Ninja justiciero

Minimalizar no termina nunca. Es un trabajo de cada día. De cada semana. De cada mes. De cada año.

Después de un arduo día de limpieza y de organización suelo pensar que he terminado y ahora tengo lo «justo y necesario», aunque después de un par de días vengo a darme cuenta que lo «justo y necesario» ha crecido en volumen y de pronto he acumulado unas cosillas extra por aquí y otras por allá y de pronto estoy en la misma situación que al principio.

Esto se debe mayor parte a que no vivo solo. Mi pareja no es muy aficionada al minimalismo y por ende lo que tiro con una mano yo, lo trae con otra mano ella. Aún así hemos llegado a un «status quo» en el que vivimos mucho más libres de posesiones que antes aunque no  tanto como yo quisiera. Si por mi fuera no me quedarían muchas cosas en casa. Aunque si por ella fuese, tendría muchísimas más.

Estamos en el medio de nuestros deseos y eso se lo debemos mayormente al hecho que nos toleramos mutuamente. El amor no es lo que mantiene a las parejas unidas por cien años, sino más bien, la tolerancia lo hace.

A lo que voy, después de contarte todo este rollo, es que mi trabajo minimalizador no termina nunca. Tengo que desaparecer cosas de casa todos los días. Hago algo así como una justicia minimalizadora y tiro lo que me parece superficial (aunque mi pareja no se entere de eso). Por ejemplo si me doy cuenta que tengo dos cafeteras. Boto la más vieja. Si me doy cuentas que me han comprado por ahí camisetas de algodón. Tiro las que yo venía usando. Si recibí tres nuevas, pues me deshago de tres viejas y así trato de mantener la demografía de mis pertenencias en su sitio y que no se me genere una explosión demográfica en el ropero, ni en la cocina, ni en la sala del departamento. Trabajo por lo bajo, despacito y en silencio deshaciéndome de lo «extra». Créeme que ella nunca se da cuenta.

Así que mi trabajo no termina nunca. Si piensas que minimalizar tu existencia termina mientras te deshaces de todo lo superfluo que tienes un día y ya. Estás muy equivocado. Minimalizar es un trabajo arduo y constante de control de posesiones. De control de gastos. De ser consciente de lo que está pasando a tu alrededor y de con que rapidez las cosas se multiplican en tu casa sin que siquiera te des cuentas (es más aún cuando tienes una pareja que no comparte tu afición minimalísta al mismo nivel que tú). Aunque he llegado al punto que puedo controlar el crecimiento poblacional de bienes en mi departamento. Siempre deshaciéndome de los antiguos y olvidados carcachos que están en algún ropero del cuarto o en algún estante de la cocina.

No hay día en que no me deshaga de empaques, de bolsas, de facturas de papel, de comidas guardadas en la refrigeradora, de algún que otro trasto viejo, de ropa en desuso, de una que otra cosa que está ahí y no tengo la más mínima idea de para que existe. Las desaparezco sin dejar rastro. Soy algo así como un ninja justiciero del minimalísmo. Hasta ahora no me han atrapado. Espero que no lo hagan nunca.

Miedo a la página en blanco

Ha veces pasa que no tengo que escribir. Siento que la inspiración se me ha terminado. He pasado por eso infinidad de veces. Si no eres de las personas que escriben quizás no entiendas la frustración a la que me refiero: Quiero escribir pero no sé qué.

Este blog es un blog de minimalismo. Escribo aquí acerca de como descubrí que el tener mucho no necesariamente me hacia más contento ni me ponía más feliz. Pero este también es un blog personal en el que suelo escribir acerca de una que otra experiencia vital de la que quizás tú puedas sacar algún provecho. Quizás puedas emplear lo que aprendo mediante mi experiencia y las cosas te salgan más rápido, seas más eficaz y aprendas con mayor rapidez las cosas de las que ya he hablado.  Quizás estás palabras solo sirvan como catarsis mía y nada más.

Hoy quiero escribir acerca de algo a lo cual cualquier persona que escribe, suele tenerle miedo: La página en blanco.

A veces le tengo terror a la pagina en blanco. A veces la página en blanco me inmoviliza por completo. Hoy antes de plasmar el primer carácter en este post, sentí miedo. Miedo porque no estaba seguro de lo que realmente quería decir. No tenía un tema específico del cual quería hablar. Solo sabía que quería actualizar el blog. Sé que tengo una responsabilidad para la gente que lo sigue y lo lee constantemente. Quizás son uno o dos o cien o doscientos o mil o tres mil. Eso no me importa. Sé que hay gente que lo sigue y debo escribir para ellos. Pero ¿De qué escribir cuando no sabes de qué escribir?

Hace diez minutos tenía la pantalla completamente en blanco. Mire su textura. Su blancura. El parpadear del puntero y  tuve miedo. Y me dije: ¿Por qué no escribo acerca del miedo a la pagina en blanco? y Okus Pokus, apareció una idea. Pero una idea no es un post. Una idea es una semilla. La tienes que regar y hacer madurar para que te salga algo que valga la pena escribir. Yo suelo regar las ideas en la pantalla. Tiro una oración.  Una frase simple y empiezo a explayarme. A veces me es fácil. A veces no tanto. Hoy me fue muy fácil porque el miedo a la página en blanco es algo que conozco demasiado bien y es algo de lo que quizás nunca he escrito y tengo mucho que decir al respecto. Es algo con lo que tú te puedes sentir bastante identificado si es que sueles escribir de cuando en cuando y es un tema que le sirve a todo el mundo. Me encantaría encontrar posts todos lo días de ¿Cómo hacerle frente a la página en blanco? De cuando en cuando me encuentro uno que vale la pena leer. La mayoría te dan tips para retardados. Yo no soy retardado y sé que tú no lo eres. Por eso intento escribir algo que me pasa a mí y como lo veo yo desde mi propia experiencia y no estoy traduciendo algún link de Buzzfeed.

Entonces para ser claros:

  • El miedo a la página en blanco lo siente todo el mundo. Obvio que si no escribes nada no lo has sentido jamás. Pero se parece al miedo que sentías cuando te sentabas a dar un examen y te dabas cuenta que no sabias nada y no tenías la menor idea de como rellenar los espacios en blanco que había debajo de las preguntas.
  • Ya que el miedo a la página en blanco lo siente todo el mundo y aún así hay cientos de miles de millones de palabras escritas en libros y en internet. Eso quiere decir que la gente logra superar dicho miedo y si ellos lo hacen, tú y yo podemos.
  • Yo lo supero tirando la primera frase en la pantalla. Cualquier frase. Quizás algo que de risa. Quizás algo superficial como lo buena que esta Kate Upton o algo más personal como el color de las hojas otoñales que se ven desde tu ventana. Hoy empecé este post sin tener la más mínima idea de lo que iba a escribir y puse la frase: Ha veces pasa que no tengo que escribir. Seguidamente puse lo que siento: Que la inspiración se me ha terminado. Y así comencé a rodar sobre la idea y cuando una idea empieza a rodar, es como una bola de nieve cayendo sobre la ladera de los alpes.
  • Sentir miedo está bien. Quedarte paralizado está mal. Todos sentimos miedo. No todos nos quedamos atascados por él. Si te atascas pierdes. En el ejercito puedes morir por ello (literalmente). Acostúmbrate a usar el miedo como una fuerza impulsora. Quizás como una fuerza creativa. El miedo es una fuerza jodidamente poderosa y si la canalizas bien, no hay quien te pare.
  • Los mejores escritos son inspiración pura. Eso quizás es cierto. Pero el 99 por ciento de escritos en el mundo son trabajo. Sudor y saber dominar esa página en blanco que está frente a ti y que tienes que llenar con algo que vale la pena. Si tienes un blog no aspires a ganarte el Pulitzer o el Nobel de literatura. Un blog es para llenarlo. Escribe y escribe. Las cosas se van a ir acomodando solas.
  • Sé constante. Cuando escribo seguido. Llámese todos los días o interdiario, se me hace mucho más fácil bregar con la página en blanco. Me siento como un boxeador bien entrenado antes de entrar al ring. Cuando dejo una semana o más y no he escrito nada. Me siento oxidado. Sin ideas. Opaco. Eso es lo que me paso hoy por ejemplo. Pero después de unos estiramientos y de aceitar bien los dedos y los surcos cerebrales las palabras empiezan a fluir. En este instante voy contando 962 palabras en un post en el que no tenía absolutamente nada que decir.

Así amigo lector gracias a ti he sacado un post de más de mil palabras sin más ni más. Digo que es gracias a ti, porque he escrito pensando en ti y en ese miedecillo que sientes al enfrentarte a la pagina en blanco. He encontrado inspiración en ayudarte (si es que he ayudado en algo) y de paso me he ayudado a mi mismo.

Gracias.

Dar

Tengo que dar. Dar más de mí.

Hace un tiempo atrás creía que recibiendo, teniendo, quitando, reteniendo iba a lograr más que otorgando, dando, regalando, donando.

No es que algo específico haya cambiado mi manera de ver las cosas. Pero he aprendido a dar.

El cambio se ha dado de ha pocos. Lentamente. Quizás hayan sido los viajes que he hecho y la perspectiva que he ganado. Quizás hayan sido las cosas feas y no tan feas con las que me he encontrado en la vida. Pero dar se ha convertido en algo mucho más preponderante en mí que recibir.

Este blog y estás palabras son un poco de eso. No tengo ninguna intención aquí salvo  que leas sobre mi experiencia de vida y en como el tener un poco menos, hizo de mí una persona un poco más feliz. En este instante te estoy dando el tiempo que uso para escribir estás palabras. Quizás ellas te ayudarán a ver el punto de vista de otra persona que piensa parecido a  ti o que quizás piensa completamente diferente.

En estos últimos años he sentido mucha más satisfacción dando de mí al resto que recibiendo. He aprendido que tengo palabras en la boca que pueden ayudar. Manos y brazos fuertes que pueden levantar muebles y refrigeradores. Tengo también muchas cosas materiales a las que otras personas pueden dar un mejor uso. Y dando todo eso no he hecho más que crecer. He sentido una infinita sensación de plenitud. Dando, ayudando y haciendo para el resto, que recibiendo algo de alguien.

Si nunca te has voluntarizado, donado, o creado algo para alguien de gratis. No te imaginas lo que te estás perdiendo. Hacer feliz a la gente conocida o desconocida es un regalo inmenso. Más aún cuando no se espera ninguna recompensa por ello.

Da tu tiempo a los que más quieres. Da tus cualidades a gente que las necesite. Da tu energía a una causa que consideras justa. Una vez que lo haces, el mundo se vuelve un mejor lugar para ti y para los demás. El sentir la energía que desprende la gratitud de la gente, no tiene precio.