Para arriba…

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Cho-La Pass en el Annapurna. Nepal. Octubre del 2013.

A mí se me dan más las montañas. Aunque nunca he sido el típico chico que ronda los montes.

He hecho unos cuantos treks en altura. Y cada vez que he estado en diáfano aire de la montaña he sido feliz. He sido feliz con la falta de oxígeno. Con el aire que te enfría los pulmones. Con la poca humedad que te reseca la cara. Con el azul intenso del cielo que solo se ve allá arriba. A más de cuatro mil metros de altura. Donde la vida casi no crece y casi cualquier humano la pasaría mal. Menos los que amamos eso.

Nací en Lima. A nivel del mar. Con los andes a mis espaldas. Los conocí desde chico. Los crucé en auto muchas veces. A los trece años vi picos de casi siete mil metros de altura a mi lado mientras salía el sol y se volvían naranjas al amanecer. Naranjas como un sunset. Y me enamoré de ellos y quise quedarme a vivir ahí debajo de ellos.

Obviamente no lo hice. La vida pasa y uno pasa a hacer muchas cosas que uno no quiere y deja de hacer cosas que uno quiere. Una paradoja. La vida es una puta paradoja. Aunque en mi caso puedo decir que me di cuenta bastante rápido  y he  hecho mucha de las cosas que quiero, ahora. Y no he esperado al mañana, cuando me pensione y tenga setenta años.

En tres meses voy a viajar a Georgia (el país) e intentar el Kasbek. Con 5047 metros de altura y un nivel técnico medio es un buen desafío. Es el tercer año que planeo el viaje. Los dos años anteriores se me presentaron todo tipo de inconvenientes y cambio de planes de última hora. Este año pasará sí o sí.

Tengo una cita pendiente conmigo mismo. Con lo que me gusta. Con lo que quiero hacer.

Así que he empezado a entrenar y volver al físico que te dan las largas caminatas con peso en la espalda. He vuelto a correr distancias de fondo con un mínimo de 10 km y un máximo de 21 km por sesión.

Pero lo más importante es que he vuelto a encender ese pequeño deseo de aventura que siempre ha hecho de mí la persona que soy. Aunque muchas veces me olvido de quién realmente soy y me vuelvo un trabajador más. Un burgues más. Un televidente más.

El Kazbek me espera y yo mismo me espero en las alturas de Georgia.

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Dándole para arriba en Nepal, Cho-La Pass, Nepal. Octubre 2013

Muerto pero feliz

Después de unos 15 minutos de Kettelbells swings...
Después de unos 15 minutos de Kettelbells swings…

Este artículo se basa en un par de cosas que me gustan:

El minimalismo y el deporte.

A veces la gente me saca de quicio con eso de que no tienen suficiente equipo para hacer ejercicio en casa o que no tienen un abono en un gimnasio o que no tienen un abono en un box de crossfit o que no tienen dinero para el yoga o que sencilla y llanamente: No tienen tiempo.

La verdad es que en este blog hemos hablado más de cien veces acerca del manejo del tiempo. Decir No tengo tiempo no es más que una burda mentira o un desconocimiento absoluto de lo que es el manejo del tiempo. Decir no tengo tiempo para hacer ejercicio, es decir: No quiero hacer ejercicio. No me dan ganas. Soy un flojete. No me importa. No me gusta. No lo considero relevante. Prefiero cien veces que me digan esas cosas a que me digan el popular: No tengo tiempo.

En lo que respecta al equipo. Lo mismo. Quiero hacer ejercicio pero no tengo equipo. No tengo el dinero para inscribirme en el gimnasio. O no tengo plata para ser cool y meterme en un box de Crossfit. Tampoco tengo para comprarme equipo propio y tener un buen gimnasio en casa. No hago ejercicio por eso. Por falta de equipo. «Porque créeme si te digo que si tuviese todo eso, sí haría ejercicio sin pensarlo dos veces…» Sí, te creo.

El punto es que no necesitas nada de equipo y casi nada de tiempo para estar en forma. Y no estoy hablando de estar un poco en forma, sino, estar en la mejor forma de tu vida. Se necesitan 15 minutos al día. Seis veces por semana. Nada de equipo. Nada más. Nada menos.

Hace años que entreno. He realizado todo tiempo de cosas. El gimnasio tradicional. El box de crossfit. Calistenia en el ejército.  He corrido innumerables kilómetros y llegado a correr 15 km tres veces por semana como método para mantenerme en forma. Lo he hecho de esas maneras porque eso es lo que estaba de moda o eso es lo que decía todo el mundo que se debía hacer para estar en forma.

Hace unos años me salí un poco de los convencionalismos del entrenamiento y empecé a probar conmigo mismo. Que resulta. Que no resulta. Que funciona mejor. Que funciona peor. Lo voy a dejar simple como me gusta y como te gusta a ti.

Los ejercicios HIIT (High Intensity Interval Training) son los más efectivos en la mayoría de los  aspectos del acondicionamiento físico. En resumen: Hacer intervalos y mantener el pulso alto durante un periodo corto de tiempo (digamos entre 7 a 15 minutos) es mucho más efectivo que mantener una actividad física aeróbica con el pulso «normal» por un largo tiempo (digamos más de 40 minutos).

No vamos a entrar en especificaciones técnicas ni en cómo tu cuerpo reacciona a la actividad física a alta intensidad. Lo único que importa que entiendas es que entrenamientos cortos, rápidos e intensos (algunos ejercicios de crossfit, carrera en intervalos, ejercicios de peso corporal en intervalos) son más efectivos a corto y a largo plazo que entrenamientos largos a muy baja intensidad (correr, ir al gimnasio una hora y media mientras levantas un par de kilos) Digamos que el factor no tengo tiempo queda bastante reducido sabiendo que no necesitas casi nada de tiempo para tener una forma física buenamente aceptable en cualquier estándar.

Para muchos de ejercicios de intervalos no necesitas equipo. Hacer sprints demanda un par de buenas zapatillas para correr. Pero hacer lagartijas y squats de peso corporal en casa no demandan de nada salvo de ganas y solamente de eso. Si tienes una barra (de esas que se cuelgan en la puerta) vas de sobra. Tienes para trabajar intervalos como este:

5XPull Ups (barras)

10XPush Ups (Lagartijas)

15X Squats (sin peso)

Sin parar, durante 10 minutos. Dándole la mayor cantidad de vueltas posibles al circuito. Yo personalmente le doy 12. Pero si le das 3 o 4 vas bien al principio. Lo que importa es que te sientas lo suficientemente agitado para NO poder mantener una conversación de una manera normal con alguién

Si no tienes una barra puedes cambiar las Pull Ups por abdominales o hacer cualquier otro tipo de combinación con los números si es que no te cuadran muy bien. Es cosa de imaginación.

Yo tengo una Kettelbell y hago intervalos con ella. A veces hago 7 minutos, a veces 15, a veces 20. Siempre termino jadeando. Me la compré luego de haber hecho muchos meses (y hasta años) de ejercicios con peso corporal. Al principio no es necesaria para nada, pero con el tiempo y mientras te vas haciendo más fuerte, tu cuerpo va pidiendo mayores desafíos.  Si un día piensas en comprar algo de equipo, con una Kettelbell vas de sobra.

Así que el equipo queda también de lado como excusa.

Ni el tiempo, ni el equipo.

El ejercicio puede ser minimalista. Potente. Formador y forjador. No tienes que ganar un euro en el rollo. No tienes que pasarte una hora en algún gimnasio. No tienes que reventar tus bolsillos comprando suplementos de ningún tipo. Solo necesitas ganas y punto.

Así que a mover el cuerpo chaval que la vida se nos pasa mientras nos las pasamos sentados en el sofá (o frente a la computadora). Ahora mismo voy a levantar mi trasero de esta silla y me voy a hacer unos 10 minutos de intervalos…Voy a terminar muerto pero feliz!

Mi rutina el fin de semana

Leí por ahí un post de Leo Babauta en la cual contaba su rutina diaria. El vive de su blog y de sus negocios pasivos y por ende se puede permitir una rutina bastante «relajada» e independiente. Supongo que no como la mayoría de nosotros, que solemos trabajar por lo menos 40 horas a la semana en la oficina o en donde sea. Así que decidí escribir un post acerca de lo que yo suelo hacer los fines de semana que es cuando puedo sentir el manejo del tiempo que leo Babauta siente en sus días más rutinarios.

En mis fines de semana trato de ser lo más productivo posible.

En el medio de la semana no necesariamente puedo ser lo que yo quiero ser, por el sencillo hecho de que paso 8  horas en la oficina. Gracias a esas 8 horas tengo que levantarme a una hora específica y regresar a casa a otra bastante exacta también. Mi día se ve bastante supeditado a lo que hago o no hago en el trabajo. Si es que me ha ido bien, pues me quedo de buen humor y feliz como una lombriz. Si me ha ido mal y me he estresado demasiado, esa sensación suele repercutir bastante (al menos en el primer par de horas) después de que regreso a casa.

Eso no me pasa el fin de semana. Los dos días que tengo libres en la semana los manejo como yo quiero. Desde la hora en la cual me levanto hasta la hora en la cual  me acuesto. En esas 48 horas puedo ser realmente yo o mejor dicho usar mi tiempo como realmente lo quiero hacer. Te quiero contar que es lo que hago cuando puedo hacer con mi tiempo lo que realmente me gusta hacer:

Me levanto muy temprano:

No pongo la alarma, pero estoy acostumbrado a levantarme todos los días a las cinco y cuarenta de la mañana. Los fines de semana suelo dormir un poco más, pero aún así suelo levantarme apenas sale el sol. Esa sensación de paz y de tranquilidad que hay en la ciudad a las seis de la mañana no tiene precio.

Tomo un vaso con agua:

Después de lavarme los dientes, lo primero que hago es tomarme un vaso con agua. Muchos no saben que durante el sueño solemos deshidratarnos. Así que tomándonos un buen vaso con agua no hacemos más que ayudar a nuestro cuerpo a reponer algo de los líquidos perdidos durante la noche.

Medito:

Mientras mi esposa y mi perro duermen. Mientras la ciudad duerme. Mientras los pájaros comienzan su despertar. Medito. Suelo hacerlo por 20 minutos. Disfruto mucho del silencio. De la letanía del amanecer. Del olor de la tierra mojada por rocío nocturno.

Hago mi mejor café:

Después de meditar, hago café. Lo hago manualmente en la Machinetta italiana.  Disfruto mientras lo preparo. Disfruto mientras lo huelo. Disfruto mientras lo tomo.

Me pongo a leer:

Este año me he propuesto leer un libro cada diez días. Y eso es lo que estoy haciendo. Los fines de semana después de mi café es lo que suelo hacer. Leer unos cuantos capítulos del libro de turno. Esta semana estoy leyendo Where Men Win Glory de Jon Krakauer.

Escribo algo:

Escribo para el blog o sino intento hacer un ejercicio literario en facebook. Suelo publicar una foto e intentar escribir una pequeña narrativa interesante para la misma.

Preparo el desayuno:

Cuando mi esposa se despierta, ya tengo el desayuno hecho. Ya me encargue del café y de la tortilla.  Ya calenté el pan y ya puse la mesa. Así que: A comer….

Navego por internet:

Los fines de semana intento (casi siempre con éxito) no tocar temas de trabajo. No checkeo mi mail. Solo leo artículos, un poco de noticias y cosas interesantes que me encuentro en el día a día.

Entreno:

Los fines de semana los suelo usar para hacer entrenamientos rigurosos. Si tengo que hacer cargas importantes pues las guardo para el fin de semana. Mis ejercicios están compuestos de levantamientos olímpicos, pesos muertos. Ejercicios con peso corporal (barras, lagartijas, air squats) y Kettelbells. Todo lo tengo en casa así que de la computadora salto al gym en un segundo. Suelo entrenar a muy alta intensidad más de una hora cada día del fin de semana.

Limpio:

Vivir con un pastor alemán en un departamento de 60 metros cuadrados puede ser considerado como una experiencia religiosa. Pero al mismo tiempo. La suciedad, los pelos, la tierra se acumulan bastante rápido. El fin de semana nos dedicamos a limpiar profundamente el departamento, a dejarlo oliendo rico, a ventilarlo y a cuidar y regar las plantas.

Almuerzo:

Bien en casa o en la calle, suelo comer algo sano. Que tenga mucha proteína y que sea rico. Sobre el sabor, prima la calidad de la comida. Trato de comer muchos vegetales, aunque a veces como comida chatarra también. Cuando lo hago entreno mucho más que de costumbre. Es una forma de auto disciplinarme.

Duermo:

Trato de dormir una buena siesta de una hora u hora y media. Siempre me levanto fresco después de la misma. Puedo escribir algo o leer más casi siempre después de dormir.

Entreno número dos:

Suelo entrenar dos veces al día los fines de semana. El segundo entrenamiento es siempre mucho más suave que el primero y está basado en ejercicios de peso corporal a veces a muy alta intensidad. Ejemplo: 100 burpees en menos de 8:30 minutos.

Como un buen snack:

Suelo comer bien después de entrenar. O consumo un shake de proteína y frutas o hago una tortilla de huevos (es verdad, como muchos huevos). Eso me deja bastante tranquilo hasta la cena.

Vuelvo a tomar el libro:

Sigo leyendo y disfrutando.

Ceno:

Siempre guardando las prerrogativas de una comida sana. Aunque a veces los fines de semana solemos salir a cenar a algún restaurante y ahí suelo comer sin muchas reservas que digamos. Disfruto de la comida y del lugar.

Cine o película en casa:

Soy bastante aficionado al cine. Solemos ir mucho y casi siempre lo hacemos los fines de semana. Si no vamos al cine siempre vemos una película o serie en casa.

Duermo 8 o 9 horas:

Los fines de semana trato de dormir mucho. Primero: Porque me gusta dormir. Segundo: Porque es muy sano. Tercero: Porque es parte bastante importante del entrenamiento físico. Te recomiendo encarecidamente, un buen sueño.

Esta es más o menos mi rutina de uno de los días de mi fin de semana. Aunque suele cambiar completamente si salimos de treking o a acampar en algún lugar de Israel. Suele cambiar mucho más si es que me toca irme al ejercito o algo parecido.

Este artículo lo estoy escribiendo justo ahora, en mi fin de semana (en Israel los días libres son el viernes y el sábado o Shabat). Así que hoy es el primer día de mi fin de semana y lo estoy disfrutando mucho.

Gracias por leer.

Mantente fuera de la zona de confort

En el ejercito aprendí que el límite de resistencia de una persona es veinte veces superior a lo que ella piensa. Aprendí a estar fuera de mi zona de confort una hora, un día, un mes, un año, siempre.

Podemos hacer cosas increíbles. Todos somos capaces de aprender a estirar nuestros límites poco a poco.

Digamos que crees que puedes pasarte un día sin comer y no más de eso. Pues tu límite real está aproximadamente en los veinte días. Con práctica un ser humano puede pasarse 30 días sin probar bocado antes de morir de inanición. Este ejemplo solo sirve de referencia para que entendamos uno de nuestros límites biológicos más simples. Y si algo tan necesario y vital como la comida puede ser llevado a límites tan extremos, pues créeme que muchas de nuestras actividades cotidianas las podemos llevar a extremos mucho más impresionantes que ese.

Mucha gente dice que para aprender y crecer en la vida hay que aprender a salir de la zona de confort de cuando en cuando. En el ejercito  por ejemplo, te enseñan  a estar fuera de la zona de confort todo lo que puedas. ¿ Y sabes qué? Es impresionante cuanto se puede hacer fuera de ella.

La mayoría de nuestros límites físicos son mentales. Obviamente nuestro cuerpo es una máquina constituida de carne y huesos y a estos los podemos llevar al límite, pero su límite está mucho más lejos de lo que nosotros pensamos, creemos o queremos creer. Nuestro primer límite es el que nosotros mismos nos ponemos al decir. Eso para mí y para mi cuerpo es imposible.

Para dar un ejemplo:

Mucha gente quiere comenzar a entrenar un deporte. Quieren comenzar a correr. Quieren llevar una dieta más sana y así sucesivamente. Pero muchos de ellos pierden la moral bastante rápido después de correr el primer kilómetro y de haberse dado cuenta cuan fuera de forma están. A todos nos ha pasado algo así. A mí me me ha sucedido en los primeros días de entrenamiento en el ejercito en el desierto con cuarenta grados centígrados sobre mi cabeza. Me ha pasado también la primera vez que salí a correr a los 23 años y al cabo de doscientos metros sentía que mi corazón se quería parar. Me ha pasado cuando por primera vez me mudé solo y de pronto todo era muy difícil. Me ha pasado cuando me casé y por primera vez ya no era yo solo en este mundo. Me ha pasado cuando intenté escribir por primera vez un post. Me ha pasado la primera vez que intenté minimilizar mis cosas. Me ha pasado cada vez que he intentado algo nuevo y la cantidad de práctica que tenía en ese ALGO NUEVO  era  nula.

Cada vez que hemos intentado hacer algo nuevo hemos estado fuera de nuestra zona de comfort. En el ejercito es fácil. Porque los sargentos y los oficiales te presionan hasta tu límite en los entrenamientos. Siempre tienes a  alguien diciéndote que si puedes. Además de eso tienes compañeros que pasan por la misma mierda que tú y te sirven de ejemplo y eso te facilita aún más el asunto.

En nuestra vida diaria estamos solo NOSOTROS. No hay nadie empujándonos al límite ni amigos que nos den el ejemplo. Ni nada. Estamos solos y conocernos a nosotros mismos y conocer nuestros límites depende solo de NOSOTROS. Salir de la zona de confort es difícil. Lo sé. Pero te voy a dar el tip que yo uso día a día para estar fuera de ella.

Razono sobre la situación difícil a la que me voy a someter y sobre los beneficios que voy a obtener de ella.

Por ejemplo:

Sé que entrenando voy a estar más sano. Me voy a ver mejor. Y voy a ser más fuerte (no solo físicamente). Así que pese que a mi cuerpo no le de la gana de moverse. Razono sobre los efectos positivos del ejercicio y OBLIGO a mi cuerpo a moverse. Sé que en un mes me lo voy a agradecer.

Al levantarme temprano los fines de semana. Sé que voy a tener más tiempo para mi solo. Voy a poder sentir la tranquilidad de la ciudad. Voy a poder escribir con mayor tranquilidad. Voy a poder limpiar el departamento antes de que mi esposa se levanté. Voy a poder sorprenderla con un desayuno hecho. Razono sobre los efectos positivos que me da el hecho de levantarme temprano y  me OBLIGO  a hacerlo.

Sé que dejando las redes sociales de lado voy a ser más productivo y a tener más tiempo para estar con los que quiero. Voy a poder pasar tiempo «real» con mi esposa. Con mis amigos. Conmigo mismo, pensando, meditando o no haciendo nada. Voy a poder ser más creativo. Voy a poder leer libros de papel. Voy a poder pensar en un nuevo post que escribir para que tú lo leas. Razono sobre los efectos positivos de estar menos tiempo en Facebook y me OBLIGO a desconectarme.

Y así sucesivamente.

Resumiendo:

  • Nuestro aguante fuera de la zona de confort es infinitamente más grande del que creemos.
  • Estar fuera de la zona de confort hace que aprendamos y que crezcamos como personas.
  • Razonar el porque debes estar fuera de la zona de confort en tal o cual actividad o situación te ayuda a estar fuera de ella, imaginándote en las cosas positivas que adquieres estando fuera de la misma.
  • Mientras más te encuentres fuera de la zona de confort tu resistencia mental se agranda exponenciálmente. Las unidades de operaciones especiales de la mayoría de los ejercitos del mundo lo entienden y trasmiten  a sus soldados: Al final ellos piensan literalmente que no hay nada que no puedan llevar a cabo.

 

A los 23 años pensé que moriría corriendo 2 km. Hoy a los 33 sé que puedo correr 200 km si es que necesito hacerlo.

 

 

Introducción al ejercicio minimalista

En la primera parte de mi vida, no fui nunca una persona activa.  Era un niño o un muchacho al que le gustaba moverse poco. Prefería leer o ver televisión a estar haciendo barras o push ups. Nunca me gusto el ejercicio.

Hoy en día soy una persona que ama el deporte. Lo amo porque me hace sentir bien. Porque hace que me vea bien. Porque hace que esté mucho más saludable.

Soy un deportista amateur por unos seis años. He hecho prácticamente de todo. Pesas, running, artes marciales, croosfit. En algunos tiempos me he dedicado un poco más a unos y en otros un poco más a otros. Me ha ido bien y me siento bastante bien.

Suelo intentar que la gente pasiva deje de serlo. Siempre que encuentro a alguien a quien quiero (amigo o familiar) hablando de lo mucho que le gustaría hacer deporte pero que no tiene el dinero o el tiempo para hacerlo, trato de explicarle a veces de buena manera y a veces de muy mala manera, que para mover el cuerpo no necesitas dinero y prácticamente nada de tiempo. Y que toda esas excusas que nos ponemos son solo eso: excusas que evitan que hagamos algo diferente. Que evitan que cambiemos.

Hace mucho tiempo que no pago un gimnasio. Más de cinco años. Así que el dinero no es un factor para determinar el hecho de que estés en forma o no. He descubierto que los entrenamientos cortos y de alta intensidad son incluso mejores que los largos y de baja intensidad (como las máquinas en el gimnasio) Los entrenamientos cortos se pueden hacer con peso corporal y pueden llegar a ser muy exigentes. Incluso extremadamente exigentes. El que piense lo contrario que intente hacer un Murph en menos de cuarenta minutos.

Lo  único que quizás se necesita para lograr un entrenamiento exigente es una barra para hacer pull ups. Venden muchos tipos y a muy bajos precios, se pueden instalar en cualquier puerta de la casa. Con una barra la cantidad de ejercicios que se pueden lograr son prácticamente infinitas.

Un ejemplo de ejercicio con peso corporal en casa podría ser un circuito que se vería algo así:

5X pull ups.

10X push ups

15X squats

20X sit ups

Este circuito se podría repetir cuantas veces sea necesario y dependiendo del estado físico de cada uno. Se puede empezar con un circuito y se puede llegar a diez circuitos  o más. Para lograr ejercicios más exigentes se puede añadir una kettelbell o un par de mancuernas o una pelota de peso. Así se puede llegar a un nivel de entrenamiento profesional.

El hecho es de que se puede construir ejercicios con prácticamente nada de equipo y llevarlos a un nivel mucho más exigente que en el gimnasio tradicional de pago. El tiempo máximo de entrenamiento no debería ser más de quince minutos para los principiantes y no más de media hora para avanzados, entre tres a cinco veces por semana.

Recomiendo el sistema de entrenamiento Tabata con ejercicios de peso corporal. Un Tabata es realizar un ejercicio durante veinte segundos a alta intensidad con diez segundos de descanso, repitiendo este ciclo por cuatro minutos. Se puede hace uno, dos, tres o hasta cuatro Tabatas que vendrían a ser 16 minutos de ejercicio relativamente intenso. Y que si se han hecho dando todo de uno, pues, de cuatro Tabatas no se puede pasar.

Resumiendo: El dinero no es necesario para tener un  entrenamiento exigente (jamás he estado en mejor condición física y solo entreno en casa o en el parque) El tiempo tampoco es un factor. Con sesenta minutos a la semana de entrenamiento se puede tener un excelente estado físico. Con seis horas a la semana se puede llegar a niveles atléticos sorprendentes.

Todo es cuestión de saber organizar los entrenamientos y buscar los que generan más beneficios en mucho menos tiempo. Los ejercicios cortos a alta intensidad generan masa muscular y contribuyen a la quema de grasas. Eso evita que te la pases levantando pesas un día y al otro salgas a trotar  cuarenta minutos y entrenes seis veces por semana entre ocho y diez horas para lograr los mismos resultados que tendrías con tres horas semanales de ejercicios bien planificados.

No hay excusa para quedarse quietos. Con equipo o enteramente sin el mismo.

Se puede ser un atleta minimalista. Solo necesitas el peso de tu cuerpo. La calle donde correr y un piso limpio de dos por dos donde entrenar.

Motivación para gorditos

Usando una escalera y dos ventiladores de aire acondicionado para hacer «Remo». La foto es en una base del IDF en las afueras de Jenin. 2012

Hasta el dos mil cuatro nunca había sido deportista. Mi infancia fue más bien de lector. Más bien la de un fan enamorado de Julio Verne. Prefería casi siempre quedarme entre las sinuosas curvas de mis sábanas leyendo «Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino» antes de salir a hacer algún tipo de actividad en el mundo exterior. Nunca se me dio con el fútbol. Menos con el Basket. Si los amigos del colegio me dejaban jugar algún partido me ponían de arquero. Poco a poco me volví un arquero más o menos respetado. Pero cada tres o cuatro partidos la cagaba y entonces los tipos me quitaban la confianza y no me dejaban un jugar un par de semanas. Cuando era un adolescente seguí clases de atletismo en la secundaria. Tenía una linda barriga que no me permitía correr mucho más rápido que cualquier chica. Los chicos me sacaban un estadio de ventaja en los ochocientos metros. Esos años en «Educación Física» siempre saque «once». A los catorce o quince años antes de terminar el colegio retomé el fútbol como defensa. Mi misión en los campeonatos del colegio era simple. Buscar al «Messi» o al «Maradona» del equipo contrario y de ser posible fracturarle la pierna. Obviamente después de lesionarlo a él me expulsarían a mi. Pero mi equipo había tomado esto ya en cuenta. Les daba lo mismo jugar conmigo que sin mi. Así que siempre me iba a los «vestuarios» con una tarjeta roja a los cinco minutos de haber empezado el partido después de haber pateado a algún chico talentoso del otro equipo.

A los dieciséis años quise ser marino. En el examen de ingreso debía de hacer seis barras para pasar. Hice dos con trampa. Pasé el examen porque fui bueno en el examen psicológico y en el de razonamiento verbal. Además que en la entrevista personal con algunos oficiales de alto rango mencioné a mi «tío» el almirante. Dentro de la marina hice ejercicio cada día. Odié cada día también. Odiaba levantarme temprano a las cinco y treinta y cinco de la mañana y correr con zapatillas «dunlop». Aborrecí cada mañana. Mis rodillas aborrecieron esa época mucho más. En las tardes entrenaba esgrima. Todos los días. Me gustaba. El esgrima es el único deporte en el que realmente fui bueno. Casi siempre ganaba. Les ganaba a los tipos que tenían mucha más experiencia que yo. Tenía buena intuición para las espadas. Además había leído demasiados cuentos de Dumas. Me creía uno de los tres mosqueteros. Quizás Dartagnan. Quizás por eso siempre ganaba. No lo sé. Lo que si sé es que destruí mis menizcos a espadasos.

Años después de la marina me había convertido en un zángano anti deportivo. No podía correr cien metros sin morir en el intento. Toqué fondo. Tenía una hermosa pansa suvecita y llena de celulitis. Mi enamorada solía mirarla con ojos de amor mientras la acariciaba con ternura. Mi única actividad física era tener sexo una vez por semana. Además de masturbarme casi diariamente. Estaba hecho mierda.

Todo cambió cuando aterricé en Israel con mi flamante esposa. Llegamos a un kibutz en donde había una piscina. La primera vez que vi a los israelíes sacarse las camisetas para saltar en la piscina me quedé con la boca abierta. Todos parecían modelos de revista porno femenina. Cuadrados por aquí. Pectorales por allá. Ni un gramo de grasa. Biceps grandes. Triceps más grandes aún. Me saqué la camiseta y vi mi panza inmensa. Aguada. Sudorosa y sentí «Verguenza». Me había convertido en un gordito más. Con una prominente guata chelera. Con un culo grande. Con piernas flacas. Con cachetes regordetes. Un asco. Aquella primera semana en Israel me basto para darme cuenta de que si no  hacia algo por mi cuerpo alguien vendría y se llevaría a mi mujer con el solo hecho de quitarse la camiseta. Así que por primera vez en mi vida hice voluntariamente lo que Forrest Gump hace de puta madre: Correr.

Corrí quinientos metros un día y casi pierdo mi alma. Pero soy terco como una llama. Así que seguí corriendo al día siguiente y luego el día después y luego la semana siguiente. Y corrí y corrí y corrí. Cuando menos me dí cuenta tenía unos diez kilos menos y podía correr siete kilómetros. Era un ser humano nuevo. Me veía cinco o seis años más joven y me sentía con la energía de un crío. Así suavemente me volví un adicto. Primero al correr. Luego al trekking. Me comencé a sentir más fuerte física y mentalmente.

Me fui al ejercito de Israel he hice mucho deporte. Entendí que si no me mantenía en forma. Sencilla y llanamente corría más riesgos. Así que cuide mi forma y corrí. Hice barras. Me trepé de sogas colgantes y hice la pista de combate una vez al día sin que nadie me obligara y por amor al arte. Los otros soldados pensaban que era un completo chiflado o que quería que me manden al West Point en Estados Unidos. Yo hacía lo que hacía porque me gustaba. En las zonas de combate se terminó la fiesta y no teníamos espacio ni para correr ni para cagar ni para nada. Vivíamos entre bloques de cemento y blindaje. No me importó mucho. Encontré la forma de hacer planchas hasta explotar.

Una vez «fuera» del ejercito. He entrenado con pesas. He hecho Crossfit. He corrido medias maratones. He corrido muchas carreras urbanas. He encontrado en el deporte una forma de vivir saludable y entretenida. Mi vida esta basada en la actividad y si no fuera deportista no podría siquiera proyectarme a realizar proyectos locos como caminar al campo base del Everest o cruzar Israel a pie. Gracias al deporte soy un ser humano que se conoce mucho más y que sabe que una vez que crees que llegaste al limite aún te queda mucho por recorrer y mucho músculo por quemar. Gracias al deporte puedo vivir mi vida con más ímpetu y aprovecharla más. Puedo vivir al máximo porque estoy sano y puedo saltar en paracaídas mañana si me da la gana. Puedo irme a la guerra y sobrevivir al desgaste físico y emocional. Gracias al deporte soy la mejor versión de mi mismo.

Así que señoras y señores a mover el culo.

Vivir en Israel

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Vivir en Israel es una experiencia. Es una experiencia en si misma. Es demostrarte a ti mismo que no necesitas demasiado espacio para hacerte un lugar en el mundo. Quizás solo 22,500 km cuadrados. Vivir en Israel es escuchar por lo menos una vez al año una alarma que te avisa con estridencia sobre un ataque de misiles y sonreír mientras algunas personas corren a los refugios y otras se dedican a sacar los teléfonos para tomar las mejores fotos de todo el rollo. Vivir en Israel es irte unas cuantas veces al año al ejército y empuñar un fusil e irte a combatir y después de eso devolverte a casa como si nada hubiese pasado y ponerte a escribir boludeces en tu computadora comentando acerca de tus experiencias aunque a nadie le importen un carajo. Vivir en Israel es comer rico y condimentado, comer mezclas de comida árabe y polaca, mezclas de comida yemení y marroquí. Vivir en Israel es  hablar un idioma ininteligible que al escucharlo se parece al holandés pero que tiene raíces en el arameo. Vivir en Israel es vivir al máximo tratando de sacarle el jugo al día porque aquí la gente sabe que en cualquier momento se termina la función. Vivir en Israel es moverte como loco y hacer deporte y correr maratones con cuarenta mil personas al mismo tiempo. Es muy raro juntar cuarenta mil almas en un solo evento deportivo  cuando la población son solo siete millones de gatos. Vivir en Israel es pasar, en una hora, del pasado histórico de Jerusalén al futuro radiante y cibernético de Tel Aviv. Es saltar de sepúlcros y rezos a tetas y bikinis, es surcar de lo místico a lo pagano en menos de lo que se demora un bus de la estación central de Jerusalén a la  de Tel Aviv. Vivir en Israel es haber peleado en tres guerras y esperar todos los días la cuarta. Vivir en Israel es ver el mar de Galilea, el mar muerto y el río Jordán y prestarles menos atención que al camello o cabra que se te está cruzando en la carretera en este preciso momento. Vivir en Israel es hacer amigos para toda la vida. El sentido de camaradería es increíble. Más aun con aquellos con los que has sudado y sangrado a muerte. Vivir en Israel es vivir explotado por los impuestos y por los alquileres. Los costos son exageradísimos contando  que en cualquier momento te pueden borrar del mapa. Vivir en Israel es pasear, es hacer trekkings, es viajar, es tener pasión por el movimiento y odio por la inactividad. Vivir en Israel es desafiar las leyes de la política y de la gravitación universal. No se puede entender como la relatividad del tiempo permitió que un país que hace sesenta años era un desierto, se  convirtiese en la potencia que es hoy en día. Vivir en Israel es ver chicas bonitas, chicas que no se ven en cualquier esquina en ninguna parte del mundo. Vivir en Israel es salir en las noches en Tel Aviv y sentirte que eres el más occidental del planeta tomando cervezas boutique y viendo como la gente a tu alrededor se viste con marcas de diseñadores italianos y al día siguiente estás a cincuenta kilómetros de ahí en una trinchera disparando al frente y cuidando  que no te flanqueen. Vivir en Israel es hornearse en un verano salvaje y disfrutar de un invierno delicioso. Vivir en Israel es vivir rodeado por la religión, la mística, el fanatismo por un lado y las tetas, los bikinis, las minifaldas y los paisajes increíbles por el otro. Vivir en Israel es saber que todo va a estar bien. Vivir en Israel es al fin y al cabo, solo eso: Vivir.

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