Hasta quemar la última lagartija.

Tengo casi 39 años.

En perspectiva de los ancianos, todavía soy un niño.

Biológicamente soy un hombre maduro que está entrando en su decadencia física. Mis ancestros eran considerados viejos a mi edad. Y según el promedio de vida mundial de hace menos de 100 años, me quedarían unos tres años de vida más.

Hoy, me desperté muy adolorido. Tengo un esguince en el hombro derecho. Un dolor profundo dentro de la rodilla derecha. El pulgar de mi mano izquierda está rígido. Mi cadera izquierda me duele hace más de un mes. Me levanto y me voy a mear. Mientras meo siento que me arde la uretra. Me voy a lavar la cara y veo en el espejo un hombre que casi no reconozco. Un pseudo yo cansado y ojeroso. Adolorido. Me lavo los dientes y las encías me sangran copiosamente. Decadencia.

Shit. Me digo a mi mismo. Esto de envejecer no tiene nada de gracioso ni de glorioso. No me siento un abuelo heroico como Francisco Bolgnesi.

Me voy a la cocina arrastrando todos mis dolores. Mi hijo de dos años quiere hacer café conmigo y me duele levantarlo para que vea el procedimiento. Por eso le bajo la Machinetta al suelo para que lo preparemos ahí.

Los dos juntos llenamos el filtro. Los dos juntos ponemos la Machinetta al fuego. Durante todo el tiempo en el que el café se prepara, estoy medio dormido. Gabriel me pide atención. Le presto la misma atención que le prestaba a los polinomios en la secundaria. Necesito que algo suceda para salir de este limbo sensorial de dolor y cansancio.

De pronto: Suena la Machinetta. El Café sale chorreando con una presión barométrica de 12 PSI. Gabriel salta de emoción porque le gusta el ruido de la ollita a presión que es la cafetera de Bialleti. Me levanto de la silla y me siento un convaleciente. Sirvo el café en una taza especial para café. Dejo que enfríe unos veinte segundos y bebo.

De pronto, mi mundo se vuelve luz y color.

De pronto los ruiseñores vuelan a mi alrededor. Me siento blancanieves corriendo por el bosque mientras los animales me hacen mimos por aquí y por allá. De pronto mi hijo no me parece más un duende asesino. Mi mente se vuelve afilada y siento que me puedo tragar el día a pedazos.

El problema es que el efecto de la cafeína pasa.

Y la sensación de ser un miembro de algún club geriátrico vuelve a mí.

¿ Realmente esto es envejecer?

¿Realmente así se sienten los primeros achaques del decaimiento?

¿ O quizás lo único que siento son los efectos secundarios de 4 entrenamientos de Jiu Jitsu brasileño y MMA a la semana más 5 o 6 entrenamientos de acondicionamiento semanales más la crianza de un niño de dos años y de un pastor alemán de nueve, más un trabajo a tiempo completo?

Cojo a mi hijo. Lo pongo en el auto y manejo rumbo al jardín de infantes. Voy por las pistas como un muerto viviente. Mover el timón hacia la izquierda me duele. Moverlo hacia la derecha me duele más. Llego al jardín. Al sacar a Gabriel de su asiento me duele la espalda baja y digo shit! Gabriel repite: chit. Lo dejo a cargo de una de las profesoras del jardín de infantes y vuelvo al auto. En Spotify me aparece Bill Withers y su Lovely Day.

No, Bill Withers, este día está fucking far far far away de ser un Lovely Day. Manejo de vuelta a mi departamento. Abro la puerta y el pastor alemán me espera con impaciencia. Quiere salir. Quiere cagar y mear. Sé que es un convenido pero igual lo quiero. Me ha dado momentos felices. Aunque me ha dado los momentos más estresantes de mi vida también. Se comporta a veces como un adolescente cocainómano y él lo sabe.

Prendo el aire acondicionado y pongo 18 grados centígrados. Busco una colcha y me acurruco en la cama invitando al sueño. El sueño no llega. Sé que solo tengo veinte minutos para una siesta antes de tener que meterme en la ducha. Luego tendré que ir a la oficina a soportar un soporífero día de trabajo.

Cierro los ojos y mis intentos de dormir hacen que me sea más difícil hacerlo. Pasan diez minutos y dejo de intentarlo. Me levanto de la cama y me siento desgastado, cansado, derrotado y dilapidado por el tiempo. Algo así como Alán García en su último día en este mundo. No sé porque demonios pienso en Alan. No importa realmente él ni nada relacionado con él. Salvo la porquería de leche ENCI que tomaba por su culpa… Dejo ir ese pensamiento y voy a hacer más café.

Mientras la segunda tanda de café se cocina, continuo pensando en la decadencia de mi cuerpo. Decido, de pronto, hacer lo que he hecho todos los días los últimos once años de mi vida. Me tiro al piso y empiezo a hacer lagartijas.

20.

Me levanto y me siento algo mejor. La sangre ha fluido a mi cerebro. Mi corazón ha bombeado un poco más. Me he agitado algo. Vuelvo a tirarme al piso. Vuelvo a hacer lagartijas.

20.

Me siento mejor aún. El café ya esta listo. Me tomo un espresso doble. Hago más lagartijas.

60.

Completo las cien. El mundo es un mejor sitio de pronto y me siento más fuerte y vivo.

Miro mi reloj y me quedan 10 minutos más antes de la ducha.

Me tomo otro espresso y me voy a la barra que tengo en el baño. Hago 10 barras. Luego 10 más. Luego 10 más. Sigo hasta las 50 que hago todos los días. Me quedan tres minutos antes de bañarme. Tomo mi Kettelbell de 20 kg. Hago Squats. Tres series de 10 cada una. Una serie por minuto. De pronto la sensación de estar desarmándome desaparece. Me siento, de pronto, indestructible. Me he vencido a mí mismo una vez más. Sé que se soy un cabrón ocioso. Y otra vez me he ganado. Fuck you mariconcito ocioso, te di otra vez por el culo, me digo a mí mismo mirándome al espejo antes de entrar en la ducha.

Me voy a trabajar radiante de energía pensando en como voy a dislocarle un hombro a alguien en el entrenamiento de Jiu Jitsu que me espera hoy en la noche. Me siento Hugh Hefner en los 60s.

Sé que mañana me despertaré con el esguince en el hombro derecho, el dolor en la rodilla derecha. Y todos los dolores que me aquejan desde hace un buen tiempo. Algunos van a ir pasando. Otros se van a ir quedando una larga temporada y aparecerán otros nuevos. Mañana, al despertarme, igual me sentiré viejo y adolorido. Y mañana lucharé nuevamente contra esa fuerza inercial que me empuja a no hacer nada y a descansar y dormir un poquito más. Voy a luchar contra ese impulso ocioso que nace de mis profundidades más remotas (en las que soy todavía ese adolescente nerd y blandito que jugaba juegos de computadora y leía insaciablemente) y pese a la ardua lucha, estoy más que seguro que me voy a ganar nuevamente a mí mismo.

Y creo que mi día a día va regido con un Moto que nace de esa frase que un geriátrico y peruanísimo Coronel Francisco Bolognesi le dijo a su contraparte chilena cuando le pidieron que se rinda antes de la batalla de Arica: Con todo el respeto Mayor De la Cruz, Tengo deberes sagrados que cumplir y No me rendiré hasta quemar el último cartucho.… Yo, en cambio, no tengo deberes tan sagrados pero sé, que de todas formas, no me rendiré hasta quemar la última lagartija.

Que lo denominen pulpo

Sam Smith se acaba de declarar No Binario

Cuando era chico habían solo dos géneros: Masculino y Femenino.

Habían también (como a lo largo de la historia de la humanidad) Homosexuales. Los homosexuales no eran muy bien aceptados en el lugar en el que nací. Hace solo 30 años, vivíamos en el Perú en la edad media en lo que a «gays» se refiere. A los hombres homosexuales se les denominaba maricones, mariquitas, rosquetes, mostaceros, cabros…etc. Se les discriminaba sin recatos y nos burlábamos de ellos. A veces les pegábamos o los insultábamos en las calles por que sí. A las mujeres homosexuales se les denominaba lesbianas, tortilleras, machonas….También se les discriminaba aunque quizás un poco menos que a los hombres. Siempre se esperaba que un hombre «sea» un hombre y si un hombre es un «marica»…. Pues algo malo hiciste como padre. Quizás no le rezaste a dios lo suficiente. Quizás te han maldecido de alguna u otra forma….Siempre se escuchaba esa frasesita: «Prefiero un hijo muerto que un hijo maricón…»

Muchos hombres y mujeres realmente sufrieron violencia y muchos otros murieron por ello también.

En aquellas épocas, la mayoría de gente (y yo entre ellos) «no podíamos aceptar ni entender» que a alguien le pudiese gustar tener sexo con otra persona del mismo sexo.

Pero paso el tiempo y las épocas cambian. En los últimos veinte años hemos evolucionado, social y tecnológicamente, más de lo que lo hemos hecho en toda la historia de la humanidad. Yo, por mi parte, después de madurar durante estos veinte años y de aceptar que a cada quién le puede gustar cualquier cosa (sin incluir animales ni a niños) y que cada quien puede hacer con sus genitales lo que le de la reverenda gana y meterlos donde quiera, he llegado a la conclusión de que en mi adolescencia fui un idiota intransigente y primitivo.

¿Quién soy yo para decidir qué se mete quién por el culo o por la boca?

Nadie. No soy nadie. Soy solo polvo de estrellas.

Hace unos años, llegué a la conclusión de que cuestiones de culo y genitales, son cuestiones privadas, que a nadie, que no sea a los involucrados, le deberían importar un rábano.

Ok, ¿entonces?

¿Soy un ciudadano cosmopolita y de mente abierta del siglo XXI entonces?

No. Al parecer no lo soy.

Porque cada vez que abro «Google», además de los clásicos Masculino y Femenino, me encuentro con un «Género» nuevo. Géneros que ya ni siquiera sé que significan.

Hoy leí que el cantante Sam Smith se convirtió en NO BINARIO. Ya no es ni hombre ni mujer. Sino, NO BINARIO.

¿Que qué coño es eso?

Un ejemplo de Wikipedia:

«Género fluido»
Artículo principal: Género fluido
Género fluido es una identidad en la que se pueden ubicar otras identidades como la identidad binarias, bigénero y la identidad trigénero, concentrándose en la identidad tanto binaria como nula. El género fluido establece periodos de transición imprecisos y variables en los que se identifica como un género y otros periodos en los que se identifica como otro. El género fluido no es determinado por la presencia de determinadas características sexuales o por la orientación sexual, sino por una búsqueda constante de conformidad en la identidad de género. Se le llama género fluido como una analogía a las características de los fluidos de permanecer en constante movimiento….»

¿Qué mierda significa eso?

Me tomaron más de 10 años de mi vida dejar de ser el chuncho mente cerrada que era y aceptar que la gente es libre de hacer con su ano lo que quiera, ¿Para encontrarme con qué?. ¿Con esta mierda de género Neutral, Fluido, no Binario, Pangénero o Agénero?

No me jodan.

Me faltarían diez vidas para asimilar toda esa información sobre los nuevos multigéneros y que cada individuo inconforme, quiere que lo denominen como él o ella quiere. Y no siguiendo el determinante biológico que si tienes una verga y un par de huevos eres hombre. Y si tienes vagina y un par de ovarios, eres mujer.

Cada vez que leo cosas como la de «Sam Smith no siendo Binario» me siento viejo. Siento que le estoy perdiendo el ritmo al avance. Que las cosas corren más rápido de lo que deberían.

Quizás cuando mi hijo sea grande vaya a querer ser un pulpo. O quizás solo quiera que lo denominen pulpo. Y dime querido lector, ¿Qué voy a poder hacer yo al respecto?

La mejor arma

Soy un ocioso y siempre lo he sido. Desde que me acuerdo siempre he preferido lo fácil. Lo cómodo. Lo suavecito. Siempre me ha gustado esa delicada sensación de adormecimiento que hay en una cama king size con unas buenas sábanas. Me encanta ver Netflix y comer porquerías. Odio hacer ejercicio. Odio sudar y agotarme. Odio levantarme temprano y comer sano. Las cosas más ricas son las más malas y odio esa contradicción. Soy un adicto al chocolate. Me gusta una buena siesta española. Me gusta una Coca Cola bien helada. Me gustan los bollos rellenos de crema. Me encantan las papas fritas. Me encanta llenarme de comida y tomar un buen vino y luego dormir 12 horas seguidas.

La vida sería espléndida si es que hiciera todo lo que me gusta y si me dejara llevar por mi ociosidad nata. Pero… Como decían en el Apolo XIII: Houston Tenemos un problema. Y ese problema es que:

Odio ser así.

Odio ser débil y ocioso. Odio ser blandito y ceboso. Odio ser gordito y lento. Odio perder el tiempo. Odio no ser productivo. Me odio a mí mismo por no dar de mí lo que sé que puedo dar. Odio verme mal frente al espejo. Odio sentir que la vida se me escapa entre los dedos. Odio no hacer cosas grandiosas y difíciles. Odio no ponerme a prueba. Odio no enfrentarme a mis miedos más grandes. Odio ser como soy: Un ocioso nato.

Por eso peleo.

Y para ello, uso mi arma preferida: La disciplina.

Porque a la disciplina no le importa que yo este motivado o no para hacer algo. Lo tengo que hacer porque sí. Porque debe ser hecho y no hay vueltas que darle al asunto. La disciplina me libera de mis ataduras. De mis ganas de no hacer . De mis ganas de comer mierda y de dormir hasta tarde. De mis ganas de no hacer ejercicio y de quedarme tirado en el sofá.

La disciplina es esa buena amiga que te dice las cosas a la cara. La que te dice: Párate del sofá cerdo inmundo y haz cien planchas y cien barras ahora. O las haces o pronto serás un viejo escuálido. Una sombra de lo que fuiste en tus mejores años. ¿No quieres ser así? ¡Pues Levántate ya!. Siguiendo lo que te pido, vas a luchar contra la decadencia. Contra el status quo. Contra la gravedad. Contra ti mismo y siempre pero siempre vas a salir ganando...

Siempre que escucho la voz compungida y gritona de la disciplina, sufro. Pero siempre le hago caso: Todos los días.

Todos los días me despierto temprano.

Todos los días entreno.

Todos los días observo que como. Si un día como de más. El día siguiente como de menos o ayuno.

Todos los días leo un libro.

Todos los días escribo algo.

Sin excepciones. Sin excusas. Sin negociaciones.

Antes leía, entrenaba, escribía, etc… cuando me sentía motivado. Y cuando me sentía desmotivado, pues, no lo hacía. La disciplina me ha quitado ese voto de confianza en mí mismo. Ya no confío en mí mismo porque se que soy débil. Soy ese gordito fofo que se hace pajas viendo Netflix mientras come doritos. La disciplina no me deja ser así. La disciplina me empuja a correr cada vez más rápido. Ser cada vez más fuerte. Ser mejor (o al menos, no ser peor) cada día.

El tiempo hace lo suyo. A nosotros no nos queda otra que meterle un bazucaso de disciplina. La disciplina es el arma última para enfrentar la vida y salir parado lo mejor posible de ella.

Ahora, me voy a hacer planchas…