En cincuenta millones de años nadie se va a acordar de mí. La verdad es que no va a existir realmente «alguién o algo « sobre el planeta que sea capaz de acordarse de alguno de nosotros.
Quizás ni siquiera exista el planeta. Yo espero que siga existiendo pero sin nosotros. Quizás siga existiendo lleno de nuevos animalitos evolucionados de los pocos que nos quedan hoy día. Quizás los pandas dominen el mundo. Quizás a ellos les vaya mejor que a nosotros. Quizás siembren largos campos de cultivo de bambú. Quizás ellos coman y consuman sin necesidad de hacer mierda a otras especies. Quizás en todos sus restaurantes solo sirvan bambú con chimichurri o con salsa vinagreta. Pensándolo bien los pandas serían mejores que nosotros dominando al mundo. Por lo menos se verían mejor en las fotos.
En cincuenta millones de años los átomos que conforman mi cuerpo quizás se encuentren en el centro de una supernova. Quizás unos cuantos estén deambulando por Plutón y otros estén cerca del sol. Yo voy a ser inexistente. O al menos va a ser como si nunca hubiese existido. Nada en este universo ni en los miles de universos paralélos va a dar fé de mi remota existencia. Tampoco de la tuya. Va a ser como si nunca jamás hubiésemos existido. Como en el día en que el tiempo-espacio comenzó. Como en el Big-Ban. O como cuando los Pterodáctilos volaban por los aires. Cuando nada hacía presagiar que por un accidente evolutivo íbamos a terminar escribiendo posts en Facebook. Comiendo Wendys. Invirtiendo en la bolsa de valores o viendo gente tener sexo en la Internet.
Pero a pesar de ver la vida desde una perspectiva tan «macro». A veces no logro desarraigarme de problemas tan terrenales como el deseo que tengo de comprar la última chaqueta de North Face. El problema no es el deseo mismo. Es la lucha interna que siento cuando una voz me dice «Comprala». «Esta linda». «Esta barata» y otra me dice » No la compres». «Para qué». «Ya tienes varias». La misma disyuntiva me pasa con mil y un cosas más. Con ese viaje que siempre he querido hacer. Con esa chica a la que le he querido hablar. Con esa carrera que he querido estudiar. Con ese trabajo que siempre he odiado o querido. Y un sin fin de ejemplos por el estilo.
Nuestros problemas son polvo de estrellas. No son nada. Son algo porque nosotros los creamos y engendramos en nuestros cerebros que no van a ser nada fuera de átomos dispersos en los próximos cincuenta millones de años. No van a ser nada porque durante muy poco tiempo somos «algo». Una nanonésima parte de la existencia del tiempo mismo.
Pandas futuristas. Problemas imaginarios. Átomos intergalácticos. La vida en su verdadera proporción.