
Soy un ocioso y siempre lo he sido. Desde que me acuerdo siempre he preferido lo fácil. Lo cómodo. Lo suavecito. Siempre me ha gustado esa delicada sensación de adormecimiento que hay en una cama king size con unas buenas sábanas. Me encanta ver Netflix y comer porquerías. Odio hacer ejercicio. Odio sudar y agotarme. Odio levantarme temprano y comer sano. Las cosas más ricas son las más malas y odio esa contradicción. Soy un adicto al chocolate. Me gusta una buena siesta española. Me gusta una Coca Cola bien helada. Me gustan los bollos rellenos de crema. Me encantan las papas fritas. Me encanta llenarme de comida y tomar un buen vino y luego dormir 12 horas seguidas.
La vida sería espléndida si es que hiciera todo lo que me gusta y si me dejara llevar por mi ociosidad nata. Pero… Como decían en el Apolo XIII: Houston Tenemos un problema. Y ese problema es que:
Odio ser así.
Odio ser débil y ocioso. Odio ser blandito y ceboso. Odio ser gordito y lento. Odio perder el tiempo. Odio no ser productivo. Me odio a mí mismo por no dar de mí lo que sé que puedo dar. Odio verme mal frente al espejo. Odio sentir que la vida se me escapa entre los dedos. Odio no hacer cosas grandiosas y difíciles. Odio no ponerme a prueba. Odio no enfrentarme a mis miedos más grandes. Odio ser como soy: Un ocioso nato.
Por eso peleo.
Y para ello, uso mi arma preferida: La disciplina.
Porque a la disciplina no le importa que yo este motivado o no para hacer algo. Lo tengo que hacer porque sí. Porque debe ser hecho y no hay vueltas que darle al asunto. La disciplina me libera de mis ataduras. De mis ganas de no hacer . De mis ganas de comer mierda y de dormir hasta tarde. De mis ganas de no hacer ejercicio y de quedarme tirado en el sofá.
La disciplina es esa buena amiga que te dice las cosas a la cara. La que te dice: Párate del sofá cerdo inmundo y haz cien planchas y cien barras ahora. O las haces o pronto serás un viejo escuálido. Una sombra de lo que fuiste en tus mejores años. ¿No quieres ser así? ¡Pues Levántate ya!. Siguiendo lo que te pido, vas a luchar contra la decadencia. Contra el status quo. Contra la gravedad. Contra ti mismo y siempre pero siempre vas a salir ganando...
Siempre que escucho la voz compungida y gritona de la disciplina, sufro. Pero siempre le hago caso: Todos los días.
Todos los días me despierto temprano.
Todos los días entreno.
Todos los días observo que como. Si un día como de más. El día siguiente como de menos o ayuno.
Todos los días leo un libro.
Todos los días escribo algo.
Sin excepciones. Sin excusas. Sin negociaciones.
Antes leía, entrenaba, escribía, etc… cuando me sentía motivado. Y cuando me sentía desmotivado, pues, no lo hacía. La disciplina me ha quitado ese voto de confianza en mí mismo. Ya no confío en mí mismo porque se que soy débil. Soy ese gordito fofo que se hace pajas viendo Netflix mientras come doritos. La disciplina no me deja ser así. La disciplina me empuja a correr cada vez más rápido. Ser cada vez más fuerte. Ser mejor (o al menos, no ser peor) cada día.
El tiempo hace lo suyo. A nosotros no nos queda otra que meterle un bazucaso de disciplina. La disciplina es el arma última para enfrentar la vida y salir parado lo mejor posible de ella.
Ahora, me voy a hacer planchas…
Así mismo tener disciplina tiene cierto sacrificio, pero cuando se le dejar ser, ella misma te arrastra y te saca de ese sitio de comodidad.
Lo difícil siempre será empezar, difícil, pero no imposible. Luego la disciplina y la inercia hacen lo suyo.
Una vez que agarras «momento» y vences la inercia inicial…. Se vuelve bastante fácil. Un abrazo.