Bluebird

Quisiera volver a escribir con la fluidez que lo hacía antes.

Hace algunos años podía teclear 500 palabras en menos de 10 minutos sin demasiado esfuerzo.

Quizás, en este último tiempo, no he escrito porque no tengo mucho que decir. Y lo poco que tengo que decir, no creo que sea de gran valor.

Lo que he aprendido con el paso de los años, es lo que no sé.

No sé casi nada.

Y es increíble, porque al final de mis 30s pensaba que lo sabía casi todo.

Tengo 40 años y no tengo nada resuelto. Creo que nadie en este mundo lo tiene. Nunca resolvemos el misterio que nos rodea hasta que moramos y pienso, a veces, que nos vamos de este mundo sin resolverlo jamás.

Hemingway se metió una escopeta en la boca y se pegó un tiro. Su cerebro y su salud estaban mellados por el alcohol y la depresión que lo invadía después de entender que no volvería a escribir nada que valiese la pena… Su vida terminó a los 61 años. Era el mejor escritor de su generación y estaba completamente destruido.

Yo en 21 años tendré la edad de Hemingway al final de su vida. Y nunca he rozado ni la uña del pie de su capacidad creativa. He vivido una vida plena de aventuras. He visto la guerra. He visto la muerte. He visto la belleza de amar y la de los amaneceres. Aún así nunca podré escribir nada que valga la pena. Al menos no, al nivel que me gustaría. Solo me quedan estas palabras, disparadas al espacio por medio de un blog que nadie lee.

Escribo esto como terapia. Quizás solo para ordenar un poco los pensamientos que tengo sobre el envejecer y el sentir del paso del tiempo.

Quizás he escrito esta introducción tan larga para tener una excusa para compartir un poema de Charles Bukowski. Es uno mis poemas preferidos y es el que más me gusta de él. Refleja todo lo que los hombres duros sentimos. Porque realmente sentimos. Yo siento… Y mucho.

Bluebird by Charles Bukowski:

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I pour whiskey on him and inhale
cigarette smoke
and the whores and the bartenders
and the grocery clerks
never know that
he’s
in there.

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I’m too tough for him,
I say,
stay down, do you want to mess
me up?
you want to screw up the
works?
you want to blow my book sales in
Europe?

there’s a bluebird in my heart that
wants to get out
but I’m too clever, I only let him out
at night sometimes
when everybody’s asleep.
I say, I know that you’re there,
so don’t be
sad.

then I put him back,
but he’s singing a little
in there, I haven’t quite let him
die
and we sleep together like
that
with our
secret pact
and it’s nice enough to
make a man
weep, but I don’t
weep, do
you?

Y con eso, lo dejo aquí.

Con una fotografía de uno de mis últimos atardeceres en el ejército y un poema.

Salud por los años camaradas

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Los «viejos» del grupo 

El otro día caminé 28 kilómetros. Hacía frío. Partí con mi unidad desde un asentamiento judío cerca del mar muerto(-430 metros bajo el nivel del mar) . Subímos hasta la ciudad de Ariel en Czisjordania  (706 metros sobre el nivel del mar). Un ejercicio militar de rutina que nos costó seis soldados con hipotermia y uno con una fractura de tibia.

A los 35 años caminar esa cantidad de kilómetros con más de 1000 metros de desnivel positivo y con peso, no es tarea fácil.

Hacia afuera no mostré ni el más mínimo gesto de queja que no esté dentro de las habituales frases de «esto es una mierda» y me burlé sin reparo de los que se iban quedando atrás. Los más jóvenes subían con más facilidad. De los más «viejos» yo iba adelante siempre intentando mantener el ritmo. Hasta que llegó el momento en el que sentí que mi pulso estaba por los cielos y que no podía parar de jadear como un buey después de haber jalado un arado por más de dos días seguidos.

Pensé en la ley de la vida. En el orden natural. Los viejos dan su espacio a los más jóvenes. Los jóvenes son los dueños del mundo. Los que nos empezamos a hacer viejos comenzamos a jadear como burros borrachos. Pensé en que antes dejaban a los viejos sentados al pie de un árbol esperando morir.   Pensé en todo eso durante unos cuantos segundos mientras tomaba aliento y esperaba a los rezagados .

Por primera vez en mucho tiempo sentí que había gente a la cual le era más fácil que a mí. Eso me dolió. Me rasgó el ego. Me hizo sentirme  Xavi antes de dejar el Barca. Un soldado joven se me acercó y me preguntó si estaba bien. Me dijo que se me escuchaba respirando pesado. Muy pesado.

Le dije que estaba llevando una mochila de 20 kilos y que yo peso 93 kilos. Mover una masa así demanda una mayor cantidad de energía. Yo sabía que le estaba mintiendo. Sabía que mi mochila pesaba 10 kilos. Pero no podía decirle que me estaba desmoronando en ese preciso momento y que si no paraba un par de minutos más, mi corazón iba a explotar.

Un par de horas después vi a aquel joven soldado sobre una camilla siendo evacuado con hipotermia. Y sonreí para mis adentros. Supongo que si me mirabas de reojo te dabas cuenta que estaba sonriendo. Soy una porquería, lo sé. Pero me sentí tan bien viéndolo hecho mierda  mientras que yo, después de llegar a Ariel a las tres de la mañana,  me sentía  como uno de los soldados que habían puesto la bandera en Iwo Jima después de quemar japoneses con lanzallamas.

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Después de «tomar» la Universidad de Ariel

«Tomamos» la universidad de Ariel. Ese era el objetivo del ejercicio. «Matamos» a los de ISIS que habían «secuestrado» pseudos profesores y alumnos. Nos sentamos luego a esperar la llegada de los buses que nos tenían que llevar de vuelta a la base. Hacía mucho frío y nadie decía mucho. Yo me acurruque conmigo mismo y me puse a pensar en que hace 10 años este tipo de cosas no me eran tan difíciles. Me puse a pensar en que los años no pasan en vano. En que por más fuertes que seamos, el tiempo lo es más.

Por otro lado me sentí bien arrastrando mi cuerpo decadente colina arriba a punta de mentadas de madre mentales. Y percibí que, si bien, mi cuerpo no es el mismo de antes. Mi mente es más fuerte. Mucho más.

Entonces, salud por los años camaradas.

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Esperando buses con frío. Ciudad de Ariel 6:00 am.

 

Pandas Futuristas

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En cincuenta millones de años nadie se va a acordar de mí. La verdad es que no va a existir realmente «alguién o algo « sobre el planeta que sea capaz de acordarse de alguno de nosotros.

Quizás ni siquiera exista el planeta. Yo espero que siga existiendo pero sin nosotros. Quizás siga existiendo lleno de nuevos animalitos evolucionados de los pocos que nos quedan hoy día. Quizás los pandas dominen el mundo. Quizás a ellos les vaya mejor que a nosotros. Quizás siembren largos campos de cultivo de bambú. Quizás ellos coman y consuman sin necesidad de hacer mierda a otras especies. Quizás en todos sus restaurantes solo sirvan bambú con chimichurri o con   salsa vinagreta. Pensándolo bien los pandas serían mejores que nosotros dominando al mundo. Por lo menos se verían mejor en las fotos.

En cincuenta millones de años los átomos que conforman mi cuerpo quizás se encuentren en el centro de una supernova. Quizás unos cuantos estén deambulando por Plutón y otros estén cerca del sol. Yo voy a ser inexistente. O al menos va a ser como si nunca hubiese existido. Nada en este universo ni en los miles de universos paralélos va a  dar fé de mi remota existencia. Tampoco de la tuya. Va a ser como si nunca jamás hubiésemos existido. Como en el día en que el tiempo-espacio comenzó. Como en el Big-Ban. O como cuando los Pterodáctilos volaban por los aires. Cuando nada hacía presagiar  que por un accidente evolutivo íbamos a terminar escribiendo posts en Facebook. Comiendo Wendys. Invirtiendo en la bolsa de valores o  viendo gente tener sexo en la Internet.

Pero a pesar de ver la vida desde una perspectiva tan «macro». A veces no logro desarraigarme de problemas tan terrenales como el deseo que tengo de comprar la última chaqueta de North Face. El problema no es el deseo mismo. Es la lucha interna que siento cuando una  voz me dice «Comprala». «Esta linda». «Esta barata» y otra me dice » No la compres». «Para qué». «Ya tienes varias».  La misma disyuntiva me pasa con mil y un cosas más. Con ese viaje que siempre he querido hacer. Con esa chica a la que le he querido hablar. Con esa carrera que he querido estudiar. Con ese trabajo que siempre he odiado o querido.  Y un sin fin de ejemplos por el estilo.

Nuestros problemas son polvo de estrellas. No son nada. Son algo porque nosotros los creamos y engendramos en nuestros cerebros que no van a ser nada fuera de átomos dispersos en los próximos cincuenta millones de años. No van a ser nada porque durante muy poco tiempo somos «algo». Una nanonésima parte de la existencia del tiempo mismo.

Pandas futuristas. Problemas imaginarios. Átomos intergalácticos. La vida en su verdadera proporción.

 

Filosofía de trinchera

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Hace un mes me encontré mirando al cielo desde una trinchera.

Lo bonito de mirar el cielo desde una trinchera en el medio oriente es que se puede ver «realmente» el cielo. Las estrellas. La luna. La aleta blanca de la Via Lactea. Las constelaciones. La negrura luminosa del espacio infinito que nos rodea.

Se ven las estrellas bien. Muy bien. Y para verlas tan bien, necesitas que no hayan nubes. Y no habían nubes. Y cuando no hay nubes y es invierno, hace mucho más frío que cuando hay nubes (Por alguna razón física las nubes retienen el calor que el suelo ha absorbido durante el día). Por ende, en la trinchera hacía frío y además de la baja temperatura había algo de viento. Yo,personalmente, mirando hacia Jordania, que estaba a tiro de piedra, no hacía más que desear estar dentro de alguna de esas casuchas de campesinos Jordanos, tan diferentes y tan similares a nosotros . Porque incluso aquellas casas de mala calidad y algo pobretonas eran mucho mejor que nuestra trinchera olvidada y fría.

No comí mucho aquel día. Teníamos un par de atunes para cada cuatro soldados. En la mañana temprano nos habían sacado de nuestros trabajos. De nuestras casas. De nuestras paternidades. De nuestros matrimonios contándonos la historia de siempre. Que teníamos que estar preparados para cuando ISIS, Hamas, Hezbolla, los iraníes, los sirios, los jordanos, los libaneses, los egipcios o cualquier  árabe de este mundo o de otra galaxia ataque a Israel. Y lo harían exactamente en el punto en el que estábamos atrincherados comiendo atunes y chocolates y durmiendo a la intemperie.  Un ejercicio militar muy importante nos dijeron. No nos lo creímos mucho. Nuestras esposas. Nuestros padres. Nuestros hijos. Nuestros perros, no se lo creyeron tampoco.

Mientras tienes frío y tiemblas y ves la infinitud del misterio que te rodea con tanta plenitud no piensas mucho en ISIS. Piensas en lo caliente que es la habitación de tu casa. Piensas en el ronroneo del gato del vecino. Piensas en lo caliente que se está entre las piernas de una mujer. Piensas en el chocolate que te acabas de comer y que es lo más cercano a un orgasmo que vas a tener en aquel hueco medio oriental. Piensas en tu madre. Piensas en tu padre. En las cosas buenas que hicieron por ti. En las muchas cosas malas que te hicieron también. Piensas en tu primer amor. Piensas en tu último amor. Piensas en que hace frío y que ya estás viejo para estos trotes. Ya tu espalda se entumece sin un colchón bajo ella. Ya el viento te seca la piel de una manera que hasta hace unos años atrás no podía. Ya tus articulaciones se adormecen a cada rato en cada posición. Piensas en tu pobre y decadente cuerpo mientras ves a los soldados más jóvenes que tú pasarlo bien y sentirse bien. Mientras que tú te haces el macho pese  a que te duele hasta el pelo. Te haces el macho porque eres el sargento. El jefe. El puteador. El que tiene que arrastrarlos de ser necesario. Eres el sargento que dentro de sí mismo sabe que se está haciendo viejo en aquella puta trinchera. Y escuchas el silencio y ves a los jóvenes cada vez más jóvenes y te ves reflejado en tus promociones que cada vez están más viejos y calvos. Y sigues pensado en el ronroneo del gato y en la habitación de tu casa calientita. En tus amores de la niñez y en las manos de mamá mientras te tocaba la cabeza a los siete años para consolarte por alguna tontería.  Sigues viendo las estrellas tan luminosas y llenándote los pulmones de viento helado. Sigues sintiéndote muy vivo muy cerca de aquellos que quieren verte tan muerto.

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El heroísmo y otros muertos

Corriendo por el desierto...Marzo del 2009
Corriendo por el desierto…Marzo del 2009

Hay momentos en los cuales me paro a preguntarme ¿Quién soy?

Creo que todos lo solemos hacer de cuando en cuando. Supongo unos un poco más que otros.

¿Soy la persona actual o la pasada?¿Soy mi presente o mi pasado o quizás mi ser futuro? ¿O quizás soy todo eso junto?  ¿Soy el que escucha Schubert o el  que sonríe escuchando Taylor Swift? 

No me puedo responder a casi ninguna de esas preguntas. Toda esa metafísica y filosofía existencial no hace más que cansarme. Antes le dedicaba mucho  tiempo a dudas existenciales  como aquellas. Hoy no. Hoy vivo bien sin sus respuestas. Hoy me considero muchas personas al mismo tiempo y llevo la fiesta en paz así.

No es que tenga un problema de esquizofrenia o algo por el estilo. Estoy bastante cuerdo (o eso creo) pero sí siento que tengo o he tenido innumerables vidas dentro del tiempo que llevo vivo. He sido un niño mimado. He sido un emigrante. He sido un soldado. He sido un pagador de impuestos. He sido y soy un hombre que teclea pensamientos.

De todos esos yo, quizás el más cercano a mí o el que más tiempo se ha quedado conmigo, es el yo soldado. El yo siendo un soldado en una guerra lejana. En una guerra que descubrí al otro lado del mundo. En una guerra que en unos aspectos me llenó de placeres y en otros de maldiciones. El yo soldado es el que más inunda mi ser. Es el que más forma parte de mis memorias. De mis días y de mis noches. De mis sueños buenos. Aunque mucho más, de mis pesadillas.

Es fácil hablar de una manera algo generalizada acerca de la guerra. Decir que la guerra es mala. O que la guerra es una mierda. La guerra es solo eso: Guerra. Y la guerra está entretejida por los hombres que la pelean. Por esos mismos hombres que al igual que yo, consideraron que es noble y justo y hasta heroico el ir a matarse con otros hombres.

Yo no tenía porque pelear ninguna guerra. Nací y crecí con mimos y con amor. No dejé de leer Julio Verne nunca durante mi juventud. Me daba miedo pelearme en el colegio. Me daba miedo el dolor. Me daba miedo hablar en frente de la gente. De pronto tenía fuego de mortero a mi lado. En la cara opuesta de la Tierra. Y todos esos miedos fueron historia. Y yo ya no supe quién o qué fui. ¿Quizás mis recuerdos de infancia no son míos? ¿Quizás mi vida, como la conozco, solo empezó con el primer boom que escuché mirando hacia el norte. Hacia el Líbano? ¿Quizás comenzó un poco antes de eso,en la base de entrenamiento, en el medio del desierto, cuando me peleé con una rata por una manzana? ¿ Quizás cuando vi a Diego el Uruguayo en la televisión disparando fuego de artillería y siendo entrevistado? Yo no nací en la guerra. Aunque crecí en un especie de guerra interna de un país sudamericano y terminé peleando una guerra milenaria en un país medio oriental. No tenía porque oler el olor de los eucaliptos mezclados con los de la pólvora bajo aquel sol histórico. No tenía porque estar escuchando gritos de niños oficiales o de niños soldados que me hablaban en un idioma ininteligible. En una mezcolanza de explosiones y gritos y olores indescriptibles en ningún idioma conocido o desconocido. No tenía porque pelear una guerra que no fue mía, pero lo hice. Estoy seguro que sí.

Me considero que soy muchas personas al mismo tiempo porque sino no podría vivir con el único que soy. No podría verme en el espejo y lavarme los dientes e irme a trabajar de lo más normal, como si nada hubiese pasado, cuando sé que todo ha pasado. Cuando sé que a veces es más fácil subdividirse en pequeños yo distintos para no autodestruirse. Al menos cuando uno recuerda lo que vio, olió e hizo.

Porque a veces una foto puede hacer que te salten todo tipo de monstruos de seis cabezas desde lo  más profundo de la memoria. A veces es un olor. Otras, un libro de un viejo escritor. Y boom: Recuerdas. Y lo debes escribir para quitártelo de ti rápido. Porque es como el fuego. Mientras más rápido te lo quitas de encima. Menos te quemas. Y debo decir lo que estoy diciendo a pesar de que a nadie en absoluto le debería de interesar mis palabras. Palabras escupidas desde mí yo soldado. Desde ese que suele adueñarse de mí en las noches de pesadillas. Desde ese que a veces me hace desconfiar del vendedor árabe del puerto azul de Yaffa.

Espero no aburrirte con estás palabras tan personales y a la vez tan inútiles. Tratados sobre la guerra se han escrito hasta el hartazgo. Frases de soldados dan vueltas por el imaginario colectivo. Los héroes han muerto en algún momento. Porque los vivos que hemos visto «qué es el heroísmo», sabemos que solo los muertos se lo han ganado.

Yo soy

¿Qué soy? Que pregunta más simple. O quizás no tanto. ¿Qué soy? o ¿Quién soy?

No sé que responder. Los mejores filósofos no consiguieron una respuesta coherente cuando se hicieron esas mismas preguntas. Tan simples. Tan complejas. Quizás lo primero que puedo responder es: No sé. No sé lo que soy ni sé quién soy. Me conozco treinta y dos años y aún no me conozco (valga la redundancia). He sido muchas cosas. He sido y soy muchas personas diferentes. No es que me sienta con un problema de desdoblamiento de personalidad. No. Creo que todos nosotros somos más de uno solo. Cambiamos como los camaleones de acuerdo a la situación en la que estamos inmersos. Somos unos mutantes temporales. Somos la evolución diaria de la vida.

Soy un bebe. Mis dientes salen de mis encías y lloro. Lloro porque duele. Lloro porque no hace mucho que he nacido y ya se lo que el dolor.

Soy un niño recibiendo a su hermano menor envuelto en paños. Veo los ojos cerrados. Los pliegues del rostro. El secreto de la vida. El olor lácteo de su boca.

Soy un niño en la escuela aprendiendo tonterías. Dibujando el mapa del Perú diez veces a la semana para el curso de geografía o historia. Tengo amigos. No se jugar al fútbol. Bailo marinera.

Soy un adolescente enamorado. Las hormonas me hacen mierda. La testosterona me remueve las vísceras y me hace pensar en cosas en las que nunca he pensado antes. Amo platónicamente. Odio el ser y estar. Me masturbo sin serenidad.

Soy un joven cadete. Soy la nada existencial. No valgo nada. Soy propiedad militar. Vestido de blanco. De negro. Sin personalidad. Como todos. Como ninguno. Escribo mucho. Julio Verne me acompaña.

Soy un inmigrante. Trabajo el cemento en un país del norte. Hablan otro idioma. Es el sueño de todo sudaca. Irse a trabajar al norte. El sueño es una mierda. ¿Un futuro mejor?. No. El país del norte no te garantiza nada. Solo tornados.

Soy un vago. El sistema me ha paseado por medio mundo y me ha enseñado a no respetarlo. No quiero trabajar en un trabajo de mierda. Soy más que eso. Soy el «más inteligente» de todos. Nadie me entiende. Yo no me entiendo.

Soy un comunitario en el medio oriente. Trabajo para todos y todos trabajan para mi. Cocino. Empaqueto ollas de plástico. Corro en los campos agrícolas donde el apocalípsis se llevará a cabo. La vida me sonríe. Yo le sonrío de vuelta.

Soy un soldado. La unidad de operaciones especiales. Un francotirador. Soy la guerra en un zona sin paz. Soy la vida o la muerte de otra persona. Decido los destinos en fracciones de segundo. Muchos de los otros deciden el mio.

Soy un veterano. Soy un soldado de reserva. Soy el que trae el pasado a sus espaldas. Las guerras me persiguen. El olvido me rehuye. No puedo dormir.

Soy un oficinista armado. Trabajo frente a una computadora. Controlo. Bebo café. Mucho café. No puedo dormir. Es lo que hay. Hay que levantarse temprano a trabajar. Checkear el e-mail. Mandar tablas de excel.

Soy un esposo. Soy un compañero no perfecto. A veces malo. A veces bueno. Soy todo lo que puedo ser y amo. Soy la pareja de siempre. El tipo que siempre va a estar.

Soy el amo y señor de un perro.

Soy un filósofo amateur. Un escritor gratuito que nadie lee. Soy un pacifísta armado. Un asesino sensible. Soy más de lo que puedo ser y sigo siendo. Soy hijo. Soy hermano. Soy un desconocido en las calles del mundo. Soy un aventurero. Soy un cobarde infeliz a veces. Soy un amigo. A veces rastrero. A veces traicionero. Soy solamente yo. Todo lo que está escrito aquí y mucho más.

Aunque me guste. Aunque no.

Debe ser difícil

Debe ser difícil. El que te hayas levantado temprano. Muy temprano todas la mañanas pensando en los pequeños que duermen plácidamente en sus camas. Hubieses querido saludarlos. Al menos darles una caricia. Preferiste no hacerlo. No querías molestarlos y debías aún llegar al trabajo.

Debe ser más difícil todavía ser ejemplo cuando tú mismo te la pasas aprendiendo día a día. Nadie te ha enseñado a ser padre y muchas veces no sabes que demonios hacer o que decir. Pero debes hacerlo. Eres el que debe estar ahí y hacer lo correcto. Debes ser ejemplo de vida y ser ejemplo a la hora de afeitarte. Ser ejemplo a la hora de anudarte la corbata. Ser ejemplo a la hora de opinar. De decir. De tratar. Ser ejemplo de amigo. Ser ejemplo al sacarle brillo a los zapatos. Al recortarte las puntas del bigote. Al acomodarte las canas. Ser ejemplo como consejero. Como mariscal de campo que nunca abandona a sus soldados. Que los recibe acongojado en las victorias. Que los empuja hacia adelante en las derrotas.

Debe ser difícil ser creador de vidas y existencias. Ser guía. Ser monitor y ser ejemplo. Debe ser difícil entregar gran parte de tu existencia para que se dé de la manera más cómoda posible la existencia de otros. De esos pequeños individuos que te arrancan una sonrisa cuando te traen el desayuno a la cama o cuando se les cae un diente. Debe ser más difícil aún verlos hacerse hombres o mujeres y que tomen su rumbo. Verlos salir de debajo de tu capa. Irse hacia lo desconocido como un día tú también lo hiciste.

Eres el héroe de la niñez. El guía de la adolescencia. El amigo de la juventud y el padre de siempre. Debe ser difícil ser todo eso y mucho más. Las pocas palabras existentes en los lenguajes no son capaces de engranar la idea de lo que es ser padre. De lo que tú estás dispuesto a hacer por tus hijos. De todo lo que has dado y de todo lo que vas  dar. Debe ser difícil estar en tu lugar.

Feliz día papá y padres de este mundo.

Solo escribe

Solo escribe. Hasta que te canses. No importa si tu perro te esta lamiendo el pie. No importa si ella esta tirada en el sofá insolada. No importa si están pasando el último capitulo de Game Of Thrones. No importa si no se te ocurre nada. Solo escribe.

Solo escribe y acuérdate de los buenos tiempos. Hay tanto porque escribir. Quizás hay tan poco también. Quizás los temas se repiten demasiado y hasta se vuelven banales de tanto repetirlos. Puedes escribir de lo que recuerdas. Y lo mejor de todo es que puedes escribir «de la manera en que lo recuerdas». La memoria engaña y engaña más con el paso del tiempo. Los rostros se hacen borrosos. Los gestos se pierden en la bruma. Los olores de antaño se engullen en el aire del presente. Pero recuerdas. Y eso al fin y al cabo es lo que importa. Tu primer recuerdo: El spagetti que  comiste en la sala de partos del hospital un día después de que tu hermano nació. Un recuerdo brumoso del año mil novecientos ochenta y cuatro. Puedes acordarte de más cosas. Niñez feliz. El colegio como centro de reclusión para la gente pensante. Las peleas en las que siempre perdías. La presión por mejorar. Una canción de Kiss. Juguetes. Julio Verne. La familia en la mesa del comedor. El bastón de mi abuelo. El olor del aderezo. La vida pasando con una velocidad asombrosa hasta que tu voz empezó a cambiar. Y a partir de ahí paso más rápido aún. Tu primer beso. Los viajes a sitios lejanos. La luminosidad del futuro en el que todo son esperanzas. Los partidos de futbol. La primera vez que tocaste el sexo de una mujer. El dolor del amor. La luminosidad de la juventud.

Solo escribe. Escribe de la guerra. La guerra te enseña muchas cosas. Muchas cosas acerca de ti mismo. Muchas cosas acerca de la vida misma. Muchas cosas acerca de la muerte. Solo escribe. De lo que somos. De lo que tú eres. De lo que fuiste antes de convertirte en lo que te estás convirtiendo cada segundo que pasa. Escribe de tu madre. Escribe de lo que es ser un ser humano en esta época. En este planeta. En esta vida. Escribe de tu padre y de tu relación tortuosa con él. Escribe de lo que es ser parte de la «Nueva generación» de autómatas que no piensan. Y no poder hacer nada por ello. Escribe de la estupidez y del consumismo. Escribe de las mil y un maneras en que la gente desperdicia su vida. Solo escribe.

Solo escribe. De los amigos perdidos. De los amigos ganados. De los idiomas adquiridos. De los amores terminados. Escribe y hazlo rápido porque el tiempo se agota y lo sabes. Escribe de ella. De tu amor intenso. De alguna que otra noche loca de pasión intensa. La piel de gallina. El mar que asoma por la ventana. El cuarto menguante que apunta al sur. El aire empolvado del medio oriente. El color inspiracional del amanecer. Una mezcla de cosas. Toda tu vida es una mezcla de vidas. De lugares. De sabores. De sexo. De dolor. De muerte. De colores. De situaciones. Una mezcla imposible según las estadísticas. Así que escribe de eso también.

Solo escribe. De una vez y para siempre y déjate ya de huevadas.

De los lomitos y otros demonios

IMG_2292   Estamos yendo por mal camino. Lo sé, lo sabes, lo sabemos todos. No quiero dar una cháchara ecologista sobre lo que le estamos haciendo al planeta y obviamente, tampoco quiero dar una discurso pro vegetariano contándoles lo que les estamos haciendo a los animales que nos comemos. No lo voy a hacer porque uno: No soy el reciclador más asiduo del mundo y dos: como carne (y me encanta) y ,por lo tanto, creo que no soy la persona más indicada para hacerlo.

Hace unos días mientras me comía un buen lomito  mi perro me miró a los ojos. Entonces me detuve a pensar en él. Relacioné la carne que masticaba con algún ser que en algún momento debió estar vivo, que respiró, que caminó, que cagó, que se sintió feliz, que tuvo miedo, y que pudo haberme mirado directamente a los ojos con la profundidad e inteligencia con la que mi pastor alemán me miró en ese instante. Pensé entonces en el mundo que le estamos dejando a nuestros hijos y a los hijos de ellos. Es quizás muy difícil de entender y aceptar que no les estamos legando el lugar más habitable, ni el aire más sano, ni la comida  menos manipulada, ni la cantidad ingente de especies animales y vegetales en peligro de extinción, ni una selva amazónica que está perdiendo un aproximado a  10,000 km cuadrados por año debido a la deforestación. Es más difícil de aceptar inclusive, que  les estamos dejando un mundo amputado de muchas cosas que nosotros hemos visto, olido, tocado, comido, respirado y sentido y que ellos no verán, olerán, tocarán, comerán, respirarán y sentirán en absoluto.

Es obvio que no pienso y no quiero  que todo el mundo se ponga a cuidar plantas y  deje de comer carne para detener el consumo abusivo de especies animales que nada más son criadas para llenarte el refrigerador de milanesas y de lomitos. No. Me refiero, sencilla y llanamente, a que de cuando en cuando «pensemos». Pensemos en lo que nos estamos llevando a la boca, en la cantidad de cosas que usamos sin tomar en cuenta la cantidad de contaminación que causamos. Pensemos en una o dos pequeñas cosas que podríamos hacer para contaminar un poquito menos, en lo que estamos haciendo por nuestro mañana, por el mañana de nuestros hijos, por el mañana de nuestros nietos.

Tenemos que ser conscientes que nuestro deseo de consumo esta generando un déficit en la relación necesidad real/recursos naturales. Debemos tomar algo de consciencia sobre la cantidad de desperdicios  que descargamos en el tacho de basura día a día. Debemos de tomar conciencia porque somos suficientemente inteligentes para hacerlo. Desde que razonamos un poco mejor que el resto de animales, nos hemos considerado con derecho sobre ellos, con derecho sobre su vida y con derecho sobre su muerte. Cientos de miles de años después nos seguimos considerando, como siempre, seres con derecho a consumir todo lo que la “providencia nos otorga” sin siquiera tomarnos  en cuenta a nosotros mismos ni a nuestra propia descendencia. Gracias a la ventaja abismal que hemos abierto con el resto de especies y a nuestros increíbles avances tecnológicos, hemos llegado a entender precisamente que somos solo una muestra animal más. Que nuestras ventajas intelectuales están basadas en una evolución que tienen en lo aleatorio  uno de sus más grandes pilares. «Somos lo que somos por suerte». “Dominamos” el mundo por una mera variación en el coeficiente de incertidumbre hace seis millones de años. Gracias a lo «inteligentes que somos» nos hemos venido a dar cuenta que no somos más que primates con una diferencia  mínima de un 2% en nuestros genomas, con respecto a nuestros primos, los chimpancés. La tecnología de hoy en día nos ha hecho entender que quizás la vida o la muerte del resto de seres vivos no es un “derecho”. No es más que una práctica algo salvaje con respecto a nuestros “semejantes”.

Nuestra vida moderna está diseñada para nuestra comodidad. Nuestra comodidad está supeditada a nuestro nivel de consumo (calidad y cantidad). En realidad todos nosotros  podemos consumir un poco menos y sentirnos igual de cómodos. Podemos consumir un poco menos de carne, un poco menos de gasolina, un poco menos de electricidad, un poco menos de madera, un poco menos de papel sin siquiera hacerle un rasguño a nuestra “comodidad”.  Como dije un poco más arriba. Esto no es una cháchara ecologista ni mucho menos. Intento hacer que al menos por un instante «pienses» querido lector en todas esas pequeñas cosas en las que muchos de nosotros no solemos pensar. Quizás puedas cambiar el mundo por el solo hecho de «darte cuenta» que no vamos por buen camino y que solo  depende de nosotros nuestro propio futuro, nuestra propia existencia, la de los seres vivos que nos acompañan día a día, desde la del pinguino gracioso en la Antártida a la del solitario oso polar en los hielos casi desechos del polo norte. Quizás reciclando un par de botellas a la semana salves a alguno de los dos o a ambos…

¿Vas a hacer un esfuerzo?