Mi perro es feliz.

Mi perro es feliz. No tiene muchas cosas. Tiene una cama hecha de un cojín viejo. Tiene una cadena en el cuello. Tiene un collar anti pulgas. Tiene dos pelotas de tenis con las que juega y ahí termina su riqueza «material». Como lo dije antes: » Mi perro es feliz».

Yo quisiera ser feliz como él. Ver la vida con la simpleza e inocencia con la que él la mira. Vivir el momento sin pensar en lo que paso ayer ni en lo que va a pasar mañana. Sentirme feliz porque tengo un cojín viejo en el cual dormir. Comida en la mañana y en la noche. Tres salidas al día. Un contenedor con agua fresca y dos humanos que me quieren incondicionalmente.

Quizás últimamente he aprendido mucho de él. Así lo siento mientras escribo con él a mis pies. Siento que dormir la siesta como él lo hace no tiene nada de malo. Siento que jugar a cada rato y pasarla bien, como él lo pasa,  no tiene porque avergonzarme. Siento que se puede ser inmensamente feliz con el solo hecho de correr por la playa, zambulléndose de cuando en cuando. Sintiendo la arena bajo las patas desnudas. Sacudiendo la cola de un lado al otro mostrando lo que se siente en el corazón sin vergüenza. Sin temor. Sin que le importe lo que diga la gente u otros perros por lo feliz que es.

Y así quiero ser yo. Solamente como él. Viéndolo todo simple. Disfrutando de lo poco porque sé que es mucho. Amando sin condiciones a los que me aman.  Disfrutando de lo ligera. Amena y deliciosa que es la vida cuando uno se diluye en el momento. En el exquisito murmullo del instante. En el loco éxtasis de correr atrás de una bola como si la vida misma se te fuera en ello…

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