He tenido suerte

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Villa de Manang, Nepal, Septiembre del 2013.

 

En algunos lugares tribales de África te hacen saltar a los 15 años de un árbol bien alto. Algo parecido a un salto bungie. Te subes y saltas de cabeza amarrado de los pies con una Liana. Si no calculaste bien la medida de la misma y te quedas corto de liana  y tus brazos no tocan el suelo es un símbolo de cobardía, o si la mediste más larga de lo que debería ser y  tu cráneo pega contra el suelo, se abre como un coco y mueres  es un símbolo de valentía pero de estupidez; o, por el contrario, la mides exacta y las puntas de tus dedos rozan el suelo y tu cráneo queda intacto. Entonces sí hijo mío: Eres un hombre Valiente e inteligente y puedes reproducirte. Y ya tienes todo el derecho de casarte y perder tu virginidad.

A mí me tomó ser adulto 30 años por lo menos (aunque la virginidad la deje atrás un poco antes…). Nadie me hizo saltar de un árbol. Nadie me leyó la Torá. Yo mismo auto-determiné mi adultez cuando yo mismo me sentí listo. Hoy no tengo ningún reparo en decir que soy un adulto hecho y derecho. Me conozco. Sé lo que valgo y sé de qué pie cojeo.

Conozco lo bueno, lo malo y lo feo de mí mismo. Me ha tomado tres décadas decidir por mi mismo que «ya estoy grande» y además de decidirlo, sentirlo.

Quizás me demoré porque la mayoría de la gente de mi generación, nacida en el mundo occidental, se demoró también. Somos ese grupo de gente que no compra departamentos ni casas y que vive con sus papás hasta bien entrada la treintena. Somos esa generación de barbudos y tatuados que vive de manera hedonista y egocentrista. Somos esos a los que se les hace tan difícil tener hijos. Esos que piensan en viajar todo el tiempo  y que te pueden animar una tertulia hablándote sobre  la calidad del Latte Machiatto que toman.  No tengo nada contra eso: Yo también soy así.

Aunque yo haya crecido lejos de casa desde los 21 años. Me haya casado a los 23, nunca me he considerado realmente un hombre adulto. Quizás, en retrospectiva, puedo decir que los treinta fueron mi punto de quiebre y que fue la edad en la que dejé de ser un muchacho para volverme un hombre.

Tomó mucho. Y tomó mucho porque me he desarrollado en una sociedad facilista. No crecí peleando contra la sequía en Africa o en una sociedad cazadora recolectora de antaño. Vi Dragon Ball Z y en mis veranos he tenido siempre un refrescante aire acondicionado. El hambre no me ha perseguido. Las comodidades del mundo moderno sí.

He tenido suerte. Todos los días pienso en eso. Todos los días agradezco a la teoría del caos y las probabilidades que, justo yo, haya podido madurar recién a los treinta y que haya crecido en un mundo calientito y bonito y que nada realmente haya sido tan difícil como para haber madurado antes.

He tenido la suerte de viajar y ver niños trabajando desde muy niños. Hombres de cuarenta años ancianos. He tenido la suerte buena o mala de ver la guerra y ver lo que perder la guerra le hace  a la gente: La hace crecer rápido. La hace envejecer. Le acorta la vida. Me ha pasado que he encontrado muchachos de 18 en los territorios palestinos que parecen de 40 y hombres de 40 que parecen ancianos. Lo he visto con mis propios ojos. Nadie me lo ha contado.

He tenido suerte como supongo la has tenido tú que estás leyendo estas líneas.

 

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Mi porter en Nepal. Cargando 30 kilos en la espalda por 4 dólares al día.

 

 

Un despatriado

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Última foto que le tomé a Machu Picchu en el 2004. Los archivos digitales son más grandes ahora. Tanto que da vergüenza mostrar una foto de 2 megapixeles…. 🙂

 

No soy muy aficionado al calor. Prefiero el frío. Aún así, este verano para mí ha sido el más insoportable de todos. No sé si es el calentamiento global o soy yo el que se está haciendo viejo. Pero siento que me ahogo. Como un goldfish fuera de la pecera.

El año pasado en estás épocas estaba con mi esposa en los Pirineos.Disfrutando del aire límpio de la montaña. Este año estoy aquí (en Tel Aviv) con calor.

Viajamos el próximo mes a Perú. No sé si a las montañas, pero estoy seguro que la temperatura va a estar mucho más agradable que aquí.

Tengo 35 años. Me gusta tomar fotos que nadie ve. Me gusta escribir cosas que nadie lee. En unas semanas me voy de viaje al otro lado del mundo. Por casi un mes al país que me vio nacer y por el cual no siento ningún afecto.

Tampoco le tengo mucho afecto  a Israel. Lo siento como el lugar en el que vivo. He conocido gente maravillosa. Pero hay tantos problemas. Tanta tensión. Tanto odio. Tanta incertidumbre que te es imposible sentirte tranquilo o como en casa.

Creo que me siento un ciudadano del mundo. Me jode cuando ISIS explota  Paris o cuando vuelan medio Alepo. Odio cuando los palestinos le disparan cohetes a civiles israelíes y el mundo no dice nada. Aunque aborrezco la muerte de niños palestinos dentro de lo que se conoce como daños colaterales y nadie tampoco hace nada.

Me molestan muchas cosas que pasan alrededor del mundo. Y me siento conectado con la mayoría del planeta. Pero no tengo una identidad nacional. No soy un patriota. Ni beso una bandera. No en el medio oriente. No en sudamerica. No en Europa. No en Norteamerica. Sencilla y llanamente no me siento parte de.

Quizás me siento así porque tengo mucho calor. Y cuando tengo mucho calor me quiero ir de Israel y vivir en Islandia. Todos los años me pasa. En el verano es cuando peor me siento en Israel. Mucho calor y mucha guerra. Me ha tocado ir a tres guerras. Dos de ellas en el verano. Quizás por ello estoy traumado.

Puede ser…

Al Perú no lo quiero porque me robaban. O me querían robar todo el tiempo. No lo quiero por la corrupción. Por la falta de educación de la gente. No es que yo sea educado, pero me doy cuenta que no lo soy y hago lo posible para mejorarlo. No quiero al Perú porque tienen la mentalidad en el siglo XIX. Que si violan a una chica es la culpa de ella (de la chica) por vestirse con minifalda. Por provocar. Nop, eso no lo puedo aguantar. Por eso, apenas pude puse las patitas en un avión y me fuí de ahí para siempre. Y no deseo  volver jamás… a vivir.

Pero ahora vuelvo. No a vivir, sino a visitar. A los que quedan. A la gente que al cabo de los años se ha vuelto irreconocible porque toda una vida nos ha pasado a todos por encima. Los muchachos que deje están más gordos y calvos. Las chicas que bese son madres de familia de muchos retoños.  Las discotecas en las que baile están «pasadas de moda» o ya no existen. Los precios que disfrute se fueron a la mierda y ahora todo es mucho más caro. La vida que viví ahí ha desaparecido por completo.

No soy muy nostálgico. Pero sé que recorriendo algunas calles de Lima voy a sentir ganas de llorar por lo mucho que han cambiado. Salí del perú hace 14 años. He vivido en dos países desde entonces. He perdido mi identidad nacional y me he convertido en la cosa que soy: Un despatriado. Un fotógrafo mediocre. Un veterano. Un escritor que aburre. Un esposo en el sofá viendo Netflix.Un barbudo con tatuajes que camina en medio de Tel Aviv sin sentirse en casa. Un huevón que toma vino blanco chileno, pese a ser peruano,  en el medio del medio oriente.

 

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 Última foto en Tel Aviv (ayer en la tarde). Desde mi teléfono LG4… Cómo avanzó la tecnología en estos últimos años!!!

 

 

Yo NO soy Spartacus

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Acabo de terminar la primera temporada de Spartacus.

Spartacus fue una serie que comenzó allá por el año 2011. El actor que protagonizó la primera temporada murió trágicamente después de terminar  las filmaciones y luego de salir de vacaciones. Un cáncer raro se lo llevó en menos de seis meses después de su detección. Su nombre era Andy Whitfield. Tenía 39 años.

Las enfermedades raras siempre me han dado miedo. Son raras porque se dan pocos casos y  nadie sabe realmente qué hacer con ellas. A veces ni siquiera ser hermoso. Famoso. Guapo y millonario te salva. Te mueres y ya. Y nadie entiende cómo fue posible que te haya pasado justo a ti. Ni siquiera tú mismo lo entiendes.

Hace una semana quise escribir un mail en el trabajo. Mis dedos no se movieron. Sé que es algo dificil de creer o de entender cuando alguien te cuenta que quiso mover sus dedos y no pudo. Pero créeme: Yo los quise mover y no pude.

En ese momento me di cuenta que algo malo realmente me estaba pasando.

Había sentido cosas raras en las piernas unos días antes. En los brazos también. Pero nunca había estado en un estado en el cual mi cerebro le mandaba una señal a mi mano y mi mano no respondía.

Mis manos dejaron de responder bien a partir de ahí. Mis dedos se volvieron torpes. Me dieron ganas de llorar porque sabía que algo nada prometedor me estaba sucediendo.

Un par de días después mis piernas fallarían por primera vez.

Si eres una persona física como yo. Solo puedes a atinar a pensar que eso no te está pasando a ti. Que quizás te has equivocado. Que aquella sensación en la que las piernas flaquearon fue algo imaginario. Algo muy lejano de la realidad. Hasta que flaquearon de nuevo. Y al día siguiente flaquearon  una  vez más.

Me jodí, me dije.

Escribo estas líneas unos días después de aquel último incidente. Lo hago desde una cama en el ala de neurología de un hospital de Tel Aviv. Después de no poder caminar casi nada, he vuelto a hacerlo con dificultad. Cada día que pasa me sale un poco mejor.

Hace tres semanas  podía hacer cinco squats con 120 kilos. Hoy casi no me puedo mantener en pie con los ojos cerrados. La vida es así.

Al menos puedo teclear estas palabras para compartir lo que siento.

Al menos puedo ver que no me ha ido tan mal como al pobre Spartacus.

Al menos tengo un buen pronóstico. Aunque tengo una enfermedad rara. Y como ya te dije. Nadie sabe mucho de las enfermedades raras. Y las enfermedades raras me dan un poco de miedo. Como me lo daba el sexo cuando era virgen. O como me lo daba la guerra antes de verla. Ahora me tocó lidiar con una. O es ella o soy yo. Sé  con seguridad que esta vez seré yo el que gane.

Ganaré esta vez porque yo NO soy Spartacus.

 

 

 

 

La vida que siempre he querido

Ninos en estanque. Tel Aviv, Israel. Mayo del 2015
Ninos en estanque. Tel Aviv, Israel. Mayo del 2015

Hace unos años cambié la perspectiva con la que veía las cosas.

Trabajaba mucho. Me estresaba mucho. Me dio un ataque de ansiedad. Terminé en el hospital y me dije basta. Tiene que haber una mejor manera de hacer las cosas. Tiene que haber una mejor manera de vivir los días. No puede ser que esto y solo esto, sea lo que me depara el destino de aquí para adelante.

Descubrí que hay innumerables maneras de hacer las cosas diferentes. No tienes porque vivir en el trabajo de 9 a 5 todos los días de tu vida para jubilarte a los 67. No tienes porque desesperarte por competir con el resto. No tienes porque buscar día a día el placer momentáneo e ínfimo de una compra en Amazon. No tienes porque hacer las muchas cosas que estás acostumbrado a hacer. No todo lo que el resto hace está bien o es sano. No todo lo que te han enseñado está bien, o es sano para ti. Hay innumerables maneras de vivir la vida. Cada quién debe encontrar la suya. Y si no la has encontrado aún, no debes descansar hasta que la encuentres.

Yo aún no he encontrado la manera de vivir cien por cien perfecta para mí. La estoy buscando, día a día. Mes a mes. Año a año. Experimento muchas cosas. Adquiero de cuando en cuando algún nuevo hábito. Me deshago de algún otro que no me servía o más bien, me dañaba.

Dentro de esta búsqueda puedo dar fe de que he llegado a entender la magnitud del milagro que es estar vivo. He podido entender que estoy aquí y ahora en contra de casi todas las posibilidades (otra célula espermática más avispada en el ovulo de mi mamá en el momento de mi concepción y yo no existiría) desde el principio de los tiempos hasta hoy. Solo pensar de esa manera me hace entender que vivo un milagro y que estoy enamorado del mismo. Estoy enamorado de estar vivo pese a que aún no vivo como quiero.

Tengo un trabajo de 9 a 5. En mi  caso es poco más de 7 a 3. Se podría considerar  que es un trabajo cómodo. No puedo decir muchas cosas malas de él. Pero es un trabajo que no va con mi aptitud para con la vida. Es un paréntesis de ocho horas diarias en lo que realmente soy yo. Yo soy un amante de la aventura. De probarme cosas a mí mismo. De educar al resto en las cosas que sé. Soy un amante de los viajes. De los treks. Del montañísmo. Soy un amante de Julio Verne. Del capitán Scott en la Antártida. De el capitán Cook en Hawai. De Neil Armstrong en la luna. Eso es lo que soy: Un aventurero y un eterno y romántico amante de otros aventureros.

Dejando de lado mi trabajo. Estoy intentando usar mis horas libres en planear o realizar aventuras que están a mi disposición (llevando la cuenta del tiempo y el dinero). Estás semanas he realizado unas cuantas cosas bastante interesantes. Desde city tours en la ciudad en la que llevo viviendo casi 10 años (y que ahora la veo con nuevos ojos) hasta pedalear cien y algo kilómetros en terreno desértico. Estoy tratando de encontrar el equilibrio correcto entre lo que soy y lo que hago. Entre lo que deseo y debo.

Hace un par de días estuve en el Rabin Square de Tel Aviv. Fotografíe un poco. Respiré la amplitud del espacio. Miré el transito fluir en la avenida Even Gvirol. Vi a la gente sentada en los cafés y en los restaurantes, disfrutando de un buen momento. Gozando de la tranquilidad de una tarde cualquiera. Me gustó ver lo que vi. Me gustó ver al par de niños a los cuales fotografíe en la foto de más arriba. Verlos jugar y explorar el estanque en el cual correteaban. Me gusta vivir la vida que vivo. Aunque sigo buscando la vida que siempre he querido vivir y voy a seguir buscándola hasta encontrarla….

Vive el momento

Hoy  día es el único que día que vale la pena que vivas.

Hoy día es el único día en el que realmente estás viviendo.

El ayer está solo en tu mente. Nunca lo vas a poder volver a ver y tus recuerdos acerca de él, van a transformarse a medida que pase el tiempo. A medida que fluya hacia lo infinito.

El mañana es solo un pensamiento. Un pronóstico de lo que podría suceder si es que tu vida sigue manteniéndose firme por el mismo derrotero unos momentos más.  El mañana no existe hoy. Y el pasado mañana no va a existir mañana tampoco. Conoce el mañana cuando llegue. No lo intentes conocer hoy.

Hoy es el momento en el que estás viviendo. Hoy estás vivo. No ayer. No mañana. Vive el día a día y vas a ser dichoso. Porque el único tiempo «real» que tienes, es el ahora. Mañana puedes estar muerto. Ayer ya ha dejado de existir y no va a volver jamás. Hoy es perpetuo en su perfección. Es inmenso en su infinita importancia. Está aquí. Rodeandote, acariciandote, presentandote toda forma de texturas e imagenes que te inundan en este instante. Incluso te está entregando estas letras que están frente a ti.

No hay como verlo todo tan claro. Si aprecias lo que tienes en este instante, no puedes ser más feliz. No importa lo que tengas. Con el solo hecho de estar respirando, de que tu corazón esté latiendo, de que tus ojos estén leyendo estas líneas, date cuenta la inmensa cantidad de suerte que tienes.

¿Cuántas variables se tuvieron que conjugar desde los inicios del universo para que llegues a este preciso momento?

Este momento lo vale todo. Porque este momento, es el único en el que realmente te puedes considerar vivo.

Tres experiencias que cambiaron mi vida

Hay cosas que nos cambian. Hay experiencias que nos modelan.

Hay tres puntos de quiebre en mi vida que marcaron bastante mi forma de ser y construyeron mi personalidad actual.

Quiero compartir esas tres experiencias/hechos contigo. Quizás te ayuden a pensar en tus propios puntos de quiebre y cómo llegaste a ser la persona que eres hoy.

Hechos que marcaron mi vida:

El día que conocí a mi esposa: Tuve la suerte de conocer, a la que sería mi esposa, bastante joven. Hemos crecido juntos. Nos casamos jóvenes. Nos mudamos a un país lejano juntos y juntos hemos seguido por mas de catorce años. Mi esposa es quizás las persona que más me ha moldeado y quizás sea la persona a la que más he moldeado en este mundo. Los dos nos hemos enseñado cosas y hemos hecho esta primera parte de la vida de la mano, uno junto al otro, sin separarnos demasiado pero dejándonos respirar. Le doy gracia a ella por hacer de mí la persona que soy y por inspirarme cada instante de mi vida.

La guerra: Espero que nunca hayas estado en una guerra. A mi me tocó ir  a una. De la guerra no tengo nada bueno que decir, salvo el hecho que me enseñó a encontrarle la perspectiva adecuada a las cosas. Si hubiese sido más inteligente hubiese encontrado esa perspectiva mirando a las estrellas y dándome cuenta de cuan microscópicos son mis problemas. Pero necesité de unos cuantos obuses, cohetes RPG y amigos muertos y heridos para entender que  vivir es un milagro y que debo dar gracias por cada bocanada de aire. Estar vivo es el más grande de los regalos que he tenido.

La lejanía: Estar lejos de la familia es difícil. Estar lejos de los amigos. Del país en el que naciste y creciste es doloroso. Sentir esa sensación de que eres de allá y de acá al mismo tiempo todos los días de tu vida, desgasta. Pero la lejanía te hace apreciar. Te hace añorar la caricia de mamá y las recetas de la abuela. Las dulces palabras de la tía preferida o los sermones de papá. La lejanía te enseña a desenvolverte solo, pues no hay quién te ayude. Y te vuelves la persona más autosuficiente del mundo.

Sé que quizás no hayas vivido o vivas experiencias parecidas a las mías pero eso no importa. Tanto para ti como para mi es  bueno entender cuales son esos puntos de quiebre de la vida que te llevan hasta donde estás. Y te hacen sentir y pensar como sientes y piensas.

Medita un par de minutos al respecto.

 

 

 

 

No necesito nada

Y lo he dejado todo de lado. Bueno, no exactamente todo. Tengo cosas (pocas). Tengo esposa. Tengo perro. Tengo familia. Tengo amigos. Pocos pero buenos.

Tengo. Al fin y al cabo TODO lo que tengo lo voy a terminar dejando. Así compre un Porsche Carrera, también se va a terminar quedando aquí. Es injusto lo sé. Pero así lo es y así lo seguirá siendo.

Pero de todo lo que tengo quizás es el tiempo lo que más vale. Quizás los minutos que se escurren entre mis dedos y construyen mi vida son mi verdadera riqueza. Quizás más aún que la esposa, la familia, los amigos y el perro. Los minutos valen más que su peso en oro. No los valoramos como deberíamos creo yo. Da risa que pensemos más en el Porsche Carrera cuando lo más preciado que tenemos: El tiempo, se quede de lado, escapándose de manera desapercibida respiro a respiro. Latido a latido. Ahí mismo va. Despacio, despacio.

Lo que nos diferencia de los animales es que somos conscientes de que un día vamos a morir. De que un día la fiesta se va a terminar. De que un día la función va a dejar de continuar, al menos para nosotros. Ellos no piensan en eso y viven sus vidas de acuerdo a su instinto y la viven bien. Nosotros de tanto pensar hemos dejado de pensar en lo que realmente importa (el entender el peso de nuestra mortalidad) y nos hemos explayado en pensamientos del tipo «que corte de pelo me queda mejor» o «quiero un departamento con vista a..» o una pareja así o asá.

Ja. Somos realmente idiotas. O de tanto pensar nos hemos estupidizado. O quizás  mi perro es más inteligente que yo. Quizás mi perro me mira con lástima mientras contemplo en este preciso instante una propaganda de la nueva Go Pro Hero 3 porque sabe que mientras la miro estoy perdiendo lo más valioso que tengo. Mi tiempo. El mismo que para él es inexistente. Su hermosa vida circular evita que se entere que un día va a morir y que sienta lástima de si mismo.

Pero en este instante estoy escribiendo sobre el tiempo presente y estoy siendo consciente de la fragilidad de la existencia y de lo bello de su simpleza y de que no necesito nada, salvo el respirar hondo para sentirme vivo.

No necesito nada.

 

Año nuevo

Estoy empezando un nuevo año. Estamos empezando un nuevo año.

Espero que estos nuevos 365 días me ayuden a madurar más. A mejorar todo lo que pueda en la cosas que me importan y dejarme de interesar en las cosas que no.

Veo que la gente se pone propósitos a principio de año (como el que he escrito en el párrafo de arriba) y se se ha olvidado de los mismo al fin del mismo año. Veo que la gente considera a los años como si te tratasen de las páginas de un libro. Hay muchos que sienten que la página en la que están no es suficientemente buena. Hay muchos que quieren que la próxima página sea  mejor que la anterior y así sucesivamente página tras página. Cuando lo que al fin y al cabo importa es si te gustó el libro (en su totalidad o no).

La vida no se puede medir año a año como un libro no se puede medir por como van mejorando o empeorando las páginas a medida que la trama se desenvuelve. La vida es una sola. Fluye desde que naces hasta que mueres. Unos vivimos más. Algunos vivimos menos. Algunos vivimos mejor y otros peor. Aunque decir «mejor» o «peor» es meramente relativo al punto de vista desde el cual se mire.

Para mi, la vida es una buena historia. Algo así como Game Of Thrones. Hay personajes buenos (que no necesariamente son buenos) y malos (que no necesariamente son malos) muchos de los personajes mueren o desaparecen a medida que la historia se desenvuelve y en algún instante to  la saga en su conjunto termina.

Así que este dos mil catorce no he hecho ni voy a hacer propósitos de principio de año. Que salga lo que salga. Que fluya como fluya. Para mi siempre va a estar bien porque se que este libro algún día se va a terminar y el día que se termine va a ser lo último que lea.

Feliz año nuevo para los que les gusta la frase. Feliz vida para mi.

Paul Walker ha muerto

Paul Walker ha muerto. Lo sé yo. Lo sabes tú.

No voy a mentir. Pese a que no fui un gran seguidor suyo ni de sus películas, la noticia de su muerte me dolió. Una persona como él: Exitosa, en la flor de la vida, guapa, sana, con todo el futuro por delante. Sencillamente en un instante estuvo y al siguiente ya no.

Ayer me dí cuenta que, ¡joder!, hasta Paul Walker también podía morir.

Y no creo que yo solo me dí cuenta. La mayoría de amigos y conocidos con los que traté del tema  sentían una punzada en el corazón mientras decían. «¿Cómo puede ser?» Todos nos consternamos juntos pensando en como podía ser que algo tan trivial como la muerte exista. Y que exista hasta para Paul Walker. La estrella de Hollywood. El héroe de las películas de acción. El chico de mirada afable. Hasta a él le llega la hora. Hasta para él termina la función.

Pensando luego en las conversaciones con mis compañeros. Y en todo lo que he escuchado en la televisión me he dado cuenta que la gente realmente se siente sorprendida. No tanto porque Paul Walker ha muerto. Sino porque hasta Paul Walker puede encontrar la muerte en cualquier instante. Y si él puede. Pues quizás cualquiera de nosotros también.

Esto es lo que sucede: La muerte de Paul Walker planteó en la mente (al menos de manera momentánea) la infinita fragilidad de la vida. La muerte de una estrella de Hollywood nos hizo reflexionar algunos instantes acerca de que nuestro tiempo es finito. Hasta a los ricos y famosos se les puede terminar en el cenit de su existencia. Por ende a cualquier mortal de a pié, también.

Quizás recibimos unos segundos de perspectiva y recordamos (al menos por unos momentos) que nuestro tiempo es finito.

El tiempo es finito y además es escaso. Y es precisamente la indiferencia que sentimos sobre aquella premisa la que nos mantiene en un estado catatónico. Esperando al futuro. Sintiendo y pensando que está vida (a pesar de todo lo que nos han dicho y contado) no se va a terminar nunca.

Paul nos hizo pensar en la muerte. Al menos por un instante. Al pensar en la muerte pensamos en la vida. La vida que debemos aprovechar al máximo. Porque se termina. Y se puede terminar en la cúspide de todo. Al comienzo o al final.

El tiempo de Paul fue corto. Como el tuyo. Como el mío. Así que, a vivir lo que queda y a vivirlo bien.

Evolución

Hace nueve años comencé el entrenamiento básico en una unidad de élite del ejercito. He aprendido muchas cosas en el tiempo que ha pasado desde aquel agosto del dos mil cinco. El clásico aprendizaje militar de élite que te conlleva a saber como volar una puerta. Navegar y orientarte. Camuflaje y supervivencia. Paracaidismo. Aguantar el peso. Descolgarte de un helicóptero. Volarle la cabeza a una mosca a ochocientos metros de distancia.  Aguantar los kilómetros bajo tus pies. Tácticas de guerra urbana. Tácticas de guerra en campo abierto. Contra terrorismo. El uso de una amplia gama de armamento. A esperar y esperar. A entender que dudar es más peligroso que una unidad terrorista en tu flanco.

He aprendido eso pero eso no es lo único que he aprendido. Las tonteras y juguetes del ejercito las puede dominar hasta el más boludo con tal de que tenga un poco de aguante. Esas son las cosas más fáciles de aprender y las que todos, al fin de un entrenamiento de un año y medio, salen sabiendo.

Gran parte de mi amor por lo simple y de mi satisfacción por lo poco se lo debo a los años que vinieron después de aquel entrenamiento. Los años en los que me tocó pasar por dos guerras. Por el hecho de haber perdido  unos amigos y ver otros tantos heridos.  Puedo decir que lo más valioso que he sacado del ejercito lo aprendí después. Sencilla y llanamente la perspectiva que usé toda mi vida para observarme a mi mismo y saber si soy «exitoso» o un «fracasado» o mejor dicho la perspectiva que me inculcaron mis padres, mi familia y la sociedad sobre lo que es ser una persona exitosa o no. Bueno esa perspectiva murió en algún lugar del medio oriente. Y dio paso a mi actual «manera de pensar».

No me gusta lo simple porque está de moda. No me gusta lo simple porque haya leído del tema en algún diario, revista o blog. No. Me identifico con la simplicidad porque he «evolucionado» hasta ella. Después de lo que he visto con mis propios ojos he llegado a entender que todo este juego de ir al centro comercial a comprar ropa nueva o comprar un auto con turbo o competir en las charlas banales con tus amigos: Que si viajaste aquí o allá. Que si estuviste en el Luvre o no. Que si tu empresa se ha dado cuenta que eres el nuevo niño prodigio. Que si tus hijos son cuasi perfectos. Que si tu vida es de puta madre y mucho mejor que la del resto…Ustedes me entienden. Ese juego no lo quiero jugar más. Me gusta lo simple porque realmente he descubierto la belleza en las cosas simples de la vida.

Cuando estaba en medio del bullicio y el desorden del combate en lo único que pensaba era en vivir. Solo quería vivir. No quería un Ferrari rojo o un millón de dolares en mi cuenta bancaria. Solo quería ver otro día más. Y cuando tenía tiempo para desear más en medio de los tiroteos. Solo quería abrazar a mi mujer. Verla a la cara una vez más. Aunque sea una vez más. Tocarle el cabello. Decirle cuanto la amo. Lo demás. Las cosas. La plata. Las socialmente aceptadas medidas del éxito me resultaron tan infantiles e inútiles que me daba risa como me podía haber estado preocupando por ellas los primeros veintiocho años de mi vida.

Eso es lo que aprendí del ejercito. Del combate. De la guerra. Que la vida es putamente y dolorosamente efímera. Que los vivos pasan a estar muertos en nada de tiempo. Que no quiero gastar mi pequeña vida compitiendo con el resto. Que las caricias. Los abrazos. Los «te amo» valen demasiado y te hacen rico. Que el sencillo hecho de que llegues al día siguiente, es ya, un logro. Que cada uno debe vivir como quiere y como le sienta bien porque la vida es algo que se escurre entre los dedos más rápido de lo que creemos.

Yo he elegido vivir simple porque he entendido que lo más importante para mí es lo que ya tengo. Estoy vivo. Estoy sano. Amo a mi esposa. Amo mi vida.

Creo que ya lo escribí en algún lado. No todos tienen que pasar por lo que yo he pasado para simplificar. Yo he llegado a lo simple por el camino difícil. Por haber demolido  todo lo que creía y haber encontrado que los escombros son lo más hermoso de la tierra. No todos son cabezas de chorlito como yo. A algunos solo les falta mirar a los lados y entender que su vida es de la puta madre y que no hay que ir por ahí desesperados por más.

He evolucionado hasta lo simple. Y me siento bien.