He tenido suerte

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Villa de Manang, Nepal, Septiembre del 2013.

 

En algunos lugares tribales de África te hacen saltar a los 15 años de un árbol bien alto. Algo parecido a un salto bungie. Te subes y saltas de cabeza amarrado de los pies con una Liana. Si no calculaste bien la medida de la misma y te quedas corto de liana  y tus brazos no tocan el suelo es un símbolo de cobardía, o si la mediste más larga de lo que debería ser y  tu cráneo pega contra el suelo, se abre como un coco y mueres  es un símbolo de valentía pero de estupidez; o, por el contrario, la mides exacta y las puntas de tus dedos rozan el suelo y tu cráneo queda intacto. Entonces sí hijo mío: Eres un hombre Valiente e inteligente y puedes reproducirte. Y ya tienes todo el derecho de casarte y perder tu virginidad.

A mí me tomó ser adulto 30 años por lo menos (aunque la virginidad la deje atrás un poco antes…). Nadie me hizo saltar de un árbol. Nadie me leyó la Torá. Yo mismo auto-determiné mi adultez cuando yo mismo me sentí listo. Hoy no tengo ningún reparo en decir que soy un adulto hecho y derecho. Me conozco. Sé lo que valgo y sé de qué pie cojeo.

Conozco lo bueno, lo malo y lo feo de mí mismo. Me ha tomado tres décadas decidir por mi mismo que «ya estoy grande» y además de decidirlo, sentirlo.

Quizás me demoré porque la mayoría de la gente de mi generación, nacida en el mundo occidental, se demoró también. Somos ese grupo de gente que no compra departamentos ni casas y que vive con sus papás hasta bien entrada la treintena. Somos esa generación de barbudos y tatuados que vive de manera hedonista y egocentrista. Somos esos a los que se les hace tan difícil tener hijos. Esos que piensan en viajar todo el tiempo  y que te pueden animar una tertulia hablándote sobre  la calidad del Latte Machiatto que toman.  No tengo nada contra eso: Yo también soy así.

Aunque yo haya crecido lejos de casa desde los 21 años. Me haya casado a los 23, nunca me he considerado realmente un hombre adulto. Quizás, en retrospectiva, puedo decir que los treinta fueron mi punto de quiebre y que fue la edad en la que dejé de ser un muchacho para volverme un hombre.

Tomó mucho. Y tomó mucho porque me he desarrollado en una sociedad facilista. No crecí peleando contra la sequía en Africa o en una sociedad cazadora recolectora de antaño. Vi Dragon Ball Z y en mis veranos he tenido siempre un refrescante aire acondicionado. El hambre no me ha perseguido. Las comodidades del mundo moderno sí.

He tenido suerte. Todos los días pienso en eso. Todos los días agradezco a la teoría del caos y las probabilidades que, justo yo, haya podido madurar recién a los treinta y que haya crecido en un mundo calientito y bonito y que nada realmente haya sido tan difícil como para haber madurado antes.

He tenido la suerte de viajar y ver niños trabajando desde muy niños. Hombres de cuarenta años ancianos. He tenido la suerte buena o mala de ver la guerra y ver lo que perder la guerra le hace  a la gente: La hace crecer rápido. La hace envejecer. Le acorta la vida. Me ha pasado que he encontrado muchachos de 18 en los territorios palestinos que parecen de 40 y hombres de 40 que parecen ancianos. Lo he visto con mis propios ojos. Nadie me lo ha contado.

He tenido suerte como supongo la has tenido tú que estás leyendo estas líneas.

 

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Mi porter en Nepal. Cargando 30 kilos en la espalda por 4 dólares al día.

 

 

Un despatriado

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Última foto que le tomé a Machu Picchu en el 2004. Los archivos digitales son más grandes ahora. Tanto que da vergüenza mostrar una foto de 2 megapixeles…. 🙂

 

No soy muy aficionado al calor. Prefiero el frío. Aún así, este verano para mí ha sido el más insoportable de todos. No sé si es el calentamiento global o soy yo el que se está haciendo viejo. Pero siento que me ahogo. Como un goldfish fuera de la pecera.

El año pasado en estás épocas estaba con mi esposa en los Pirineos.Disfrutando del aire límpio de la montaña. Este año estoy aquí (en Tel Aviv) con calor.

Viajamos el próximo mes a Perú. No sé si a las montañas, pero estoy seguro que la temperatura va a estar mucho más agradable que aquí.

Tengo 35 años. Me gusta tomar fotos que nadie ve. Me gusta escribir cosas que nadie lee. En unas semanas me voy de viaje al otro lado del mundo. Por casi un mes al país que me vio nacer y por el cual no siento ningún afecto.

Tampoco le tengo mucho afecto  a Israel. Lo siento como el lugar en el que vivo. He conocido gente maravillosa. Pero hay tantos problemas. Tanta tensión. Tanto odio. Tanta incertidumbre que te es imposible sentirte tranquilo o como en casa.

Creo que me siento un ciudadano del mundo. Me jode cuando ISIS explota  Paris o cuando vuelan medio Alepo. Odio cuando los palestinos le disparan cohetes a civiles israelíes y el mundo no dice nada. Aunque aborrezco la muerte de niños palestinos dentro de lo que se conoce como daños colaterales y nadie tampoco hace nada.

Me molestan muchas cosas que pasan alrededor del mundo. Y me siento conectado con la mayoría del planeta. Pero no tengo una identidad nacional. No soy un patriota. Ni beso una bandera. No en el medio oriente. No en sudamerica. No en Europa. No en Norteamerica. Sencilla y llanamente no me siento parte de.

Quizás me siento así porque tengo mucho calor. Y cuando tengo mucho calor me quiero ir de Israel y vivir en Islandia. Todos los años me pasa. En el verano es cuando peor me siento en Israel. Mucho calor y mucha guerra. Me ha tocado ir a tres guerras. Dos de ellas en el verano. Quizás por ello estoy traumado.

Puede ser…

Al Perú no lo quiero porque me robaban. O me querían robar todo el tiempo. No lo quiero por la corrupción. Por la falta de educación de la gente. No es que yo sea educado, pero me doy cuenta que no lo soy y hago lo posible para mejorarlo. No quiero al Perú porque tienen la mentalidad en el siglo XIX. Que si violan a una chica es la culpa de ella (de la chica) por vestirse con minifalda. Por provocar. Nop, eso no lo puedo aguantar. Por eso, apenas pude puse las patitas en un avión y me fuí de ahí para siempre. Y no deseo  volver jamás… a vivir.

Pero ahora vuelvo. No a vivir, sino a visitar. A los que quedan. A la gente que al cabo de los años se ha vuelto irreconocible porque toda una vida nos ha pasado a todos por encima. Los muchachos que deje están más gordos y calvos. Las chicas que bese son madres de familia de muchos retoños.  Las discotecas en las que baile están «pasadas de moda» o ya no existen. Los precios que disfrute se fueron a la mierda y ahora todo es mucho más caro. La vida que viví ahí ha desaparecido por completo.

No soy muy nostálgico. Pero sé que recorriendo algunas calles de Lima voy a sentir ganas de llorar por lo mucho que han cambiado. Salí del perú hace 14 años. He vivido en dos países desde entonces. He perdido mi identidad nacional y me he convertido en la cosa que soy: Un despatriado. Un fotógrafo mediocre. Un veterano. Un escritor que aburre. Un esposo en el sofá viendo Netflix.Un barbudo con tatuajes que camina en medio de Tel Aviv sin sentirse en casa. Un huevón que toma vino blanco chileno, pese a ser peruano,  en el medio del medio oriente.

 

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 Última foto en Tel Aviv (ayer en la tarde). Desde mi teléfono LG4… Cómo avanzó la tecnología en estos últimos años!!!

 

 

Contrastes

Hola amigo/a de internet,

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Judio laico  sentado en el puerto de Yaffa en la ciudad de Tel Aviv

Siempre he usado la palabra escrita como mi método expresivo preferido. Me gusta escribir ideas. Pensamientos. Relatar algo de lo que pasa en mi vida. Relaté en este blog mi aventura minimalista de los último años. He relatado también algunos problemas que he tenido y muchas cosas buenas que me han pasado.

Si has leído alguna de mis entradas, sabrás que me gusta fotografiar. En este último tiempo me la he pasado fotografiando más en serio que antes.

Compré una pequeña pero poderosa cámara (Sony alpha 6000)  para que reemplace a mi vieja Nikon D-80. Con ella me he tirado un poco a las calles a fotografiar por aquí por allá. Me he dedicado a hacer en este último tiempo lo que se  conoce como «Fotografía callejera» o «Street Photography». La fotografía me gusta mucho porque la imagen ayuda con creces a las palabras a la hora de expresar una idea (Por algo los periódicos vienen con fotos). O como dicen por ahí: Una imagen vale más que mil palabras. Por eso me he decidido a cambiar un poco el formato e incluir imágenes mías sobre el tema que quiero tocar.

Sé que este último tiempo no he escrito. Supongo que se debe al calor que tanto me sancocha las ideas. Vivir en el medio oriente no es fácil y es más dificil aún en el verano. Intentaré publicar más seguido a partir de ahora para todo el que quiera leerme y ver alguna de mis fotos.

A partir de hoy el blog pasará a ser un blog de Street Photography mezclado con fotoperiodismo o si quieres lo puedes llamar un blog de fotografía acompañado de las historias raras que siempre me pasan. Diciéndolo de otro modo: Lo mismo que antes con más fotos. Dejaré un par de imagenes del fin de semana en Tel Aviv.

Si te gustan, me avisas!

Sobre las imágenes:

Este par de fotos demuestran el contraste de la sociedad israelí. El liberalismo y el ostracismo. El avance hacia los ideales occidentales y el conservadurismo extremo. 

La sociedad aquí vive entre un tira y afloja de dos polos completamente opuestos. Que, obviamente repercute en el manejo del problema palestino y el conflicto eterno en el que Israel está sumergido. Mucha gente no lo sabe, pero las tensiones entre religiosos y laicos en Israel son inmensas. A veces más fuertes y dolorosas que el conflicto que tiene Israel con sus vecinos árabes. Es una tensión que no se distiende nunca y más bien aumenta a medida que\ hay un crecimiento demográfico incesante de la población religiosa. 

En otras entradas publicaré de que trata el conflicto y cómo eso repercute en mi vida a la hora de querer ir a algún lado el día sábado (Shabat) o a la hora de querer casarme con alguien.

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Judío religioso ortodoxo caminando por las calles de la laica y casi «sodómica» Tel Aviv.