Salud por los años camaradas

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Los «viejos» del grupo 

El otro día caminé 28 kilómetros. Hacía frío. Partí con mi unidad desde un asentamiento judío cerca del mar muerto(-430 metros bajo el nivel del mar) . Subímos hasta la ciudad de Ariel en Czisjordania  (706 metros sobre el nivel del mar). Un ejercicio militar de rutina que nos costó seis soldados con hipotermia y uno con una fractura de tibia.

A los 35 años caminar esa cantidad de kilómetros con más de 1000 metros de desnivel positivo y con peso, no es tarea fácil.

Hacia afuera no mostré ni el más mínimo gesto de queja que no esté dentro de las habituales frases de «esto es una mierda» y me burlé sin reparo de los que se iban quedando atrás. Los más jóvenes subían con más facilidad. De los más «viejos» yo iba adelante siempre intentando mantener el ritmo. Hasta que llegó el momento en el que sentí que mi pulso estaba por los cielos y que no podía parar de jadear como un buey después de haber jalado un arado por más de dos días seguidos.

Pensé en la ley de la vida. En el orden natural. Los viejos dan su espacio a los más jóvenes. Los jóvenes son los dueños del mundo. Los que nos empezamos a hacer viejos comenzamos a jadear como burros borrachos. Pensé en que antes dejaban a los viejos sentados al pie de un árbol esperando morir.   Pensé en todo eso durante unos cuantos segundos mientras tomaba aliento y esperaba a los rezagados .

Por primera vez en mucho tiempo sentí que había gente a la cual le era más fácil que a mí. Eso me dolió. Me rasgó el ego. Me hizo sentirme  Xavi antes de dejar el Barca. Un soldado joven se me acercó y me preguntó si estaba bien. Me dijo que se me escuchaba respirando pesado. Muy pesado.

Le dije que estaba llevando una mochila de 20 kilos y que yo peso 93 kilos. Mover una masa así demanda una mayor cantidad de energía. Yo sabía que le estaba mintiendo. Sabía que mi mochila pesaba 10 kilos. Pero no podía decirle que me estaba desmoronando en ese preciso momento y que si no paraba un par de minutos más, mi corazón iba a explotar.

Un par de horas después vi a aquel joven soldado sobre una camilla siendo evacuado con hipotermia. Y sonreí para mis adentros. Supongo que si me mirabas de reojo te dabas cuenta que estaba sonriendo. Soy una porquería, lo sé. Pero me sentí tan bien viéndolo hecho mierda  mientras que yo, después de llegar a Ariel a las tres de la mañana,  me sentía  como uno de los soldados que habían puesto la bandera en Iwo Jima después de quemar japoneses con lanzallamas.

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Después de «tomar» la Universidad de Ariel

«Tomamos» la universidad de Ariel. Ese era el objetivo del ejercicio. «Matamos» a los de ISIS que habían «secuestrado» pseudos profesores y alumnos. Nos sentamos luego a esperar la llegada de los buses que nos tenían que llevar de vuelta a la base. Hacía mucho frío y nadie decía mucho. Yo me acurruque conmigo mismo y me puse a pensar en que hace 10 años este tipo de cosas no me eran tan difíciles. Me puse a pensar en que los años no pasan en vano. En que por más fuertes que seamos, el tiempo lo es más.

Por otro lado me sentí bien arrastrando mi cuerpo decadente colina arriba a punta de mentadas de madre mentales. Y percibí que, si bien, mi cuerpo no es el mismo de antes. Mi mente es más fuerte. Mucho más.

Entonces, salud por los años camaradas.

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Esperando buses con frío. Ciudad de Ariel 6:00 am.

 

Me acabo de tomar un arcoiris

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Sin café no ganaríamos nada creo yo…

No puedo empezar un día sin café. Voy a ponerlo de esta manera: No puedo empezar un buen día sin café.

Puedo empezar un mal día sin café. Puedo hacer un holocausto si es que no tengo suficiente cafeína en el cuerpo. En mi situación podría generar la tercera guerra mundial por falta de cafeína. Estoy en el medio oriente. En Israel. No es difícil volar algo que haga que el resto del mundo te odie por eso. No es difícil lograr que el planeta entero nos declare la guerra. Llevaría al mundo al auto aniquilamiento y todo por un poco de cafeína. Solo porque no tome mi dosis necesaria. Porque no soy la persona que podría ser con un Espresso Machiatto encima al empezar el día.

En el ejercito de Israel he hecho cosas malas. Algunas muy malas. Una vez atropellé una cabra y otra vez pisé a una tortuga. Todo porque me moría de sueño. Porque el café se había acabado aquella semana y todo lo que hacía me parecía un sueño. No sé hasta hoy si el episodio de la cabra lo viví o lo he soñado o si la vida es sueño y los sueños, sueños son. O solo se debe a que la bruma del recuerdo descafeínado se ha vuelto solo eso: Bruma.

Te estarás preguntando porque estoy escribiendo tantas incoherencias. No te preocupes. Solo tengo mucha cafeína en la sangre. Creo que tres espressos juntos. Y me dio nostalgia que hayan existido días sin cafeína. Días en los que pude haber sido mejor. Inclusive más guapo. Más inteligente. Más asertivo. Mejor combatiente. Un Rommell. Un Patton. Mejor escritor. Un Hemingway. Un Saramago.

Pero han existido días sin. Días plomizos como Lima. La ciudad en la que nací. Crecí. Perdí mi virginidad y conocí el café de la abuela. Han habido también días con. Días en los cuales he estado reluciente. Una excelsitud de la vida. Un comandante de las tropas de Alexandro Magno en los confines del mundo civilizado. Tanto amo al café que me hace decir tontera y media y me dejo llevar literalmente. Dejo que me arrastre por estás palabras sin editar y sin pensar demasiado que es lo que debo escribir y solo escribo para escribir. Para dejar toda esa cafeína fluir desde mis neuronas hasta las yemas de mis dedos. Desde todo lo que he leído alguna vez en la vida hasta todo lo que vengo diciendo.

Creo que después de estás palabras te darás cuenta que soy un amante del café. Y te imaginarás que tengo un café al lado mientras escribo todo esto. Eso es cierto. Tengo un café al lado de mi computadora y de cuando en cuando le meto un sorbo y escribo un poquito más rápido que antes. Son las once de la mañana aquí en Israel. Es invierno. Afuera hay silencio porque es Viernes. Que es como un sábado en cualquier sitio del mundo. Por mi ventana se escurre un rayo de sol. Me da en la cara. Hace que mi café se llene de colores. Una especie de arcoiris se forma en la tasa. Me siento bendecido por todo lo que está pasando en este momento. Me estoy tomando un arcoiris y estoy escribiendo lo que me da la gana.

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 Hay algo en la vida de un soldado que puede levantarle la moral y el ánimo: La visita de una estrella de la televisión en bikini. Además de eso: Un vasito de café en el campo…

 

Filosofía de trinchera

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Hace un mes me encontré mirando al cielo desde una trinchera.

Lo bonito de mirar el cielo desde una trinchera en el medio oriente es que se puede ver «realmente» el cielo. Las estrellas. La luna. La aleta blanca de la Via Lactea. Las constelaciones. La negrura luminosa del espacio infinito que nos rodea.

Se ven las estrellas bien. Muy bien. Y para verlas tan bien, necesitas que no hayan nubes. Y no habían nubes. Y cuando no hay nubes y es invierno, hace mucho más frío que cuando hay nubes (Por alguna razón física las nubes retienen el calor que el suelo ha absorbido durante el día). Por ende, en la trinchera hacía frío y además de la baja temperatura había algo de viento. Yo,personalmente, mirando hacia Jordania, que estaba a tiro de piedra, no hacía más que desear estar dentro de alguna de esas casuchas de campesinos Jordanos, tan diferentes y tan similares a nosotros . Porque incluso aquellas casas de mala calidad y algo pobretonas eran mucho mejor que nuestra trinchera olvidada y fría.

No comí mucho aquel día. Teníamos un par de atunes para cada cuatro soldados. En la mañana temprano nos habían sacado de nuestros trabajos. De nuestras casas. De nuestras paternidades. De nuestros matrimonios contándonos la historia de siempre. Que teníamos que estar preparados para cuando ISIS, Hamas, Hezbolla, los iraníes, los sirios, los jordanos, los libaneses, los egipcios o cualquier  árabe de este mundo o de otra galaxia ataque a Israel. Y lo harían exactamente en el punto en el que estábamos atrincherados comiendo atunes y chocolates y durmiendo a la intemperie.  Un ejercicio militar muy importante nos dijeron. No nos lo creímos mucho. Nuestras esposas. Nuestros padres. Nuestros hijos. Nuestros perros, no se lo creyeron tampoco.

Mientras tienes frío y tiemblas y ves la infinitud del misterio que te rodea con tanta plenitud no piensas mucho en ISIS. Piensas en lo caliente que es la habitación de tu casa. Piensas en el ronroneo del gato del vecino. Piensas en lo caliente que se está entre las piernas de una mujer. Piensas en el chocolate que te acabas de comer y que es lo más cercano a un orgasmo que vas a tener en aquel hueco medio oriental. Piensas en tu madre. Piensas en tu padre. En las cosas buenas que hicieron por ti. En las muchas cosas malas que te hicieron también. Piensas en tu primer amor. Piensas en tu último amor. Piensas en que hace frío y que ya estás viejo para estos trotes. Ya tu espalda se entumece sin un colchón bajo ella. Ya el viento te seca la piel de una manera que hasta hace unos años atrás no podía. Ya tus articulaciones se adormecen a cada rato en cada posición. Piensas en tu pobre y decadente cuerpo mientras ves a los soldados más jóvenes que tú pasarlo bien y sentirse bien. Mientras que tú te haces el macho pese  a que te duele hasta el pelo. Te haces el macho porque eres el sargento. El jefe. El puteador. El que tiene que arrastrarlos de ser necesario. Eres el sargento que dentro de sí mismo sabe que se está haciendo viejo en aquella puta trinchera. Y escuchas el silencio y ves a los jóvenes cada vez más jóvenes y te ves reflejado en tus promociones que cada vez están más viejos y calvos. Y sigues pensado en el ronroneo del gato y en la habitación de tu casa calientita. En tus amores de la niñez y en las manos de mamá mientras te tocaba la cabeza a los siete años para consolarte por alguna tontería.  Sigues viendo las estrellas tan luminosas y llenándote los pulmones de viento helado. Sigues sintiéndote muy vivo muy cerca de aquellos que quieren verte tan muerto.

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Mi última semana…

Mi querida Negev y yo…Ah! y un amigo sobre mí…

No he escrito está última semana porque me fuí a entrenar al ejército.

Estuve en el campo con un calor de más de 40 grados centígrados. Me encontré de nuevo con mi querida Negev. Me encontré también con los amigos de siempre. Me encontré con una semana entera «durmiendo» bajo las estrellas y caminando infinidad de kilómetros con peso sobre mí. Me encontré hablando con mi compañero de navegación acerca de la bancarrota de la economía griega. De teología. De tomates hidrofólicos. De pornografía. De ética empresarial y de un sin número de temas que puedes hablar con alguien solo cuando llevas horas de horas caminando con él bajo la luz de luna buscando coordenadas concretas y contando pasos para no desviarte de una ruta planeada con horas  de antelación.

Estoy bastante cansado y las ideas no me fluyen realmente bien en este momento. Me es dificil concentrarme y plantear las palabras como debe ser. Después de innumerables horas sin dormir, gran parte de mis neuronas se han ido al tacho. Y hasta que las que quedan no empiecen a reconectarse como se debe voy a estar así como estoy, medio zombie.

Además de no dormir bien, no he comido bien. Joder, que en este ejército te matan de hambre. He comido cosas como estas:

Huevos duros, pan y puré de papas….Hummmm

O estas:

Eso que parece pollo frito es berenjena… Hasta mi Negev está tirada y cansada por falta de algo nutritivo…pobre…

Lo que necesito en este momento es una buena ola de sueño. Poner el aire acondicionado y remojar los pies en agua caliente. Es lo que necesito, pero no es lo que voy a hacer. En cambio me he sentado a escribir estas palabras pese a que con las justas puedo pensar. Además de eso voy a hacerme un excelente café y voy a llevar a mi perro a la playa más tarde. Memento Mori suena por mi mente. Memento Mori que el tiempo se acaba y descansaré ya en la tumba hasta el infinito.

Hoy por hoy: Café, escribir, ejercicio, playa, más café, alguna película, hacer el amor y a dormir como el dios judío  y los dioses griegos mandan.

Después de un par de horas de sueño bajo la estela de la Via Lactea. Despertándonos adoloridos. Machacados y jodidos para un nuevo día. Vale! La vida es bella…

Pero no quiero que pienses que lo he pasado mal. Nop. Pese al dolor y a todo lo difícil y desafiante que pueden llegar a ser las cosas en cierto momento. Precisamente por eso es que me siento más vivo que nunca. Siento que en unos días he vivido unos meses. Eso es lo que me pasa cada vez que estoy vestido de nuevo con el verde olivo del ejército que forma parte de mi vida y cada vez que me reencuentro con las personas que en muchos aspectos son mi familia. Los que morirían por mí como yo por ellos.

Es que no hay como defender la casa todos juntos… Aunque alguna gente del mundo piense lo contrario…Somos los «buenos» del cuento, algún día se darán cuenta…

Una vez me cayó una esquirla…

Una vez me cayó una esquirla de RPG en la mano.

Antes de eso había estado corriendo colina arriba. Mi respiración estaba agitada. Llevaba como 20 kilos encima entre mis armas y mis municiones. Matania estaba a mi lado. Corría un poco más rápido que yo así que estaba un poco más adelantado. Yo miraba hacia la cima de aquella colina. En quince segundos llegaríamos y nuestra parte, en aquel ejercicio militar, terminaría.

Quince segundos después una explosión en la cima de la colina nos hizo volar hacia atrás. Rodamos colina abajo unos cuantos metros hasta que quedamos tirados uno a un par de metros del otro. Yo quedé boca arriba. Vi el cielo. Estaba atardeciendo. Las nubes estaban naranjas. Mi cuerpo había sentido toda la onda expansiva de la explosión recorriendo su interior. Sentí por primera vez cada uno de mis órganos moverse dentro mío. El aire estaba fresco. Sentí mucha tierra y piedras dentro de mi boca. Alcé la mano izquierda para limpiarme la cara y los ojos. Me di cuenta que mi mano era una especie de masa que chorreaba sangre. El cielo seguía naranja. Vi a Matania deslizarse hacia mí. Me pidió que no me moviese. Yo me había sentido bien hasta que vi mi mano y entonces me di cuenta porque no quería que  me moviese. La sangre brotaba con cada latido de mi corazón. De pronto me sentí muriendo como en una película de guerra. Quise llorar. Pensé que mis dedos ya no estaban. Veía algo gelatinoso entre el rojo y marrón al final de mis falanges. Habían pedazos de guante quemados. No sabía que había pasado. Efraim apareció con sus lentes poto de poto de botella. Atrás el cielo seguía naranja. Cada vez más fresco. Matania sacó la gaza de emergencia que cargamos en el pequeño bolsillo de al lado de la rodilla izquierda. Vi que la abría desesperado. Efraim le decía que no me veía tan mal. No sé porque pero amé a Matania en aquel momento y odié a Efraim. Apareció otro soldado. Y luego otro. Y pronto ya no veía el cielo. Solo caras de amigos y de curiosos que ni conocía. Quería ver el cielo. Matania me preguntó mi nombre. Se lo dije sin chistar. Me dijo que no me moverían porque no sabían de donde venía tanta sangre. No me dolía nada, salvo la mano. Me dolía y me asustaba. No la quería ver. Créeme: No la quería ver más.

La venda se mojó de sangre. Llegó alguien con la camilla y me subieron a ella y empezaron a bajar la colina conmigo y con casi 100 kilos (entre mi cuerpo y todo mi equipo) encima de ellos. Los escuché maldecir. Les pedí que me bajaran, que quizás podía caminar. Caminé hasta la base de la colina. Esperé sentado ahí sobre una piedra mientras todos hablaban de lo que podía haber pasado cuando Elhanan disparó el RPG sobre la base de la colina. Los escuchaba mientras la gaza comenzaba a gotear sangre. Matania me acarició la cabeza y me dijo que en dos semanas estaría de regreso. No le creí. Llego el Helicóptero para evacuarme. Yo tenía el brazo doblado y mi mano envuelta en la gaza empapada en sangre. El paramédico del helicóptero me sacó la gaza, miró mi mano mientras yo volteé la cabeza y vi  hacia otro lado. Me dijo «no te preocupes, vas a estar bien». Cuando dijo eso, miré mi mano que seguía sangrando pero menos. El guante estaba quemado. uno de los dedos parecía cualquier cosa menos un dedo. Quizás parecía una flor. Sí, era algo así como una rosa abierta. El helicóptero despegó y vi a mis compañeros abajo mientras veían el helicóptero despegar mientras me evacuaba al hospital Soroka en Beer Sheva.

Dos semanas después estaba nuevamente con ellos.

En la reserva

Yo y la Negev. La ametralladora que nunca quise pero que termino siendo mi mejor amiga.
Yo y la Negev. La ametralladora que nunca quise pero que termino siendo mi mejor amiga.

Según las leyes israelíes un soldado retirado del servicio activo puede ser llamado a la reserva después, de como mínimo, un año.

A mi me llegó la carta al mes de retirado.

Podía decirles que no quería ir. Que ya estaba bueno. Que se esperaran otros once meses más antes de joderme. Pero no lo hice. Recibí la carta con el sello de צהל (IDF) en el sobre y no pude decir que no. Así que me presenté en el lugar indicado. En la fecha indicada. A la hora indicada.

La invitación era en una base de entrenamiento en la zona de Kiriat Gat. Llegué con mi uniforme planchado y mis botas lustradas. Le informé a unos soldados que venía a presentarme al servicio de reserva. Los soldados me miraron y sonrieron. Me dijeron que me siente por ahí. La cita era a las 900. Yo había llegado una hora antes, a las 800. Estaba solo en un hangar sin aire acondicionado. Llevando una mochila grande con las cosas que necesitaría para mi mes de servicio. Esperé.

A las 10 de la mañana empezaron a llegar otros soldados. Muchos de ellos desarreglados y con las camisas fuera de los pantalones. Nadie tomaba asistencia y a nadie le importaba mi presencia. Apareció una secretaria del servicio activo y me dijo: ¿Quién eres? Soy Casaretto dije. ¿Casa..que? preguntó asombrada. Casaretto: Se escribe Kuf, Sameh, Reish Tet, Vav: קסרטו, lo repetí despacio para que lo entienda. Que raro tu apellido, me dijo con una mirada de sorpresa, una de esas que solo se tienen a los dieciocho años. Es italiano, le dije. Ah… ¿Y tú eres de Italia? me preguntó. No, no soy de Italia. Soy de Perú. No entiendo nada, me dijo. Llena tu nombre aquí. Este es tu seguro de vida. Lo puedes repartir entre la gente que quieras. ¿Cuanto es? le pregunté. Un millón de shekels (Unos doscientos cincuenta mil dólares). Oh no  está mal, le dije… Debes morir antes para cobrarlo, me dijo sonriendo. Llené el formulario y puse el nombre de mi esposa solamente. Si me había aguantado tanto tiempo, se lo merecía. Ahora solo me quedaba morir.

Nadie impartía ordenes. Los oficiales se veían más cansados que los soldados. Yo era el único soldado de los cien que ya estábamos ahí que tenía el uniforme planchado. Todos se veían como después de un combate. Yo me veía como antes de uno. Por ende cuando el jefe de logística de la unidad entró en el hangar donde estábamos y miró a todos lados, se fijo en mí y me dijo: Tú, el nuevo, ven aquí.

Fui, como no.

Vamos a la armería, me dijo. Lo seguí. Sería mentir si digo que aquel jefe de logística estaba menos limpio que yo. Se veía pulcro con un uniforme nuevo y planchado. Me dio gusto ver a alguien que realmente parecía un soldado dentro de toda esa sarta de descuidados y agotados dizque reservistas.

Vas a firmar por un fusil M-4 con mira telescópica Trijicon. Me dijo sonriendo. Le respondí Ok.

Además de eso vas a firmar por una ametralladora ligera Negev. Esa va a ser tu arma en combate en terreno abierto o cuando salgamos de operativo. Lo repitió despacio y sin una sonrisa.

Mira, no puedo firmar por una Negev porque cuando he estado en actividad he sido francotirador. Soy un experto en la M-24 o en la Barrett 0.5. No sé nada de ametralladoras ligeras. No es lo mío. Le dije pasando saliva.

Si has estado algún día en algún ejercito y tienes un arma, tu arma, sabrás que es difícil cambiarla por otra. Si te dicen que te pases a otra arma, a una que no tiene nada que ver contigo, es prácticamente un insulto. Un trauma. Una petición inaudita. Algo que no se dice ni se hace. Una mentada de madre en el mejor de los casos.

Más aún si eres un francotirador y todo lo que te enseñaron en un curso de un año va a quedar en desuso. Cosas  como las fórmulas para  calcular los vientos y las distancias. O como hacer una aproximación sin ser visto. O como observar el terreno y encontrar el punto más propicio para emplazarse. O como tomarse las cosas con calma. Sin desesperarse. Esperando que el blanco aparezca. Tu mira está ya equilibrada. El objetivo aparece. Aguantas la respiración. Tu pareja confirma el blanco y te dice: fuego. Disparas. El blanco cae. Sigues la ruta de evasión planeada. Llegas al punto de extracción. Regresas a la base. Te tomas una ducha caliente. Te quitas la pintura de la cara. Vas al comedor y comes huevos duros fríos y yogur. Vas a tu cuarto. Limpias tu arma. Le haces una X pequeña con tu navaja Letherman. Uno más para tu cuenta. Limpias el arma. Te metes a tu cama. Huele a sudor aquel cuarto pese a que el aire acondicionado está a full. Te duermes. Sueñas con casa.

Mira, me importa un rábano si te crees David Crocket y te gusta cazar conejos. Me dijo con cara seria el jefe de logística. Vas a tomar la Negev. Vas a salir a un curso de cuatro días y vas a volver hecho un monstruo en ella. Vas a disparar 18 tiros por segundo. Vas a poder cortar un árbol si te da la gana…Vas a ser indestructible…

Firme por la M-4 y por la Negev. La Negev me parecía un bicho raro. Un perro chusco. Iba en contra de todo lo que había aprendido. Era la cantidad sobre la calidad. Era la fuerza de destrucción de mil balas por minuto en contra de la delicadeza y la elegancia de una bala por día.

Después de cuatro días de curso. Regresé hecho un monstruo y podía cortar un árbol con balas.

La Negev como buen perro chusco se había ganado mi cariño y mi respeto.

Cuatro días después estaba en Nablus, en los territorios palestinos. Cuando llegué me di cuenta que todos ya habían metido sus camisas y parecían una unidad de combate común y corriente desplegada en una zona de combate. Cuando entré en el comedor me hicieron espacio en una de las mesas. Un tipo de mi edad, algo calvo me dijo: Ven siéntate acá. Eres el nuevo «destructor» de la unidad ah? Bueno, en verdad soy francotirador. Esa es mi especialidad. Lo dije con nostalgia. En la reserva eso no importa. Acá todos hacemos de todo. Me dijo mientras masticaba un pedazo de pan.

Me tocaría pelear en dos guerras con mi unidad de reservistas. Pero para eso faltarían un par de años más. Mientras tanto volvería a casa como el resto de soldados. Ellos volverían a ser abogados, médicos, guías de turismo o cocineros. Yo volvería a mi oficina y mi trabajo en seguridad. Nos encontraríamos en el mismo hangar la próxima vez con las camisas afuera y los zapatos sin lustrar.

La zona más bella de la tierra

Nablus, territorios palestinos, Guerra «Margen Protector» Agosto, 2014

Es difícil tratar de entender la situación en el medio oriente. Me refiero específicamente al conflicto Palestino-Israelí,   sin tomar una posición al respecto.

Todo el mundo tiene una postura. Todo el mundo se enreda en acaloradas discusiones que intentan determinar cuál de los dos bandos tiene la razón y cuál está en su derecho de defenderse o de liberarse o de lo que sea.

Por mi parte y pese a vivir en Israel y haber sido un soldado en el ejército Israelí por muchos años (y sigo siendo un soldado en la reserva) he intentado ver el conflicto desde un punto más macro y no tan centrado en el «lado Israelí» del asunto.

Supongo que la ventaja de mi posición con respecto a la del resto del planeta, es que yo vivo aquí. En donde las habas se cuecen. Yo he pasado años en los territorios palestinos ocupados. Yo he visto las salvajadas y las cosas maravillosas que pueden hacer uno u otro lado. He visto la desesperación de un pueblo oprimido. He visto la desesperación de otro pueblo que lucha por defenderse en un entorno completamente hostil.

Supongo que para la mayoría de personas que lean este artículo, les puedo parecer parcializado. Vivir en Israel me convierte automáticamente en un portavoz del «bando Israelí» o de los «Sionistas Neo colonialistas». No voy a intentar convencer a nadie de porque apoyo a Israel. No voy a intentar disculparme por el hecho de hacerlo. Lo apoyo porque es el país en el que vivo. Pero también apoyo el deseo de liberación que tiene el pueblo palestino. Si fuera palestino lucharía por ello. En fin, solo puedo decir que las cosas como las ven desde allá, no son como las vemos desde aquí.

El pueblo palestino ha sido un pueblo maltratado por la mala suerte de haber tenido unos muy malos líderes en los últimos cien años. Mientras los judíos trabajaban como hormigas a su lado y hacían de todo (y cuando digo de todo, me refiero a eso precisamente…) para construir un estado, los árabes palestinos se mantuvieron estáticos. Metidos en la letanía de su cultura. En el brillo de un pasado que alguna vez fue mejor. Y cuando te duermes en tus laureles pierdes. Y así, poquito a poquito entre 1900 y 1948 los Judíos tenían tierras que podían funcionar como un país. Tenían  unas fuerzas armada: La Hagana, que podía hacer de ejército. Tenían las ganas de sobrevivir. El hambre de acuñar una nación. En 1948 Israel nacería y la Nakba (el desastre palestino) surgiría al mismo tiempo.

Unas guerras más tarde y todo estaría dicho. Israel era un país próspero que había vencido a todos sus vecinos en todos los confrontamientos armados posibles. Israel era una potencia nuclear y tecnológica. Israel era, para muchos: Un milagro. Un país hecho de la nada, en el más hostil de los escenarios. Se había ganado su derecho de ser y de existir. Nadie podía ponerlo en duda.

En cambio, el pueblo palestino, se encontraba bajo la ocupación militar israelí. Se encontraba sumiso y roto. Invadido y golpeado. Con una economía paupérrima. Con decenas de campos de refugiados en sus territorios o en los países vecinos, generados por las sucesivas guerras. Las cosas no podían seguir así. No por mucho. Empezó la resistencia palestina para luchar en contra de la ocupación Israelí. La OLP. Yasser Aarafat. Los atentados suicidas.  Los intentos de paz. Firmar un acuerdo. Camp David. Clinton. Yzak Rabin. Ehud Barak. Arafat. Nada. Esfuerzos y más esfuerzos para nada. La Islamización de la resistencia dio origen a Hamas en los 80s y Hamas creció y Hamas cambió a la OLP en cuanto a cantidad de activismo y en la manera de representar la resistencia palestina. Aparecieron los Mártires. Suicidas. Más suicidas. Cohetes en contra de la población civil israelí. Presionar al gobierno israelí a hacer concesiones por medio del terror. Por medio del miedo. Hamas creció. Israel sacó el martillo de hierro y machaco lo que pudo. Intentando matar una mozca venenosa a cañonazos. Israel se embarró en el propio fango de su larga política de dominación en los territorios ocupados. Se ensució de su propia ocupación. Se ensució con la sangre de sus propios soldados muertos noche a noche. Peleando en el Líbano o cerca a casa en alguna villa árabe en la Palestina ocupada.

Es que me da risa pensar que he estado en la guerra. He combatido sin cansancio a 40 km de casa. Mi casa. Tel Aviv está a 40 km de la franja de Gaza. Y mientras he combatido, he sentido que defendía mi hogar. Así como los que peleaban contra mí, defendían el suyo. Para mí es justo que quieran matarme. Pero debería ser justo que la gente en el mundo entiendiera que también tengo el derecho de defender  mi casa. A mis amigos A mi esposa y a mi perro. No es colonialismo lo que hago. Es autodefensa. Autodefensa en una situación que está armada por errores políticos mutuos de ambos bandos. Por cobardía mutua de la cúpula política de ambas esquinas. Porque nadie tiene los huevos para firmar un tratado. Y todos: Palestinos e Israelíes viven «felices» en el status quo aunque no parezca así.

Es fácil ponerse de parte del débil. Si eres una persona noble y te mueves por el sentimentalismo, debes funcionar de aquella manera. Es fácil ver al mounstruoso y poderoso Israel destrozar y bombardear a pobres palestinos que solo se defienden tirando cohetes. Cohetes que llevan la razón al fin y al cabo, porque ellos luchan por su libertad. Porque Israel los coloniza y humilla. Se apodera de sus granjas y les pone muros de cemento por doquier. Así que es su derecho defenderse. Al fin y al cabo, Israel no es más que un apéndice colonialista del imperialismo occidental ¿No?

Es facil tambien decir: Israel tiene el derecho de defenderse y de defender a cada uno de sus ciudadanos. Israel va a usar todos los medios posibles para hacerlo. Y si Hamas dispara cohetes a las poblaciones civiles. Israel tiene la infinita capacidad de disparar más. Es lo que se debe hacer. Porque solo así entienden ellos. A la fuerza ¿No?

El conflicto es una guerra asimétrica. Es un ejército peleando contra unas guerrillas armadas. Ese mismo asimetrísmo favorece en algunos casos a los Israelíes pero al mismo tiempo favorece a los palestinos. Los palestinos han ganado la batalla a nivel internacional. Buscando Boycotts contra Israel. Haciéndose pasar por las únicas  víctimas del conflicto (y han logrado avances importantísimos). Israel por su parte gracias a la diferencia de poderes es prácticamente indestructible hoy en día. Nada de lo que haga Hamas en el ámbito militar va a destruir a Israel ni va a tirar a los judíos al mar, ni va a hacer que Israel capitule. Cada bando está ganando en algo pero cada bando está perdiendo al mismo tiempo. Perdiendo el futuro. Perdiendo que las generaciones futuras vivan en una relativa paz.

El futuro se ve negro. Tan negro como la noche. No hay un acuerdo de paz en camino porque nadie cree que se pueda llegar a la paz algún día. Nadie confía en el otro. Nadie lo considera un igual. Un par de pueblos enredados en una historia tan común y a la vez tan diferente. Mezclados en odios intestinos. Empujados hacia las cuerdas una y otra vez por el otro.

Israel fue el David del cuento y ahora es el Goliat. Los palestinos fueron una nación con un interés político nacional correcto pero que se han dejado llevar por el oscurantismo islámico y que no saben exactamente que es lo que quieren. Son dos pueblos enrollados en un territorio del tamaño de Cáceres (como lo dijo homominimus). Intentando vivir una vida normal en las más anormales de las situaciones y condiciones. Yo que he visto todo por aquí, esto convencido, que los de allá como los de acá quieren paz. Aunque no saben como llegar a ella. Sé que tantos los de allá como los de acá quieren un futuro mejor para sus hijos. Quieren una tranquilidad mínima. Esa misma tranquilidad que se tiene en otras partes del mundo en la que te levantas al trabajo sin pensar en las sirenas ni en los bombardeos. Esa misma que empuja a enfocar los recursos,  no en hacer túneles subterráneos para matar gente inocente o en sistemas antimisiles inteligentes, sino en generar bienestar a sus pobladores. Si realmente se llegara a ese `punto. Quizás y solo quizás, esta zona sería una de las zonas más bellas de la tierra.

El heroísmo y otros muertos

Corriendo por el desierto...Marzo del 2009
Corriendo por el desierto…Marzo del 2009

Hay momentos en los cuales me paro a preguntarme ¿Quién soy?

Creo que todos lo solemos hacer de cuando en cuando. Supongo unos un poco más que otros.

¿Soy la persona actual o la pasada?¿Soy mi presente o mi pasado o quizás mi ser futuro? ¿O quizás soy todo eso junto?  ¿Soy el que escucha Schubert o el  que sonríe escuchando Taylor Swift? 

No me puedo responder a casi ninguna de esas preguntas. Toda esa metafísica y filosofía existencial no hace más que cansarme. Antes le dedicaba mucho  tiempo a dudas existenciales  como aquellas. Hoy no. Hoy vivo bien sin sus respuestas. Hoy me considero muchas personas al mismo tiempo y llevo la fiesta en paz así.

No es que tenga un problema de esquizofrenia o algo por el estilo. Estoy bastante cuerdo (o eso creo) pero sí siento que tengo o he tenido innumerables vidas dentro del tiempo que llevo vivo. He sido un niño mimado. He sido un emigrante. He sido un soldado. He sido un pagador de impuestos. He sido y soy un hombre que teclea pensamientos.

De todos esos yo, quizás el más cercano a mí o el que más tiempo se ha quedado conmigo, es el yo soldado. El yo siendo un soldado en una guerra lejana. En una guerra que descubrí al otro lado del mundo. En una guerra que en unos aspectos me llenó de placeres y en otros de maldiciones. El yo soldado es el que más inunda mi ser. Es el que más forma parte de mis memorias. De mis días y de mis noches. De mis sueños buenos. Aunque mucho más, de mis pesadillas.

Es fácil hablar de una manera algo generalizada acerca de la guerra. Decir que la guerra es mala. O que la guerra es una mierda. La guerra es solo eso: Guerra. Y la guerra está entretejida por los hombres que la pelean. Por esos mismos hombres que al igual que yo, consideraron que es noble y justo y hasta heroico el ir a matarse con otros hombres.

Yo no tenía porque pelear ninguna guerra. Nací y crecí con mimos y con amor. No dejé de leer Julio Verne nunca durante mi juventud. Me daba miedo pelearme en el colegio. Me daba miedo el dolor. Me daba miedo hablar en frente de la gente. De pronto tenía fuego de mortero a mi lado. En la cara opuesta de la Tierra. Y todos esos miedos fueron historia. Y yo ya no supe quién o qué fui. ¿Quizás mis recuerdos de infancia no son míos? ¿Quizás mi vida, como la conozco, solo empezó con el primer boom que escuché mirando hacia el norte. Hacia el Líbano? ¿Quizás comenzó un poco antes de eso,en la base de entrenamiento, en el medio del desierto, cuando me peleé con una rata por una manzana? ¿ Quizás cuando vi a Diego el Uruguayo en la televisión disparando fuego de artillería y siendo entrevistado? Yo no nací en la guerra. Aunque crecí en un especie de guerra interna de un país sudamericano y terminé peleando una guerra milenaria en un país medio oriental. No tenía porque oler el olor de los eucaliptos mezclados con los de la pólvora bajo aquel sol histórico. No tenía porque estar escuchando gritos de niños oficiales o de niños soldados que me hablaban en un idioma ininteligible. En una mezcolanza de explosiones y gritos y olores indescriptibles en ningún idioma conocido o desconocido. No tenía porque pelear una guerra que no fue mía, pero lo hice. Estoy seguro que sí.

Me considero que soy muchas personas al mismo tiempo porque sino no podría vivir con el único que soy. No podría verme en el espejo y lavarme los dientes e irme a trabajar de lo más normal, como si nada hubiese pasado, cuando sé que todo ha pasado. Cuando sé que a veces es más fácil subdividirse en pequeños yo distintos para no autodestruirse. Al menos cuando uno recuerda lo que vio, olió e hizo.

Porque a veces una foto puede hacer que te salten todo tipo de monstruos de seis cabezas desde lo  más profundo de la memoria. A veces es un olor. Otras, un libro de un viejo escritor. Y boom: Recuerdas. Y lo debes escribir para quitártelo de ti rápido. Porque es como el fuego. Mientras más rápido te lo quitas de encima. Menos te quemas. Y debo decir lo que estoy diciendo a pesar de que a nadie en absoluto le debería de interesar mis palabras. Palabras escupidas desde mí yo soldado. Desde ese que suele adueñarse de mí en las noches de pesadillas. Desde ese que a veces me hace desconfiar del vendedor árabe del puerto azul de Yaffa.

Espero no aburrirte con estás palabras tan personales y a la vez tan inútiles. Tratados sobre la guerra se han escrito hasta el hartazgo. Frases de soldados dan vueltas por el imaginario colectivo. Los héroes han muerto en algún momento. Porque los vivos que hemos visto «qué es el heroísmo», sabemos que solo los muertos se lo han ganado.

El pantalón de la buena suerte

Olía a pasto húmedo. A tierra húmeda. A noche.

Porque fuera del aire diáfano de las tierras altas y de la media luna sobre tu cabeza no hay nada. Solo escuchas los pasos de tus compañeros atrás tuyo. Solo sientes el plástico del mapa en el bolsillo izquierdo de tu pantalón. El mismo pantalón que usas en las misiones que dan miedo. «Es el de la buena suerte» te dices. Rozas el mapa para asegurarte de que está ahí y que no se ha caído en el descenso desde el helicóptero. Te sabes el camino de memoria. Lo has estudiado en las imagines satelitales una y otra vez. Tenías miedo de equivocarte y de joder a los que te iban a seguir así que lo aprendiste bien. De norte a sur por el wadi, al lado izquierdo del río por dos kilómetros. Después de la montaña con forma de tortuga hacia la izquierda. Hacia el este. Seis kilómetros más siguiendo el camino de cabras hasta ver las luces de la aldea. Conocías la ruta a la perfección sin haber estado ahí nunca. La tecnología es una maravilla te decías a ti mismo.

Pero en el wadi mientras caminabas solo olía a húmedo por la lluvia de hace unas horas. La tierra era barro y de cuando en cuando se te hacía difícil sacar los zapatos de su atolladero temporal. El peso de la m-4 en la parte derecha de tu cuerpo hacía que pierdas el equilibrio de a pocos. Te caías una y otra vez al igual que los otros seis que estaban atrás tuyo. Los escuchabas decir maldiciones despacito. Como si se las dijeran a sí mismos y los amabas por eso. Por como maldecían despacito. Por como te cuidaban la espalda. En las tierras altas el viento es muy frío  a las dos de la madrugada, incluso en verano. Hacía dos horas que el helicóptero los había dejado en ese embarradero y solo cinco minutos antes habías encontrado el camino de cabras con rumbo este. Y ahí estaba. El camino que atravesaba un terreno llano. Divisabas las colinas cercanas pero el horizonte estaba lejos, así que sabías que los seis kilómetros hasta la aldea no serían pan comido como te lo habías imaginado.

Tus compañeros se distanciaron los unos de los otros de manera automática. La visibilidad del doce por ciento le permitiría a cualquier persona a quince metros de distancia reconocer una silueta humana. Una unidad de siete hombres sería aún más fácil de distinguir. Diez metros entre combatiente y combatiente era lo usual en estos casos. Hiciste señales con las manos para que formen dos filas de tres cada una. Tú al medio y adelante. Intentando descifrar el terreno y  el camino de cabras que te llevaría a la aldea donde tu objetivo debería estar durmiendo junto a su esposa y a sus seis hijos.

Y pensaste en lo feliz que te hacia eso. Sí, el solo hecho de andar por la noche en medio de unas colinas en la zona más conflictiva del planeta. Y respirar el aire diáfano de las tierras altas. Sentir que los seis atrás tuyo morirían por ti como tú por cada uno de ellos. Y sentir una especie de riqueza inesperada debajo de la media luna en medio del medio oriente. Y te diste cuenta de que lo tienes todo y de que no necesitas nada más. La tienes a ella que en ese instante estaba durmiendo  y tú estabas velando su sueño. Tenías a tu familia lejos pero los tenías. Respirando y viviendo cada uno el misterio de su propia vida. Tenías a los que que te estaban cuidando la espalda. Los amabas porque no eras parte de ellos y ellos te habían aceptado como uno de los suyos y te habían hecho uno del grupo. Un lobo más de la manada.  Y ahora los comandabas en medio de un terreno llano, rumbo al objetivo que tanto daño había hecho y podía seguir haciendo si es que no terminaban con él por las buenas o por las malas. Y te diste cuenta de que eras feliz. Con un chaleco de un polímero especial que pesa dieciséis kilos más un vest de combate con la munición y el equipo que pesa doce, eras realmente feliz.

Y de pronto las luces de la aldea frente a ti. A lo lejos. Y ahora a recordar la navegación en terreno urbano para llegar a la casa del objetivo. A quinientos metros de la aldea se detienen. Llamas por radio y pides que reciban tu «Germania» la palabra clave para declarar tu posición específica. Esperas ordenes un minuto. Recibes por radio el «alef» permiso para proceder. Y comienzas a caminar y a introducirte en la aldea junto con tus hombres, con tus hermanos, formando una sola línea. Bien pegados a las paredes de un lado de la calle. Unos apuntando a las ventanas de al frente de la calle. El último apuntando hacia atrás. Tú hacia adelante intentando encontrar la casa. Debe de haber un árbol grande y un taxi desmantelado al lado norte de la misma. Ves el árbol. Ves el taxi. Te dices a ti mismo «Bingo». Tus hombres saben exactamente que hacer. Cuatro de ellos se dirigen a rodear el complejo para evitar fugas. Los otros tres contigo van a entrar y a combatir dentro si así se diera el caso. Los primeros en darse cuenta de que hay gente ajena son los perros. Ladran sin descanso. Algunas luces de algunas casas cercanas comienzan a encenderse. Entiendes que deben apurarse. Por radio informas «muki» en posición. Diez segundos después recibes el permiso para entrar. Revientas la puerta de una patada. Te encuentras la sala. Alfombras. Un televisor pantalla plana. Olor a comino y especias. Oyes gritos en la segunda planta. Son niños. Quizás mujeres. La adrenalina te bloquea y actúas por inercia. Haciendo lo que has hecho tantas veces. «Limpiar» el primer piso y luego despacio subir al segundo. Rogando de que no ruede una granada. Rogando de que todo termine en paz. Los gritos aumentan. En la segunda planta hay dos habitaciones del mismo tamaño. En una están todos los niños y la madre que los intenta proteger con su cuerpo mientras te mira con terror. Y tú solo le dices que no se mueva. «Wakef» le susurras en árabe. Uno de tus «hermanos» se queda con ella y con los niños en la habitación. Los otros dos te siguen hacia el dormitorio principal. Las sienes te explotan. El dedo en el gatillo. El cañón apuntando hacia adelante. Tu ojo en la mira telescópica. Entras al cuarto y ves un hombre gordo en pijama. Sentado en la cama y con las manos en alto. Le pides que se levante. Lo requisas. Tus hombres abren los cajones del velador. Un revolver Taurus brasilero descansa en una de las gavetas. Los perros del vecindario continúan su recital. La totalidad de luces de la aldea ya están encendidas. Ahora tú avisas por radio de que el paquete está listo para embalaje. Dos minutos después autos blindados se estacionan frente a la casa en la que te encuentras. El hombre con pijama esta amordazado y con una trapo en los ojos. Tiene unas esposas de plástico en las manos. No dice una palabra.

Suben todos a la «tortuga». Cierran las puertas y salen a toda marcha de la aldea. Se miran los unos a los otros con toda la pintura de camuflaje en la cara y las barbas crecidas. Sonríen y se felicitan. El «objetivo» está echado en el piso con la cara abajo. Lo miras y por segundo recuerdas esa sensación de felicidad que te invadía en el camino de cabras. Ya no existe. Ahora solo sientes una soledad y un vacío indescriptible.

Francotirador Recon 2

 

Dima y yo en la «Sniper School» del ejercito de Israel

A veces la vida es así. A veces se olvidan de ti. Los olvidos duelen. Hay unos que duelen un poco más. Hay unos que duelen un poco menos. A veces la chica que te gusta te manda para el demonio y al no llamarte un par de meses te das cuenta que se ha olvidado de ti. A veces te de despiertas en una duna junto a tu compañero bajo la brisa de Octubre con el silencio del amanecer y el azulado del cielo que muta a celeste. Y te das cuenta que el ejercito en el cual sirves se ha olvidado de ti. Como dije antes los olvidos duelen y más si son en la Franja de Gaza.

Has ido al entrenamiento básico en la mejor unidad del ejercito. Has ido a la escuela de ejercicios  avanzados de las unidades de infantería. Has ido a la escuela de paracaidismo de combate. Has superado el curso LOTAR (guerra antiterrorista). Has ido a la escuela de francotiro y has terminado primero de tu clase. Has combatido en la guerra del Libano del dos mil seis. El ejercito ha invertido en ti y en tu instrucción casi un millón de shekels (trescientos mil dólares). Eres un «Ferrari» rojo y brillante con su escudito amarillo y su caballito negro. Y estás abandonado en una duna dentro de la franja de Gaza junto a un «Lamborgini Diablo». La vida es así a veces.

Gajes del oficio del francotirador. 

Una noche antes nos informaron que debíamos abrir un punto de observación dentro de la Franja. Nos adentraríamos tres kilómetros después de la frontera. Nuestro equipo estaba compuesto de siete soldados. Uno de ellos un oficial. Yo iba como Segundo al mando y Primer francotirador. Venía conmigo Dima el segundo francotirador (mi pareja). Los otros cuatro soldados eran los encargados de portar. Ensamblar y activar la máquina de visión térmica con la que se harían las observaciones. A las dos de la mañana estábamos en posición. Siete soldados israelíes «observando» al enemigo dentro de su territorio. Hacía algo de frío pero estaba bien. Dentro de nuestras miras de visión nocturna se veía el mundo y la ciudad de Khan Yunis de un color verde radioactivo. Le informe al oficial que mi compañero y yo nos deslizaríamos a otra duna donde podríamos tener más rango de acción. El oficial aceptó. Nos alejamos de nuestro grupo unos cincuenta metros con dirección al sur. Abrimos nuestro puesto de francotiro y comenzamos con las mediciones. A la primera mezquita que veíamos teníamos 410 metros. Al «arco del triunfo» 500 metros. Trazamos las medidas a diversos puntos y esperamos. Cuando quise comunicarme con el oficial me dí cuenta que algo no andaba bien con mi radio. Así que regresé a la primera duna y le informé de mi problema radial. Me dijo de que en caso tuviera algo importante que decirme mandaría a algún soldado o él mismo iría a informarme. Regresé a la segunda duna con Dima. Puse mi ojo en la mira de mi M-24 y no me moví. Después de no se cuanto tiempo abrí los ojos. Me dí cuenta que estaba aclarando. Dima estaba con el ojo (cerrado) en su propia M-24. Lo desperté. Se le chorreó algo de baba de entre los labios. Le dije que nos habíamos quedado dormidos y que ya eran casi las cinco de la mañana. Dima me pidió que vaya a buscar al oficial para que nos informe de las ordenes. Conocíamos que nuestra frontera temporal para salir de Gaza era a las cinco de la mañana. Mi reloj me informaba que eran las cuatro y cincuenta y siete. Me arrastré hacia la duna donde deberían estar mis compañeros. Lo que vi me horrorizo e hizo que casi me cague encima. El oficial y los otros cuatro soldados no estaban.

Lo primero que pensé fue en que los habían secuestrado. Pensé en que una patrulla de Hamas nos había visto acercándonos y nos habían hecho una emboscada. Pero luego se me ocurrió  que si eso se hubiese dado al menos alguno de los cinco soldados o alguno de los terroristas debía por lo menos haber disparado un par de tiros. No podía ser posible de que me haya quedado tan dormido hasta límite de no haber escuchado un puto combate a cincuenta metros de mí. Regresé donde Dima. Le conté la situación. Le informe que no quedaba nada de la Kita (pequeña unidad de combate del ejercito de Israel) Dima me pregunto que demonios haríamos. Yo no supe que responder.

Lo único que sabía era que con cada minuto que pasaba el cielo se tornaba más celeste. Había más luz y nos estábamos convirtiendo en blancos demasiado fáciles de ver. No importaba que estuviésemos envueltos en Ghillie Suits. Los de Hamas no son tan estúpidos como para no reconocer dos bultos que se mueven de cuando en cuando e interpretar que se trata de dos soldados israelíes. Probé la radio de nuevo. No conseguí hacer contacto con nadie. Le pedí a Dima que guardemos las M-24 en sus respectivos envoltorios y que nos movamos solo con las M-4 rumbo hacia la verja electrónica que separa Israel de Gaza. La entrada por la que habíamos entrado ayer estaba a tres kilómetros de nosotros. Nos quedaba correr entre las dunas lo más rápido que pudiéramos. Le pedí a Dima que no se separé más de diez metros de mí. Y empezamos a correr rumbo este. Rumbo a Israel. Correr en la arena cansa y correr con un ghillie suit te sobre calienta de manera inusual. Suma a eso los veinticinco kilos de equipo que tienes sobre tu cuerpo. Al cabo de un «K» estábamos más que fatigados. Pero la luz del alba nos aterrorizaba y nos subía de manera inconsciente la adrenalina hasta los limites. Seguimos corriendo. De pronto a lo lejos divisamos la verja. Otra cosa que se me cruzo por la mente fue que quizás el ejercito pensaría que eramos dos terroristas suicidas que nos estábamos acercando a la frontera con tal de hacer un atentado y que algún retardado de la orden a algún tanque de volarnos en pedazos. No podía usar la radio para informar que eramos nosotros. El Ferrari y el Lamborgini que tanto le habían costado al ejercito. A quinientos metros de la compuerta de entrada o de salida divisé un movimiento inusual de soldados israelíes a lo lejos. Observé cinco que ingresaban en territorio de la franja y corrían desesperádamente en nuestra dirección. Doscientos metros después comprobé que se trataba de nuestra Kita. La misma que con la que habíamos entrado en Gaza en la noche.  ¡¡¡¡No los habían secuestrado!!!!. Se les veía bien  corriendo en nuestra dirección. Entonces ¿Qué demonios había pasado?

Lo primero que hizo el oficial fue preguntarnos si estábamos bien. Le respondimos que sí. Juntos salimos hacia la compuerta y entramos en territorio israelí. Le dije que pensé que los habían secuestrado. El me dijo que pensó lo mismo de nosotros. Me dijo que se habían quedado dormidos y se despertaron a las cuatro y treinta. Él mismo fue a buscarnos a nuestra duna y no nos encontró. Le dije que las cuatro y treinta yo estaba en mi puta duna durmiendo. Él me dijo que se desespero al no encontrarnos. Estaba muy oscuro y nosotros con los Ghillie suits habíamos perdido cualquier vestigio de forma humana. Llamó por radio al comando. Le dijeron que regrese a Israel. Que si en caso nos movíamos. Las cámaras térmicas nos verían. Cuando él cruzo la frontera le informaron que habían dos seres humanos que se acercaban a la frontera. Venían del cuadrante donde se había establecido el punto de observación. Era casi cien por ciento seguro que eran los dos francotiradores perdidos. 

Dima y yo habíamos pasado treinta minutos completamente solos en la franja de Gaza. Uno de los sitios más peligrosos del mundo para cualquier soldado occidental y en particular para un soldado israelí. En caso de haber sido capturados se hubiesen dado un buen festín con nosotros. Sentimos alivio a le vernos entre amigos de nuevo. Pero sentimos algo de desazón también. Porque a veces se cometen errores infantiles que pueden costarte la vida. El problema reside en que en un ejercito con tantas misiones por día ese tipo de errores suele cometerse muy a menudo. 

Continuara…