Bluebird

Quisiera volver a escribir con la fluidez que lo hacía antes.

Hace algunos años podía teclear 500 palabras en menos de 10 minutos sin demasiado esfuerzo.

Quizás, en este último tiempo, no he escrito porque no tengo mucho que decir. Y lo poco que tengo que decir, no creo que sea de gran valor.

Lo que he aprendido con el paso de los años, es lo que no sé.

No sé casi nada.

Y es increíble, porque al final de mis 30s pensaba que lo sabía casi todo.

Tengo 40 años y no tengo nada resuelto. Creo que nadie en este mundo lo tiene. Nunca resolvemos el misterio que nos rodea hasta que moramos y pienso, a veces, que nos vamos de este mundo sin resolverlo jamás.

Hemingway se metió una escopeta en la boca y se pegó un tiro. Su cerebro y su salud estaban mellados por el alcohol y la depresión que lo invadía después de entender que no volvería a escribir nada que valiese la pena… Su vida terminó a los 61 años. Era el mejor escritor de su generación y estaba completamente destruido.

Yo en 21 años tendré la edad de Hemingway al final de su vida. Y nunca he rozado ni la uña del pie de su capacidad creativa. He vivido una vida plena de aventuras. He visto la guerra. He visto la muerte. He visto la belleza de amar y la de los amaneceres. Aún así nunca podré escribir nada que valga la pena. Al menos no, al nivel que me gustaría. Solo me quedan estas palabras, disparadas al espacio por medio de un blog que nadie lee.

Escribo esto como terapia. Quizás solo para ordenar un poco los pensamientos que tengo sobre el envejecer y el sentir del paso del tiempo.

Quizás he escrito esta introducción tan larga para tener una excusa para compartir un poema de Charles Bukowski. Es uno mis poemas preferidos y es el que más me gusta de él. Refleja todo lo que los hombres duros sentimos. Porque realmente sentimos. Yo siento… Y mucho.

Bluebird by Charles Bukowski:

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I pour whiskey on him and inhale
cigarette smoke
and the whores and the bartenders
and the grocery clerks
never know that
he’s
in there.

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I’m too tough for him,
I say,
stay down, do you want to mess
me up?
you want to screw up the
works?
you want to blow my book sales in
Europe?

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I’m too clever, I only let him out
at night sometimes
when everybody’s asleep.
I say, I know that you’re there,
so don’t be
sad.

then I put him back,
but he’s singing a little
in there, I haven’t quite let him
die
and we sleep together like
that
with our
secret pact
and it’s nice enough to
make a man
weep, but I don’t
weep, do
you?

Y con eso, lo dejo aquí.

Con una fotografía de uno de mis últimos atardeceres en el ejército y un poema.

Todos somos iguales

Tel Aviv, Febrero del 2016

Le pedí tomarle una foto. Me dijo que no. Le pedí a su amigo lo mismo. Él me dijo que sí. Levanté la cámara y apunté. El africano se enojó y me dijo que no le apunte la cámara. En ese momento tiré la foto.

Luego le dije que no le tomaría la foto a él. Que solo le tomaría la foto a su amigo. Un segundo después le tomé la foto al polaco solo.

Tel Aviv, Febrero del 2016

El africano me preguntó por qué quería fotografiarlo. Le dije que me parecía guapo y que junto con el polaco hacían un buen contraste. El africano me sonrió y me mostró sus encías sin dientes. Me dijo que seguramente quería fotografiarlo porque soy policía. Le dije que no soy policía.

¿ Y por qué me quieres fotografiar entonces. Yo que soy un africano feo?

Porque eres bonito a tu manera. Le dije.

Soy bonito porque estoy con mi amigo polaco. Soy africano y el es polaco y bebemos juntos y somos amigos y yo lo quiero mucho…

El polaco hizo un gesto con los ojos como asintiendo.

Yo le dije al africano que yo soy sudamericano. Que soy de Perú. Y que es raro para mí tomarle fotos a un africano y aún polaco juntos en Israel.

Todos somos iguales, me dijo.

¿Perú es en Brasil?

No, Perú es al lado. Le dije. 

Estamos un africano, un peruano y un polaco en un mercado de Israel. Dos de ellos están borrachos. Uno es fotógrafo callejero.

Todos sonreímos  al final… 

Salud por los años camaradas

dsc04113
Los «viejos» del grupo 

El otro día caminé 28 kilómetros. Hacía frío. Partí con mi unidad desde un asentamiento judío cerca del mar muerto(-430 metros bajo el nivel del mar) . Subímos hasta la ciudad de Ariel en Czisjordania  (706 metros sobre el nivel del mar). Un ejercicio militar de rutina que nos costó seis soldados con hipotermia y uno con una fractura de tibia.

A los 35 años caminar esa cantidad de kilómetros con más de 1000 metros de desnivel positivo y con peso, no es tarea fácil.

Hacia afuera no mostré ni el más mínimo gesto de queja que no esté dentro de las habituales frases de «esto es una mierda» y me burlé sin reparo de los que se iban quedando atrás. Los más jóvenes subían con más facilidad. De los más «viejos» yo iba adelante siempre intentando mantener el ritmo. Hasta que llegó el momento en el que sentí que mi pulso estaba por los cielos y que no podía parar de jadear como un buey después de haber jalado un arado por más de dos días seguidos.

Pensé en la ley de la vida. En el orden natural. Los viejos dan su espacio a los más jóvenes. Los jóvenes son los dueños del mundo. Los que nos empezamos a hacer viejos comenzamos a jadear como burros borrachos. Pensé en que antes dejaban a los viejos sentados al pie de un árbol esperando morir.   Pensé en todo eso durante unos cuantos segundos mientras tomaba aliento y esperaba a los rezagados .

Por primera vez en mucho tiempo sentí que había gente a la cual le era más fácil que a mí. Eso me dolió. Me rasgó el ego. Me hizo sentirme  Xavi antes de dejar el Barca. Un soldado joven se me acercó y me preguntó si estaba bien. Me dijo que se me escuchaba respirando pesado. Muy pesado.

Le dije que estaba llevando una mochila de 20 kilos y que yo peso 93 kilos. Mover una masa así demanda una mayor cantidad de energía. Yo sabía que le estaba mintiendo. Sabía que mi mochila pesaba 10 kilos. Pero no podía decirle que me estaba desmoronando en ese preciso momento y que si no paraba un par de minutos más, mi corazón iba a explotar.

Un par de horas después vi a aquel joven soldado sobre una camilla siendo evacuado con hipotermia. Y sonreí para mis adentros. Supongo que si me mirabas de reojo te dabas cuenta que estaba sonriendo. Soy una porquería, lo sé. Pero me sentí tan bien viéndolo hecho mierda  mientras que yo, después de llegar a Ariel a las tres de la mañana,  me sentía  como uno de los soldados que habían puesto la bandera en Iwo Jima después de quemar japoneses con lanzallamas.

dsc04169
Después de «tomar» la Universidad de Ariel

«Tomamos» la universidad de Ariel. Ese era el objetivo del ejercicio. «Matamos» a los de ISIS que habían «secuestrado» pseudos profesores y alumnos. Nos sentamos luego a esperar la llegada de los buses que nos tenían que llevar de vuelta a la base. Hacía mucho frío y nadie decía mucho. Yo me acurruque conmigo mismo y me puse a pensar en que hace 10 años este tipo de cosas no me eran tan difíciles. Me puse a pensar en que los años no pasan en vano. En que por más fuertes que seamos, el tiempo lo es más.

Por otro lado me sentí bien arrastrando mi cuerpo decadente colina arriba a punta de mentadas de madre mentales. Y percibí que, si bien, mi cuerpo no es el mismo de antes. Mi mente es más fuerte. Mucho más.

Entonces, salud por los años camaradas.

dsc04191
Esperando buses con frío. Ciudad de Ariel 6:00 am.

 

Leonard Cohen en la trinchera

dsc03767
Entrenamiento de Francotiradores Israel. Noviembre del 2016.

 

Leonard Cohen ha muerto ayer.

Mientras él moría, yo le disparaba a blancos a seicientos metros de distancia. Él se deslizaba entre el misterioso límite de la existencia y la no existencia. Y yo me preocupaba en que mis disparos peguen bien en un blanco de papel.

La vida es rara porque se ramifica de infinitas maneras al mismo tiempo.

Te sientes estúpido disparándole a un papel mientras Leonard Cohen muere. Te sientes estúpido incluso siguiendo las noticias de las elecciones de los Estados Unidos. Trump. Clinton. No valen ni una de las partículas del polvo de estrellas en el que se convertirá el cuerpo de Leonard Cohen.

¿Dónde está el sentido de todo este desorden cósmico al que llamamos existencia?

Si mientras hablamos o tecleamos o disparamos, una de nuestras mejores mentes deja de existir. Una de las mejores muestras de nuestra humanidad se desplaza al infinito campo del «no ser».

Mientras mi compañero corregía mis disparos con un telescopio y me decía que dispare más a la derecha porque había un viento fuerte que venía desde la izquierda del blanco (y lo hacía tan profesionalmente) me dijo: «Ya no me gusta hacer esto. Ya no le encuentro sentido. Ya no quiero matar a nadie. Ya no quiero morir por nada…» Filosofía de trinchera, me dije. Y mientras tenía el ojo en mi telescopio y mi dedo en el gatillo, le respondí que pienso igual. Le dije  que ninguna ideología vale lo que valen nuestras vidas. Trump ha ganado en Estados Unidos y no voy a morir por él. Ni por Hillary. Ni por Obama. Ni por el inutil de Netanyahu. No voy a morir ni a matar por un político de turno.

Los políticos son mierda. Leonard Cohen es oro.

No voy a morir por nadie porque a nadie le va a importar mi muerte. Y mi muerte no va a cambiar nada. No soy Leonard Cohen. El arte se va con él. La poesía se va con él. El susurro de su voz increíble se va con él. Y lo extrañaremos.

Todos…

 

 

Un despatriado

machupicchu-4
Última foto que le tomé a Machu Picchu en el 2004. Los archivos digitales son más grandes ahora. Tanto que da vergüenza mostrar una foto de 2 megapixeles…. 🙂

 

No soy muy aficionado al calor. Prefiero el frío. Aún así, este verano para mí ha sido el más insoportable de todos. No sé si es el calentamiento global o soy yo el que se está haciendo viejo. Pero siento que me ahogo. Como un goldfish fuera de la pecera.

El año pasado en estás épocas estaba con mi esposa en los Pirineos.Disfrutando del aire límpio de la montaña. Este año estoy aquí (en Tel Aviv) con calor.

Viajamos el próximo mes a Perú. No sé si a las montañas, pero estoy seguro que la temperatura va a estar mucho más agradable que aquí.

Tengo 35 años. Me gusta tomar fotos que nadie ve. Me gusta escribir cosas que nadie lee. En unas semanas me voy de viaje al otro lado del mundo. Por casi un mes al país que me vio nacer y por el cual no siento ningún afecto.

Tampoco le tengo mucho afecto  a Israel. Lo siento como el lugar en el que vivo. He conocido gente maravillosa. Pero hay tantos problemas. Tanta tensión. Tanto odio. Tanta incertidumbre que te es imposible sentirte tranquilo o como en casa.

Creo que me siento un ciudadano del mundo. Me jode cuando ISIS explota  Paris o cuando vuelan medio Alepo. Odio cuando los palestinos le disparan cohetes a civiles israelíes y el mundo no dice nada. Aunque aborrezco la muerte de niños palestinos dentro de lo que se conoce como daños colaterales y nadie tampoco hace nada.

Me molestan muchas cosas que pasan alrededor del mundo. Y me siento conectado con la mayoría del planeta. Pero no tengo una identidad nacional. No soy un patriota. Ni beso una bandera. No en el medio oriente. No en sudamerica. No en Europa. No en Norteamerica. Sencilla y llanamente no me siento parte de.

Quizás me siento así porque tengo mucho calor. Y cuando tengo mucho calor me quiero ir de Israel y vivir en Islandia. Todos los años me pasa. En el verano es cuando peor me siento en Israel. Mucho calor y mucha guerra. Me ha tocado ir a tres guerras. Dos de ellas en el verano. Quizás por ello estoy traumado.

Puede ser…

Al Perú no lo quiero porque me robaban. O me querían robar todo el tiempo. No lo quiero por la corrupción. Por la falta de educación de la gente. No es que yo sea educado, pero me doy cuenta que no lo soy y hago lo posible para mejorarlo. No quiero al Perú porque tienen la mentalidad en el siglo XIX. Que si violan a una chica es la culpa de ella (de la chica) por vestirse con minifalda. Por provocar. Nop, eso no lo puedo aguantar. Por eso, apenas pude puse las patitas en un avión y me fuí de ahí para siempre. Y no deseo  volver jamás… a vivir.

Pero ahora vuelvo. No a vivir, sino a visitar. A los que quedan. A la gente que al cabo de los años se ha vuelto irreconocible porque toda una vida nos ha pasado a todos por encima. Los muchachos que deje están más gordos y calvos. Las chicas que bese son madres de familia de muchos retoños.  Las discotecas en las que baile están «pasadas de moda» o ya no existen. Los precios que disfrute se fueron a la mierda y ahora todo es mucho más caro. La vida que viví ahí ha desaparecido por completo.

No soy muy nostálgico. Pero sé que recorriendo algunas calles de Lima voy a sentir ganas de llorar por lo mucho que han cambiado. Salí del perú hace 14 años. He vivido en dos países desde entonces. He perdido mi identidad nacional y me he convertido en la cosa que soy: Un despatriado. Un fotógrafo mediocre. Un veterano. Un escritor que aburre. Un esposo en el sofá viendo Netflix.Un barbudo con tatuajes que camina en medio de Tel Aviv sin sentirse en casa. Un huevón que toma vino blanco chileno, pese a ser peruano,  en el medio del medio oriente.

 

LG-H815
 Última foto en Tel Aviv (ayer en la tarde). Desde mi teléfono LG4… Cómo avanzó la tecnología en estos últimos años!!!

 

 

Contrastes

Hola amigo/a de internet,

DSC02898
Judio laico  sentado en el puerto de Yaffa en la ciudad de Tel Aviv

Siempre he usado la palabra escrita como mi método expresivo preferido. Me gusta escribir ideas. Pensamientos. Relatar algo de lo que pasa en mi vida. Relaté en este blog mi aventura minimalista de los último años. He relatado también algunos problemas que he tenido y muchas cosas buenas que me han pasado.

Si has leído alguna de mis entradas, sabrás que me gusta fotografiar. En este último tiempo me la he pasado fotografiando más en serio que antes.

Compré una pequeña pero poderosa cámara (Sony alpha 6000)  para que reemplace a mi vieja Nikon D-80. Con ella me he tirado un poco a las calles a fotografiar por aquí por allá. Me he dedicado a hacer en este último tiempo lo que se  conoce como «Fotografía callejera» o «Street Photography». La fotografía me gusta mucho porque la imagen ayuda con creces a las palabras a la hora de expresar una idea (Por algo los periódicos vienen con fotos). O como dicen por ahí: Una imagen vale más que mil palabras. Por eso me he decidido a cambiar un poco el formato e incluir imágenes mías sobre el tema que quiero tocar.

Sé que este último tiempo no he escrito. Supongo que se debe al calor que tanto me sancocha las ideas. Vivir en el medio oriente no es fácil y es más dificil aún en el verano. Intentaré publicar más seguido a partir de ahora para todo el que quiera leerme y ver alguna de mis fotos.

A partir de hoy el blog pasará a ser un blog de Street Photography mezclado con fotoperiodismo o si quieres lo puedes llamar un blog de fotografía acompañado de las historias raras que siempre me pasan. Diciéndolo de otro modo: Lo mismo que antes con más fotos. Dejaré un par de imagenes del fin de semana en Tel Aviv.

Si te gustan, me avisas!

Sobre las imágenes:

Este par de fotos demuestran el contraste de la sociedad israelí. El liberalismo y el ostracismo. El avance hacia los ideales occidentales y el conservadurismo extremo. 

La sociedad aquí vive entre un tira y afloja de dos polos completamente opuestos. Que, obviamente repercute en el manejo del problema palestino y el conflicto eterno en el que Israel está sumergido. Mucha gente no lo sabe, pero las tensiones entre religiosos y laicos en Israel son inmensas. A veces más fuertes y dolorosas que el conflicto que tiene Israel con sus vecinos árabes. Es una tensión que no se distiende nunca y más bien aumenta a medida que\ hay un crecimiento demográfico incesante de la población religiosa. 

En otras entradas publicaré de que trata el conflicto y cómo eso repercute en mi vida a la hora de querer ir a algún lado el día sábado (Shabat) o a la hora de querer casarme con alguien.

DSC02937
Judío religioso ortodoxo caminando por las calles de la laica y casi «sodómica» Tel Aviv.

 

Gente del este

image
Atardecer en Tel Aviv-Yaffo

La gente del este es alegre. Canta canciones con tambor.

Canciones con letras dulces y no profundas.

Canciones en las que la voz gutural del cantante pasea por los altos. Recitando acerca del amor por alguna «muñeca».

No me cae bien la gente del este.

Tienen una filosofía que no concuerda con la mía. Son demasiado cálidos. Son demasiado dulces. Son demasiado gritones. Les gusta exhibir lo que tienen. Les gusta ponerse marcas como Armani o Versace. Manejar BMWs o Mercedes Benz.

Yo soy un minimalista. Me gustan las camisetas sin logotipos. No soy escandaloso. Escribo. Fotografío. Hago ejercicio porque me gusta un poquito el dolor. Duermo siesta. A veces escucho Chopin.

Vivo en un país del medio oriente. La mayoría de gente aquí es gente del este. Muchos bailan con las manos en alto.

A mí no me gusta alzar las manos. Tampoco me gusta bailar.

Pero la vida es así. A veces vivimos con los que no nos gustan. Algunos le llaman a eso sociedad moderna. Antes si eras persa matabas a los griegos o los hacías tus esclavos. Ahora tenemos que vivir juntos persas. Neozelandeces. Sudamericanos. Espartanos y celtas. A eso le llaman globalización.

Pues nací en el momento idóneo para ver al tipo del auto de al lado gritar una canción de Omer Adam (si no lo conoces, no hagas el esfuerzo por hacerlo) mientras viste una camiseta Versace y usa unos Ray Ban azules. En mi pequeño Hyundai escucho los Red Hot Chili Peppers. Y juntos los dos, nos entremezclados en el ruidoso y caluroso tráfico de Tel Aviv. Cada uno hacia su vida. Hacia su propia música .

#cuentos

Pequeñas victorias

IMG_20160226_110737
Mi mejor amigo en el Hospital…

El síndrome de Guillain Barre es una pasada. Hay gente que muere por su culpa. Hay gente que queda mal. Hay gente a la que no le pega tan fuerte (como a mí). Hay gente a la que le destruye la vida. Hay gente a la que la desmorona psicológicamente. Hay gente a la que la hace renacer como el Ave Fénix.

El común denominador es que te dé como te dé, no te deja indiferente.

Siempre he sido de las personas que se fijan en las cosas pequeñas. Siempre me he sentido agradecido por tener poco. Por tener agua limpia. Una casa. Una esposa. Vivir en una sociedad industrializada. Siempre me he fijado y me he percatado de la suerte que he tenido. Trato de fijarme en las cosas chicas que solemos pasar por alto. El diablo está en los detalles dicen. La felicidad también.

Pero nunca me había fijado en mis dedos mientras me cierro los botones de la camisa. Ni en ellos mientras tecleo. Nunca me había percatado de esos miles de movimientos que hacemos a diario de manera inconsciente. ¿Amarrarme un zapato? ¿Escribir con un lapicero? ¿Caminar?

No me fijé en ellos hasta que no los pude hacer más. Y de pronto me di cuenta que no hay riqueza más grande en este mundo que el estar sano. En el estar «normal». En el ser una persona sin ninguna tara. Ser la persona que era antes del primero de Febrero. Ser eso que ya no soy. Porque me dio Guillain Barre y el Guillain Barre es una pasada.

Un día mi cuerpo decidió atacarse a sí mismo. Algo así como una masturbación sádica. Una especie de daño autoinfligido. Ok Vale. Mi cuerpo no se quiere. Pero yo quiero a mi cuerpo. Yo lo quiero porque es el único que tengo. Si pudiera pasarme a un nuevo modelo quizás no me haría tantos rollos. Pero solo tengo este modelo año 81. Y este que tengo decidió comerse sus propios nervios.

Si tu cuerpo se ataca a sí mismo y se come sus nervios entras en pánico. Al menos un par de minutos maldije mi suerte. Luego respiré. Pensé en los avances de la medicina moderna y me dije a mí mismo: Me van a sacar de esto.

Me pudo haber dado en Somalia. Pero me dio en Israel (uno de los lugares con la medicina más avanzada del mundo). Dentro de la muy mala suerte de ser el uno del uno en cien mil a los que les da Guillain Barre. Tuve  buena suerte. Muy buena suerte. Tuve un equipo médico de primera. Un MRI en menos de lo que canta un gallo.  Pruebas y más pruebas. Fisioterapia. Y todo casi de gratis.

Han pasado casi 40 días desde que se me presentó el primer síntoma. Hoy he vuelto al trabajo. Hay cosas que se me hacen raras aún como echar azúcar en una tasa o escribir este artículo sin que me cansen los dedos. Me levanto en las noches sin sentir las manos a veces. Asusta: Sí. Creo en la ciencia: También. Cuando me atasco con alguna sensación  desagradable respiro un par de veces y pienso en que pusimos un hombre en la luna. Pienso en que descubrimos los misterios de la materia. La edad de las galaxias y lo que es el síndrome de Guillain Barre y cómo tratarlo. Cuando lo veo así, todo miedo desaparece.

Después de todo lo que ha pasado puedo decir que he aprendido a disfrutar mucho más de las pequeñas victorias. Cerrarme el cierre del pantalón o escribir este artículo de 600 palabras.

 

 

 

 

 

Me acabo de tomar un arcoiris

DSC_0037
Sin café no ganaríamos nada creo yo…

No puedo empezar un día sin café. Voy a ponerlo de esta manera: No puedo empezar un buen día sin café.

Puedo empezar un mal día sin café. Puedo hacer un holocausto si es que no tengo suficiente cafeína en el cuerpo. En mi situación podría generar la tercera guerra mundial por falta de cafeína. Estoy en el medio oriente. En Israel. No es difícil volar algo que haga que el resto del mundo te odie por eso. No es difícil lograr que el planeta entero nos declare la guerra. Llevaría al mundo al auto aniquilamiento y todo por un poco de cafeína. Solo porque no tome mi dosis necesaria. Porque no soy la persona que podría ser con un Espresso Machiatto encima al empezar el día.

En el ejercito de Israel he hecho cosas malas. Algunas muy malas. Una vez atropellé una cabra y otra vez pisé a una tortuga. Todo porque me moría de sueño. Porque el café se había acabado aquella semana y todo lo que hacía me parecía un sueño. No sé hasta hoy si el episodio de la cabra lo viví o lo he soñado o si la vida es sueño y los sueños, sueños son. O solo se debe a que la bruma del recuerdo descafeínado se ha vuelto solo eso: Bruma.

Te estarás preguntando porque estoy escribiendo tantas incoherencias. No te preocupes. Solo tengo mucha cafeína en la sangre. Creo que tres espressos juntos. Y me dio nostalgia que hayan existido días sin cafeína. Días en los que pude haber sido mejor. Inclusive más guapo. Más inteligente. Más asertivo. Mejor combatiente. Un Rommell. Un Patton. Mejor escritor. Un Hemingway. Un Saramago.

Pero han existido días sin. Días plomizos como Lima. La ciudad en la que nací. Crecí. Perdí mi virginidad y conocí el café de la abuela. Han habido también días con. Días en los cuales he estado reluciente. Una excelsitud de la vida. Un comandante de las tropas de Alexandro Magno en los confines del mundo civilizado. Tanto amo al café que me hace decir tontera y media y me dejo llevar literalmente. Dejo que me arrastre por estás palabras sin editar y sin pensar demasiado que es lo que debo escribir y solo escribo para escribir. Para dejar toda esa cafeína fluir desde mis neuronas hasta las yemas de mis dedos. Desde todo lo que he leído alguna vez en la vida hasta todo lo que vengo diciendo.

Creo que después de estás palabras te darás cuenta que soy un amante del café. Y te imaginarás que tengo un café al lado mientras escribo todo esto. Eso es cierto. Tengo un café al lado de mi computadora y de cuando en cuando le meto un sorbo y escribo un poquito más rápido que antes. Son las once de la mañana aquí en Israel. Es invierno. Afuera hay silencio porque es Viernes. Que es como un sábado en cualquier sitio del mundo. Por mi ventana se escurre un rayo de sol. Me da en la cara. Hace que mi café se llene de colores. Una especie de arcoiris se forma en la tasa. Me siento bendecido por todo lo que está pasando en este momento. Me estoy tomando un arcoiris y estoy escribiendo lo que me da la gana.

DSC_0744
 Hay algo en la vida de un soldado que puede levantarle la moral y el ánimo: La visita de una estrella de la televisión en bikini. Además de eso: Un vasito de café en el campo…

 

Filosofía de trinchera

DSC_0751.jpg

Hace un mes me encontré mirando al cielo desde una trinchera.

Lo bonito de mirar el cielo desde una trinchera en el medio oriente es que se puede ver «realmente» el cielo. Las estrellas. La luna. La aleta blanca de la Via Lactea. Las constelaciones. La negrura luminosa del espacio infinito que nos rodea.

Se ven las estrellas bien. Muy bien. Y para verlas tan bien, necesitas que no hayan nubes. Y no habían nubes. Y cuando no hay nubes y es invierno, hace mucho más frío que cuando hay nubes (Por alguna razón física las nubes retienen el calor que el suelo ha absorbido durante el día). Por ende, en la trinchera hacía frío y además de la baja temperatura había algo de viento. Yo,personalmente, mirando hacia Jordania, que estaba a tiro de piedra, no hacía más que desear estar dentro de alguna de esas casuchas de campesinos Jordanos, tan diferentes y tan similares a nosotros . Porque incluso aquellas casas de mala calidad y algo pobretonas eran mucho mejor que nuestra trinchera olvidada y fría.

No comí mucho aquel día. Teníamos un par de atunes para cada cuatro soldados. En la mañana temprano nos habían sacado de nuestros trabajos. De nuestras casas. De nuestras paternidades. De nuestros matrimonios contándonos la historia de siempre. Que teníamos que estar preparados para cuando ISIS, Hamas, Hezbolla, los iraníes, los sirios, los jordanos, los libaneses, los egipcios o cualquier  árabe de este mundo o de otra galaxia ataque a Israel. Y lo harían exactamente en el punto en el que estábamos atrincherados comiendo atunes y chocolates y durmiendo a la intemperie.  Un ejercicio militar muy importante nos dijeron. No nos lo creímos mucho. Nuestras esposas. Nuestros padres. Nuestros hijos. Nuestros perros, no se lo creyeron tampoco.

Mientras tienes frío y tiemblas y ves la infinitud del misterio que te rodea con tanta plenitud no piensas mucho en ISIS. Piensas en lo caliente que es la habitación de tu casa. Piensas en el ronroneo del gato del vecino. Piensas en lo caliente que se está entre las piernas de una mujer. Piensas en el chocolate que te acabas de comer y que es lo más cercano a un orgasmo que vas a tener en aquel hueco medio oriental. Piensas en tu madre. Piensas en tu padre. En las cosas buenas que hicieron por ti. En las muchas cosas malas que te hicieron también. Piensas en tu primer amor. Piensas en tu último amor. Piensas en que hace frío y que ya estás viejo para estos trotes. Ya tu espalda se entumece sin un colchón bajo ella. Ya el viento te seca la piel de una manera que hasta hace unos años atrás no podía. Ya tus articulaciones se adormecen a cada rato en cada posición. Piensas en tu pobre y decadente cuerpo mientras ves a los soldados más jóvenes que tú pasarlo bien y sentirse bien. Mientras que tú te haces el macho pese  a que te duele hasta el pelo. Te haces el macho porque eres el sargento. El jefe. El puteador. El que tiene que arrastrarlos de ser necesario. Eres el sargento que dentro de sí mismo sabe que se está haciendo viejo en aquella puta trinchera. Y escuchas el silencio y ves a los jóvenes cada vez más jóvenes y te ves reflejado en tus promociones que cada vez están más viejos y calvos. Y sigues pensado en el ronroneo del gato y en la habitación de tu casa calientita. En tus amores de la niñez y en las manos de mamá mientras te tocaba la cabeza a los siete años para consolarte por alguna tontería.  Sigues viendo las estrellas tan luminosas y llenándote los pulmones de viento helado. Sigues sintiéndote muy vivo muy cerca de aquellos que quieren verte tan muerto.

DSC_0766