Bluebird

Quisiera volver a escribir con la fluidez que lo hacía antes.

Hace algunos años podía teclear 500 palabras en menos de 10 minutos sin demasiado esfuerzo.

Quizás, en este último tiempo, no he escrito porque no tengo mucho que decir. Y lo poco que tengo que decir, no creo que sea de gran valor.

Lo que he aprendido con el paso de los años, es lo que no sé.

No sé casi nada.

Y es increíble, porque al final de mis 30s pensaba que lo sabía casi todo.

Tengo 40 años y no tengo nada resuelto. Creo que nadie en este mundo lo tiene. Nunca resolvemos el misterio que nos rodea hasta que moramos y pienso, a veces, que nos vamos de este mundo sin resolverlo jamás.

Hemingway se metió una escopeta en la boca y se pegó un tiro. Su cerebro y su salud estaban mellados por el alcohol y la depresión que lo invadía después de entender que no volvería a escribir nada que valiese la pena… Su vida terminó a los 61 años. Era el mejor escritor de su generación y estaba completamente destruido.

Yo en 21 años tendré la edad de Hemingway al final de su vida. Y nunca he rozado ni la uña del pie de su capacidad creativa. He vivido una vida plena de aventuras. He visto la guerra. He visto la muerte. He visto la belleza de amar y la de los amaneceres. Aún así nunca podré escribir nada que valga la pena. Al menos no, al nivel que me gustaría. Solo me quedan estas palabras, disparadas al espacio por medio de un blog que nadie lee.

Escribo esto como terapia. Quizás solo para ordenar un poco los pensamientos que tengo sobre el envejecer y el sentir del paso del tiempo.

Quizás he escrito esta introducción tan larga para tener una excusa para compartir un poema de Charles Bukowski. Es uno mis poemas preferidos y es el que más me gusta de él. Refleja todo lo que los hombres duros sentimos. Porque realmente sentimos. Yo siento… Y mucho.

Bluebird by Charles Bukowski:

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I pour whiskey on him and inhale
cigarette smoke
and the whores and the bartenders
and the grocery clerks
never know that
he’s
in there.

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I’m too tough for him,
I say,
stay down, do you want to mess
me up?
you want to screw up the
works?
you want to blow my book sales in
Europe?

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I’m too clever, I only let him out
at night sometimes
when everybody’s asleep.
I say, I know that you’re there,
so don’t be
sad.

then I put him back,
but he’s singing a little
in there, I haven’t quite let him
die
and we sleep together like
that
with our
secret pact
and it’s nice enough to
make a man
weep, but I don’t
weep, do
you?

Y con eso, lo dejo aquí.

Con una fotografía de uno de mis últimos atardeceres en el ejército y un poema.

Romeo y Julieta

El calor me quemaba. Me quemaba hasta los cojones. Los calzoncillos Reebok que había comprado en Estados Unidos hechos con material sintético no me ayudaban demasiado. No estaban diseñados para el horno insufrible que es Wadi Rum en verano.

Mi guía, un beduino medio regordete me contó que en el verano casi nadie llega por Wadi Rum. Al saber que yo venía desde Israel, me dijo que le había hecho un paseo a una familia de israelíes algunos meses atrás y que la hija, de unos 15 años, se había quedado prendada de él y que le mandaba fotos eróticas desde Israel a Jordania por medio del chat de Facebook.

La historia me pareció inverosímil porque los israelíes y los jordanos no son los mejores amigos del mundo y es poco probable que una chica judía se enamore perdidamente de un beduino jordano gordo en en menos de dos días. Pero siguiéndole el juego, le pregunté si podía ver las fotos. Me dijo que no. Que por respeto a su novia, no podía enseñárselas a otro hombre.

-Ok- le dije- Pero tú eres un poco grande para una chica israelí de quince años no?

Me dijo que para el amor no importaban las edades ni las fronteras y presionándolo para saber cuantos años tenía, terminó por decirme que tenía treinta y uno recién cumplidos.

Fuck, pensé. Si la historia es cierta, el tipo es un pervertido. Y si la historia es falsa, el tipo es un tarado y está contando historias que lo hacen quedar como un pervertido.

En ese momento me enseñó una planta que crece en el desierto. Después de triturarla con una piedra y con un poco de agua, hizo una solución jabonosa. Te podías lavar las manos con aquel jabón natural y te quedaban las manos con olor a lavanda.

Luego subimos a la camioneta y remontamos hacia el campamento que estaba a unos 15 km de distancia. Eran las cinco de la tarde pero hacia calor como a las 12 del medio día en el verano de Mogadishu. El beduino manejó por las dunas y por los valles desérticos. A lo lejos se extendían todas las formaciones rocosas que te puedas imaginar. Las mismas que se pueden ver en la película de Matt Damon: The Martian.

Realmente en Wadi Rum uno se siente en Marte.

El beduino me dejó en mi campamento. Intenté dormir. No pude. El calor me sofocaba. Lo calzoncillos Reebok no me ayudaban en nada y sentía que la entrepierna se me fundía. Salí de la carpa y caminé al medio del campamento y me eché en la arena sobre una sabana. Miré hacia el cielo y vi millones de estrellas. Hacía años que no veía un cielo tan estrellado. Quizás desde las noches de campamentos en los andes. El calor no me dejó dormir ahí tampoco. Así que pensé en la chica de 15 años y en el beduino gordo de 31. Pensé en ellos y me los imaginé como Romeo y Julieta. Como un par de novios prohibidos. Cuales Montescos y Capuletos medio orientales en el siglo XXI. Me reí un poco imaginándome al beduino intentando encontrarse con su amor en Israel y siendo ultrajado por los servicios de seguridad israelíes. Gritando que para el amor no hay edades ni hay fronteras…

En ese momento me dormí. Eran las cuatro de la mañana.

En la mañana llego la camioneta a buscarme. Eran las 8 y en el campamento me habían ofrecido un desayuno con muchos huevos fritos. Cuando me acerqué a la camioneta, me dí con la sorpresa de que el beduino gordo no manejaba y era otro beduino bastante delgado el que lo hacía. Le pregunté por el gordo y me contesto que era su primo y que él lo estaba reemplazando. El beduino gordo había tenido una complicación cardiaca y estaba rumbo al hospital.

Antes de subir, le dije al beduino flaco que le iba a tomar una foto. Me dijo que no había problema y le saqué esta foto.

Después de un rato de viaje y dos cafés, le conté que su primo me había contado que tenía una novia Israelí. El beduino se mató de la risa y me dijo que su primo le cuenta esa historia a todos los hombres que ve. La cuenta desde que tenía 15 años cuando se enamoró perdidamente de una chica israelí y al parecer ella también de él.

La familia de ella vivían como diplomáticos en Jordania, en Aman y cada cuantos meses venían a Wadi Rum donde ellos se encontraban y conversaban por horas. Después de que ella y su familia habían vuelto a Israel, no se habían vuelto a ver. Habían pasado más de 15 años desde esa época.

-Pobre Nayim- me dijo- . No se ha casado hasta hoy porque piensa en ella. Y solo en ella.

-¡Que historia!.., le dije.

-Una historia que nos causa problemas a todos y a nuestro negocio. A veces la gente no entiende que Nayim está medio loco.

-Yo no entendí eso tampoco- le dije.

-A veces la gente se vuelve loca por amor.

-Lo sé- le dije.

El sentido

Sería interesante saber cuanto tiempo me queda de vida.

Mucha gente preferiría no saberlo. A mí me gustaría saber con exactitud cuándo, cómo y dónde todo terminará todo para mí. ¿Será en un par de años, en un par de meses, en un par de días, en un par de horas, en un par de décadas o en sesenta años más? ¿ Será en mi cama, en mi auto, en combate, en el hospital, en la calle o en la casa? ¿Será solo o acompañado? ¿Será con alguien que me quiere o sin nadie? ¿Será rodeado de amor o en el más duro de los olvidos?

Quizás el hecho mismo de saber puede aumentar el ímpetu que le pongamos a ciertas acciones, que de otro modo, quedarían sumergidas en la rutina o en el olvido. Si sabemos que el tiempo se acaba, nos volvemos menos ociosos y más egoístas. Yo vivo con el cronómetro (literalmente) en la mano, por eso soy un egoísta de mierda con mi tiempo, a veces.

Obviamente no conozco ni el día ni la hora en la que voy a dejar de existir. Pero tengo un Memento Mori tatuado en mi muñeca (que escondo con el reloj) que me recuerda que cada día que pasa, es un día menos. Que cada respiro que doy, es un suspiro que ya se fue para siempre. Que cada vez que acaricio a una persona o animal es una interacción menos con un ser vivo.

Al final la vida no tiene sentido (así creas lo contrario). O tiene, mejor dicho, el sentido que nos inventemos y que queramos darle. Algunos somos patriotas, otros religiosos, otros enamorados, otros padres y algunos somos una mezcla de todo eso. Algunos somos hinchas del fútbol, escritores, adictos al trabajo, adictos al sexo, o vemos en Trump y en su política ese sentido que tanto buscamos. Nosotros inventamos nuestro sentido o la pasamos buscándolo a lo largo de nuestra vida como Viktor Frankl en su obra El hombre en busca de sentido.

Muchas cosas han fluctuado en mi vida y muchas cosas diferentes le han dado sentido a mi existencia en una época u otra. A medida que crecí y me di cuenta que la vida es caos puro, deje de plantearme en buscarle el sentido a la vida y en su lugar, pase a darme sentido a mí mismo en el mundo.

Me di sentido haciendo lo que quiero y lo que me hace bien. Fotografiar y escribir me hacían bien desde que era un niño.

La fotografía la llevo muy cerca a mí todos los días. Todos los días tomo fotos. Todos los días edito fotos. Todos los días leo sobre fotografía. Además de mi trabajo de 9:00 a 17:00, la fotografía se vuelto para mí una herramienta que me permite mostrar como veo el mundo desde mi punto de vista.

Escribir me hacía bien hasta hace un tiempo. Lo dejé de hacer porque me di cuenta que no tenía mucho que decir. Toda la retórica de todas las ideas del mundo, está ya escrita. Este artículo, por ejemplo, no es más que un eco lejano de algunas de las miles de publicaciones parecidas, pertenecientes a miles de escritores que se vieron influenciados por miles de otros artículos leídos escritos por otros miles de escritores influenciados por otros… hasta la eternidad. O hasta que se inventó la escritura.

Pero, siguiendo la linea lógica de que nada tiene sentido en la vida y que debo de hacer lo que me gusta hacer siempre que pueda seguir haciéndolo, he decidido volver a escribir. No porque tenga mucho nuevo que decir. Sino, porque me es terapéutico y me ayuda a hacer catarsis. Míralo de esta manera: Si estás leyendo estas lineas, estás leyendo el jugo que sale de mi cerebro después de exprimirlo. Estás leyendo ideas que no puedo compartir con nadie porque nadie tiene la paciencia ni las ganas de escuchar peroratas pseudofilosóficas. Quizás no saques nada de ellas. Quizás aprendas algo. Quizás puedas ver que hay gente que piensa en el final de su vida a cada instante y aún así conservar el buen ánimo y la esperanza. Quizás llegues a pensar que soy un idiota más escribiendo tonterías. Puedes pensar lo que quieras. A mí no me importa.

A partir de ahora escribiré un artículo por semana por lo menos, sobre cualquier tema que me venga en gana. Supongo que podrás leer cada artículo por separado y en el orden que quieras.

Supongo también que puede que no leas nada y te importe un rábano gastar tu tiempo en estos artículos mediocres. Eso te lo dejo a ti. Yo me voy a poner a hacer lo mío.

Todos somos iguales

Tel Aviv, Febrero del 2016

Le pedí tomarle una foto. Me dijo que no. Le pedí a su amigo lo mismo. Él me dijo que sí. Levanté la cámara y apunté. El africano se enojó y me dijo que no le apunte la cámara. En ese momento tiré la foto.

Luego le dije que no le tomaría la foto a él. Que solo le tomaría la foto a su amigo. Un segundo después le tomé la foto al polaco solo.

Tel Aviv, Febrero del 2016

El africano me preguntó por qué quería fotografiarlo. Le dije que me parecía guapo y que junto con el polaco hacían un buen contraste. El africano me sonrió y me mostró sus encías sin dientes. Me dijo que seguramente quería fotografiarlo porque soy policía. Le dije que no soy policía.

¿ Y por qué me quieres fotografiar entonces. Yo que soy un africano feo?

Porque eres bonito a tu manera. Le dije.

Soy bonito porque estoy con mi amigo polaco. Soy africano y el es polaco y bebemos juntos y somos amigos y yo lo quiero mucho…

El polaco hizo un gesto con los ojos como asintiendo.

Yo le dije al africano que yo soy sudamericano. Que soy de Perú. Y que es raro para mí tomarle fotos a un africano y aún polaco juntos en Israel.

Todos somos iguales, me dijo.

¿Perú es en Brasil?

No, Perú es al lado. Le dije. 

Estamos un africano, un peruano y un polaco en un mercado de Israel. Dos de ellos están borrachos. Uno es fotógrafo callejero.

Todos sonreímos  al final… 

Salud por los años camaradas

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Los «viejos» del grupo 

El otro día caminé 28 kilómetros. Hacía frío. Partí con mi unidad desde un asentamiento judío cerca del mar muerto(-430 metros bajo el nivel del mar) . Subímos hasta la ciudad de Ariel en Czisjordania  (706 metros sobre el nivel del mar). Un ejercicio militar de rutina que nos costó seis soldados con hipotermia y uno con una fractura de tibia.

A los 35 años caminar esa cantidad de kilómetros con más de 1000 metros de desnivel positivo y con peso, no es tarea fácil.

Hacia afuera no mostré ni el más mínimo gesto de queja que no esté dentro de las habituales frases de «esto es una mierda» y me burlé sin reparo de los que se iban quedando atrás. Los más jóvenes subían con más facilidad. De los más «viejos» yo iba adelante siempre intentando mantener el ritmo. Hasta que llegó el momento en el que sentí que mi pulso estaba por los cielos y que no podía parar de jadear como un buey después de haber jalado un arado por más de dos días seguidos.

Pensé en la ley de la vida. En el orden natural. Los viejos dan su espacio a los más jóvenes. Los jóvenes son los dueños del mundo. Los que nos empezamos a hacer viejos comenzamos a jadear como burros borrachos. Pensé en que antes dejaban a los viejos sentados al pie de un árbol esperando morir.   Pensé en todo eso durante unos cuantos segundos mientras tomaba aliento y esperaba a los rezagados .

Por primera vez en mucho tiempo sentí que había gente a la cual le era más fácil que a mí. Eso me dolió. Me rasgó el ego. Me hizo sentirme  Xavi antes de dejar el Barca. Un soldado joven se me acercó y me preguntó si estaba bien. Me dijo que se me escuchaba respirando pesado. Muy pesado.

Le dije que estaba llevando una mochila de 20 kilos y que yo peso 93 kilos. Mover una masa así demanda una mayor cantidad de energía. Yo sabía que le estaba mintiendo. Sabía que mi mochila pesaba 10 kilos. Pero no podía decirle que me estaba desmoronando en ese preciso momento y que si no paraba un par de minutos más, mi corazón iba a explotar.

Un par de horas después vi a aquel joven soldado sobre una camilla siendo evacuado con hipotermia. Y sonreí para mis adentros. Supongo que si me mirabas de reojo te dabas cuenta que estaba sonriendo. Soy una porquería, lo sé. Pero me sentí tan bien viéndolo hecho mierda  mientras que yo, después de llegar a Ariel a las tres de la mañana,  me sentía  como uno de los soldados que habían puesto la bandera en Iwo Jima después de quemar japoneses con lanzallamas.

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Después de «tomar» la Universidad de Ariel

«Tomamos» la universidad de Ariel. Ese era el objetivo del ejercicio. «Matamos» a los de ISIS que habían «secuestrado» pseudos profesores y alumnos. Nos sentamos luego a esperar la llegada de los buses que nos tenían que llevar de vuelta a la base. Hacía mucho frío y nadie decía mucho. Yo me acurruque conmigo mismo y me puse a pensar en que hace 10 años este tipo de cosas no me eran tan difíciles. Me puse a pensar en que los años no pasan en vano. En que por más fuertes que seamos, el tiempo lo es más.

Por otro lado me sentí bien arrastrando mi cuerpo decadente colina arriba a punta de mentadas de madre mentales. Y percibí que, si bien, mi cuerpo no es el mismo de antes. Mi mente es más fuerte. Mucho más.

Entonces, salud por los años camaradas.

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Esperando buses con frío. Ciudad de Ariel 6:00 am.

 

He tenido suerte

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Villa de Manang, Nepal, Septiembre del 2013.

 

En algunos lugares tribales de África te hacen saltar a los 15 años de un árbol bien alto. Algo parecido a un salto bungie. Te subes y saltas de cabeza amarrado de los pies con una Liana. Si no calculaste bien la medida de la misma y te quedas corto de liana  y tus brazos no tocan el suelo es un símbolo de cobardía, o si la mediste más larga de lo que debería ser y  tu cráneo pega contra el suelo, se abre como un coco y mueres  es un símbolo de valentía pero de estupidez; o, por el contrario, la mides exacta y las puntas de tus dedos rozan el suelo y tu cráneo queda intacto. Entonces sí hijo mío: Eres un hombre Valiente e inteligente y puedes reproducirte. Y ya tienes todo el derecho de casarte y perder tu virginidad.

A mí me tomó ser adulto 30 años por lo menos (aunque la virginidad la deje atrás un poco antes…). Nadie me hizo saltar de un árbol. Nadie me leyó la Torá. Yo mismo auto-determiné mi adultez cuando yo mismo me sentí listo. Hoy no tengo ningún reparo en decir que soy un adulto hecho y derecho. Me conozco. Sé lo que valgo y sé de qué pie cojeo.

Conozco lo bueno, lo malo y lo feo de mí mismo. Me ha tomado tres décadas decidir por mi mismo que «ya estoy grande» y además de decidirlo, sentirlo.

Quizás me demoré porque la mayoría de la gente de mi generación, nacida en el mundo occidental, se demoró también. Somos ese grupo de gente que no compra departamentos ni casas y que vive con sus papás hasta bien entrada la treintena. Somos esa generación de barbudos y tatuados que vive de manera hedonista y egocentrista. Somos esos a los que se les hace tan difícil tener hijos. Esos que piensan en viajar todo el tiempo  y que te pueden animar una tertulia hablándote sobre  la calidad del Latte Machiatto que toman.  No tengo nada contra eso: Yo también soy así.

Aunque yo haya crecido lejos de casa desde los 21 años. Me haya casado a los 23, nunca me he considerado realmente un hombre adulto. Quizás, en retrospectiva, puedo decir que los treinta fueron mi punto de quiebre y que fue la edad en la que dejé de ser un muchacho para volverme un hombre.

Tomó mucho. Y tomó mucho porque me he desarrollado en una sociedad facilista. No crecí peleando contra la sequía en Africa o en una sociedad cazadora recolectora de antaño. Vi Dragon Ball Z y en mis veranos he tenido siempre un refrescante aire acondicionado. El hambre no me ha perseguido. Las comodidades del mundo moderno sí.

He tenido suerte. Todos los días pienso en eso. Todos los días agradezco a la teoría del caos y las probabilidades que, justo yo, haya podido madurar recién a los treinta y que haya crecido en un mundo calientito y bonito y que nada realmente haya sido tan difícil como para haber madurado antes.

He tenido la suerte de viajar y ver niños trabajando desde muy niños. Hombres de cuarenta años ancianos. He tenido la suerte buena o mala de ver la guerra y ver lo que perder la guerra le hace  a la gente: La hace crecer rápido. La hace envejecer. Le acorta la vida. Me ha pasado que he encontrado muchachos de 18 en los territorios palestinos que parecen de 40 y hombres de 40 que parecen ancianos. Lo he visto con mis propios ojos. Nadie me lo ha contado.

He tenido suerte como supongo la has tenido tú que estás leyendo estas líneas.

 

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Mi porter en Nepal. Cargando 30 kilos en la espalda por 4 dólares al día.

 

 

Un despatriado

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Última foto que le tomé a Machu Picchu en el 2004. Los archivos digitales son más grandes ahora. Tanto que da vergüenza mostrar una foto de 2 megapixeles…. 🙂

 

No soy muy aficionado al calor. Prefiero el frío. Aún así, este verano para mí ha sido el más insoportable de todos. No sé si es el calentamiento global o soy yo el que se está haciendo viejo. Pero siento que me ahogo. Como un goldfish fuera de la pecera.

El año pasado en estás épocas estaba con mi esposa en los Pirineos.Disfrutando del aire límpio de la montaña. Este año estoy aquí (en Tel Aviv) con calor.

Viajamos el próximo mes a Perú. No sé si a las montañas, pero estoy seguro que la temperatura va a estar mucho más agradable que aquí.

Tengo 35 años. Me gusta tomar fotos que nadie ve. Me gusta escribir cosas que nadie lee. En unas semanas me voy de viaje al otro lado del mundo. Por casi un mes al país que me vio nacer y por el cual no siento ningún afecto.

Tampoco le tengo mucho afecto  a Israel. Lo siento como el lugar en el que vivo. He conocido gente maravillosa. Pero hay tantos problemas. Tanta tensión. Tanto odio. Tanta incertidumbre que te es imposible sentirte tranquilo o como en casa.

Creo que me siento un ciudadano del mundo. Me jode cuando ISIS explota  Paris o cuando vuelan medio Alepo. Odio cuando los palestinos le disparan cohetes a civiles israelíes y el mundo no dice nada. Aunque aborrezco la muerte de niños palestinos dentro de lo que se conoce como daños colaterales y nadie tampoco hace nada.

Me molestan muchas cosas que pasan alrededor del mundo. Y me siento conectado con la mayoría del planeta. Pero no tengo una identidad nacional. No soy un patriota. Ni beso una bandera. No en el medio oriente. No en sudamerica. No en Europa. No en Norteamerica. Sencilla y llanamente no me siento parte de.

Quizás me siento así porque tengo mucho calor. Y cuando tengo mucho calor me quiero ir de Israel y vivir en Islandia. Todos los años me pasa. En el verano es cuando peor me siento en Israel. Mucho calor y mucha guerra. Me ha tocado ir a tres guerras. Dos de ellas en el verano. Quizás por ello estoy traumado.

Puede ser…

Al Perú no lo quiero porque me robaban. O me querían robar todo el tiempo. No lo quiero por la corrupción. Por la falta de educación de la gente. No es que yo sea educado, pero me doy cuenta que no lo soy y hago lo posible para mejorarlo. No quiero al Perú porque tienen la mentalidad en el siglo XIX. Que si violan a una chica es la culpa de ella (de la chica) por vestirse con minifalda. Por provocar. Nop, eso no lo puedo aguantar. Por eso, apenas pude puse las patitas en un avión y me fuí de ahí para siempre. Y no deseo  volver jamás… a vivir.

Pero ahora vuelvo. No a vivir, sino a visitar. A los que quedan. A la gente que al cabo de los años se ha vuelto irreconocible porque toda una vida nos ha pasado a todos por encima. Los muchachos que deje están más gordos y calvos. Las chicas que bese son madres de familia de muchos retoños.  Las discotecas en las que baile están «pasadas de moda» o ya no existen. Los precios que disfrute se fueron a la mierda y ahora todo es mucho más caro. La vida que viví ahí ha desaparecido por completo.

No soy muy nostálgico. Pero sé que recorriendo algunas calles de Lima voy a sentir ganas de llorar por lo mucho que han cambiado. Salí del perú hace 14 años. He vivido en dos países desde entonces. He perdido mi identidad nacional y me he convertido en la cosa que soy: Un despatriado. Un fotógrafo mediocre. Un veterano. Un escritor que aburre. Un esposo en el sofá viendo Netflix.Un barbudo con tatuajes que camina en medio de Tel Aviv sin sentirse en casa. Un huevón que toma vino blanco chileno, pese a ser peruano,  en el medio del medio oriente.

 

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 Última foto en Tel Aviv (ayer en la tarde). Desde mi teléfono LG4… Cómo avanzó la tecnología en estos últimos años!!!

 

 

Contrastes

Hola amigo/a de internet,

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Judio laico  sentado en el puerto de Yaffa en la ciudad de Tel Aviv

Siempre he usado la palabra escrita como mi método expresivo preferido. Me gusta escribir ideas. Pensamientos. Relatar algo de lo que pasa en mi vida. Relaté en este blog mi aventura minimalista de los último años. He relatado también algunos problemas que he tenido y muchas cosas buenas que me han pasado.

Si has leído alguna de mis entradas, sabrás que me gusta fotografiar. En este último tiempo me la he pasado fotografiando más en serio que antes.

Compré una pequeña pero poderosa cámara (Sony alpha 6000)  para que reemplace a mi vieja Nikon D-80. Con ella me he tirado un poco a las calles a fotografiar por aquí por allá. Me he dedicado a hacer en este último tiempo lo que se  conoce como «Fotografía callejera» o «Street Photography». La fotografía me gusta mucho porque la imagen ayuda con creces a las palabras a la hora de expresar una idea (Por algo los periódicos vienen con fotos). O como dicen por ahí: Una imagen vale más que mil palabras. Por eso me he decidido a cambiar un poco el formato e incluir imágenes mías sobre el tema que quiero tocar.

Sé que este último tiempo no he escrito. Supongo que se debe al calor que tanto me sancocha las ideas. Vivir en el medio oriente no es fácil y es más dificil aún en el verano. Intentaré publicar más seguido a partir de ahora para todo el que quiera leerme y ver alguna de mis fotos.

A partir de hoy el blog pasará a ser un blog de Street Photography mezclado con fotoperiodismo o si quieres lo puedes llamar un blog de fotografía acompañado de las historias raras que siempre me pasan. Diciéndolo de otro modo: Lo mismo que antes con más fotos. Dejaré un par de imagenes del fin de semana en Tel Aviv.

Si te gustan, me avisas!

Sobre las imágenes:

Este par de fotos demuestran el contraste de la sociedad israelí. El liberalismo y el ostracismo. El avance hacia los ideales occidentales y el conservadurismo extremo. 

La sociedad aquí vive entre un tira y afloja de dos polos completamente opuestos. Que, obviamente repercute en el manejo del problema palestino y el conflicto eterno en el que Israel está sumergido. Mucha gente no lo sabe, pero las tensiones entre religiosos y laicos en Israel son inmensas. A veces más fuertes y dolorosas que el conflicto que tiene Israel con sus vecinos árabes. Es una tensión que no se distiende nunca y más bien aumenta a medida que\ hay un crecimiento demográfico incesante de la población religiosa. 

En otras entradas publicaré de que trata el conflicto y cómo eso repercute en mi vida a la hora de querer ir a algún lado el día sábado (Shabat) o a la hora de querer casarme con alguien.

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Judío religioso ortodoxo caminando por las calles de la laica y casi «sodómica» Tel Aviv.

 

La vida que siempre he querido

Ninos en estanque. Tel Aviv, Israel. Mayo del 2015
Ninos en estanque. Tel Aviv, Israel. Mayo del 2015

Hace unos años cambié la perspectiva con la que veía las cosas.

Trabajaba mucho. Me estresaba mucho. Me dio un ataque de ansiedad. Terminé en el hospital y me dije basta. Tiene que haber una mejor manera de hacer las cosas. Tiene que haber una mejor manera de vivir los días. No puede ser que esto y solo esto, sea lo que me depara el destino de aquí para adelante.

Descubrí que hay innumerables maneras de hacer las cosas diferentes. No tienes porque vivir en el trabajo de 9 a 5 todos los días de tu vida para jubilarte a los 67. No tienes porque desesperarte por competir con el resto. No tienes porque buscar día a día el placer momentáneo e ínfimo de una compra en Amazon. No tienes porque hacer las muchas cosas que estás acostumbrado a hacer. No todo lo que el resto hace está bien o es sano. No todo lo que te han enseñado está bien, o es sano para ti. Hay innumerables maneras de vivir la vida. Cada quién debe encontrar la suya. Y si no la has encontrado aún, no debes descansar hasta que la encuentres.

Yo aún no he encontrado la manera de vivir cien por cien perfecta para mí. La estoy buscando, día a día. Mes a mes. Año a año. Experimento muchas cosas. Adquiero de cuando en cuando algún nuevo hábito. Me deshago de algún otro que no me servía o más bien, me dañaba.

Dentro de esta búsqueda puedo dar fe de que he llegado a entender la magnitud del milagro que es estar vivo. He podido entender que estoy aquí y ahora en contra de casi todas las posibilidades (otra célula espermática más avispada en el ovulo de mi mamá en el momento de mi concepción y yo no existiría) desde el principio de los tiempos hasta hoy. Solo pensar de esa manera me hace entender que vivo un milagro y que estoy enamorado del mismo. Estoy enamorado de estar vivo pese a que aún no vivo como quiero.

Tengo un trabajo de 9 a 5. En mi  caso es poco más de 7 a 3. Se podría considerar  que es un trabajo cómodo. No puedo decir muchas cosas malas de él. Pero es un trabajo que no va con mi aptitud para con la vida. Es un paréntesis de ocho horas diarias en lo que realmente soy yo. Yo soy un amante de la aventura. De probarme cosas a mí mismo. De educar al resto en las cosas que sé. Soy un amante de los viajes. De los treks. Del montañísmo. Soy un amante de Julio Verne. Del capitán Scott en la Antártida. De el capitán Cook en Hawai. De Neil Armstrong en la luna. Eso es lo que soy: Un aventurero y un eterno y romántico amante de otros aventureros.

Dejando de lado mi trabajo. Estoy intentando usar mis horas libres en planear o realizar aventuras que están a mi disposición (llevando la cuenta del tiempo y el dinero). Estás semanas he realizado unas cuantas cosas bastante interesantes. Desde city tours en la ciudad en la que llevo viviendo casi 10 años (y que ahora la veo con nuevos ojos) hasta pedalear cien y algo kilómetros en terreno desértico. Estoy tratando de encontrar el equilibrio correcto entre lo que soy y lo que hago. Entre lo que deseo y debo.

Hace un par de días estuve en el Rabin Square de Tel Aviv. Fotografíe un poco. Respiré la amplitud del espacio. Miré el transito fluir en la avenida Even Gvirol. Vi a la gente sentada en los cafés y en los restaurantes, disfrutando de un buen momento. Gozando de la tranquilidad de una tarde cualquiera. Me gustó ver lo que vi. Me gustó ver al par de niños a los cuales fotografíe en la foto de más arriba. Verlos jugar y explorar el estanque en el cual correteaban. Me gusta vivir la vida que vivo. Aunque sigo buscando la vida que siempre he querido vivir y voy a seguir buscándola hasta encontrarla….