Una noche.

No tengo como contar este cuento sin reírme de mí mismo. Es cierto que reírse de uno mismo es una buena terapia. Para mí suele ser algo, a veces, vergonzoso. Pero es que no me queda de otra cuando recuerdo lo que pasó en el desierto una noche del 2005. Quizás era Agosto o Quizás Setiembre. No lo sé. Era verano y pese a que en el día podías hornear un pan con solo dejarlo en el patio, en la noche podías llegar a sentir un frío que calaba hasta lo más recóndito de tu ser. Un frío que se adueñaba de tus pensamientos. De tus sentimientos y lentamente y poco a poco, te quebraba.

Aquella noche estaba haciendo la guardia de Mahazin (El que escucha). Mi trabajo era velar el sueño de mis compañeros mientras escuchaba la radio. El único problema era que no entendía nada de lo que decían en la radio. No sabía hablar hebreo. La radio MQ-64 de la época de la guerra de Vietnam no era, vamos a decirlo así, reproductora de sonidos de alta fidelidad. Para mí todo sonaba she she she raaa raaa raaa. Pero era el ejercito de Israel a nadie le importaba demasiado mis capacidades comunicativas.

Estaba sentado en un mojón de cemento. Con uniforme de combate y con sandalias al mismo tiempo. Un día antes habíamos regresado de una caminata de más de 40 kilómetros y los zapatos militares me habían destrozado los pies. El médico de la base me dio un permiso para usar sandalias por dos días. Fue delicioso. Lo recuerdo hasta hoy.

Recuerdo que había una mesa. En la mesa nos dejaban fruta para que los soldados hambrientos que se levantaran en medio de la noche tuviesen algo que comer. La fruta no era muy fresca. Por no decir que la mayoría estaba podrida. No podía ser muy diferente con las temperaturas de la mañana de más de cuarenta grados. Eran las dos de la mañana y hacía frío. Me dolían los pies en sandalias por el frío y comencé a odiar al Doctor que me había dado el permiso para usarlas. La caja de frutas estaba ahí a mi lado. Habían plátanos negros.  Habían un par de manzanas. Había un melón aguachento que olía a vinagre.

El olor del desierto de noche es algo que no se puede poner en palabras. Solo huele a él. Quizás a eso huele la soledad. Eso no lo sé, ya que nunca he estado realmente solo. Las frutas olían a vinagre balsámico. Sabía que estaban mal pero tenía hambre y mi estomago rugía. Quizás el frío me dio más hambre. Quizás el hecho de estar sentado en un mojón de cemento escuchando a una radio vieja sin entender nada, despertó en mí el apetito. De pronto me acordé de todo el peso que había perdido en los últimos meses (más de 10 kilos) y me dio más hambre. Miré hacia la caja de fruta y babeé. Me levanté y caminé haciendo ruido con mis sandalias  destruyendo el silencio perpetuo de la noche. Miré la fruta y lo único comestible por ahí era una manzana verde. De esas ácidas. Se veía más o menos comestible y poco a poco bajo una noche de luna llena me fui enamorando de ella. Cuando fui a tomarla sentí que algo se movía por debajo de ella. Salté hacia atrás y de una manera instintiva apunté con mi M-4 a la caja de fruta. Apunté como si el ejercito Iraki estuviese debajo de la misma, moviéndose con premura. Apunté como si un terrorista suicida se estuviera escondiendo entre los plátanos y por un pelo, no disparé.

Toqué la manzana con el cañón del fusil. Unos ojos rojos me miraron sin miedo. Supongo que aquellos ojos veían el terror en los míos. Una cola larga y pelada estaba enrollada en la esquina de la caja y de pronto emergió de las profundidades de la misma la más monstruosa rata que había visto jamás. Nadie me había explicado ni entrenado acerca de como reaccionar en esa situación. Sabía que no podía meterle un tiro a una rata parada en dos patas mirándome con ojos de pocos amigos y sacando sus dientes perla de la boca. Sabía que un tiro en esa zona del mundo podría causar la tercera guerra mundial si es que se hacía en el momento y en el lugar inadecuado. Jalé la manzana con el cañón hacia mí. Pensé en lavarla con jabón. No dejaría que una rata miserable impida que sacié mi hambre. Pero cuando la manzana empezó a rodar hacia mí la rata la jaló hacia ella y me di cuenta que aquella rata no me tenía el más mínimo miedo. Es más, sentí que me despreciaba. Y que consideraba que aquella única fruta comestible de la noche sería de ella y no mía.

Yo había pasado innumerables suplicios para llegar hasta ese punto del entrenamiento. Quería ser un héroe y para ser uno, me debía comportar como uno. No me dejé amedrentar y jalé la manzana hacia a mí nuevamente. La rata la jalo hacia ella y así forcejeamos un par de minutos. Tiro yo, tira ella, tiro yo, tira ella. Le podía meter el cañón del fusil en la cabeza y hacerla huir, pero eso iba en contra de mi estúpido sentido del honor. Un honor que hasta ese punto me había puesto  en esa precisa situación. Sirviendo en un ejercito para ser aceptado como uno de los suyos. Arriesgando el pellejo para ser parte de. Pero eso es ya otra historia. La rata tenía hambre y quería mi manzana. Yo tenía hambre y quería la manzana de la rata.

Me saqué la sandalia izquierda y se la tire. La rata huyó sin premura. Sencilla y llanamente se dio cuenta que yo era más fuerte que ella y se fue con la mirada esa de que quizás perdió la batalla pero no la guerra. Vi su cola deslizándose en el piso de cemento, mientras se introducía despacio y sin premura en el desierto infinito. Se sumergió en el silencio profundo de la noche. Roto solo de cuando en cuando por una radio superviviente de mil guerras pasadas y por el sonido que hacían los chacales.

Tomé la manzana y me fui al baño. Le eché jabón dana. Una especie de jabón que se usa en el ejercito para limpiar inodoros, lavarte las manos, bañarte, desinfectar heridas, limpiar los suelos y, como no, desinfectar comida que ha estado en contacto con roedores. Le metí un buen mordisco y sentí su acidez deliciosa.

El heroísmo y otros muertos

Corriendo por el desierto...Marzo del 2009
Corriendo por el desierto…Marzo del 2009

Hay momentos en los cuales me paro a preguntarme ¿Quién soy?

Creo que todos lo solemos hacer de cuando en cuando. Supongo unos un poco más que otros.

¿Soy la persona actual o la pasada?¿Soy mi presente o mi pasado o quizás mi ser futuro? ¿O quizás soy todo eso junto?  ¿Soy el que escucha Schubert o el  que sonríe escuchando Taylor Swift? 

No me puedo responder a casi ninguna de esas preguntas. Toda esa metafísica y filosofía existencial no hace más que cansarme. Antes le dedicaba mucho  tiempo a dudas existenciales  como aquellas. Hoy no. Hoy vivo bien sin sus respuestas. Hoy me considero muchas personas al mismo tiempo y llevo la fiesta en paz así.

No es que tenga un problema de esquizofrenia o algo por el estilo. Estoy bastante cuerdo (o eso creo) pero sí siento que tengo o he tenido innumerables vidas dentro del tiempo que llevo vivo. He sido un niño mimado. He sido un emigrante. He sido un soldado. He sido un pagador de impuestos. He sido y soy un hombre que teclea pensamientos.

De todos esos yo, quizás el más cercano a mí o el que más tiempo se ha quedado conmigo, es el yo soldado. El yo siendo un soldado en una guerra lejana. En una guerra que descubrí al otro lado del mundo. En una guerra que en unos aspectos me llenó de placeres y en otros de maldiciones. El yo soldado es el que más inunda mi ser. Es el que más forma parte de mis memorias. De mis días y de mis noches. De mis sueños buenos. Aunque mucho más, de mis pesadillas.

Es fácil hablar de una manera algo generalizada acerca de la guerra. Decir que la guerra es mala. O que la guerra es una mierda. La guerra es solo eso: Guerra. Y la guerra está entretejida por los hombres que la pelean. Por esos mismos hombres que al igual que yo, consideraron que es noble y justo y hasta heroico el ir a matarse con otros hombres.

Yo no tenía porque pelear ninguna guerra. Nací y crecí con mimos y con amor. No dejé de leer Julio Verne nunca durante mi juventud. Me daba miedo pelearme en el colegio. Me daba miedo el dolor. Me daba miedo hablar en frente de la gente. De pronto tenía fuego de mortero a mi lado. En la cara opuesta de la Tierra. Y todos esos miedos fueron historia. Y yo ya no supe quién o qué fui. ¿Quizás mis recuerdos de infancia no son míos? ¿Quizás mi vida, como la conozco, solo empezó con el primer boom que escuché mirando hacia el norte. Hacia el Líbano? ¿Quizás comenzó un poco antes de eso,en la base de entrenamiento, en el medio del desierto, cuando me peleé con una rata por una manzana? ¿ Quizás cuando vi a Diego el Uruguayo en la televisión disparando fuego de artillería y siendo entrevistado? Yo no nací en la guerra. Aunque crecí en un especie de guerra interna de un país sudamericano y terminé peleando una guerra milenaria en un país medio oriental. No tenía porque oler el olor de los eucaliptos mezclados con los de la pólvora bajo aquel sol histórico. No tenía porque estar escuchando gritos de niños oficiales o de niños soldados que me hablaban en un idioma ininteligible. En una mezcolanza de explosiones y gritos y olores indescriptibles en ningún idioma conocido o desconocido. No tenía porque pelear una guerra que no fue mía, pero lo hice. Estoy seguro que sí.

Me considero que soy muchas personas al mismo tiempo porque sino no podría vivir con el único que soy. No podría verme en el espejo y lavarme los dientes e irme a trabajar de lo más normal, como si nada hubiese pasado, cuando sé que todo ha pasado. Cuando sé que a veces es más fácil subdividirse en pequeños yo distintos para no autodestruirse. Al menos cuando uno recuerda lo que vio, olió e hizo.

Porque a veces una foto puede hacer que te salten todo tipo de monstruos de seis cabezas desde lo  más profundo de la memoria. A veces es un olor. Otras, un libro de un viejo escritor. Y boom: Recuerdas. Y lo debes escribir para quitártelo de ti rápido. Porque es como el fuego. Mientras más rápido te lo quitas de encima. Menos te quemas. Y debo decir lo que estoy diciendo a pesar de que a nadie en absoluto le debería de interesar mis palabras. Palabras escupidas desde mí yo soldado. Desde ese que suele adueñarse de mí en las noches de pesadillas. Desde ese que a veces me hace desconfiar del vendedor árabe del puerto azul de Yaffa.

Espero no aburrirte con estás palabras tan personales y a la vez tan inútiles. Tratados sobre la guerra se han escrito hasta el hartazgo. Frases de soldados dan vueltas por el imaginario colectivo. Los héroes han muerto en algún momento. Porque los vivos que hemos visto «qué es el heroísmo», sabemos que solo los muertos se lo han ganado.

Cada vez que respiro

Crema de mentol tailandesa. Hoy día...Mi mejor amiga
Crema de mentol tailandesa. Hoy día…Mi mejor amiga

Hace un tiempo escribí sobre el miedo que le tenía a los golpes cuando era un niño. No me refiero a los golpes de la vida ni del destino. Hablo de los golpes que me propinaban los niños más grande en el colegio.

A algún miembro de mi familia se le ocurrió la grandiosa idea de inscribirme en clases de Karate para que así pudiese desarrollar una destreza de ninja a la hora que el gordo Pepe, del segundo grado de `primaria, se quisiese pasar de vivo conmigo.

Las clases de Karate no dieron muchos resultados. Porque después de unas cuantas lecciones les agarre terror. Les agarré terror porque me dolía que los otros niños me dieran de puños. Me dolía que el resto de niños se burlasen de mis descoordinados y mal hechos movimientos. Nunca me aprendí ni un solo Kata. Solo sufrí penurias y vergüenzas dándomela de Ralph Macchio en Karate Kid.

Obviamente crecí. y descubrí que los dolores más grandes de la vida no están en los puños de tus enemigos. Están a veces en las malas acciones de la gente que te rodea. A veces gente a la que quieres o a la que aprecias. Están en las palabras mal dichas. Están en las traiciones. Están en todas esas cosas raras que le empiezan a suceder a la gente una vez que se hace adulta.

El dolor que me causaban las peleas pasó a un segundo plano. Si tengo que elegir que me traicionen o que me peguen un buen puñetazo en la nariz. Créeme si te digo que prefiero el puño de Tayson dándome en la cara. Y así de tanto entender que hay dolores en esta vida mil veces peores de los que te pueden causar unos simples nudillos y gracias al tiempo y la voz de la experiencia, le perdí el miedo a la lucha cuerpo a cuerpo.

Rememoré todo el rollo de mi pasado para que entiendas el contexto en el que me vi envuelto ayer. Ayer estaba en un sótano en el centro de Tel Aviv entrenando. Entrené con los sacos. Les pegué buenas patadas y puñetes. Hice algo de estiramientos. Le tiré infinitos puños al aire y me preparé para mi pelea de la noche. No era realmente una pelea, sino dos.

Mi primer contrincante fue un polaco de unos cuarenta años. Pesaba 85 kilos (yo peso 87). Podría decirse que somos algo así como pesos pesados. El polaco me tenía algo de miedo. Había trabajado conmigo en el pasado y sabe que suelo ser medio rarillo cuando me enojo (créeme que casi nunca me enojo, pero cuando lo hago no soy la persona más idónea para estar al lado de nadie). Empezó la pelea de tres rounds. Cada uno de minuto y medio. Nos miramos a los ojos. Al hacerlo yo sabía que tenía la pelea ganada. Fui a por ello con todas mis ganas y  después de ganchos de derecha, de izquierda, rectos, de costado a los riñones, patadas a las costillas, a la parte interior de los muslos, pasados cuatro minutos y medio que parecieron una eternidad gané. El polaco quedo reventado y yo casi casi sin daño alguno. Me sentí como Napoleon… En sus mejores épocas.

Me dieron un par de minutos de descanso y debía comenzar con mi segunda lucha. Frente a mí se paro Dima. Un endeble mozalbete ruso de diecisiete años y 70 kilos de peso. Me dio lástima verlo. No creo que lo haya subestimado, pero sí sentí un cierto amor paternal. Algo así como: Pobre chiquillo, si sus padres lo hubiesen educado mejor, no estaría en este sótano apestoso frente a mí en estos momentos. Vi sus brazos delgados acercarse a los míos para hacerme la seña de compañerísmo. Le toqué los guantes con los míos y comenzó la pelea.

Dima saco una patada con la pierna derecha en menos de diez milisegundos y yo la asimilé en las costillas de mi lado izquierdo. En un microinstante pensé que se me habían fracturado por lo menos un par de ellas. Además todo el aire que había inhalado un segundo antes estaba afuera completamente, ya que mis pobres pulmones recibieron la conmoción de su vida. Cuando entendí que podía seguir luchando un segundo después, recibí un vendaval de golpes que según mi lógica, algo dañada por el estrés y el dolor, no eran posibles.

Recibí demasiado castigo. Lo recibí tanto que implore que el tiempo se pasase rápido. En esos momentos puedes filosofar mucho. Recuerdo haberme acordado de Einstein y de la teoría de la relatividad y de como el tiempo fluye de manera diferente dependiendo de la velocidad y del campo gravitatorio al que estás expuesto. Recuerdo también haber recibido golpes en las sienes mientras me tapaba la cara para que no se me salga algún diente o para que mi hermosa nariz no termine hecha una S. Recuerdo haber sido el hombre más feliz del mundo cuando terminé el primer Round (me encanta apreciar las pequeñas cosas de la vida). Me sentí como Napoleón… en su peor época.

Después de treinta segundos estabamos peleando de nuevo. Dima me había pegado en el primer Round lo que no me habían pegado en un año entero. Pero en el segundo, no dejaría que me hiciese lo mismo. No lo hizo. Entró decidido a noquearme y me dio más fuerte que antes. La conmoción mental del primer asalto ya se me había pasado un poco y pese a que Dima me pateaba y puñeteaba a su antojo cual saco de papas, aguanté bastante bien el segundo. Entendí que su punto fuerte eran las patadas más que los puñetes y me fui al descanso.

En el tercer Round me sentí muy bien al haber interpretado tan bien a Dima. Cuando le acortaba las distancias y no podía patear, no tenía mucho que ofrecer. Sus puñetes eran algo debiluchos. Al menos, asimilables. Pegándome a él conseguí conectarle un recital de puños en los riñones, tres o cuatro en la boca del estomago y dos buenos ganchos en la mandíbula. No cayo, pero no terminó muy feliz el asalto.

Al final, ganó Dima (conecto mucho más que yo en la cuenta acumulada). Era obvio y era lo justo. Aunque haya escrito más arriba que no me confié en demasía. Estoy casi seguro que si hubiese ido con una mente más humilde, Dima no me hubiese despedazado el primer Round.

Me sorprende que los puñetes en sótanos hayan pasado a formar parte de mi vida y que sea algo que me gusta tanto. Me parece increíble lo mucho que puedes aprender de ti mismo y de los demás cuando combates contra ellos de la manera más primigenia que conoce el hombre. Por medio de la fuerza.

Dima no tenía el cuerpo ni el peso ni la fuerza para vencerme. Pero entro con una actitud ganadora y valiente y me reventó en el primer Round.

Yo caí en manos del orgullo y recibí una linda sorpresa. Tuve la fuerza física y mental de sobreponerme a la misma. Pero no pude remontar el daño que mi propio orgullo me había ocasionado.

Ahora estoy en casa. Sintiendo la magnitud de los combates de ayer en mi cuerpo. Y acordándome de Dima cada vez que mis costillas se mueven de arriba hacia abajo, o mejor dicho, cada vez que respiro.

La vida que siempre he querido

Ninos en estanque. Tel Aviv, Israel. Mayo del 2015
Ninos en estanque. Tel Aviv, Israel. Mayo del 2015

Hace unos años cambié la perspectiva con la que veía las cosas.

Trabajaba mucho. Me estresaba mucho. Me dio un ataque de ansiedad. Terminé en el hospital y me dije basta. Tiene que haber una mejor manera de hacer las cosas. Tiene que haber una mejor manera de vivir los días. No puede ser que esto y solo esto, sea lo que me depara el destino de aquí para adelante.

Descubrí que hay innumerables maneras de hacer las cosas diferentes. No tienes porque vivir en el trabajo de 9 a 5 todos los días de tu vida para jubilarte a los 67. No tienes porque desesperarte por competir con el resto. No tienes porque buscar día a día el placer momentáneo e ínfimo de una compra en Amazon. No tienes porque hacer las muchas cosas que estás acostumbrado a hacer. No todo lo que el resto hace está bien o es sano. No todo lo que te han enseñado está bien, o es sano para ti. Hay innumerables maneras de vivir la vida. Cada quién debe encontrar la suya. Y si no la has encontrado aún, no debes descansar hasta que la encuentres.

Yo aún no he encontrado la manera de vivir cien por cien perfecta para mí. La estoy buscando, día a día. Mes a mes. Año a año. Experimento muchas cosas. Adquiero de cuando en cuando algún nuevo hábito. Me deshago de algún otro que no me servía o más bien, me dañaba.

Dentro de esta búsqueda puedo dar fe de que he llegado a entender la magnitud del milagro que es estar vivo. He podido entender que estoy aquí y ahora en contra de casi todas las posibilidades (otra célula espermática más avispada en el ovulo de mi mamá en el momento de mi concepción y yo no existiría) desde el principio de los tiempos hasta hoy. Solo pensar de esa manera me hace entender que vivo un milagro y que estoy enamorado del mismo. Estoy enamorado de estar vivo pese a que aún no vivo como quiero.

Tengo un trabajo de 9 a 5. En mi  caso es poco más de 7 a 3. Se podría considerar  que es un trabajo cómodo. No puedo decir muchas cosas malas de él. Pero es un trabajo que no va con mi aptitud para con la vida. Es un paréntesis de ocho horas diarias en lo que realmente soy yo. Yo soy un amante de la aventura. De probarme cosas a mí mismo. De educar al resto en las cosas que sé. Soy un amante de los viajes. De los treks. Del montañísmo. Soy un amante de Julio Verne. Del capitán Scott en la Antártida. De el capitán Cook en Hawai. De Neil Armstrong en la luna. Eso es lo que soy: Un aventurero y un eterno y romántico amante de otros aventureros.

Dejando de lado mi trabajo. Estoy intentando usar mis horas libres en planear o realizar aventuras que están a mi disposición (llevando la cuenta del tiempo y el dinero). Estás semanas he realizado unas cuantas cosas bastante interesantes. Desde city tours en la ciudad en la que llevo viviendo casi 10 años (y que ahora la veo con nuevos ojos) hasta pedalear cien y algo kilómetros en terreno desértico. Estoy tratando de encontrar el equilibrio correcto entre lo que soy y lo que hago. Entre lo que deseo y debo.

Hace un par de días estuve en el Rabin Square de Tel Aviv. Fotografíe un poco. Respiré la amplitud del espacio. Miré el transito fluir en la avenida Even Gvirol. Vi a la gente sentada en los cafés y en los restaurantes, disfrutando de un buen momento. Gozando de la tranquilidad de una tarde cualquiera. Me gustó ver lo que vi. Me gustó ver al par de niños a los cuales fotografíe en la foto de más arriba. Verlos jugar y explorar el estanque en el cual correteaban. Me gusta vivir la vida que vivo. Aunque sigo buscando la vida que siempre he querido vivir y voy a seguir buscándola hasta encontrarla….

Lo que nos gusta

He hablado innumerables veces de que debemos de hacer lo que nos gusta.

Estoy intentando con todas mis fuerzas hacer lo que quiero (al menos la mayor cantidad del tiempo).

Soy empleado y por ende no soy independiente. Debo de venderle 8 horas al día a alguien para poder tener ganar un salario. Eso consume una tercera parte de mi día. Las otras dos «hago lo que quiero». Es un poco mentira: Ocho horas me las paso durmiendo y así no quiera dormir, debo de hacerlo.

Bueno, esto tú ya lo sabes. Seguro te pasa lo mismo a ti (si es que estás en mi misma situación). He intentado fugarme del sistema, tratando de abrir un negocio pasivo en Internet. No me ha ido tan bien. Eso quiere decir que tengo que seguir conformándome con el dinero de mi empresa. Y con el hecho de que debo de seguir vendiéndole mi tiempo. Este blog, siendo completamente sincero, fue creado con la intención de volverse parte de un sistema de producción de dinero. Dinero que me ayudaría a liberarme del otro sistema al que estoy atado. ¿Y que haría después de que me liberase? Nada del otro mundo: Darle la vuelta al planeta tantas veces como sea posible. Conocer cuanto sea posible y reventarme hinchado de experiencias que me empujasen hasta la saciedad vital.

Ya que el negocio pasivo no funcionó. No porque no le haya puesto ganas (bueno, en verdad soy algo flojón) sino más bien porque no tengo ni la más remota idea de como hacer que las cosas funcionen en la Internet. Pues creo que me voy a conformar con hacer del blogging un buen pasatiempo. Es en lo que se ha convertido para mí, al fin y al cabo.

Empezó siendo un pasatiempo y terminó siendo un pasatiempo. Amaba escribir por escribir. Decir lo que me viniera en gana y compartir las cosas buenas que el minimalismo hizo por mí. Por mi vida. Por mi familia y por mi existencia. Luego las cosas se pusieron algo tensas cuando comencé a pensar en las estadísticas y en como rentabilizar mi trabajo. Porque un blog (si es que eres de los que no escriben un blog) es muchísimo trabajo. Es escribir el contenido. Es mantener la audiencia. Es decir las cosas que debes de decir, aunque después de un tiempo, no tengas muchas cosas que decir (no sé si me entiendes). Es editar y editar. Es corretear atrás de las estadísticas y ver una y otra vez lo que hiciste mal o lo que hiciste bien y darte cuenta si tus tropiezos de cegatón te están llevando por buen camino o no.

Convertí este blog en un blog de minimalismo porque el minimalismo es algo que ha influido demasiado para bien en mi vida. Si no has leído mucho acerca del tema y te interesa que te lo resuma, pues ahí va: Deshazte de lo superfluo, invierte tu energía en todo lo demás. La mayoría de nuestras vidas están basadas en cosas, actividades y en relaciones superfluas. Después de mi cambio minimalista he quedado con muy pocos (y muy buenos) amigos. He quedado con casi nada de cosas en casa. Pero he quedado mucho más feliz y completo que antes. Por eso me interesó que la gente lea de mis experiencias. Que a veces ese «menos es más» es el paso adecuado a dar.

El único problema acerca del minimalismo o escribir acerca del mismo, es que el tema es chico. Cuantas veces le puedes dar vueltas al mismo punto. Si eres un poco inteligente y has leido 100 posts acerca de minimalismo, te habrás dado cuenta que (al menos teóricamente) dominas bastante bien el tema. Yo leí mucho antes de aplicarlo en mi vida. Hoy, un par de años después de haberlo hecho, me puedo considerar un minimalista «experto». Pero por más experto que sea, no puedo encontrar tópicos que no sean ya redundantes y escribir de ellos.

Hay blogs de minimalismo que sobreviven años de años. El mío lo ha hecho. Me he valido de herramientas algo tramposas como las listas o los tips repetidos y sencillamente presentados con una nueva retórica. Considero que NO puedo seguir hablando de minimalismo. Al menos no todo el tiempo. Esto ya lo dije en un post hace algunas semanas. Invertí mi tiempo últimamente en los conceptos de las microaventuras y me ha ido bien. Bien a nivel personal y bien a nivel creativo. Me siento mucho más entusiasmado de lo que tengo que contar. De lo que tengo que decir. De lo que tengo que mostrar.

Y creo que ahí reside el meollo del asunto. Ya que este no es un blog que gana dinero, al menos que sea un blog  que me produzca placer al escribirlo (y a ustedes al leerlo). Y para que eso suceda, debe ser escrito desde la vena. Desde el lugar en el cual las cosas tienen importancia y no son superfluas ni son para llenar contenido ni para que Google me encuentre más rápido. Deberían ser cosas que me inspiren a mí y que los inspiren a ustedes queridos lectores. Al fin y al cabo, todo se lo debo a ustedes.

No sé realmente cuantos de ustedes leen de manera sostenida el blog en este punto. Me ha pasado que en los últimos seis meses las estadísticas me han dejado de importar mucho menos y por alguna rara ley de Murphy tengo más visitas en el blog. No sé cuantos de ustedes lo hacen de manera rutinaria. A los que lo hacen así o a los que lo hacen asá: Gracias.

Minimum es un blog que me gusta. Me ha ayudado a producir una ingente cantidad de contenido original y no tan original. He puesto innumerables horas en su producción y edición. Me ha hecho crecer como escritor. Me ha hecho crecer como persona. Ha hecho que sea leído por gente maravillosa. Y es lindo ver que hay gente que valora realmente todo el trabajo que se le puso a todo esto (aunque sean muy pocos). Y me basta solo con haber ayudado a una sola persona para que todo esto haya valido la pena.

Minimum va a seguir existiendo en los archivos del blog. Los posts van a seguir aquí para los que quieran leerlos. No voy a quitar absolutamente nada. Tampoco estoy cerrando el blog. Estoy sencilla y llanamente cambiándole de cara.

En unos días Minimum dejara de ser Minimum y se volverá otra cosa. No estoy seguro qué aún. No voy a dejar de escribir de minimalísmo pero si voy a dejar de escribir solo de minimalísmo. Quizás el blog cambie un poco de cara. Quizás se vuelva un poco más visual. Quizás las microaventuras sean parte clave del mismo. Quizás pueda compartir otras cosas que sé (que aprendí en mi vida de no bloggero) como todo tipo de tips de campo, outdoors, deportes y demás. No lo sé.

Estoy seguro de que el cambio, a pesar de ser visualmente grande, va a ser muy pequeño en la esencia misma de las palabras que tengo que decir y que ustedes van  leer. Espero que me acompañen también en este nuevo camino. Medio irregular todavía. Sin mapa y sin derrotero fijo.

Así que volviendo al principio:

He hablado innumerables veces de que debemos de hacer lo que nos gusta.

Micro Aventura en el Valle del Ayarkon
Micro Aventura en el Valle del Ayarkon…Israel.