Gente del este

image
Atardecer en Tel Aviv-Yaffo

La gente del este es alegre. Canta canciones con tambor.

Canciones con letras dulces y no profundas.

Canciones en las que la voz gutural del cantante pasea por los altos. Recitando acerca del amor por alguna «muñeca».

No me cae bien la gente del este.

Tienen una filosofía que no concuerda con la mía. Son demasiado cálidos. Son demasiado dulces. Son demasiado gritones. Les gusta exhibir lo que tienen. Les gusta ponerse marcas como Armani o Versace. Manejar BMWs o Mercedes Benz.

Yo soy un minimalista. Me gustan las camisetas sin logotipos. No soy escandaloso. Escribo. Fotografío. Hago ejercicio porque me gusta un poquito el dolor. Duermo siesta. A veces escucho Chopin.

Vivo en un país del medio oriente. La mayoría de gente aquí es gente del este. Muchos bailan con las manos en alto.

A mí no me gusta alzar las manos. Tampoco me gusta bailar.

Pero la vida es así. A veces vivimos con los que no nos gustan. Algunos le llaman a eso sociedad moderna. Antes si eras persa matabas a los griegos o los hacías tus esclavos. Ahora tenemos que vivir juntos persas. Neozelandeces. Sudamericanos. Espartanos y celtas. A eso le llaman globalización.

Pues nací en el momento idóneo para ver al tipo del auto de al lado gritar una canción de Omer Adam (si no lo conoces, no hagas el esfuerzo por hacerlo) mientras viste una camiseta Versace y usa unos Ray Ban azules. En mi pequeño Hyundai escucho los Red Hot Chili Peppers. Y juntos los dos, nos entremezclados en el ruidoso y caluroso tráfico de Tel Aviv. Cada uno hacia su vida. Hacia su propia música .

#cuentos

80s: Duraznos, fajos de billetes, amores infantiles y apagones…

duraznosaconcagua
Mis duraznos…

Cuando era niño comerme duraznos en conserva era un lujo.

En los años 80s el Perú era un país inestable política y económicamente hablando. Los duraznos me gustaban mucho. Aunque subían de precio cada día. Era feo ser un niño enamorado de los duraznos en un país en el que no sabes si al día siguiente habría pan para comer o leche para tomar. No eramos pobres. No eramos ricos. Éramos la clase media y estábamos jodidos.

La moneda se devaluaba tanto que mi padre venía con bolsas llenas de dinero. Así cobraba el sueldo. Yo pensaba que era millonario. No lo era. Un día me dijo que sacara todas las bolsas que tenía guardadas debajo de la cama. Sacó un fajo de billetes y los quemó en el jardín sonriendo. Aquel mismo día aquel fajo había dejado de valer nada. Nunca olvidaré su rostro mientras lo quemaba.

A los seis o siete años me enamoré de una niña en el colegio. Era mucho más alta que yo. No solo los duraznos huían de mí. También lo hacían las niñas que me gustaban. Aquella muchacha  se fijaba en mí mientras me iba a multiplicar a la pizarra.Su mirada me quemaba en la espalda. Nunca me equivoqué en ninguna multiplicación sólo para impresionarla. No funcionó.

Había también una guerrilla Marxista-Maoísta-Leninista llamada Sendero Luminoso. Y otra llamada MRTA (Movimiento revolucionario Tupac Amaru).Mataron a mucha gente. A muchos policías. A muchos militares. A mucha gente inocente. La represión del estado no se hizo esperar y se generaron setenta mil muertos en una guerra interna que duró casi 20 años. Crecí con apagones  mientras las torres de alta tensión eran voladas casi a diario y mientras se escuchaban los bombazos a lo lejos. Crecí con mi padre y sus granadas al lado. Sus pistolas y su paranoia justificada. Crecí deseando aquellos putos duraznos en almíbar transparente y viscoso. Pero eran caros y los fajos de billetes de mi viejo no alcanzaban para nada y al día siguiente alcanzaban para menos aún. Hiperinflación le llaman. El Perú alcanzó la irrisoria suma de 7000% de inflación anual en 1990.

Yo quería comer duraznos y que la niña me haga caso. No me importaban ni los maoístas ni los números que salían en la tele. Ni tampoco me importaban los ministros que lloraban en vivo. Ni tampoco los amigos de mi viejo que morían a borbotones. Veía lo que pasaba pero era un niño. Un niño que solo veía las cosas buenas. El universo de la delicia en una  lata de conserva o el amor entero de la humanidad en los ojos acuosos de una niña que me amaba en silencio.