Barletto estaba boca abajo. El frío aire de la madrugada hacía que las orejas le doliesen.
Pese a que sus manos tenían guantes, se enfriaban sosteniendo el Remington 700. El dedo de la mano que presionaría el gatillo, no tenía protección alguna y estaba fuera del guante, congelándose solitario.
Unas horas antes, habían subido a la montaña con dificultad por una senda de cabras. Cargados de equipo. Veinte kilos de más en cada una de sus espaldas. Luego, se habían deslizado por una ladera hasta encontrar una posición cómoda y adecuada. Apenas llegaron y sin decir una sola palabra, se quitaron los cascos. Dima se puso en posición con su telescopio Akila y empezó a hacer las medidas: Distancia, viento, inclinación. Todo lo escribió en su libreta mientras que Barletto dibujaba un esquema del terreno en la parte de atrás de un mapa.
El frío dolía como suele doler solo en el ejercito y solo en el campo. Dima trabajaba meticulosamente. Venia de Letonia y era propenso a un orden esquemático. Barletto, por su parte, venía de Sudamérica. No era la persona más ordenada del mundo pero había sido militar en otro país. Había estudiado un par de cursos de ingeniería y quizás por eso se le daba fácil resolver las ecuaciones de distancia y velocidad que en el arte del disparo a distancia, son tan necesarias.
Sin decir una palabra, Dima le informó que las variables estaban listas. Barletto le respondió, solo con señas, que el esquema estaba terminado. Se pusieron en posición de tiro. Ahora solo les tocaría esperar.
Su extracción estaba programada para las 4:30 de la mañana. Eran la una. Les esperaría una larga noche en esa zona montañosa. Al frente y debajo de ellos se extendía un wadi profundo, lleno de vegetación. A través de los dispositivos de visión nocturna toda esa vegetación dentro del wadi parecía un río. Pasando el wadi estaba su objetivo: El conteiner, donde según algún informe de inteligencia, se hacían escuchas clandestinas de parte de militantes de Hezbolla. Su misión consistía en recaudar información sobre el movimiento en el container. Si se diese el caso que un militante armado entrara o saliera del mismo, su misión era neutralizarlo.
Dima y Barletto se comunicaban en un hebreo simple mezclado con ingles. Los dos llevaban poco tiempo en el país. Los dos tenían muchos más años de los 18, en los que los israelíes nacidos en Israel, van al ejercito. Barletto tenía 28 y Dima 27. Eran francotiradores mayores, serios y profesionales. Por eso los elegían para este tipo de misiones casi siempre.
A las tres de la mañana a Barletto le dolían demasiado las orejas y el ojo derecho le quemaba por el hecho de observar sin parar a través del telescopio de visión nocturna adherido a su Remington. En ese momento Dima lo golpeó con un codo y le susurro que escuchaba ruido atrás de ellos entre los arbustos.
La peor pesadilla que se le puede pasar a un par de francotiradores es que los flanqueen en territorio enemigo, sin siquiera haberse dado cuenta. Unos instantes de terror dejaron a Barletto sin capacidad de reacción y sin saber que decir ni que hacer. Dima tomó su carabina M-4 y comenzó a apuntar hacia el lugar del ruido. Barletto dejó el Remington y tomo su carabina también, intentando hacer el menor ruido posible.
De pronto algo marrón, inmenso y caliente, haciendo el ruido de un camión salió de entre los arbustos. Dima apuntó y dijo en un susurro: Jabalí.