Lima me llega

dsc03084
Plaza de Armas deLima. Atrás, la Catedrál.

En Moby Dick, Herman Melville dice cosas poéticamente obscuras sobre Lima.

“¿No es el recuerdo de sus terremotos demoledores de catedrales, ni el embate de sus frenéticos mares; ni la infecundidad de sus cielos sin lágrimas, pues que nunca producen lluvias, ni el espectáculo de sus vastos espacios donde se alzan botareles inclinados, yacentes piedras sillares y cruces terciadas (como en un astillero de tumbadas flotas ancladas), ni sus avenidas suburbanas con paredones que se apoyan los unos contra los otros como revueltos mazos de naipes, lo que hace que Lima, la sin lágrimas, sea la más extraña y triste ciudad que usted pueda ver? Ello se debe a que Lima ha tomado el velo blanco, y existe el más alto horror en esta blancura, que define su tribulación. Vieja como Pizarro, esta blancura mantiene siempre nuevas sus ruinas, no admite el jovial verdor de su decaimiento: extiende sobre sus rotos terraplenes el rígido palor de una apoplejía que fija sus propias distorsiones”

No voy a escribir un post para quejarme de Lima ni para enumerar las cosas malas que tiene. Para mí Lima es una ciudad de mierda y punto. Si no eres peruano y quieres viajar a Perú, usa Lima como punto de escala y nada más. Hazme caso, no hay nada que hacer ahí, salvo comer. Ah! eso sí, si quieres comer delicioso, quédate en Lima. Fuera de eso: Nacas.

Hace cinco años que no viajaba a Lima y casi todo el mes de Octubre lo he pasado ahí. En la casa en la que crecí con la familia que me vio nacer, crecer e irme. Me encontré con algunos amigos. A varios de ellos no los había visto por casi veinte años. Desde aquel último día de cole, allá por Diciembre del año 96.

Además de eso:

He visto más amigos. He ganado tres kilos. He perdido un amigo también. Me he enterado que hay mucha gente que conocí y  ahora están muertos.  He visto a la gente un poco más vieja. Más cansada. Muy parecida a mí que estoy cada año un poquito más viejo y más cansado. He renegado mucho. He bebido Pisco sours. He abrazado a mi abuela fuerte. He dormido en mi cuarto de la infancia junto a mi peluche Kevin. Me he encontrado con mi madre y mi hermano que vinieron desde el norte del continente para cruzar sus vacaciones con las mías. He sobrevivido al asqueroso Jet Lag.

A mi parecer Lima es abominable. No me gusta su cielo plomo. No me gusta el caos vehicular. No me gusta que se deba a jugar a la ruleta rusa cada vez que cruzas una pista. No me gusta que sea la segunda ciudad más insegura del continente (después de Caracas). No me gusta ahora y no me gustaba hace 15 años cuando me fui. La gente limeña siempre orgullosa de su urbe me decían hace quince años: ¿Por qué no te largas si tanto te jode? Pues me largué. Ahora me dicen que no tengo el derecho a opinar porque me he ido y no sé de lo que estoy hablando. Una verdadera paradoja limeña.

El Perú es demasiado bonito para desperdiciar tu tiempo en la gris y sucia Lima.

Pero mi familia y amigos viven aún en Lima. Debo pisarla de cuando en cuando y a pesar de sufrir día a día con el horroroso tráfico y hacerme el Jason Bourne para que no me asalten, debo decir que han habido muchos buenos momentos compartidos con la gente que más quiero.

Nostalgia pura diran algunos.

Puede ser.

Porque pese a la horribilidad de la ciudad, el olor del aire cuando el mar está movido no lo he sentido en ningún sitio del mundo y ese suave aroma me arrastra a la niñez y a mis primeros amores y a mis comienzos vitales. Odio Lima pero amo recordar. Y Lima me arrastra por el jardín de los recuerdos hasta el punto que no lo hace ningún otro sitio. Porque me he matado a puñete limpio en Lima. Me he enamorado hasta las lágrimas. He estudiado en un colegio de sacerdotes cerca al mar. He hecho amigos para toda la vida. He vivido en una casa cálida y familiar con la mejor gente del mundo. En resumen, he hecho todo lo que jamás haré en ningún otro lugar y con ninguna otra gente.

Recordar es volver a vivir dicen, y este Octubre he vivido mis primeros veinte años condensados.

Espero no ver a Lima un buen tiempo para dejar que la nostalgia haga lo suyo y me llame como ella sola sabe.

DSC03635.jpg
Niños a las afueras de Lima. Distrito de Pachacamac.

 

DSC03204.jpg
La famosa Costa Verde en Lima, en una foto que le hace bastante bien…

 

El heroísmo y otros muertos

Corriendo por el desierto...Marzo del 2009
Corriendo por el desierto…Marzo del 2009

Hay momentos en los cuales me paro a preguntarme ¿Quién soy?

Creo que todos lo solemos hacer de cuando en cuando. Supongo unos un poco más que otros.

¿Soy la persona actual o la pasada?¿Soy mi presente o mi pasado o quizás mi ser futuro? ¿O quizás soy todo eso junto?  ¿Soy el que escucha Schubert o el  que sonríe escuchando Taylor Swift? 

No me puedo responder a casi ninguna de esas preguntas. Toda esa metafísica y filosofía existencial no hace más que cansarme. Antes le dedicaba mucho  tiempo a dudas existenciales  como aquellas. Hoy no. Hoy vivo bien sin sus respuestas. Hoy me considero muchas personas al mismo tiempo y llevo la fiesta en paz así.

No es que tenga un problema de esquizofrenia o algo por el estilo. Estoy bastante cuerdo (o eso creo) pero sí siento que tengo o he tenido innumerables vidas dentro del tiempo que llevo vivo. He sido un niño mimado. He sido un emigrante. He sido un soldado. He sido un pagador de impuestos. He sido y soy un hombre que teclea pensamientos.

De todos esos yo, quizás el más cercano a mí o el que más tiempo se ha quedado conmigo, es el yo soldado. El yo siendo un soldado en una guerra lejana. En una guerra que descubrí al otro lado del mundo. En una guerra que en unos aspectos me llenó de placeres y en otros de maldiciones. El yo soldado es el que más inunda mi ser. Es el que más forma parte de mis memorias. De mis días y de mis noches. De mis sueños buenos. Aunque mucho más, de mis pesadillas.

Es fácil hablar de una manera algo generalizada acerca de la guerra. Decir que la guerra es mala. O que la guerra es una mierda. La guerra es solo eso: Guerra. Y la guerra está entretejida por los hombres que la pelean. Por esos mismos hombres que al igual que yo, consideraron que es noble y justo y hasta heroico el ir a matarse con otros hombres.

Yo no tenía porque pelear ninguna guerra. Nací y crecí con mimos y con amor. No dejé de leer Julio Verne nunca durante mi juventud. Me daba miedo pelearme en el colegio. Me daba miedo el dolor. Me daba miedo hablar en frente de la gente. De pronto tenía fuego de mortero a mi lado. En la cara opuesta de la Tierra. Y todos esos miedos fueron historia. Y yo ya no supe quién o qué fui. ¿Quizás mis recuerdos de infancia no son míos? ¿Quizás mi vida, como la conozco, solo empezó con el primer boom que escuché mirando hacia el norte. Hacia el Líbano? ¿Quizás comenzó un poco antes de eso,en la base de entrenamiento, en el medio del desierto, cuando me peleé con una rata por una manzana? ¿ Quizás cuando vi a Diego el Uruguayo en la televisión disparando fuego de artillería y siendo entrevistado? Yo no nací en la guerra. Aunque crecí en un especie de guerra interna de un país sudamericano y terminé peleando una guerra milenaria en un país medio oriental. No tenía porque oler el olor de los eucaliptos mezclados con los de la pólvora bajo aquel sol histórico. No tenía porque estar escuchando gritos de niños oficiales o de niños soldados que me hablaban en un idioma ininteligible. En una mezcolanza de explosiones y gritos y olores indescriptibles en ningún idioma conocido o desconocido. No tenía porque pelear una guerra que no fue mía, pero lo hice. Estoy seguro que sí.

Me considero que soy muchas personas al mismo tiempo porque sino no podría vivir con el único que soy. No podría verme en el espejo y lavarme los dientes e irme a trabajar de lo más normal, como si nada hubiese pasado, cuando sé que todo ha pasado. Cuando sé que a veces es más fácil subdividirse en pequeños yo distintos para no autodestruirse. Al menos cuando uno recuerda lo que vio, olió e hizo.

Porque a veces una foto puede hacer que te salten todo tipo de monstruos de seis cabezas desde lo  más profundo de la memoria. A veces es un olor. Otras, un libro de un viejo escritor. Y boom: Recuerdas. Y lo debes escribir para quitártelo de ti rápido. Porque es como el fuego. Mientras más rápido te lo quitas de encima. Menos te quemas. Y debo decir lo que estoy diciendo a pesar de que a nadie en absoluto le debería de interesar mis palabras. Palabras escupidas desde mí yo soldado. Desde ese que suele adueñarse de mí en las noches de pesadillas. Desde ese que a veces me hace desconfiar del vendedor árabe del puerto azul de Yaffa.

Espero no aburrirte con estás palabras tan personales y a la vez tan inútiles. Tratados sobre la guerra se han escrito hasta el hartazgo. Frases de soldados dan vueltas por el imaginario colectivo. Los héroes han muerto en algún momento. Porque los vivos que hemos visto «qué es el heroísmo», sabemos que solo los muertos se lo han ganado.

Solo escribe

Solo escribe. Hasta que te canses. No importa si tu perro te esta lamiendo el pie. No importa si ella esta tirada en el sofá insolada. No importa si están pasando el último capitulo de Game Of Thrones. No importa si no se te ocurre nada. Solo escribe.

Solo escribe y acuérdate de los buenos tiempos. Hay tanto porque escribir. Quizás hay tan poco también. Quizás los temas se repiten demasiado y hasta se vuelven banales de tanto repetirlos. Puedes escribir de lo que recuerdas. Y lo mejor de todo es que puedes escribir «de la manera en que lo recuerdas». La memoria engaña y engaña más con el paso del tiempo. Los rostros se hacen borrosos. Los gestos se pierden en la bruma. Los olores de antaño se engullen en el aire del presente. Pero recuerdas. Y eso al fin y al cabo es lo que importa. Tu primer recuerdo: El spagetti que  comiste en la sala de partos del hospital un día después de que tu hermano nació. Un recuerdo brumoso del año mil novecientos ochenta y cuatro. Puedes acordarte de más cosas. Niñez feliz. El colegio como centro de reclusión para la gente pensante. Las peleas en las que siempre perdías. La presión por mejorar. Una canción de Kiss. Juguetes. Julio Verne. La familia en la mesa del comedor. El bastón de mi abuelo. El olor del aderezo. La vida pasando con una velocidad asombrosa hasta que tu voz empezó a cambiar. Y a partir de ahí paso más rápido aún. Tu primer beso. Los viajes a sitios lejanos. La luminosidad del futuro en el que todo son esperanzas. Los partidos de futbol. La primera vez que tocaste el sexo de una mujer. El dolor del amor. La luminosidad de la juventud.

Solo escribe. Escribe de la guerra. La guerra te enseña muchas cosas. Muchas cosas acerca de ti mismo. Muchas cosas acerca de la vida misma. Muchas cosas acerca de la muerte. Solo escribe. De lo que somos. De lo que tú eres. De lo que fuiste antes de convertirte en lo que te estás convirtiendo cada segundo que pasa. Escribe de tu madre. Escribe de lo que es ser un ser humano en esta época. En este planeta. En esta vida. Escribe de tu padre y de tu relación tortuosa con él. Escribe de lo que es ser parte de la «Nueva generación» de autómatas que no piensan. Y no poder hacer nada por ello. Escribe de la estupidez y del consumismo. Escribe de las mil y un maneras en que la gente desperdicia su vida. Solo escribe.

Solo escribe. De los amigos perdidos. De los amigos ganados. De los idiomas adquiridos. De los amores terminados. Escribe y hazlo rápido porque el tiempo se agota y lo sabes. Escribe de ella. De tu amor intenso. De alguna que otra noche loca de pasión intensa. La piel de gallina. El mar que asoma por la ventana. El cuarto menguante que apunta al sur. El aire empolvado del medio oriente. El color inspiracional del amanecer. Una mezcla de cosas. Toda tu vida es una mezcla de vidas. De lugares. De sabores. De sexo. De dolor. De muerte. De colores. De situaciones. Una mezcla imposible según las estadísticas. Así que escribe de eso también.

Solo escribe. De una vez y para siempre y déjate ya de huevadas.

Un paso más es un paso menos

 

«Un paso más es un paso menos». Solía repetirme eso una y otra vez. Aquella frase me la enseñaron en la armada en Perú hace bastante tiempo ya. Aunque creo que se le puede dar uso en cualquier ejercito o banda de mercenarios alrededor del mundo. Cuando estaba en el entrenamiento en la escuela de paracaidistas en el ejercito de Israel solía repetirme aquella frase una y otra vez. Solía hacer una que otra variación como «Un día más es un día menos» o «Un kilómetro más es un kilómetro menos» (la inspiración no me abundaba en aquellas épocas) Regresemos al paso. Paso a paso salíamos una vez por semana de marcha de campaña. Recuerdo que la primera que hicimos fue de tres kilómetros. Me pareció pan comido y en determinado instante pensé que si todo seguía así mi vida sería miel y azúcar.

Once meses después estaba en la última semana del entrenamiento. «La semana de la guerra» algo así como la recreación bélica más fidedigna que se le puede hacer a una unidad del ejercito. Una semana entera en la que prácticamente no se duerme. No se come. Los comandantes disponen a sus fuerzas manera que creen conveniente y utilizan estrategias ingeniosas para conquistar las posiciones del «enemigo». Tenemos a nuestra disposición helicópteros, mucho morteros, artillería, algo de tanques y muchísima munición. En fin. No voy a usar la palabra «divertido» porque no lo es. Al menos no notas mucho el cansancio porque todo el tiempo estás en movimiento. Mi sueño más largo en aquella semana duró cincuenta minutos aunque los sentí como si hubiesen sido cincuenta horas. «Combatimos» . Volamos de un sitio a otro en los Black Hawk. Explotamos tanques. Y tomamos las posiciones enemigas. Fin del cuento. «La semana de la guerra» había terminado. Me sentí demasiado feliz y a la vez realizado después de haber logrado culminar uno de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida. Iba bromeando con los compañeros. Abrazándonos los unos a los otros. Sonriendo con placidez pensando en las duchas de la base. Pensando en la comida caliente del comedor…El Mayor a cargo nos pidió que nos reagrupáramos nuevamente. Nos dijo que habían nuevas ordenes. «Los egipcios atacan por el sur» nos dijo. «Varias unidades de infantería los están deteniendo lo mejor que pueden…» «Tenemos veinte horas para entrar en combate…así que nos ponemos en camino ahora». Nos dejó pasmados un segundo aunque luego regresó y nos dijo: «Esto es un ejercicio…seguimos en la semana de la guerra. Ahora comienza lo bueno…»

Lo «bueno» comenzó y empezamos a caminar con la munición y las armas. Una hora. Dos horas. Diez horas… En determinado instante dejé de pensar porque hasta eso me cansaba. Me repetía a mi mismo la frase de siempre «Un paso más es un paso menos» «Un paso más es un paso menos» Nunca en mi vida he estado tan extenuado. Mis piernas temblaban sin control y mi rodilla derecha estaba demasiado llena de agua como para verla con buenos ojos. Empezamos a caminar a la una de la tarde. A las tres de la mañana del día siguiente nos esperaba un convoy con comida y agua. Todos queríamos sentarnos pero no nos dejaron. El riesgo de hipotermia es alto de noche en el desierto  si es que estás muy mojado. Nos dieron quince minutos para comer y beber todo lo que queríamos. Comí muchas tortas de chocolate. Comí cantidades ingentes de pan con mermelada y me trague diez huevos duros. Ahí uno de los choferes del convoy nos soltó el dato que habíamos caminado setenta kilómetros y «solo» faltaban treinta.Cuando escuché treinta me derrumbé psicológicamente. Quise llorar. Quise pegarle a alguien. Aunque recordé que el culpable de aquel suplicio era yo y nada más que yo. De todas maneras lo que más quise fue a mi mamá.

Una vez que se corrió la voz por todo el batallón sobre lo treinta kilómetros que faltaban el silencio se apodero hasta de los más optimistas. Yo llevaba una radio de la época de la guerra de Vietnam en la espalda. Pesaba mucho y ya no la podía cargar. Le pregunté a uno que otro soldado si es que alguien la podía llevar por mi. Nadie se atrevió. Todos estaban hechos mierda. Yo lo entendí y me resigne a mi suerte. Cuando nos pusimos en movimiento nuevamente mis músculos estaban tan entumecidos que respirar me dolía. Bajé la cabeza para hacer caer el peso de la radio en la parte dorsal de la espalda y mientras miraba al piso caminé mirando mi pie izquierdo avanzar y luego el derecho. Supongo que en cierto instante aluciné o me dormí porque no recuerdo bien como transcurrieron aquellos treinta kilómetros. Solo sé que en determinado momento paramos. Un nuevo convoy nos esperaba con dulces y agua. Nos dieron cinco minutos.

Después de eso nos ordenaron abrir las camillas para transportar heridos. En cada camilla pusieron cuatros costales de arena de veinte kilos cada uno. Cuatro soldados llevarían una camilla al hombro (uno en cada esquina). A partir de ahí cada uno de nosotros se montaría sobre un hombro otros veinte kilos de peso. Las ganas de llorar se me habían ido y dieron paso a un estado de displicencia sin igual. Un estado de «ya que mierda más da….» Junto con mis tres compañeros levantamos nuestra camilla. Dolió. Un minuto después el mayor nos dijo: «Falta un Kilómetro y medio para que se conviertan en paracaidistas. Falta un kilómetro y medio para que dejen de ser lo que eran y pasen a ser lo mejor que pueden ser. Este kilómetro y medio es el más difícil de todos. Ven aquella montaña de ahí….Pues ahí nos dirigimos. Nos vamos a caer. Pero nos vamos a levantar y ningún puto va a renunciar. Israel esta orgullosa de ustedes. Son la sal de esta tierra….Andando!!!!»

Frases como esas se estudian en la escuela para comandar. Luego me aprendí unas cuantas cuando me tocó a mi levantar la moral de mis soldados. Aquel día aquella linda frase no sirvió de mucho. Estábamos hechos puré. Caminamos como zombies con el dolor intenso en el hombro en el que levantábamos el peso. En determinado instante me acordé de las procesiones en Perú. Sí.  Me sentía como algún pobre diablo llevando las andas de algún patrón o santito o Jesusito o virgencita. Aquel pensamiento me ayudo a pensar en otra cosa. Recordé en como la gente adornaba con flores las avenidas y en el olor del incienso. Los rayos semi naranjas del sol comenzaron a emerger a nuestra espalda por el este. La subida a la montaña fue brutal. En verdad nos caímos muchas veces. Nuestros propios comandantes y sargentos se metían debajo de las camillas para ayudarnos. Todos fuimos uno. Todos pujando hacia arriba. Pujando. Paso a paso. Despacio. Escuché muchos gemidos. Chicos quebrados llorando. Gritos de aliento de otros. Mi rodilla derecha dejo de funcionar y no pude doblarla más. Así que cojeé con dolor. Miré hacia la cumbre. Mientras el negro del cielo se estaba pintando de un azulino paraíso. Di todo lo que tuve. Lo di de verdad. Un paso más es un paso menos. Un paso más es un paso menos. La cumbre cada vez más cerca. Hasta que por fin.

Gritamos de alegría. Gritamos de dolor. Miré hacia el este y el amanecer me hizo lagrimear. A mis pies estaba el mar muerto cambiando de colores. Las montañas de Jordania se teñían de luz tenue. Me sentí tan hecho mierda que sentí gran parte de mi viejo YO morir en aquel camino. Me sentí nuevo. Me sentí vivo.

Nostalgia

Estamos alejados. Mi relación con ella nunca fue de lo mejor. La gente solía criticarme. Me decían que si no la quería era como si no quisiese a mi propia madre. Mi madre también me criticaba por eso. Hace once años que la dejé. Hace once años que en muchos aspectos no he dejado de añorarla. Pero así es la vida. Con la distancia nace la nostalgia y ya soy poco objetivo. Mis sentimientos por ella se han vuelto borrosos. Se han extinguido de mi carcasa. La tierra que me vio nacer ha dejado de ser para mí lo que debería: Una patria.

Sé que quizás las cosas que escribo suenen algo tontas o inmaduras o en el peor de los casos hasta traicioneras. Pero no amigos peruanos. No soy un traidor. Solo soy un expatriado. Soy un tipo que perdió el vinculo con la tierra que lo vio nacer para bien o para mal. Hay momentos en los que aún soy «un peruano» de corazón. Por ejemplo: Cuando juega la selección. Cuando Vargas Llosa se gana un Nobel o cuando Ivan Thais critica la «Papa a la Huancaína». Hay otros momentos en los cuales me siento tan lejos de mi peruanidad que me siento un ciudadano del mundo sin hogar fijo y sin refugio. Por ejemplo cuando Ollanta habla huevadas o Nadine es voceada para ser presidente o Fujimori habla de indultos o la Herradura se queda «nuevamente» sin arena. En esos momentos siento vergüenza ajena y me quiero «eyectar» automáticamente de mi identidad nacional. Hay muchos momentos en los cuales sencilla y llanamente «no me siento parte de…» . Por ejemplo: Cuando la gente habla de «Combate» y «Esto es Guerra» o de las pachotadas que sigue diciendo Carlos Cacho. Ahí si mi cordón umbilical con el aguaje, la quinua, las alpacas, la costa, la sierra y la selva, se va directamente a la mierda.

No suelo vivir pegado a la realidad de Perú. No soy un peruano fanático de lo que pasa en Lima. No leo los periódicos peruanos todos los días. Es más: Cada vez me importa menos lo que pasa por allá. ¿Y saben que? Duele no ser «Parte de…». Es el precio que pagamos los que nos hemos ido «para siempre». Perder el cariño de tu tierra y no ganar el cariño materno de otra. Porque como dicen: Madre hay una sola. Y en este caso mi «madre» esta lejos lejos y yo tengo una sarta de sentimientos encontrados cuando pienso en ella.

Hay momentos en los que me toca discutir con algún chileno sobre la nacionalidad del Pisco y bueno lo defiendo como si fuera una patente mía. Aunque siendo sincero después de tantos años afuera. Cualquier tipo que hable español pasa a ser tu connacional así haya nacido en Santiago y tú en Lima. Es algo que logra la distancia también. Te enseña a ver las cosas con la perspectiva idónea. Los «Sudacas» somos todos lo mismo y por ende nuestras nacionalidades se diluyen de a poquitos y dan paso a una especie de comunidad sudamericana que al fin y al cabo es lo que realmente somos.

Escribo esto porque estoy pensando en mi país. Escribo esto porque me importa. Acabo de leer un titular acerca de que Carlos Alcantara teme que lo secuestren porque su película es muy exitosa. No me jodan. Eso es un titular del «decano» de la prensa nacional. Repaso los titulares en los periódicos y lo único que siento es algo de pena (y nauseas) por una sociedad mal informada a propósito. No dejemos de lado que te llenan los titulares con culos. ¿Culos? Sí. Mujeres desnudas para llamar la atención del «lector». Sin palabras. Al comenzar este párrafo quise escribir algo entrañable y bonito hacia mi país y hacia mi gente. Entré a la pagina de «El Comercio» y se me revolvió el hígado y ya perdí la inspiración. ¿Se dan cuenta de lo que me pasa con algunas cosas en mi terruño?

Joder este post no tiene ni pies ni cabeza. Está tan enredado como mis sentimientos por el calor de Chiclayo, las arenas de Máncora, los balcones del centro de Lima, las nieves de Huaráz, la selva del Manu, el lago navegable más alto del mundo, el cañón más profundo del planeta, el Cóndor Pasa, la chicha morada, la maldita boa, el suspiro limeño, el Cuzco, el Misti, el Pisco (que se jodan los chilenos amigos), La Ciudad y los Perros, Jaime Bayly, La incontrastable, la ocopa, el ceviche, el mote, las conchas negras, las chicas alegres, los muñecos de año nuevo, el barrio de Magdalena, la criollada, la gente buena, los goles del chorri, los políticos de mierda, los choros de la Javier prado, la quinua, la kiwicha (que es la comida de la NASA), los buses de dos pisos, los manglares, las cucardas, Los Heraldos Negros, los comunistas de antaño, los terrucos locos, el mate de coca, los buenos amigos, las pichanguitas, Trampolin a la Fama, la rica Pilsén Callao, la punta y el Cantolao, el olor del mar, la neblina panza de burro, Bryce, la mazamorra, los tamáles de la tía de la vuelta, el frijol colado de la morena, la causa a la limeña, el raffting en el Apurimac, el camello Soto, el gol del Beto Carranza en cerro de Pasco, los andes, los andenes, el olor de la pachamanca, las ruinas de Chavin de Huantar, las Malcriadas del Trome, la U, la clasica toda la marinajavierpradobenavideshigueretaterminalllll, función estelar, juguete de motta, el Panetón, el chocotón, la nieve artificial en navidad, la pampa de la quinua, el jockey club, mi viejo, la lúcuma, los truenos de Iquitos, el Foker, los compañeros del colegio, los amigos de siempre, la gelatina royal y tu chancay de a veinte….

Esa es mi tierra. Así es mi Perú.

 

 

Anti Curriculum Vitae

Terminé el colegio a regañadientes. En quinto de secundaria desaprobé ocho cursos de trece en un bimestre. Mi profesor de física me odiaba y yo lo odiaba más porque obligaba a todos a comprar el libro de física que él había escrito. Mucha gente me dijo: «Cuando dejes el colegio no te imaginas cuanto lo vas a extrañar…» ¿Saben que? No lo extraño una mierda.

Entré a una academia preparatoria para poder postular a la escuela de oficiales de la marina. Estudié un año ahí. No recuerdo un solo concepto de todo lo que repasé ahí. Solo sé que hice trampa en casi todos los exámenes para que mi papá se sienta orgulloso de mí al recibir las notas cada mes.

Seno. Coseno. Tangente. Secante. Cosecante. En medio de un entrenamiento militar bastante arduo era obligado a aprender todos aquellos conceptos y demás mamarrachos matemáticos para poder «destacar» y ser un mejor «militar». Nunca entendí la relación entre la termodinámica y ser Rambo así que dejé la marina sin gloria y con pena. Perdí un par de meniscos también.

Escuela de derecho. Leyes. Aburrimiento y más aburrimiento. ¿Quién demonios puede ser abogado? Desde que estudié derecho dejé de confiar en los abogados y los empecé a compadecer. Cuanta cochinadilla se puede estudiar en un año de derecho. No recuerdo una sola ley orgánica ni menos aún un solo párrafo de mi libro de derecho Romano. No recuerdo nada de la universidad salvo los Burger Kings que me comía en la avenida Javier Prado.

De paro. Claro con veinte años y sin nada estudiado no podía hacer otra cosa que no hacer nada. Fue la mejor época de mi vida.

Busqué una visa para un sueño. Soñé el sueño americano en una fábrica de lapiceros en New Jersey. Me decían Tortuga porque era muy lento levantando cajas. Mis manos estaban acostumbradas a rascar mis pelotas y no al cartón raspador y formador de cayos. Me dejé la barba y el pelo largo. Era por primera vez yo contra el sistema. De vez en cuando me escondía en algún almacén y me dormía de lo más profundo soñando con volver a Lima.

De vuelta en Lima. De paro nuevamente. Gastando la plata que había ahorrado en EEUU. Me creí un señor millonario. La plata me duro cuatro meses. Al quinto estaba nuevamente «soñando».

Arkansas. Caballos. Vaqueros. White Trash. Fusiles de retrocarga siendo vendidos en los K-Mart. Trabajé en construcción. Construí bases de cemento en algún sitio cerca a Tenesse. Me accidenté. Me quemé las piernas con algún químico. Un tornado se llevó la casa de al lado de mi casa. Mi vida era un silo lleno de mierda hasta el tope. Extrañé las clases de Derecho Romano.

De vuelta en Lima. Nuevamente gastando el dinero que había ahorrado con tanto sufrimiento y tanto tornado. Se me presentó una oportunidad: Ir a Israel. Me dije a mi mismo: «No puedo perder nada si no tengo nada».

Israel. Calor. Trabajando en un kibutz en la galilea del sur. Soy un flamante ayudante de cocinero. Cocinamos para novecientas personas cada día. Me gusta lo que hago. Aprendí a cortar como un ninja. Aprendí que la vida da vueltas y que nunca es tarde para comenzar de nuevo. Me gustaba hacer el arroz.

Unidad de paracaidistas del ejercito de Israel. No se como llegué ahí. Soy un veterano combatiente. Me he soplado una guerra completa en el Líbano. He matado gente y la gente me ha querido matar a mi. La vida si que da vueltas y que se vaya a la mierda mi profesor de física del colegio. Creo que trabajar el cemento y el cartón me hicieron más rudo que el resto. Gané demasiado en el ejercito. Amé mi trabajo de punta a punta. Por fin me sentía realizado siendo un francotirador y peleando en una guerra que no era mía pero que pasó a serlo.

Cuerpo de seguridad de la Unión Europea. No se como llegué aquí pero hoy desperté y me di cuenta de que era el jefe. Soy el jefe. No quiero ser el jefe. Quiero ser yo. Estoy realizado con lo que soy. Sencilla y llanamente porque «Soy». Estoy en una situación realmente increíble. He hecho demasiadas cosas en mi vida. Al fin y al cabo se han terminado entrelazando y han dado lugar al nudo llamado: Yo.

Everest. Un sueño de niño. Lo voy a escalar algún día «en serio». En Setiembre solo lo voy a acariciar. Mi próximo trabajo: «Montañísta».

 

Noches de Apagón

Noches de apagón

Extraño las noches de apagón  extraño el aura de misterio que tenían,  extraño las luces de las velas, extraño la camaradería. Las  extraño porque, al menos en esas noches, parecíamos lo que supuestamente eramos: Una familia. Extraño las noches de apagón porque jugábamos cartas con mi papa y nos hacíamos trampa y nos reíamos y ganábamos y perdíamos  mientras mamá no paraba de sonreír a la luz de los mecheros y mientras tanto comíamos una que otra comida rápida y seguíamos jugando y nos contábamos historias y al fin de todo ese «Casino Royal» nos íbamos a dormir tranquilos y felices después de haber ganado o perdido y ya nada tenia tenia importancia  solo queríamos que el apagón continuase, porque sin el ruido molesto de la televisión que nos interrumpía casi siempre podíamos, al fin, hablar. Hablamos con nuestros padres, hablaba con mi hermano. Nos decíamos secretos que en noches con luz eléctrica jamás nos hubiésemos contado. Mascullábamos en silencio el nombre de las niñas que nos gustaban o a las que les gustábamos y nos reíamos mucho pensando en aquella mirada o en aquel cabello y  eramos niños. Extraño las noches de apagón por que podías salir a ver el cielo y te encontrabas a las estrellas que no podías ver casi nunca si la ciudad estaba iluminada y descubrías que en ese cielo nocturno casi siempre naranja se escondía un cielo oscuro y estrellado, mucho mas luminoso y hermoso. Y podías ver incluso platillos voladores y si mirabas muy hondo podías ver a dios y a los caballeros del zodiaco y dos extraterrestres. Extraño las noches de apagón porque mi papá contaba historias de guerra, historias de su niñez y por unos momentos lo sentíamos como si fuera uno de nosotros, un muchacho más, un poco mas crecido y peludo. Extraño las noches de apagón porque mi mamá sonreía casi siempre de alguna broma de mi viejo o de alguna indirecta que él le mandaba y que nosotros «gracias a nuestra inocencia» no entendíamos. Extraño la penumbra simpática y la falta de ruido. El silencio perfecto que se interrumpía solo por las vocesitas y susurros de los vecinos que disfrutaban de su noche de apagón al igual que nosotros. Extraño las noches de apagón porque me enseñaron que toda nuestra «civilización» y todos «los avances tecnológicos,  en vez de acercarnos más, nos ensimisman más dentro de nosotros mismos. Sin electricidad volvemos a ser el «grupo» «la familia» porque nos necesitamos y nuestra intensa capacidad de recibir información se ve satisfecha por lo que recibimos de parte de la gente que nos rodea y no de cajas bobas movidas por la electricidad y donde sale algún payaso vendiéndote algo. Extraño las noches de apagón por muchas cosas más. El ambiente romántico,  nuestras pupilas dilatadas brillando a la luz de las velas, las cartas o el monopolio en el que siempre alguien terminaba piconeandose y llorando, el cielo, el silencio, la camaradería de una familia pequeña constituida por cuatro gatos que vivieron e existieron a principios de los años noventa en un país tercermundista y olvidado, lleno de terrorismo, guerrillas, represiones y odio (las no tan agradables causas de mis queridos apagones) al que los noticieros internacionales conocían como el Perú (al lado de brasil).