Un paso más es un paso menos

 

«Un paso más es un paso menos». Solía repetirme eso una y otra vez. Aquella frase me la enseñaron en la armada en Perú hace bastante tiempo ya. Aunque creo que se le puede dar uso en cualquier ejercito o banda de mercenarios alrededor del mundo. Cuando estaba en el entrenamiento en la escuela de paracaidistas en el ejercito de Israel solía repetirme aquella frase una y otra vez. Solía hacer una que otra variación como «Un día más es un día menos» o «Un kilómetro más es un kilómetro menos» (la inspiración no me abundaba en aquellas épocas) Regresemos al paso. Paso a paso salíamos una vez por semana de marcha de campaña. Recuerdo que la primera que hicimos fue de tres kilómetros. Me pareció pan comido y en determinado instante pensé que si todo seguía así mi vida sería miel y azúcar.

Once meses después estaba en la última semana del entrenamiento. «La semana de la guerra» algo así como la recreación bélica más fidedigna que se le puede hacer a una unidad del ejercito. Una semana entera en la que prácticamente no se duerme. No se come. Los comandantes disponen a sus fuerzas manera que creen conveniente y utilizan estrategias ingeniosas para conquistar las posiciones del «enemigo». Tenemos a nuestra disposición helicópteros, mucho morteros, artillería, algo de tanques y muchísima munición. En fin. No voy a usar la palabra «divertido» porque no lo es. Al menos no notas mucho el cansancio porque todo el tiempo estás en movimiento. Mi sueño más largo en aquella semana duró cincuenta minutos aunque los sentí como si hubiesen sido cincuenta horas. «Combatimos» . Volamos de un sitio a otro en los Black Hawk. Explotamos tanques. Y tomamos las posiciones enemigas. Fin del cuento. «La semana de la guerra» había terminado. Me sentí demasiado feliz y a la vez realizado después de haber logrado culminar uno de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida. Iba bromeando con los compañeros. Abrazándonos los unos a los otros. Sonriendo con placidez pensando en las duchas de la base. Pensando en la comida caliente del comedor…El Mayor a cargo nos pidió que nos reagrupáramos nuevamente. Nos dijo que habían nuevas ordenes. «Los egipcios atacan por el sur» nos dijo. «Varias unidades de infantería los están deteniendo lo mejor que pueden…» «Tenemos veinte horas para entrar en combate…así que nos ponemos en camino ahora». Nos dejó pasmados un segundo aunque luego regresó y nos dijo: «Esto es un ejercicio…seguimos en la semana de la guerra. Ahora comienza lo bueno…»

Lo «bueno» comenzó y empezamos a caminar con la munición y las armas. Una hora. Dos horas. Diez horas… En determinado instante dejé de pensar porque hasta eso me cansaba. Me repetía a mi mismo la frase de siempre «Un paso más es un paso menos» «Un paso más es un paso menos» Nunca en mi vida he estado tan extenuado. Mis piernas temblaban sin control y mi rodilla derecha estaba demasiado llena de agua como para verla con buenos ojos. Empezamos a caminar a la una de la tarde. A las tres de la mañana del día siguiente nos esperaba un convoy con comida y agua. Todos queríamos sentarnos pero no nos dejaron. El riesgo de hipotermia es alto de noche en el desierto  si es que estás muy mojado. Nos dieron quince minutos para comer y beber todo lo que queríamos. Comí muchas tortas de chocolate. Comí cantidades ingentes de pan con mermelada y me trague diez huevos duros. Ahí uno de los choferes del convoy nos soltó el dato que habíamos caminado setenta kilómetros y «solo» faltaban treinta.Cuando escuché treinta me derrumbé psicológicamente. Quise llorar. Quise pegarle a alguien. Aunque recordé que el culpable de aquel suplicio era yo y nada más que yo. De todas maneras lo que más quise fue a mi mamá.

Una vez que se corrió la voz por todo el batallón sobre lo treinta kilómetros que faltaban el silencio se apodero hasta de los más optimistas. Yo llevaba una radio de la época de la guerra de Vietnam en la espalda. Pesaba mucho y ya no la podía cargar. Le pregunté a uno que otro soldado si es que alguien la podía llevar por mi. Nadie se atrevió. Todos estaban hechos mierda. Yo lo entendí y me resigne a mi suerte. Cuando nos pusimos en movimiento nuevamente mis músculos estaban tan entumecidos que respirar me dolía. Bajé la cabeza para hacer caer el peso de la radio en la parte dorsal de la espalda y mientras miraba al piso caminé mirando mi pie izquierdo avanzar y luego el derecho. Supongo que en cierto instante aluciné o me dormí porque no recuerdo bien como transcurrieron aquellos treinta kilómetros. Solo sé que en determinado momento paramos. Un nuevo convoy nos esperaba con dulces y agua. Nos dieron cinco minutos.

Después de eso nos ordenaron abrir las camillas para transportar heridos. En cada camilla pusieron cuatros costales de arena de veinte kilos cada uno. Cuatro soldados llevarían una camilla al hombro (uno en cada esquina). A partir de ahí cada uno de nosotros se montaría sobre un hombro otros veinte kilos de peso. Las ganas de llorar se me habían ido y dieron paso a un estado de displicencia sin igual. Un estado de «ya que mierda más da….» Junto con mis tres compañeros levantamos nuestra camilla. Dolió. Un minuto después el mayor nos dijo: «Falta un Kilómetro y medio para que se conviertan en paracaidistas. Falta un kilómetro y medio para que dejen de ser lo que eran y pasen a ser lo mejor que pueden ser. Este kilómetro y medio es el más difícil de todos. Ven aquella montaña de ahí….Pues ahí nos dirigimos. Nos vamos a caer. Pero nos vamos a levantar y ningún puto va a renunciar. Israel esta orgullosa de ustedes. Son la sal de esta tierra….Andando!!!!»

Frases como esas se estudian en la escuela para comandar. Luego me aprendí unas cuantas cuando me tocó a mi levantar la moral de mis soldados. Aquel día aquella linda frase no sirvió de mucho. Estábamos hechos puré. Caminamos como zombies con el dolor intenso en el hombro en el que levantábamos el peso. En determinado instante me acordé de las procesiones en Perú. Sí.  Me sentía como algún pobre diablo llevando las andas de algún patrón o santito o Jesusito o virgencita. Aquel pensamiento me ayudo a pensar en otra cosa. Recordé en como la gente adornaba con flores las avenidas y en el olor del incienso. Los rayos semi naranjas del sol comenzaron a emerger a nuestra espalda por el este. La subida a la montaña fue brutal. En verdad nos caímos muchas veces. Nuestros propios comandantes y sargentos se metían debajo de las camillas para ayudarnos. Todos fuimos uno. Todos pujando hacia arriba. Pujando. Paso a paso. Despacio. Escuché muchos gemidos. Chicos quebrados llorando. Gritos de aliento de otros. Mi rodilla derecha dejo de funcionar y no pude doblarla más. Así que cojeé con dolor. Miré hacia la cumbre. Mientras el negro del cielo se estaba pintando de un azulino paraíso. Di todo lo que tuve. Lo di de verdad. Un paso más es un paso menos. Un paso más es un paso menos. La cumbre cada vez más cerca. Hasta que por fin.

Gritamos de alegría. Gritamos de dolor. Miré hacia el este y el amanecer me hizo lagrimear. A mis pies estaba el mar muerto cambiando de colores. Las montañas de Jordania se teñían de luz tenue. Me sentí tan hecho mierda que sentí gran parte de mi viejo YO morir en aquel camino. Me sentí nuevo. Me sentí vivo.