Era un gordo ocioso. Lo sé. Mea culpa. Tragaba salchipapas casi todos los días de mi vida. Y cuando no lo hacía, me comía los mondonguitos a la italiana, los frejolitos criollos, los cauches de queso, los tallarines a lo Alfredo, los spagettis a la Bolognesa, las papas a la huancaína, las ocopas arequipeñas, los locros de zapallo, las causas rellenas, los arroces con pollo, las carapulcas, los ajíes de gallina, los rocotos rellenos, los lomos saltados, los ceviches, los aguaditos y demás cositas ricas que preparaban en casa. A los veinte años tenía una muy simpática barriga flácida y desparramada, que se agitaba ligeramente mientras intentaba jugar fulbito. Obviamente tenía algo de tetas también. También solían vibrar mientras saltaba en algún sitio, mientras hacia el amor o mientras brincaba en alguna discoteca. Era además un grandioso bebedor de cerveza con complejos de vikingo inca y llegué a beberme seis litros del dorado menjunje en una sola noche. Lo sé. Recordándome me doy cuenta de que era sencilla y llanamente, un asco.
A mi novia no le importaba mucho mi desparramo. Ella me quería como era. Es más, con sus ojos de inocencia y sus quince años no podía percibir lo desparramado que estaba y lo descolgados que estaban mis mondongos y aun así tocándolos de cuando en cuando me decía con ternura: “te amo” y yo feliz le invitaba un “clásico” de mazamorra morada con arroz con leche para celebrarlo.
Y Bueno como con muchas otras cosas en mi vida. Cambié. Cambié cuando llegué a Israel con mi novia convertida en mi esposa. Y aterrizamos en una granja comunitaria en la que trabajaríamos y viviríamos unos seis meses y que se parecía mucho un country club. Y como en todo country club que se respeta había una piscina de puta madre donde todos los chicos y las chicas solían bañarse y solearse. La primera vez que aparecí por ahí y me saqué la camiseta me sentí muy bien. La piscina estaba libre y me puse a nadar feliz cual cachalote mar adentro. Después de un momento empezaron a llegar chicos de mi edad, chicas de mi edad, tipos de cuarenta años, tipas de cuarenta años, viejos de setenta y demás parafernalia de gente y no había un solo pobre diablo que haya estado más gordo que yo. Mientras miraba todos esos cuerpos perfectos me di cuenta cuan jodido estaba mi físico. Cuan deforme me había vuelto y cuan poco atractivo podía ser un tipo de 24 años que no se cuidaba una mierda. Decidí hacer algo. Algo que cualquier persona aterrorizada hace: Al día siguiente me puse a correr.
Corrí cien metros el primer día que me puse a correr y casi muero. Pero como la persona terca que suelo ser cuando quiero. Al día siguiente salí a correr de nuevo y corrí doscientos metros y el día después trescientos y luego un kilómetro y sudé y sudé y sudé y entonces pude correr más y corrí dos kilómetros y seguí sudando y luego tres y cuatro kilómetros y me empezó a gustar el correr y hasta lo empecé a amar y mi barriga comenzó a desaparecer de a pocos hasta reducirse a una pequeña guatita y seguí corriendo. Y no solo eso: Me fui en bus a comprarme pesas y regresé con ellas cargándolas durante muchos kilómetros hasta llegar a casa e intenté levantarlas y me di cuenta que era muy débil y no podía levantar las pesas que había comprado. Y así me interesé en el levantamiento de pesos y empecé con dos kilos y luego con cinco y luego con 10 y de ahí con 20 y luego con cuarenta y me hice fuerte y con menos panza y me sentí mejor y luego me fui al ejército y entrené y bajé 10 kilos en un año y luego entrené más y más y más e hice más pesas y corrí más y más y llegué a los 21 km y medias maratones en competencias por aquí y por allá y trekkings por aquí y por allá y pesas por aquí y por allá y crossfit por aquí y por allá y peleas de box por aquí y por allá y krav maga y más carreras y más running y más intervalos y ropa deportiva y Nike y Adidas y Saucony y sin darme cuenta soy un deportista de treinta y dos años hechos y derechos que está dispuesto a subir al campo base del Everest en setiembre sin miedo, dispuesto a correr 60 Km en ultra maratón, meterse a un ring con un peleador amateur, caminar sin chistar una buena veintena de kilómetros con unos 30 kilos de peso sin dudar de si mismo. Pero siempre, eso sí, extrañando una buena salchipapa…