Primer día de la semana

Para la mayoría de ustedes el primer día de la semana es el Lunes. Para mí y para las seis millones de personas que viven en Israel el primer día de la semana es el Domingo. Realmente no importa si el primer día de la semana es el uno o el otro. Lo que si importa, al fin y al cabo, es el impacto psicológico que tiene casi siempre «el primer día de la semana» en nuestro nivel de motivación. Casi siempre el primer día de la semana es un día de mierda. Acabamos de terminar el fin de semana. Acabamos de saborear lo que es el espacio y lo que es aprovechar nuestro tiempo como queramos el Sábado y el Domingo o el Viernes y el Sábado (en mi caso) para, al fin y al cabo, volver a la rutina semanal. A la insaciable vorágine del sistema en el que nos tocó jugar. Vivir. Amar. Existir.

Así que a casi nadie le gusta el primer día de la semana. Es un día incomprendido. Es un día odiado. Aunque de vez en cuando podría ser diferente…

Hoy es Domingo en Israel (primer día de semana) y hoy no he ido a trabajar. He visto  la ciudad de Tel Aviv levantarse muy temprano a cumplir con sus labores. He visto a la gente moverse de un lugar a otro a regañadientes. Con las caras de «hoy es Domingo…».  Yo en cambio me he quedado en casa. Tomando el día despacio. He comido sano. He entrenado duro. He escrito un articulo para el blog. He sacado al perro a pasear dos veces. He limpiado mi departamento y hasta lo he trapeado. He llamado a mi abuela y la he saludado por su cumpleaños. Siempre con buena música de ambiente. Siempre con una sonrisa en la cara.

He disfrutado cada instante de este «Primer día de la semana». Hace tiempo que no me sentía así en un Domingo. Y es bueno acordarse que no es culpa del Domingo ser Domingo ni del Lunes ser Lunes. Nosotros los convertimos en lo que son y si nosotros queremos los podemos transformar en algo mucho más llevadero. Inclusive pueden llegar a ser días hermosos y productivos.

Estoy planeando seriamente en guardarme un Domingo al mes para mi. Creo que vale el dinero «perdido». Me ha dado un subidón emocional darme cuenta que a partir de mañana me quedan solo cuatro días de trabajo y que hoy he disfrutado de mi día solo. Y he disfrutado de mi soledad al máximo.

Solo me queda recomendar esta pequeña experiencia para que alguno de ustedes se aventure a hacer una pequeña revolución personal contra el sistema y a favor de si mismo. Vale la pena.

Un año más es un año menos

Se  va el año. O mejor dicho, termina otro año. Y como siempre estás fechas sirven para hacer un pequeño recuento de lo que hemos vivido los últimos doce meces. Para saber si los hemos exprimido un poco, a medias o mucho y les hemos sacado lo mejor que hemos podido.

Como tantas veces he escrito: Amo mi vida. No puedo estar más agradecido por lo que tengo. Por la vida que me ha tocado vivir. Por las personas que me rodean y me han rodeado en algún momento de mi existencia. Estoy agradecido a aquellos que me formaron de crío y a aquellos que me ayudan a formarme día a día ya de adulto. Amo mi vida porque nunca dejo de aprender de ella. Este 2013 me ha enseñado más de lo que esperé y me ha llenado de gozo y de agradecimiento.

  • Este año he corrido dos medias maratones: La de Jerusalén y la de Tel Aviv. Las cuales me han enseñado que puedes ser espontáneo y si te da la gana, ponerte calcetines, zapatillas, tomar el auto temprano en la mañana, ir a Jerusalen y correr media maratón sin haber entrenado para eso.
  • Este año he boxeado y he vencido así, mi temor  a los puñetazos. Ahora los disfruto y sonrío cada vez que tengo un poco de sangresilla en la boca.
  • Este año viajamos a Nepal a hacer el trek Annapurna around y a Tailandia a descansar con mi esposa. Unas experiencias realmente inolvidables.
  • Este año comencé este blog. Nació como un blog de opinión sobre casi cualquier cosa hasta que encontró su identidad  y se convirtió en un blog acerca de minimalismo.
  • Lo que me hace acordar, que este año comencé a minimalizar. Empezamos en casa a deshacernos de cosas, de gastos y de lo superfluo para concentrarnos en lo que realmente importa: El ser felices.
  • Este año el ejercito me dio la oportunidad de comandar una unidad completa. Lo cual me ha llenado de orgullo. Al menos en lo personal. Pienso que he llegado a comandar una unidad con mi acento gracioso y con el hecho mismo que no he nacido aquí. Como dije. Me enorgullezco de eso a solas.
  • En el trabajo civil trabajo menos y gano más. Para el dos mil catorce lo que quiero es ganar igual y trabajar menos. Quizás cuatro días a la semana. Quizás tres. El resto desde casa mientras hago las cosas que realmente me gustan: Escribir, correr, hacer crossfit, o hacer hiking en algún rincón del desierto.
  • Este año desahuciaron a mi perro por una semana para después decir que estaba completamente sano. Fue lo máximo escuchar que disfrutaríamos de su joda por lo menos unos diez años más.

Podría enumerar infinitas cosas que pasaron este año. Podría no terminar nunca. Pero el punto es que ahora que hago un recuento de algunas de las cosas que he hecho en el año o que me han pasado. Pues llego a la conclusión de que no hubiese podido ir mejor. He hecho lo que he querido y ha pasado lo que he querido que pase. Solo puedo decir que he disfrutados de estos doce meses. Me han llenado de orgullo y bienestar y me han ayudado a crecer y a madurar. Gracias a todos los que han estado a mi lado estos doce meses y gracias especiales a mis lectores. A los treinta perennes que siempre entran de diferentes partes del mundo a leer un nuevo artículo. Escribo por ustedes y para ustedes.

Ivan de entusiasmado.com publicó una estadística de supervivencia de los blogs. El 95% cierran antes de llegar al año. Bueno pues este blog está corriendo once meses y medio y parece que al año va a llegar. También estoy orgulloso por eso. Y nuevamente, se lo debo a ustedes queridos lectores.

Gracias por haber formado parte de este año espectacular.

 

Reflexión navideña

Soy ateo. O para los que no les gusta ese termino, soy un no creyente.

Una de las primeras minimilizaciones que hice en la vida fue desprenderme de la religión. Las religiones vienen llenas de su propio universo paralelo de lo que conocemos como «realidad». Cada una con sus propios dilemas teológicos-filosóficos. Cada una con su ética propia. Cada una con su sentido del bien y del mal. De su salvador o de su mesías. Con su propia escala de cuanto se puede «sacrificar» por un dios específico o no.

Al quitar la religión de mi existencia, me sentí infinitamente más libre. Realmente no me preocupa cuando llegara el mesías o si la virgen era realmente virgen.  Hay otras cosas en la vida más importante para mí. Como pagar las cuentas. Pasarlo bien O amar los amaneceres y a mi esposa.  No necesito llenarme la cabeza de los dilemas existenciales que los grupos eclesiásticos usan a su favor para enriquecerse o para dominar a una u otra población.

Gracias por ofrecer la salvación en el menú del Domingo, pero no.

En mis primeros años de ateísmo intenté por todos los medios el convencer a la gente de que la religión no era más que una pachotada, une reverenda sarta de mentiras, que ni siquiera eran buenas mentiras. Es decir reemplacé la religión por la anti-religión. Este año siguiendo mi tendencia minimalista he decidido desprenderme de mi anti-religión para siempre.

No es que haya dejado de pensar que la mayoría de los curas, rabinos e imanes no son más que unos zánganos cacacenos. Para mi lo seguirán siendo hasta el final de mis días. No es que haya dejado de pensar que matar a otro porque crea en otro dios este realmente mal. No es que haya dejado de sentir que las religiones son un sistema de dominación del débil y del ignorante. No. Sencillamente no quiero participar más del debate. Quizás me he cansado hoy viendo gente mandando postales navideñas en Facebook, o observando como mis amigos de todo el mundo toman fotos a sus mesas antes de la cena (compitiendo eso si con el resto, no vaya a ser que alguien tenga un mejor pavo o un mejor árbol)o sintiendo la hipocresía eterna de «en estas fiestas que todo sea paz y amor…» y a partir del veintiséis de Diciembre podemos volver a matarnos y rajar los unos de los otros y a esparcir mierda porque la navidad ya pasó.

Esa doble moral de un día es la que me ha terminado de convencer  que el hecho de ser religioso como ser anti-religioso es prácticamente lo mismo. Porque me importaba lo que la gente pensaba sobre un tema que está tan incrustado en sus vidas. Me importaba que la gente «abra los ojos». Me importaba pero ya no.

Esta navidad ha terminado por hacerme entender que no se pueden ganar las guerras perdidas de antemano. No voy a convencer  a la gente de que dios no existe. La mayoría de gente necesita creer en algo. Creen en dogmas intolerantes y en Santa Claus. Creer que participar del caos comercial de Diciembre está de puta madre. Creer en los reyes magos. Creer que cortarle el pene a un bebe a los tres días de nacido es parte de un contrato con dios o creer que Mahoma voló a los cielos montado en un corcel blanco. Es la gente y no hay nada que yo pueda hacer.

Los renos de santa van a seguir tirando el trineo por los cielos y la gente lo va a seguir esperando. Jesus nació el veinticinco de Diciembre (en una época en el calendario gregoriano no existía) y la gente va a seguir festejando cada veinticinco de Diciembre porque así lo hicieron sus padres y los padres de sus padres. Santa va a seguir haciendo JO JO JO y mi mamá va a seguir poniendo un árbol con bolitas doradas cuando ni siquiera sabe el porque se pone un árbol en Navidad. Los villancicos en español van a seguir siendo horrorosos y la gente va a seguir siendo hipócrita y te van a desear «feliz navidad» con una exquisita sonrisa.

Y no hay nada que yo pueda hacer.

De un tiempo a esta parte

Hace unos meses atrás opté voluntariamente por tener menos cosas. Fui deshaciéndome poco a poco de uno que otro cachibache, de una que otra prenda de vestir, de una que otra parte de mi vajilla, de uno que otro gasto innecesario. Y con la perspectiva que  solo te puede dar el tiempo, miro a mi alrededor y veo cuanto realmente hemos cambiado de a poquitos y sin apurarnos. Por ejemplo:

  • Salidas a comer: Antes al menos una o dos veces a la semana salíamos a comer a algún restaurante. O en su contrario hacíamos algún pedido a la casa. Además en mi día  a día solía (en las horas de trabajo) comer una hamburguesa por aquí, que un cafecito por acá y así sucesivamente. Hoy no hemos eliminado al cien por ciento las salidas a comer (salir a comer tiene su encanto) pero sí las hemos disminuido notablemente. Además de eso he cortado en un casi cien por ciento mis «comiditas» diarias en las horas del trabajo. Cómo solo lo que me llevo de casa preparado. Cómo más sano y me ahorro una buena pasta.
  • Salidas al cine: Donde vivo el cine es caro. Muy caro. Hace un año solíamos ir al cine una vez por semana. Era un gasto considerable si se le sumaba el pop corn y las bebidas. Hoy, las salidas al cine han sido completamente canceladas y las hemos reemplazado por el cine en casa. Más cómodo, infinitamente más barato y te puedes parar para ir al baño cuando quieras. Pero como en todo en esta vida, los extremos y extremismos nunca son positivos así que nos damos permiso para ir al cine para ver una película como «Gravity» por ejemplo. Que si no se viera en la pantalla grande y en tercera dimensión perdería toda su razón de ser.
  • Televisión por cable: Bueno ya hablé de esto en el post anterior así que solo me queda decir que la cancelamos y somos más felices.
  • Ejercicio pagado: Antes iba a boxear a un gimnasio. Me encantaba. Regresaba molido a palos a casa y me sentía Brad Pitt en «The Fight Club» el único problema es que pagaba cien dólares mensuales para que me peguen y para pegarle a alguien. Descubrí al mismo tiempo que lo que me atraía era el hecho de que llegaba exprimido a casa. Sentía que realmente había trabajado al máximo. Pero siguiendo con los recortes. Lo recorté con el dolor de mi alma y de mis puños. Así que busqué un reemplazo y encontré el Crossfit. Lo bueno de este tipo de ejercicios es que puedes pagar por ellos en un «Box» de Crossfit o hacerlos de gratis en tu casa o en el parque. Así que me decidí por lo segundo. Los hago gratis. Mejoro cada semana. Termino completamente molido y sonriendo estúpidamente como Edward Norton en «The fight Club».
  • Paseos todos los fines de semana: Nos encanta pasear. Trekking, Hiking, en auto o como sea. Antes solíamos salir todos los fines de semana de paseo. Tomábamos el auto temprano y nos íbamos a alguna reserva natural, al desierto o al bosque y pasábamos el día de una manera sana y divertida. Pero como todo en esta vida, las mejores diversiones son las que más cuestan. Y el solo hecho de viajar cuatrocientos km todos los fines de semana nos terminó por reventar la billetera. Además de que en un país tan pequeño como Israel, al cabo de un año a ese ritmo, lo terminamos conociendo prácticamente todo. No hay casi una reserva natural o sendero de hiking que no conozcamos. Así que hemos decidido racionalizar los paseos a uno «excelente» una vez por mes.
  • Ropa: Nunca hemos sido grandes compradores de ropa pero ahora compramos mucho menos. Esta semana compre un par de zapatillas Salomon que sirven tanto para el deporte como para el tipo de trabajo Pseudo táctico que realizo. Así maté dos pájaros de un tiro. Fuera de eso. No me he comprado ropa en un año y medio o quizás un poco más.
  • Horas de trabajo: Al haber disminuido drásticamente nuestros gastos, ahorramos más, al ahorrar más tenemos tranquilidad y al estar tranquilos (monetariamente hablando) podemos decidir cuanto trabajar. Antes trabajaba seis días por semana en uno de esos días trabajaba doce horas. Además de estar disponible por teléfono las horas en las que estaba en casa. Hoy trabajo cinco días a la semana, ocho horas por día. Ni un minuto más. Mi vida no es mi trabajo, sino lo que pasa antes y después de él. Trato de no responder llamadas de la oficina en las horas que estoy en casa. Tampoco leo los correos electrónicos que no llegan en horario de oficina. Así tengo mucho más tiempo para mi y para lo que quiero hacer. No importa si lo que quiero hacer es dormir a las cuatro de la tarde. Si es lo que quiero lo hago. Tengo tiempo para entrenar. Para escribir. Para estar con mi esposa. Para pensar. Para meditar. Para cocinar y para dormir ocho horas todas las noches.
  • Limpieza y orden: Esto es simple de entender. Al tener menos cosas, menos cosas tienes que limpiar y mantener en orden. Hace un año nuestro departamento era mucho, muchísimo más desordenado de lo que es ahora. Hoy por hoy todo está en su sitio. El departamento ventilado. Con buena luz. En una tranquila simpleza.

Y bueno después de esta pequeña introspección he llegado a la conclusión de que tener menos cosas ha influenciado en mi entendimiendo de lo que es felicidad, riqueza, diversión, tranquilidad, desarrollo. Ha cambiado mis conceptos sobre la cantidad de tecnología, comida, ropa, «diversión» que necesitamos para «realmente» sentirnos satisfechos.

Al fin y al cabo he aprendido a sentirme «satisfecho» con lo que tengo y con lo que hay y he aprendido a agradecer por tenerlo.

En resumen: Minimalizar te hace bien a ti, a tu casa y a tu billetera 🙂

Fluye

«Sé agua, amigo mío»

 Bruce Lee

 

Hace unos meses mi esposa y yo estábamos en Nepal. Habíamos decidido hacer el famoso trek «Around Annapurnas» de unos doce o trece días de largo. En el día diez se llega al punto más alto del mismo. El paso La-Thorang a 5460 metros de altura. Comenzamos el ascenso desde el High Camp de Thorong Pedi a las cuatro y media de la mañana en medio de la oscuridad, la niebla y las alturas. Al cabo de cuatro horas de intensa caminata estábamos en el paso. Viendo a nuestro alrededor gran parte de la cadena de los Himalayas. Respirando como peces sacados del agua por la falta de oxigeno. Tomamos unas cuantas fotos y continuamos el camino rumbo al pueblo de Muktinat que se encuentra a 3710 metros sobre el nivel del mar. Para ser más preciso, después de llegar al paso teníamos que enfrentarnos a un desnivel negativo de 1750 metros y terminarlo antes de las tres o cuatro de la tarde.

Si pensamos que la subida nos había agotado, pues al cabo de una hora descendiendo nos dimos cuenta de que la bajada era brutal. Sentimos  que nuestros cuadriceps y los tendones de nuestras rodillas extrañaban el hecho de subir como Marco extraña a su mamá.

La bajada era relativamente empinada. Íbamos cargados de peso y el hecho mismo de frenar la caída nos mantenía tensos. Avanzábamos lento. Maravillándonos de la vista desértica que se presentaba frente a nosotros. Al cabo de un par de horas escuché pasos en mi espalda. Volteé con cuidado y  vi con asombro un soldado Nepalí corriendo en mi dirección con una mochila más pesada que la mía. Pasó a mi lado, me sonrió, me soltó un feliz «Namaste» y continuó deslizándose por la pendiente trotando al parecer sin ningún esfuerzo. Se veía que sencilla y llanamente se dejaba llevar por la gravedad y las curvas del camino y avanzaba a una velocidad increíble. En menos de cinco minutos era una hormiga en mi horizonte visual abajo muy abajo.

No pude no sentir envidia. Las rodillas me mataban en aquel instante. Estaba cansado (muscularmente hablando) aunque conservaba la moral bien alta. Así que me dije a mi mismo. «A la mierda» y me lancé a correr pendiente abajo.

Y de pronto me di cuenta de que no podía parar. Y de pronto me di cuenta de que la única manera de no caer era seguir corriendo. Y bajé. No sé a que endemoniada velocidad pero la adrenalina me invadió por completo y en lo único que me enfoqué fue en el siguiente paso y en no romperme la pierna en alguna grieta o no desbarrancarme  en alguna curva.

Y seguí corriendo.

Y pronto ya me sentí seguro y no me preocupe por nada y sencilla y llanamente me deslicé por aquella montaña como aquel soldado Nepalí. No puse ninguna fuerza contraría a la inercia y simplemente fluí. Fluí como el agua que cae por la ladera. Fluí como una cabra montesa brincando. Mis músculos dejaron de estar agarrotados. La velocidad lo era todo.

Y de pronto estaba al pie de la ladera. De pronto había sido el primero de todo el grupo de trekers en llegar abajo y había sido una aventura más que un suplicio.

¿Qué aprendí de esa experiencia?

Que a veces es mucho mejor dejarse llevar. A veces es mucho mejor fluir con la corriente. A veces es mucho mejor ser simplemente agua y adaptarse al molde en el que estás. Si estás en una tasa, pues te vuelves tasa. Si estás en una tetera, pues te haces tetera. Si estás en una ladera pues bájala trotando como lo hacen los locales y te va a ser un millón de veces más fácil.

Sé flexible. Olvida constantemente lo que has aprendido y aprende cosas nuevas. No te adhieras a creencias solo por el sencillo hecho del «porque sí».

Cambia de acuerdo a las circunstancias.

Un simple vaso de agua te puede enseñar como.

 

Cinco pequeñas razones por las cuales renunciar a la televisión por cable

Hace tres meses atrás dejé de usar el servicio de televisión por cable y se siente estupendo.

Como tantas cosas «irrenunciables» en nuestra vida. El cable era una parte realmente imprescindible en mi día a día y en el de mi esposa.

No nos importaba realmente pagar casi cien dólares mensuales por el único hecho de tener una gran cantidad de posibilidades a la hora de elegir un canal o de decidir que ver. Aunque siendo sincero y viéndolo en retrospectiva: de los doscientos canales que teníamos, veíamos como máximo,diez. Los mismos siempre.

 

Lo que es difícil al momento de cerrar el cable no es realmente que te quedes sin NADA que ver. Sino que estás renunciando a las POSIBILIDADES que te abre la empresa de cable, al ponerte en bandeja un menú con doscientas o más opciones y a ese menú es al que estás dejando de lado.

Pero la vida sigue después de cortar el cable. Estoy seguro de que es inclusive una mejor vida. Quiero decirles (desde mi punto de vista) cuales son las razones por las cuales NO TENER televisión por cable les va a cambiar la existencia (al menos un poco) para mejor.

  1. Es más barato. Mucho más barato. Si hay un gasto que te puedes prescindir sin que disminuya tu calidad de vida ese es la televisión por cable. Es obvio que los costos dependen de cada país y de cada empresa y de cada paquete que se compra. En mi caso el ahorro  mensual a llegado exactamente a unos ochenta dólares. Después de un año voy a tener casi mil dólares extras para hacer lo que quiera. Los puedo guardar o comprar un par de tickets a Grecia.
  2. Te da más tiempo. De pronto encuentras tiempo en tu rutina. Ya no te la pasas dos o tres horas frente al televisor. De pronto leer vuelve a a ser interesante o hacer ejercicio reemplaza al sentarte en el sofá a hacer zaaping.
  3. Eliges lo que quieres ver. Al no haber cable nadie te da un MENU con los canales y los programas que puedes ver. Puedes conectar tu computadora al televisor y elegir el programa que quieras, cuando quieras y como quieras. Pararlo, rebobinarlo o avanzarlo hasta donde te vaya bien.  TODO, absolutamente todo está en internet.
  4. Interaccionas más con los que viven contigo. Al no correr de frente a sentarte frente al televisor. Tienes tiempo para compartir con los que viven contigo. Hacer algo que ya habían olvidado hace tiempo: Conversar. Reírse juntos. Comer juntos y simplemente compartir más.
  5. Duermes más y mejor. Dormir bien te hace verte bien. Sentirte bien y mejora increíblemente tu salud. Desde que no hay cable en casa ya no puedo quemar las últimas horas del día viendo televisión desde la cama y a veces quedándome zoombie hasta las una o dos de la mañana. Desde que no hay cable duermo todos los días entre siete y ocho horas al día y me siento mucho mejor.

Hay miles de cosas más que podría apuntar en esta lista. Aunque solo pongo los puntos principales para que se entienda la idea. Si quieres dejar el cable de lado te recomiendo hacerlo de a pocos. Experimenta una semana sin él. Si te va bien intenta una semana más y créeme que no lo vas a volver a extrañar a partir de ahí.

Gracias a que no tengo cable tengo mucho más tiempo para escribir. Para leer. Para acariciar a mi perro. Para observar al resto. Para pensar. Para sentir. Para conocer los rincones de mi casa. Para estar más conmigo mismo. Para estar presente. Para limpiar y ordenar. Para darme cuenta que el tiempo que perdemos frente a la pantalla de la televisión ese eso mismo: TIEMPO PERDIDO.

Volviéndome minimalista

Tengo menos cosas que antes. Muchas menos.

Nos mudamos a un nuevo departamento («nuevo» porque nunca hemos vivido ahí, aunque es mayor que mi abuela.) y eso me brindó la posibilidad de organizar algunas cuantas cosas. Deshacerme de otras cuantas y como resultado ganarme un montón de espacio.

Tengo espacio y es rico. Tengo orden por donde paso la mirada y me siento pleno. No tengo distracciones a mi vista: No fotos. No cuadritos. No adornitos. Tengo una caja de incienso y es mi único adorno. Siento que respiro mejor. Me siento más liviano.

Hasta hace un par de años atrás sentía esa constante necesidad de «querer más». Querer más dinero para comprar más:

  • Más símbolos de estatus: Un mejor carro, una casa más grande y bonita con un jardín grande y bonito, un mejor mobiliario, pagarme unos viajes a los lugares más exóticos del mundo, grandes cantidades de ropa, más tecnología. Que la pantalla plana aquí. Que los 600 gigas de memoria por allá.

Eso era yo. Quizás me parecía a la gran mayoría de personas en el mundo. Quizás lo único que quería era mejorar. Ya que de niño me enseñaron que para mejorar y destacar debes de tener más. Y no solo tener más. Debes demostrar lo que tienes. Enseñarlo sin miedo para que todos se den cuenta de que no eres un pobre diablo. Cómprate un lindo auto y sal y siéntete de puta madre mientras todos te miran en la calle. Ponte unos lindos jeans de marca y una camisa de diseñador para que vean tu éxito y que de casualidad no se hueveen y piensen que te estás quedando atrás, porque el resto ya están comprando sus  lindos autos y ya estan usando jeans de marca y camisetas de diseñador. ¡Compite! La vida es una jungla y tienes que ser competitivo y sobresalir. Mostrarle al resto de pobres diablos lo que vales y que te lo vean puesto.

¿Pero y si en verdad las cosas no son como me las enseñaron? o  ¿Qué pasa si no quiero jugar el juego que todo el mundo juega?

Me hice estas preguntas hace un par de años y he llegado a dos simples conclusiones.

  • Las cosas no son como me las enseñaron: La realidad que vivieron mis padres en Lima de los años sesenta, setenta, ochenta y noventa no es la que a mí me tocó vivir y por ende la perspectiva que tengo de «lo que es la vida» es muy diferente de lo que era para ellos. Además cada ser humano reacciona de manera completamente diferente a los mismos estímulos. Yo por lo que he visto y vivido no en uno, sino en los varios países que he vivido, he perdido todo tipo de credibilidad en este juego.
  • Si no quiero jugar al juego que todo el mundo juega no pasa nada: Como mucho lo único que puede pasar es que seas más feliz.

Y es verdad.

Desde que he dejado de correr al trabajo y pedir horas extras para pagar las deudas de mi tarjeta de crédito que estaba algo agotada después de comprar tanta porquería. Desde que tengo dos días a la semana completamente libres y me he puesto a buscar con ahínco un tercero. Desde que he dejado de comprar ropa. Desde que he reducido mi armario en un ochenta por ciento y aún tengo cincuenta prendas que ponerme. Desde que me he inclinado hacia los espacios abiertos y ordenados en vez de lo relleno y desordenado. Desde que aprecio mucho más lo que tengo  que lo que no tengo. Desde que tengo un perro que me ha «enseñado» que con dormir, comer y jugar basta para ser feliz. Desde que todo eso ha pasado, puedo decir que sí, me siento mucho mejor, mucho más rico y ¿porque no? Mucho más felíz.

Es cierto. No se cambia de la noche a la mañana. Y es difícil dar el primer paso. Pero el primer paso es precisamente este. El haber leído que hay gente como tú que se hace preguntas y que hay maneras alternativas de vivir mejor. El minimalismo es una de ellas.

Te lo recomiendo.

 

Paul Walker ha muerto

Paul Walker ha muerto. Lo sé yo. Lo sabes tú.

No voy a mentir. Pese a que no fui un gran seguidor suyo ni de sus películas, la noticia de su muerte me dolió. Una persona como él: Exitosa, en la flor de la vida, guapa, sana, con todo el futuro por delante. Sencillamente en un instante estuvo y al siguiente ya no.

Ayer me dí cuenta que, ¡joder!, hasta Paul Walker también podía morir.

Y no creo que yo solo me dí cuenta. La mayoría de amigos y conocidos con los que traté del tema  sentían una punzada en el corazón mientras decían. «¿Cómo puede ser?» Todos nos consternamos juntos pensando en como podía ser que algo tan trivial como la muerte exista. Y que exista hasta para Paul Walker. La estrella de Hollywood. El héroe de las películas de acción. El chico de mirada afable. Hasta a él le llega la hora. Hasta para él termina la función.

Pensando luego en las conversaciones con mis compañeros. Y en todo lo que he escuchado en la televisión me he dado cuenta que la gente realmente se siente sorprendida. No tanto porque Paul Walker ha muerto. Sino porque hasta Paul Walker puede encontrar la muerte en cualquier instante. Y si él puede. Pues quizás cualquiera de nosotros también.

Esto es lo que sucede: La muerte de Paul Walker planteó en la mente (al menos de manera momentánea) la infinita fragilidad de la vida. La muerte de una estrella de Hollywood nos hizo reflexionar algunos instantes acerca de que nuestro tiempo es finito. Hasta a los ricos y famosos se les puede terminar en el cenit de su existencia. Por ende a cualquier mortal de a pié, también.

Quizás recibimos unos segundos de perspectiva y recordamos (al menos por unos momentos) que nuestro tiempo es finito.

El tiempo es finito y además es escaso. Y es precisamente la indiferencia que sentimos sobre aquella premisa la que nos mantiene en un estado catatónico. Esperando al futuro. Sintiendo y pensando que está vida (a pesar de todo lo que nos han dicho y contado) no se va a terminar nunca.

Paul nos hizo pensar en la muerte. Al menos por un instante. Al pensar en la muerte pensamos en la vida. La vida que debemos aprovechar al máximo. Porque se termina. Y se puede terminar en la cúspide de todo. Al comienzo o al final.

El tiempo de Paul fue corto. Como el tuyo. Como el mío. Así que, a vivir lo que queda y a vivirlo bien.

Mudanza

Ayer me mudé. O mejor dicho: Nos mudamos. Mi esposa, mi perro y yo nos hemos pasado de nuestro antiguo departamento a uno que está en un edificio a quince metros del anterior.

Por ende decidimos pasar las cosas sin usar una empresa de mudanzas.

Bueno según mis creencias. Soy un poco minimalista y no tengo la cantidad de cosas y cachibaches que la mayoría de gente guarda en sus casas (o al menos eso era lo que yo pensaba). La verdad es que no supe hasta ayer cuanta porquería un par de personas pueden acumular en un departamento pesé a que no son consumidoras. Pesé a que no son compradoras compulsivas. Pesé a que a simple vista parecieran que no tienen NADA.

Pues la NADA vino en forma de polvo, papeles inservibles, pelo de perro y cuarenta «paseitos» al nuevo departamento ida y vuelta llevando las «pocas» cosas que tenemos.

Suelo estar en forma. Puedo hacer lo que decida hacer (físicamente hablando) Puedo escalar. Nadar. Correr un sin fin de kilómetros. Montarme caminatas de días en el ejercito o hacer ejercicios de crossfit seis veces por semana. Pero aún con un buen estado físico la cantidad de desgaste que tuve en aquella mudanza fue brutal.

El nuevo departamento se ve tan igual como el antiguo. Pareciera que no tiene NADA dentro. Pero sé todo lo que me costó poner todo lo que ESTÁ ahí.

Así que a revisar debajo de los tapetes de ahora en adelante…:)