Fluye

«Sé agua, amigo mío»

 Bruce Lee

 

Hace unos meses mi esposa y yo estábamos en Nepal. Habíamos decidido hacer el famoso trek «Around Annapurnas» de unos doce o trece días de largo. En el día diez se llega al punto más alto del mismo. El paso La-Thorang a 5460 metros de altura. Comenzamos el ascenso desde el High Camp de Thorong Pedi a las cuatro y media de la mañana en medio de la oscuridad, la niebla y las alturas. Al cabo de cuatro horas de intensa caminata estábamos en el paso. Viendo a nuestro alrededor gran parte de la cadena de los Himalayas. Respirando como peces sacados del agua por la falta de oxigeno. Tomamos unas cuantas fotos y continuamos el camino rumbo al pueblo de Muktinat que se encuentra a 3710 metros sobre el nivel del mar. Para ser más preciso, después de llegar al paso teníamos que enfrentarnos a un desnivel negativo de 1750 metros y terminarlo antes de las tres o cuatro de la tarde.

Si pensamos que la subida nos había agotado, pues al cabo de una hora descendiendo nos dimos cuenta de que la bajada era brutal. Sentimos  que nuestros cuadriceps y los tendones de nuestras rodillas extrañaban el hecho de subir como Marco extraña a su mamá.

La bajada era relativamente empinada. Íbamos cargados de peso y el hecho mismo de frenar la caída nos mantenía tensos. Avanzábamos lento. Maravillándonos de la vista desértica que se presentaba frente a nosotros. Al cabo de un par de horas escuché pasos en mi espalda. Volteé con cuidado y  vi con asombro un soldado Nepalí corriendo en mi dirección con una mochila más pesada que la mía. Pasó a mi lado, me sonrió, me soltó un feliz «Namaste» y continuó deslizándose por la pendiente trotando al parecer sin ningún esfuerzo. Se veía que sencilla y llanamente se dejaba llevar por la gravedad y las curvas del camino y avanzaba a una velocidad increíble. En menos de cinco minutos era una hormiga en mi horizonte visual abajo muy abajo.

No pude no sentir envidia. Las rodillas me mataban en aquel instante. Estaba cansado (muscularmente hablando) aunque conservaba la moral bien alta. Así que me dije a mi mismo. «A la mierda» y me lancé a correr pendiente abajo.

Y de pronto me di cuenta de que no podía parar. Y de pronto me di cuenta de que la única manera de no caer era seguir corriendo. Y bajé. No sé a que endemoniada velocidad pero la adrenalina me invadió por completo y en lo único que me enfoqué fue en el siguiente paso y en no romperme la pierna en alguna grieta o no desbarrancarme  en alguna curva.

Y seguí corriendo.

Y pronto ya me sentí seguro y no me preocupe por nada y sencilla y llanamente me deslicé por aquella montaña como aquel soldado Nepalí. No puse ninguna fuerza contraría a la inercia y simplemente fluí. Fluí como el agua que cae por la ladera. Fluí como una cabra montesa brincando. Mis músculos dejaron de estar agarrotados. La velocidad lo era todo.

Y de pronto estaba al pie de la ladera. De pronto había sido el primero de todo el grupo de trekers en llegar abajo y había sido una aventura más que un suplicio.

¿Qué aprendí de esa experiencia?

Que a veces es mucho mejor dejarse llevar. A veces es mucho mejor fluir con la corriente. A veces es mucho mejor ser simplemente agua y adaptarse al molde en el que estás. Si estás en una tasa, pues te vuelves tasa. Si estás en una tetera, pues te haces tetera. Si estás en una ladera pues bájala trotando como lo hacen los locales y te va a ser un millón de veces más fácil.

Sé flexible. Olvida constantemente lo que has aprendido y aprende cosas nuevas. No te adhieras a creencias solo por el sencillo hecho del «porque sí».

Cambia de acuerdo a las circunstancias.

Un simple vaso de agua te puede enseñar como.

 

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