentes que nos ayuden a crecer o en su defecto no remplazarlos con nada.

Una de las actitudes que ha marcado mi vida y que siempre me ha traído problemas con el resto de personas que me rodean y conmigo mismo es pensar «que siempre tengo la razón». Que yo estoy en lo correcto y que mi interlocutor no. Que yo estoy tomando la decisión correcta y mi pareja no. Que sencilla y llanamente «yo lo sé todo».

He trabajado sobre esto unos cuantos años ya. He prácticamente eliminado ese egocentrismo filosófico de mi vida. Los que me conocen de antaño se dan cuenta que al menos en ese aspecto no soy el mismo de antes. Eso me hace sentir relativamente bien por el esfuerzo que le metí y que le sigo metiendo para cambiar una actitud que no me traía más que problemas.

Pero como en cualquier otra cosa que intentemos cambiar en la vida. El cambiar actitudes y moldear hábitos consiste en un esfuerzo diario. En recordar lo que estás intentando cambiar y tienes que ser consciente que en cualquier momento puedes recaer.

Mi última gran recaída (en esto de YO SIEMPRE tengo la razón) la tuve hace como un mes.

Era una noche sin luna. Principios de Octubre. Mi unidad estaba realizando entrenamientos de navegación nocturna en territorio enemigo. El ejercicio mayormente se basaba en que cada uno de nosotros aprendía la ruta de navegación de principio a fin. Y un oficial de alto rango se encargaría de decidir a lo largo del camino quien ejercería de navegador por unos cinco kilómetros. Al final de estos. Otro de nosotros lo remplazaría por otros cinco Kilómetros y así sucesivamente hasta terminar los cuarenta Kilómetros que teníamos programados «explorar» aquella noche.

Fuimos progresando de a pocos con el primer oficial (navegante)  al mando. Revisando el mapa. Él considero deslizarnos al sur pegados a un río que corría a nuestra izquierda. Comenzamos la caminata y al cabo de diez minutos entendimos que estábamos en un lugar demasiado en pendiente para caminar de una manera segura. Si uno de nosotros resbalaba caería sin remedio al río que se encontraba cuarenta metros pendiente vertical abajo. A la media hora decidimos  acercarnos al navegante y decirle que su ruta estaba siendo (por usar un eufenísmo) Riesgosa. Él aceptó la responsabilidad del asunto pero nos dijo que volver por donde habíamos venido sería igual o peor de lo que ya habíamos pasado. Y que solo nos quedaban un par de Kilómetros para salir de la zona de caída libre al río. Continuamos caminando por un terreno de medio metro de grosor pegándonos lo más que podíamos a la montaña. A mis espaldas sentía el vacío de la caída y me dediqué a clavar con ímpetu las uñas en la tierra y rocas que me permitían sujetarme y no caer. Progresamos poco a poco. Con todo el equipo de combate sobre nosotros no eramos la mejor muestra de agilidad alpina. La m-4 se me atascaba contra la pared rocosa así que la tiré a mi espalda y con su peso atrás mío sentí que perdería el equilibrio. Miedo. Mucho miedo. Me aferré como un gato a la roca. Seguimos el camino. El terreno poco a poco se fue anchando y el desnivel con respecto al río fue disminuyendo y ya. Una hora después estábamos en el lecho del mismo. Riéndonos de nuestras caras de terror de unos minutos antes.

El siguiente navegante tomó el mando y nos llevo al lado del río por cinco kilómetros dentro del valle sin ningún sobresalto en especial salvo una verja de alambre que tuvimos que cortar con mi Letherman. Hace años que no había visto una noche tan oscura. A  dos  metros  de mí perdía de vista al hombre que estaba delante mío. Solo escuchaba sus pasos en la oscuridad. Los perros de las aldeas nos escuchaban también y ladraban. A veces parecía un coro canino reciviéndonos con villancicos. Nos mantuvimos en el valle por unos quince kilómetros (y tres navegadores) más. Luego el penúltimo navegador nos llevo en dirección sureste por un par de colinas camino a la aldea donde deberíamos terminar el ejercicio. No sobresaltos. Todo perfecto. Todo oscuro. Yo era el último navegante de la noche y mi tramo era un poco más largo. Según el mapa no debería haber tenido ningún problema en encontrar la ruta hasta la aldea. Así que me puse al frente y caminé con decisión en medio de las colinas negras que me rodeaban. Eran las tres de la mañana. Mi hora límite eran las cuatro treinta. Aceleré el paso.

Una hora después estaba perdido. Sabía en que dirección estaba la aldea y sabía como llegar a ella. Pero no podía encontrar la ruta que yo había diseñado para hacerlo. Podía cortar por campo abierto y subir unas colinas y bajar y encontrar las luces de la aldea. No tendría problema con eso. Salvo que el terreno era escabroso y con la visibilidad prácticamente inexistente era peligroso llevar un grupo de soldados con veinte kilos de peso en su cuerpo de paseo por esos lares. Alguien se podría fracturar algo o caer en alguna quebrada. No era seguro en absoluto. Y yo lo sabía.

En el ejercito usamos aviones no tripulados llamados Drones. El coronel a cargo del ejercicio me llamó por radio  y me dijo que si no sabía como llegar a la aldea que usara al Drone para que me guiara. Usar al Drone para mí era como aceptar que había fracasado y aceptar que no sabía llegar a la aldea (lo que sí sabía) Todos mis compañeros habían hecho sus partes de la navegación sin sobresaltos (salvo el primero) y me dio cólera aceptar de que YO NO SABIA como llevar a esos hombres a la aldea por un camino seguro.

-No necesito al Drone señor- fue lo único que dije.

Doblé el mapa. Lo guardé en la cartuchera sujeta a mi pierna y caminé hacia las colinas por un terreno que sabía que podía dañar a alguien. Los hombres me siguieron.

Dos horas después con un retraso de media hora estábamos en la aldea. Los hombres estaban reventados por el terreno inhumano que les había hecho cruzar. Tres de ellos tenían los tobillos inflamados por torceduras y esguinces. Yo tenía los codos explotados por una caída. Me sentí un imbécil viendo a todos aquellos hombres hechos mierda por mi culpa. Por pensar de que tengo la razón inclusive cuando sé que no la tengo. Por no poder aceptar de que soy un ser humano simple que sabe muy pocas cosas. Y que la vida y salud de la gente están muy por encima de mi tonto orgullo.

Unos cuantos de mis compañeros me felicitaron por la navegación. Aunque yo sabía que lo hacían para que no me sintiera mal con la embarrada que me había metido por no aceptar ayuda. Otros me miraban con cólera porque pensaban que era un boludo egocéntrico que no aceptó ayuda cuando debió.

Eran las cinco de la mañana. Hacía mucho frío. Era la noche más oscura que había visto jamás y mi orgullo estaba hecho un desastre.

Espero haber aprendido a NO tener la razón.

 

 

 

Vídeo

Tres cosas que aprendí mientras mi avión se estrellaba

Ric Elias es un hombre que pasó por lo que muchos de nosotros necesitamos pasar para entender que la vida es simple y que las cosas importantes son pocas. A veces hay que estar cerca al fin para ver las cosas desde una perspectiva más sana ¿y porque no? Mucho mejor.

Ric se encontraba en el vuelo 1549 que hizo el recordado aterrizaje forzoso en el río Hudson en el 2009. Lo que vio. Oyó y sintió en ese día y la perspectiva que ganó es lo que quiere compartir con nosotros por medio de una entrañable conferencia.

Como ya expuse en un post anterior. A veces tenemos que vivir experiencias tajantes que metan una buena cachetada a nuestras creencias para poder cambiar. A mi me pasó y supongo que a Ric Elias también. Aunque no es «realmente necesario» que esto suceda. Puedes ganar perspectiva con solo quererlo y pensar en ello. Con el solo hecho de ser consciente.

 

Aquí les dejo la conferencia que Ric dio en TED.

Como buena conferencia minimalista solo tiene tres puntos importantes.

 

Satisfacción

Años atrás mi familia tenía un bar. Mi hermano y yo solíamos atender la barra. Preparábamos los tragos. Poníamos la música. Lavábamos los vasos. De cuando en cuando nos peleábamos a puños con los revoltosos. Los tirábamos a trompicones a la calle. Dos minutos después continuábamos sirviendo tragos. Le volvíamos a pegar a algún que otro tipo que no entendía que estaba ebrio. Poníamos nuevamente algún bolero de antaño y escuchábamos todo lo que un grupo de tipos subidos en copas tenían que decir.

Los borrachos golpeados (por nosotros) a veces se quedaban en los exteriores del bar tirados un buen rato. Dormían una siesta de algunas horas en la acera y luego se iban tambaleándose a sus casas.

Al día siguiente siempre volvían por más.

En esos tiempos solía hacerme todo tipo de preguntas existenciales como por ejemplo:

¿Porqué demonios (esas personas) vuelven al sitio donde un par de adolescentes les rompen la madre día tras día?

La respuesta no era tan difícil: Porque eran alcohólicos.

Y ¿Porque demonios la gente se volvía alcohólica?

Esa respuesta era más difícil de conseguir. Me dí cuenta después de hablar con un sin fin de personas alcohólicas en todos los grados existentes que cada uno tenía una razón específica de «el porque yo tomo». Habían una que otra razón graciosa. Otra por ahí estereotipada. Otras sin sentido alguno. Para muestra un par de botones:

  • Mi mujer me dejó.
  • Mis hijos no me hablan.
  • Perdí mi trabajo.
  • Alguna vez fui un gerente y tuve dinero.
  • Sin alcohol me pongo triste.
  • Mi vida es una mierda.
  • La vida es una mierda.
  • La gente es una mierda.
  • Soy muy sensible y sufro.
  • Soy homosexual y no puedo decírselo a nadie.
  • Los capitalistas dominan el mundo.
  • Al Che Guevara lo traicionó Fidel.
  • Los negocios se van a pique.
  • Hoy juega el Barca o la selección.

Y un largo etcétera que tomaría cinco posts como este, enumerar.

Han pasado muchas aguas por debajo de algún puente desde aquel entonces. Y yo he aprendido unas cuantas cosas de la vida y sobre la vida. He llegado a entender porque la gente se alcoholiza o recurre a las drogas. Porque come en exceso o fuma sin parar.

Lo hacen porque sufren. 

Sufren con lo que su vida es. Con las personas que los rodean. Con la realidad que les toco vivir. Sufren porque sus cuerpos son feos. O ya no son tan jóvenes. Sufren porque no son amados. Sufren porque no están satisfechos con lo que son y con lo que tienen.

Sufrimos porque estamos insatisfechos.

El no estar satisfecho nos lleva al NO aceptar.

  • No acepto la realidad. Quisiera que sea diferente.
  • No acepto mi cuerpo. Quisiera que sea más bonito. Más delgado. Más musculoso. Mas bronceado.
  • No acepto a mi pareja. Quisiera que sea más ordenada. Mas sexy. Más intrépida.
  • No acepto que NO PUEDO CONTROLAR casi nada de lo que sucede en la vida. Y sufro.

Así que LA INSATISFACCIÓN ES NUESTRO DOLOR MAS GRANDE.

No acepto la realidad como es. Estoy insatisfecho con ella. Entonces recurro a pequeños hábitos que me hacen más llevadero el asunto. El beber. El fumar. El comer en exceso. Este tipo de hábitos nos dan gratificaciones pasajeras que nos hacen sentir excelente en un determinado instante. Cuando se acaba su pequeño efecto positivo. Nos volvemos a sentir igual o peor de lo que nos sentíamos antes.

Nos volvemos a sumergir en el mar de la INSATISFACCIÓN.

Pero podemos sentirnos satisfechos todos los días y no es tan difícil.

La satisfacción o insatisfacción son solo dos estados mentales. Manejables (valga la redundancia) desde la mente. Tenemos que ser conscientes de que podemos decidir sentirnos satisfechos. Hoy. Ahora. En este preciso instante. Yo recurro al hábito de pensar en las cosas buenas que tengo. En las cosas buenas que la vida me ha dado. Me fijo en lo pequeño que hay a mi lado (como buen aprendiz de minimalista) y me siento rico. Realmente rico.

  • Estoy sano.
  • Tengo amigos. Pareja. Padres.
  • Tengo tiempo para hacer cosas.
  • Estoy vivo.
  • Entiendo lo inmensamente frágil que es la vida.
  • Tengo ganas de hacer solo cosas que me gustan.

Pienso en unas cuantas cosas así y ¿como no sentirme satisfecho? Lo pequeño me hace rico a mi y a la gran mayoría de los seres humanos. La satisfacción está en entender que la vida es hermosa  solo por el hecho de que estamos vivos. Y punto.

Estar satisfecho es una decisión personal. Es dejar de querer lo que no es importante y darte cuenta que hoy, en este preciso instante tienes todo lo que realmente importa. Solo mira a tu alrededor y sonríe.

Afrontar problemas…de a pocos

Desde hacer una maratón. Pasando por terminar la carrera universitaria. O hacer ejercicio a diario son situaciones que necesitan de  nuestra más alta capacidad de resistencia. Cuando pensaba que correr 42 Km era imposible. Pues era imposible para mí porque me sentía abrumado con la magnitud de la distancia. Veía TODOS los cuarenta y dos kilómetros juntos encima mío y no me atrevía a correr ni uno. Así que siempre me dije que nunca iba a poder  TERMINAR una maratón. Porque jamás me iba a atrever a correr alguna de lo larga que era.

El secreto de sobrellevar cualquier problema de proporciones «colosales»  es conformarte y nada más que conformarte con LLEGAR A LA PRÓXIMA COMIDA.

¿Llegar a la próxima comida?

¿Cómo es eso? te estarás preguntando.

Pues así.

Gran parte de mi vida la he dedicado a la milicia. En los entrenamientos exigentes de mi unidad nos enseñaron (quizás sin querer, quizás queriendo) una gran pastilla del alma: Que el dolor y el sufrimiento terminarían en algún momento. Y ese momento tendría que llegar ANTES de la próxima comida.

Si nos despertaban a las cuatro de la mañana y nos hacían rodar por un campo llenos de cactus. Sabíamos que para las seis treinta estaríamos sentados en el comedor tomando el desayuno y todo lo que tendríamos que hacer sería AGUANTAR HASTA LA PRÓXIMA COMIDA. Así mi mente absorbía el hecho de que ningún sufrimiento es perenne y que la mayoría de los mismos son relativamente cortos. Supe al comienzo del entrenamiento que me quedaban un año y medio para convertirme en un soldado de mi unidad. A los dos días (al igual que todo el grupo) pensaba seriamente en renunciar. Hasta que algún sargento gritó por ahí la frase: «¡¡¡Aguanten que para el almuerzo ya van a haber dejado de sufrir!!!». MÁGICA FILOSOFÍA MILITAR PURA.

A partir de ahí solo pensé en llegar a la PRÓXIMA COMIDA. Así pasaron los días. Así pasaron los meses. El sufrimiento no podía durar por siempre. Y la próxima comida era su fin.

Al enfrentarnos con situaciones o hábitos que dependen de nuestra resistencia más extrema pues bien (y aquí viene el tip del post):

SUBDIVIDE LAS SITUACIONES EN PEQUEÑAS PORCIONES QUE SI PUEDES DIGERIR CON FACILIDAD.

No te puedes comer un steak entrecot de un bocado. Lo debes subdividir en pedacitos de carne fácilmente digeribles y de a pocos el steak está ya sumergido en tus jugos gástricos.

Unos ejemplos:

  • En una maratón o carrera de largo alcance subdivido la distancia en tramos pequeños. Digamos cinco Km. No hago nada más que pensar en los cinco Km que tengo que correr y me concentro solo en eso. Cuando los termino bebo agua. Bajo un poco la velocidad o camino unos segundos (a modo de premio) Y comienzo mi nueva «etapa» de cinco kilómetros. Así sucesivamente hasta el final de la carrera.
  • En el trabajo subdivido mi día en tareas específicas. Digamos una hora para terminar una. Si termino antes de la hora (por ejemplo contestar todos los e mails) me tomo el tiempo sobrante para mi. Me tomo un café. Voy al baño o hago flexiones. Si es una tarea larga. Paro a los sesenta minutos y descanso diez. Luego vuelvo a empezar hasta terminar la tarea. O en su defecto hasta el próximo descanso de diez minutos. La verdad es que ninguna de mis tareas sobrepasan una hora. Siempre me queda tiempo libre después de terminar alguna. Y recontando al final del día laboral me sale que he descansado unas tres horas (de ocho) y he sido super productivo.
  • Al igual sucede con pagar la deuda. O lavar toneladas de ropa. Subdivido todo en grupitos pequeños que me son mucho más llevaderos. NO ME CONCENTRO EN LA TOTALIDAD DEL PROBLEMA SINO, SOLAMENTE, EN LA PEQUEÑA PARTE EN LA QUE ESTOY TRABAJADO EN UN DETERMINADO INSTANTE.

Hay cosas que aún no he podido concluir pese a la técnica de subdivisiones. Como mi primer Iron man (ya que nado como un gato) o una carrera universitaria (ya que no me va bien con el sistema educativo tradicional. Sencilla y llanamente no soporto estar en una clase) Pero he logrado llevar a cabo cosas que jamás pensé que culminaría. Subdividiendo y subdividiendo. Como carreras y maratones. Entrenamientos militares varios. Trekkings en lugares dificiles. Enfrentarme con la deuda. La rutina laboral del día a día. Limpiar la casa o sacar al perro 🙂

Prueba en subdividir los problemas, hábitos o situaciones que te parecen abrumadores y te vas a dar cuenta que es mucho más fácil llevarlos a cabo o resolverlos.

Subdivide y simplifica.

Y como lo dije en el post Agradecer. Pues doy gracias porque estén leyendo estás lineas.