Consumir está bien. Así no quiera, mi vida es consumo:
Consumo recursos naturales.
Consumo aire.
Consumo el tiempo que otras personas deciden pasar conmigo.
Consumo tu tiempo. Ya que me estás leyendo.
Además de eso consumo en el supermercado. Consumo en la tienda de ropa. Consumo en la tienda de zapatos. Consumo día a día. Todos los días de mi vida.
Pero ya no consumo por impulso.
Ya no consumo cosas que realmente no necesito.
Consumo con consciencia.
Consumo lo indispensable para tener una vida plena y feliz.
Y pienso que ahí radica la diferencia que existe entre un persona «normal» y una que se auto define «minimalista». La consciencia acerca del consumo y de que se puede ser igual o más feliz sin estar consumiendo todo el día. Sin prestarle atención a las mentiras publicitarias que te prometen el oro y el moro en sus productos y de paso te «abren» una puerta a la felicidad.
Consumir está bien. Consumir en exceso esta mal. Mal porque hace daño al medio ambiente. Mal porque te sume en deudas. Mal porque te empuja a sacrificar tu tiempo. Mal porque la felicidad que promete es una simple ficción.
Todos consumimos y todos vamos a seguir consumiendo. Lo que debe cambiar es la manera en que lo hacemos. Consumir con consciencia es la clave. Entender lo que se está haciendo en cada instante en que sacamos la tarjeta de crédito.